Detalles inéditos de la resolución de la ministra González:
Fallo Karadima: Testimonios que acusan al cardenal en la impunidad del sacerdote
17.11.2011
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Detalles inéditos de la resolución de la ministra González:
17.11.2011
Vea aclaración del sacerdote Rodrigo Polanco a la declaración judicial del Cardenal Errázuriz
La investigación realizada por la ministra Jessica González cerró con dureza la historia del sacerdote Fernando Karadima, el hombre que amaba ser llamado «santo». Las denuncias de abusos sexuales y de abuso psicológico, dijo la jueza en un detallado fallo de 82 páginas, eran ciertas y reiteradas, pero aquellas que fueron comprobadas habían ocurrido en un tiempo que estaban fuera del alcance del brazo de la justicia, por lo tanto estaban prescritas.
La sensación de impunidad que creó la resolución, no obstante la acuciosa investigación de la ministra, acrecentó el malestar con la ley vigente que sanciona los abusos sexuales y puso en la mira nuevamente al ex arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, la principal autoridad de la Iglesia Católica durante todo el periodo en que se hicieron las denuncias en contra del ex párroco de El Bosque. Denuncias que se recibieron y que no fueron investigadas durante años.
Los testimonios recopilados por la jueza y también por CIPER, revelan capítulos desconocidos de cómo el cardenal Errázuriz frustró una investigación que podría haber sacado a Karadima mucho antes de esa parroquia en la que, según su propio testimonio judicial, pasaron por su conducción religiosa “unos 500 mil jóvenes”.
Francisco Javier Errázuriz debió responder a los cuestionamientos que se acumularon en el expediente el 13 de julio de 2011, día en que compareció ante la ministra González. En su declaración, el cardenal adjuntó una relación de hechos en la que trató de explicar por qué si desde 2003 tenía testimonios de los abusos cometidos por el sacerdote, suspendió la investigación y por qué le hizo saber a Fernando Karadima que lo estaba investigando. (Ver declaración del cardenal Francisco Javier Errázuriz)
La investigación de la jueza González corrobora que la primera denuncia formal de lo que ocurría detrás de los muros de El Bosque la hizo José Andrés Murillo, en 2003. Tal como lo afirmó desde un comienzo públicamente, Murillo contó que en esa época le reveló su experiencia al sacerdote jesuita Juan Díaz, quien por su cargo de vicario de la Educación del Arzobispado, se reunía semanalmente con Errázuriz. Díaz se reunió con el cardenal en privado, le contó la historia de Murillo y le dijo que le parecía creíble. También le entregó una carta en la que José Murillo narraba el eje de su denuncia: que Karadima había intentado abusar de él cuando acudió a su pieza en El Bosque para confesarse. Esta secuencia de hechos fue la que declaró Díaz ante la ministra González.
Con CIPER el sacerdote ahondó sobre este encuentro: «El cardenal leyó la carta con atención delante de mí. Se mostró sorprendido. Tuve la impresión de que tomaba con seriedad la denuncia. No reaccionó en defensa de Karadima; por el contrario, dijo que iba a estudiar esa carta con seriedad». Fue entonces que Errázuriz le envió un mensaje a Murillo: «Voy a rezar por él». A la larga esa fue durante mucho tiempo la única respuesta de la Iglesia. (Ver reportaje: Habla primer investigador eclesiástico de Karadima: “El caso me daba asco”).
Al ver Murillo que pasaban las semanas, los meses, y no ocurría nada, decidió volver a hablar con Juan Díaz, quien abordó por segunda vez el tema con el cardenal. «No recuerdo la fecha de esa conversación pero pude advertir que seguía considerando el tema. Sin embargo, no deseaba entrevistarse con Murillo. Lo noté complicado. Yo fui vicario hasta 2005 y no volví a tocar el tema con él», declaró Díaz a la ministra González. Ante esa actitud del cardenal, Díaz se juntó con Murillo y le explicó que “no podía hacer más y que el asunto estaba en las manos de monseñor Errázuriz”.
En los tribunales, el cardenal Errázuriz reconoció la gestión del sacerdote Díaz. Dijo, sin embargo, que no recordaba qué hizo con la carta de José Murillo. Y lo que resulta claro en la investigación judicial es que ese primer testimonio conocido, y que data de 2003, no dio origen a ninguna investigación de parte de la Iglesia.
El primer esbozo de indagación, muy somero y pasivo, se inició un año después, en junio de 2004, cuando la doctora Verónica Miranda, esposa de James Hamilton, después de golpear varias puertas, contó ante un procurador de Justicia del Arzobispado, la historia de su marido. Ella se había enterado de todo el 25 de enero de ese año, cuando James se confesó con ella y le dijo que llevaba años siendo abusado sexualmente por Karadima.
Verónica, que a partir de entonces vio derrumbarse su matrimonio y las certezas con que había construido su vida, se armó de valor y decidió contar todo a la Iglesia. Lo que buscaba era impedir que Karadima siguiera perpetrando los mismos abusos que había ejercido sobre su marido, con los otros jóvenes –laicos y sacerdotes-, a los que ella bien conocía y que pasaban la mayor parte de su vida en torno al párroco de El Bosque.
Para ello Verónica Miranda recurrió al sacerdote Adolfo García Fuenzalida, ex capellán naval, quién estimó de máxima gravedad lo que ella le relataba y habló personalmente con el cardenal Errázuriz para que la recibiera. El cardenal no quiso recibirla, pero instruyó para que su testimonio fuera recogido por un sacerdote investigador de la Iglesia, el promotor de Justicia, Eliseo Escudero.
La declaración de la entonces esposa de James Hamilton, hecha el 5 de junio de 2004, fue estremecedora y precisa. Aunque hablaba sólo sobre lo que le había ocurrido a su marido, el cuadro que describió, en cuanto al abuso sicológico sobre laicos y sacerdotes, ha sido corroborado punto por punto por el fallo de la ministra González.
Tras su declaración pasaron los meses y tal como le había ocurrido a Murillo, Verónica Miranda no recibió ninguna señal de que la Iglesia haría algo con su denuncia. Le preguntó varias veces al sacerdote Adolfo García y éste le contestó: «El arzobispo Errázuriz está viendo el tema personalmente». Hasta que Verónica se dio cuenta de que García ya había hecho todo lo que podía.
Pasaron los meses y nuevamente la única respuesta que recibieron los acusadores fue silencio. A fines de 2005, y sin que hasta ese momento supiera nada de lo que por su lado estaba haciendo Verónica Miranda, José Murillo intentó nuevamente ser oído por la Iglesia. Esta vez sus gestiones apuntaron a Ricardo Ezzati, por entonces obispo auxiliar. A través de un amigo sacerdote, consiguió que éste lo recibiera y lo oyera. El obispo habló luego con el cardenal Errázuriz sobre esta denuncia y tras eso envió al promotor de Justicia Eliseo Escudero una denuncia escrita por Murillo y una carta de su puño y letra corroborando la autenticidad del testimonio.
A fines de 2005, entonces, había en poder de la Iglesia dos testimonios con graves acusaciones. Ambos le parecían a Eliseo Escudero “creíbles y coherentes”, según declaró el promotor de Justicia del arzobispado en tribunales. Una opinión compartida por el sacerdote Juan Díaz, respecto del testimonio de Murillo; y por el ex capellán de la Armada, Adolfo García, respecto de la acusación de Verónica Miranda.
El cardenal Errázuriz, sin embargo, no creyó. Tampoco tuvo la suficiente duda como para instruir una investigación más proactiva, en la que se indagara y se llamara a testigos. Con los dos testimonios en sus manos, Eliseo Escudero le entregó al cardenal Errázuriz su informe y esperó instrucciones. Aún cuando en su declaración Verónica Miranda decía que temía por la integridad de jóvenes y de matrimonios a los que Karadima manipulaba en forma cotidiana, nada se hizo.
El siguiente testimonio en el expediente, demoró su tiempo: fue el del doctor James Hamilton. Y llegó sólo gracias a la persistencia de Verónica Miranda, quien al ver que nada ocurría con su declaración ante Eliseo Escudero, recurrió a otros familiares quienes la contactaron esta vez con el obispo auxiliar de Santiago, Cristián Contreras.
Ante Contreras Verónica volvió a relatar su historia. Contreras quedó indignado, según él mismo contó a CIPER. Al punto que el obispo habló con el cardenal Errázuriz «ipso facto», según declaró ante la ministra González.
Verónica se sintió acogida por Contreras y por ello, cuando el prelado le dijo que era necesario que James Hamilton declarara, ella lo convenció. James en ese momento pensaba que hablar significaba el fin de su vida profesional, lo único que aún estaba en pie, tras la destrucción de su vida familiar y de su autoestima. Finalmente Hamilton dio el paso y en enero de 2006, narró su historia ante Eliseo Escudero. Su testimonio corroboró todo lo dicho por Verónica y también las acusaciones de José Murillo.
Para Eliseo Escudero ese fue un momento clave pues se formaba un cuadro claro: «Por los relatos me di cuenta que se estaba frente a un caso en el que a los abusos sexuales se agregaba mucho desorden de platas, en cuyo uso claramente estaban involucrados víctimas y victimarios. Me refiero a que eran platas que se usaban, por ejemplo, para viajes a Estados Unidos, Europa, donde los propios acusadores habían sido beneficiados, invitados a estos viajes que ellos no podían pagarse. A mí me parecía que se debía tomar muy seriamente este problema. Por esta razón yo recomendé: En caso que se tome la decisión de sacar al sacerdote involucrado en estos hechos -que a mí me parecían muy creíbles- se debe hacer una auditoría muy seria del uso de las platas de la parroquia y el uso que se dio a estas en favor de estos hechos».
Esa fue la recomendación que el promotor de Justicia del Arzobispado le dio por escrito al cardenal Errázuriz. Pero una vez que James Hamilton hubo declarado, la Iglesia nuevamente respondió con silencio a los denunciantes. No se les dijo nada. Por ello, pese a haber iniciado acciones ante el mismo investigador, Murillo y James vinieron a tomar contacto recién en 2009, cuando Hamilton decidió iniciar la anulación de su matrimonio religioso.
Habían transcurrido seis años desde la primera denuncia de José Murillo. Y durante todo ese tiempo tanto James Hamilton, José Murillo y luego Juan Carlos Cruz, quien también hizo su denuncia en 2009, estuvieron convencidos de que los abusos que habían experimentado por parte de Karadima y que tanto les había costado verbalizar ante la Iglesia, sólo les había pasado a ellos.
Lo que ninguno sospechaba era que el silencio y la ausencia total de una señal que indicara que al menos sus denuncias estaban siendo atendidas, tenían una razón: el cardenal Francisco Javier Errázuriz había decidido paralizar la investigación poco después de que Eliseo Escudero recibiera el testimonio de James Hamilton.
“Yo tenía dudas acerca de la verosimilitud de los hechos expuestos”, se justificó el cardenal ante la ministra Jessica González. Y dijo también que esas dudas habían sido alimentadas por las opiniones que recibió del obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga Manieu, uno de los más cercanos seguidores de Karadima y cabeza de la Unión Sacerdotal, entidad que también controlaba el párroco acusado.
El rol de Errázuriz no se limitó a escuchar a Arteaga. Según consta en los testimonios de los principales involucrados, Errázuriz le pidió al promotor de justicia Eliseo Escudero que recibiera dos documentos de Arteaga en los que desacreditaba a José Murillo y a James Hamilton. A los dos los conocía por haber compartido con ambos en El Bosque. Con esa suerte de empate la investigación se detuvo.
«El receso del procedimiento administrativo entre los años 2006 y 2009 es de mi responsabilidad y fue una decisión que tomé luego de haber oído el testimonio de monseñor Andrés Arteaga respecto de los denunciantes”, admitió el cardenal Errázuriz ante la ministra.
La investigación de la ministra González permitió constatar que el rol de Francisco Javier Errázuriz en esta historia fue más lejos. Además de pedirle su opinión a Arteaga, el cardenal le contó de la investigación de la que era objeto Karadima al sacerdote Rodrigo Polanco, otro de sus seguidores más fieles. Y lo hizo a sabiendas que los códigos que manejaban los sacerdotes formados en El Bosque y que eran dirigidos espiritualmente por Karadima, no admitían secretos para con su líder. Y así fue, Polanco le refirió de inmediato la información a su mentor espiritual.
Según declaró Francisco Javier Errázuriz, tanto esa conversación con Polanco como su decisión de pedirle a Karadima que dejara de ser párroco de El Bosque, lo que hizo en una reunión que sostuvieron en agosto de 2006, formaban parte de una estrategia para neutralizar a Karadima: “Pensé que al separarlo de su cargo de párroco y al conocer de las denuncias en su contra que yo le había hecho saber a sus cercanos y que sin duda éstos le habían hecho saber a él, sus conductas iban a cesar”.
La estrategia del cardenal sintetiza varios de los elementos que ayudan a esclarecer algunas filtraciones y situaciones inexplicables por años para los denunciantes, que agregado al silencio que obtenían como respuesta de la Iglesia, los dejaban desesperanzados y también indignados. Lo primero es que, mientras a ellos nunca se les dijo ni una palabra sobre lo que se haría con sus testimonios -al punto que Verónica Miranda, Hamilton y Murillo pasaron años sin saber si exponer su intimidad sirvió para algo-, al acusado de graves delitos se lo puso sobre aviso.
Lo segundo y más delicado: el cardenal Errázuriz declaró que tomando ciertas medidas pensaba que las conductas de Karadima iban a cesar. ¿Cuáles conductas? En esa declaración parece admitir que tuvo certezas sobre la culpabilidad de Karadima. Y a pesar de ello, decidió no indagar. Así, el cardenal habría seguido el mismo camino que normalmente hacía la Iglesia Católica, y que se ha conocido en los últimos años en Chile y en otros países con algunos casos de abusos: sacar al sacerdote acusado de su cargo y convencer a las víctimas de que no dijeran nada. Es decir, que aquello que presumiblemente pasaba, no siguiera pasando. La verdad y la integridad de las víctimas parece no haber sido el motor de su preocupación.
Los datos disponibles indican, además, que Karadima no se calmó ni se amedrentó. A su misa de despedida como párroco de El Bosque, con la iglesia llena y una parafernalia inédita, asistieron la mayor parte de los sacerdotes formados por él, más los cuatro obispos de la misma cantera: Andrés Arteaga, Tomislav Koljiatic, Horacio Valenzuela y Juan Barros. Karadima concelebró con ellos. Su salida en ningún caso pudo leerse como un castigo, sino como un homenaje. Porque Karadima no abandonó El Bosque y siguió controlando todos los movimientos financieros y religiosos de la parroquia además de los de la Unión Sacerdotal. Y ello porque el arzobispo Errázuriz lo dejó seguir viviendo allí y además, elegir a su sucesor: el sacerdote Juan Esteban Morales, su predilecto y hombre de mayor confianza.
Según le contó Karadima al abogado Hernán Arrieta, poner a Morales de párroco fue «quebrarle la mano al cardenal porque con eso se aseguraba de que en El Bosque todo iba a seguir igual». Así lo declaró Arrieta ante la ministra Jessica González. Y todos los testimonios recogidos de lo que ocurrió en El Bosque a partir de 2006, lo corroboran.
La ministra González afirmó en su resolución del 14 de noviembre que no encontró testimonios de abusos sexuales posteriores a 1995. Pero nadie sabe en qué momento esas prácticas que se ejercieron por décadas, como lo grafica el fallo de El Vaticano que lo condenó, desaparecieron de las rutinas de El Bosque. Porque hasta que debió abandonar la parroquia a fines de 2010, Karadima siguió ejerciendo abuso sicológico, controlando hasta en el mínimo detalle a los sacerdotes formados por él y haciendo su voluntad dentro de buena parte de la Iglesia chilena.
En 2007, por ejemplo, hizo la feroz operación contra Cristóbal Lira, (uno de los sacerdotes formados a su alero y con el que se enemistó) difundiendo que Lira era homosexual. Para ello, según testimonios reunidos por la ministra González, usó a Jaime Tocornal y a Juan Esteban Morales.
El acto fue un desafío directo a la autoridad del arzobispo Errázuriz, pues esta campaña se inició cuando el arzobispo nombró a Cristóbal Lira párroco de la Iglesia Santa Rosa de Lo Barnechea, reemplazando a un favorito de Karadima, Jaime Tocornal. (Ver reportaje Las operaciones secretas que ordenaba Karadima para aniquilar a su competencia).
En 2008 Karadima despojó de un departamento en Viña del Mar a uno de sus sacerdotes cercanos de la Unión Sacerdotal, Andrés Ariztía, capellán de la Fundación Las Rosas. El departamento está ubicado en la Avenida San Martín 1020, N° 126, en una torre gemela a aquella donde está situado el departamento donde Karadima abusó de James Hamilton la primera vez. Y en 2009 se dedicó a la compra de departamentos con los recursos de la Unión Sacerdotal, transformando esa organización en una suerte de inmobiliaria.
Todo aquello, más los viajes que siguió realizando a Europa cada año con sus favoritos y los dineros que más tarde distribuyó entre los empleados que conocían sus secretos, indican que Karadima se sentía impune. Es probable que cuando supo que el cardenal Errázuriz había paralizado la investigación por los abusos de los que se le acusaba, haya sentido que el arzobispo no se atrevía a tocarlo.
En 2006, por ejemplo, viajó 37 días a Europa: desde el 16 de Enero al 22 de febrero, saliendo hacia España y regresando desde Francia. En el verano de 2007, partió a Inglaterra y regresó desde España: 36 días en total, desde el 9 de enero al 15 de febrero. En el año 2008 viajó dos veces: 15 días en septiembre a Francia y 35 días a España durante el verano.
En septiembre de 2009 Francisco Javier Errázuriz le advirtió a Karadima que iba a reactivar la investigación judicial en su contra y que podría estallar un escándalo. Para entonces el director espiritual de la comunidad de El Bosque ya tenía antecedentes de que el horizonte estaba sembrado de nubes de tormenta. A comienzos de ese año James Hamilton había iniciado su proceso de nulidad matrimonial y como causal de separación alegaba que Karadima había abusado sexual y sicológicamente de él, anulando su voluntad y discernimiento. No había sido libre al tomar la decisión de casarse pues había sido el propio Karadima quien lo persuadió.
La Iglesia siempre maneja con absoluta reserva estos procesos, y esta fue una excepción: Karadima sabía todo lo que Hamilton había declarado, pues uno de sus seguidores era el presidente del Tribunal Eclesiástico, el sacerdote Francisco Walker.
Apenas Walker leyó el testimonio de Hamilton, fue a poner sobre aviso a Juan Esteban Morales. De inmediato, el sacerdote Morales hizo dos cosas: le contó a Karadima y partió a buscar a James Hamilton para intentar persuadirlo de retirar su acusación.
El denunciante, escandalizado por la filtración de su alegato, pidió de inmediato una audiencia con el arzobispo Errázuriz. Las redes de El Bosque nuevamente entraron a jugar y apenas Francisco Walker se enteró de que James Hamilton quería hablar con el arzobispo, le insistió a Juan Esteban Morales que ellos debían hacerlo primero. Lo cierto es que el cardenal Errázuriz rechazó la audiencia con James Hamilton, pero sí recibió a Francisco Walker.
Sobre esa reunión Francisco Walker declaró en tribunales: «El cardenal sabía de la nulidad y me hizo ver que lo que yo había hecho era una falta a la confidencialidad del Tribunal». Francisco Walker recordó ante la jueza que el cardenal tenía dudas respecto al caso, y que dijo si no sería todo «un cuento que James se terminó creyendo», según la expresión que habría usado el propio Errázuriz.
Francisco Walker debió abandonar el Tribunal. En su reemplazo, el arzobispo Errázuriz designó a Eugenio Zúñiga, sacerdote del Opus Dei. Años más tarde, cuando James Hamilton, sumando todos estos hechos y otros que ocurrieron luego, acusó al arzobispo Errázuriz de encubrir los delitos de Karadima, el cardenal se justificó diciendo que el nombramiento de este juez imparcial mostraba su disposición a investigar. Fue una débil defensa frente a todo lo que ocurrió en esos meses en este juicio.
Para detener el proceso de nulidad religiosa del matrimonio de Hamilton, o al menos neutralizar la causal invocada por Hamilton y también por Verónica Miranda, Karadima desplegó a sus sacerdotes. El obispo Andrés Arteaga se ofreció a declarar en esa causa. No fue aceptado. Entonces el mismo Arteaga ofreció el testimonio del sacerdote Juan Esteban Morales, quien ocupó su espació para desacreditar la credibilidad de James Hamilton y también las de José Murillo y Juan Carlos Cruz, quienes ya habían declarado como testigos.
El sacerdote Francisco García De Vinuesa, abogado de Hamilton en ese juicio de nulidad, declaró ante la ministra González que la inclusión de Morales además de ser improcedente en este tipo de juicios, constituyó «una verdadera presión». No fue la única.
Antes del fallo de ese tribunal, García De Vinuesa recibió una carta del presidente del Tribunal Eclesiástico, Eugenio Zúñiga, redactada en primera persona, para que James Hamilton la firmara reconociendo que se confesaba con Karadima.
García de Vinuesa le dijo a James que ese documento era una trampa, pues si lo firmaba, no se podría investigar ninguna acusación suya en contra de Karadima pues estaba amparada bajo el secreto de confesión. A pesar de la insistencia del juez de que Hamilton firmara, lo que consta en los correos electrónicos que se agregaron al expediente, éste no firmó.
La artimaña involucraba la utilización de un sacramento -la confesión-, una de las piezas más significativas para quienes profesan el credo católico.
Vista la concatenación de hechos que ha dejado al descubierto el expediente de la ministra Jessica González ocurridos entre 2003 y 2010, período en que la máxima autoridad de la Iglesia en Santiago era el cardenal Francisco Javier Errázuriz, pocos dudan de que el cardenal no haya estado enterado de estos movimientos tendientes a paralizar la investigación anulando a sus acusadores.
Hasta ahora la única explicación que ha ofrecido este hombre de fe es que no creyó. Y cuando lo hizo, cuando finalmente en junio de 2010 envió los antecedentes a Roma, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya era demasiado tarde.
En la última quincena de septiembre de 2009, figura el último viaje de placer que registra la bitácora de Fernando Karadima: 15 días en Francia. Fue poco después de su regreso, que el arzobispo Francisco Javier Errázuriz le avisó que reactivaría la investigación en su contra y que era probable que estallara algún escándalo. Karadima ese verano, por primera vez en décadas, no pasó gran parte de la temporada en Europa. Y debió vivir el terremoto de febrero de 2010 en Chile. Su verdadero terremoto, sin embargo empezó meses más tarde, cuando Fernando Batlle, Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Murillo hicieron la primera denuncia ante la fiscalía, denuncia que terminó con el fallo de este lunes 14 de noviembre firmado por la ministra Jessica González.
Vea aclaración del sacerdote Rodrigo Polanco a la declaración judicial del Cardenal Errázuriz