COLUMNA DE OPINIÓN
¿Qué nos espera al otro lado del peak de contagios?
22.06.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
22.06.2020
En cada uno de sus anteriores textos, estos académicos se han adelantado en dos o tres semanas al desastre que luego nos toca vivir. En abril González -junto al premio nacional Miguel Kiwi- sostuvo que no estábamos aplanando la curva de contagios, sino que la habíamos perdido de vista; a comienzos de mayo, los cuatro autores de esta columna advirtieron que lo que el gobierno llamaba “meseta” se estaba pareciendo a un volcán; explicaron que ya no podíamos evitar las muertes de mayo, pues el COVID-19 es un tren de carga que necesita tiempo para frenar; pero que, si se implementaban cuarentenas estrictas, podríamos detener los fallecimientos en junio. Quince días después acusaron que el gobierno se negaba a ver que íbamos camino a un desastre aferrándose a “la baja letalidad”; mostraron por qué ese indicador era un engaño y se preguntaron si estábamos contando bien a nuestros muertos. Hace una semana publicaron (junto con Cristóbal Cuadrado) una dolorosa columna: “El desastre está aquí”. En el texto que presentamos a continuación los autores vuelven a mirar hacia adelante y examinan qué nos espera al otro lado del peak de contagios que aún no llega. Muchos quisiéramos que luego de ese peak viniera una bajada abrupta de las muertes y que regresemos a la normalidad. Ellos piensan que eso difícilmente ocurrirá pues el COVID-19 no es una ola que baje sola; hay que bajarlo con políticas estrictas y eso no lo hemos hecho bien. Este texto muestra cómo se expande el coronavirus dependiendo del tipo de política que se siga y sostienen que la estrategia que tomó Chile de “enfermarnos progresivamente”, nos ha llevado a una mortalidad tan alta en términos absolutos “que potencialmente estaríamos enfrentándonos a la peor catástrofe humana, social, y política del país en toda su historia”.
Llevamos muchos meses preguntándonos cuándo será el peak de casos nuevos de COVID-19 pues se suele creer que, una vez que alcancemos ese punto, las muertes caerán velozmente. Esta idea fue alimentada por quienes definían la estrategia sanitaria, pues hablaban del peak como el momento en que comenzaríamos a darle la vuelta a la pandemia.
La experiencia de otros países sugiere que esto no es así. La cima puede ser plana, como la de un volcán y la bajada lenta, como la que vivió Italia, país al que le tomó seis semanas aplanar la curva. O peor, puede ser que, llegado al punto más alto, no bajemos, sino que debamos caminar durante meses por un altiplano mortal, como le ha pasado a Estados Unidos.
Sobre lo lejos que está la cima, considere que Italia alcanzó el peak de casos nuevos 18 días después de comenzar su cuarentena. Sobre la inclinación la bajada, parece ser que las medidas laxas garantizan un descenso más lento, como el norteamericano. Es decir, las opciones serían 6 semanas con medidas efectivas; o más de 6 meses si se falla en aplastar la primera ola de COVID-19.
Nos encontramos en una situación peor que Estados Unidos e Italia, sumando a los errores, nuestra precariedad propia de país latinoamericano; pero las autoridades parecieran estar viviendo la realidad de Nueva Zelanda, sin conexión con el desastre colosal al que llegamos con sus decisiones.
Pero el escenario es más complejo de lo que se ha planteado hasta aquí, pues el peak no es algo tan claro como la cima de una montaña. Hablamos de “peak de contagios” para referirnos al “máximo de casos nuevos reportados”. Pero los casos reportados no son lo mismo que los casos que realmente existen. Dicho de otro modo: el número de casos reportados puede verse afectado por varios factores y hacernos creer, erradamente, que hemos controlado el contagio. Por ejemplo, puede haber un número importante de falsos positivo o negativo que nos den una idea equivocada de lo que ocurre con el virus en la realidad. O puede ocurrir que el avance de la enfermedad se desacelere porque hay cada vez menos personas susceptibles a contagiarse (personas sanas). Ninguna de esas opciones significa, sin embargo, que hemos controlado el contagio.
Debido a lo anterior, parece más adecuado hablar de una ola de contagios, que se puede asimilar a una ola del mar llegando a la playa. La ola pasa, llega a la costa y por la gravedad cae y desaparece. Sin embargo, la ola de COVID-19 no “cae” de manera espontánea y tampoco “pasa”. Debemos salir a aplastarla. De ahí que renunciar a detener la ola de contagio y enfermar progresivamente a cientos de miles, equivale a decidir no combatir un incendio forestal y esperar que se apague solo. En Chile la política que pareció razonable fue permitir que se enfermaran progresivamente cientos de miles de personas; eso es lo que amenaza la vida de decenas de miles hoy.
En la figura 1 se muestran las curvas de contagio de Nueva Zelanda, Italia y Estados Unidos. A Nueva Zelanda le tomó semanas aplastar su ola. Italia se equivocó en su estrategia inicial y luego cambió a una estrategia de cuarentena total, muy restrictiva. El resultado fue que le costó dos meses superar su ola de contagio. Estados Unidos, por otra parte, alcanzó su peak hace más de tres meses y medio: cerca de 30 mil casos en un día. Desde entonces ha estabilizado en un altiplano cercano a 20 mil casos. En ese país la ola no se ha aplastado, ni tampoco ha pasado.
Estos países nos sugieren que el peak no es lo más importante: lo relevante es qué escenario se enfrenta después de él. Hay que ver cuál será la forma de la curva post-peak, para entender a qué podríamos enfrentarnos.
A continuación, veremos algunos tipos de curvas observados en el mundo y trataremos de explicarlas a partir de lo que han hecho o dejado de hacer los gobiernos. Todas las curvas internacionales que se incluyen aquí muestran casos nuevos confirmados promediados en 7 días y por un lapso de 5 meses, desde el 31 de enero. La fuente de los datos internacionales es el European Centre for Disease Prevention and Control.
Examinemos primero la curva de Chile. Está tomando la forma del Nevado Ojos del Salado, el volcán más alto del mundo ¿Qué escenario enfrentaremos después de que lleguemos al peak? Veamos lo que los países han encontrado al otro lado de sus respectivas cimas.
Nueva Zelanda y Australia: Tienen la forma de la curva teórica que veíamos en muchos modelos en marzo, semejante a nuestros volcanes Villarrica y Osorno. En esos países se aplicaron con audacia medidas preventivas y efectivas. Muchos países no lograron este buen cometido.
Si la decisión de Chile es seguir con pseudo-cuarentenas -porque miles de personas aún salen a trabajar por causa de sus empleadores, debemos prepararnos para curvas como Suecia y Estados Unidos, y pensar en que seguiremos en la parte alta del contagio después de septiembre u octubre.
Italia, España, Reino Unido y Francia: Estos países fallaron en el control inicial del contagio. Reportaron cientos de miles de enfermos y decenas de miles de fallecidos. Sin embargo, sus gobernantes decidieron cambiar la estrategia a cuarentenas totales y efectivas, parecidas a una hibernación. En el caso de Italia, el 9 de marzo se decretó cuarentena; 18 días después alcanzó el peak de casos -27 de marzo- y 2 meses después llegaron a una cantidad de casos diarios similar al del inicio de la cuarentena.
En un tercer grupo están Estados Unidos, Suecia, Irán y Rusia. Ellos fallaron por diversas razones, pero la principal fue el exceso de confianza y una presión constante por volver a reactivar la economía o retornar la “normalidad”. Al menos en esa obsesión por volver a la “normalidad” nos parecemos a ellos, aunque en las curvas, no necesariamente.
En Estados Unidos y Suecia tomaron medidas laxas y dejaron a las personas contagiarse progresivamente. Irán fue uno de los primeros países que vivió una crisis humanitaria por el COVID-19 y debió establecer una cuarentena estricta. Pero la levantó mucho antes de aplastar la curva de casos. La primera ola no pasó, sino que se volvió a levantar. Rusia vive otra tragedia: pese que en mayo se convertía en el segundo país del mundo con más casos, insistía en relajar las medidas de cuarentenas.
En la situación que enfrenta Chile hoy, el peak de contagios ya no es tan relevante como el tiempo que nos llevará bajar desde esa cima. Tener un peak bajo de casos era un objetivo para abordar meses atrás, ya no. Entre más tiempo nos demoremos en entender eso, estas curvas significarán más enfermos y muertos.
Las curvas que se presentan a continuación buscan mostrar cómo se expande el contagio, dependiendo de los distintos tipos de políticas que se adopten frente al COVID-19. De acuerdo personeros de gobierno, estas estrategias son, : “Enfermarse de a poco”; “Enfermarse progresivamente”; “Aplanar la curva”; y la “estrategia fallida” que implica hacer las cosas mal y tener que implementar una cuarentena en medio del desastre efectiva, la que deberíamos aplicar ahora, luego de hacerlo muy mal.
Para que el cálculo sea fácil de seguir supondremos un pequeño país de 100 habitantes por 10 días de contagio y veremos qué ocurre con cada estrategia. Cada curva muestra la cantidad de casos nuevos por día a lo largo del tiempo. La idea matemática es que el área debajo de la curva es igual al número total de casos acumulados. Mientras mayor sea el área de la curva, peor el desastre.
La estrategia más simple de entender es la de “enfermarse de a poco”. En este caso, se registran dos contagiados por 10 días, por lo que el total de casos en nuestro país imaginario es igual al área del rectángulo: 20 casos. Esto, sin embargo, no puede llevarse a la práctica pues no podemos tener control total sobre quienes se enferman.
La estrategia de “aplastar la curva” muestra una manera más realista, efectiva y rápida de frenar el contagio. La emergencia se soluciona en 5 días con 10 casos totales.
Otra opción, es haber optado por una estrategia errónea los primeros días y al cabo de tres días llegar a 10 casos nuevos por día. Este país cambia radicalmente a cuarentena efectiva. Lamentan 40 casos. En el día 10 aún siguen registrando casos, pero con cierto control del contagio.
La última opción es estrategias laxas, que facilitan el contagio: “Enfermarse progresivamente”. Una vez que se alcanza el peak de casos nuevos, estos se reducen muy pocos; tras 10 días, el contagio de la enfermedad sigue fuera de control, hasta el día 10 se contabilizan 60 casos.
Es hora de dejar de improvisar. El Presidente de la república no puede hacer el micromanagement de una crisis que nos impactara por décadas y que todos tendremos que asumir como una inflexión significativa a nivel individual, familiar, y nacional.
Como se ve, en los dos últimos casos el peak de contagios fue el mismo, pero en la estrategia con medidas laxas los contagios debieran seguir por un tiempo muy largo.
En nuestro ejemplo, Nueva Zelanda representa la estrategia de “aplastar la curva” liderada por su primera ministra Jacinda Ardern, quien invitaba a “ser fuerte y ser amable”.
Italia, en tanto, representa la “estrategia fallida”, pues se vieron forzados a cerrar el país completo para evitar una catástrofe aún más espantosa.
Estados Unidos representa la estrategia de “enfermarse progresivamente” Es un país que no está cerca de controlar el contagio.
Y ¿Chile? Nos encontramos en una situación peor que Estados Unidos e Italia, sumando a los errores, la precariedad propia de país latinoamericano; pero las autoridades parecieran estar viviendo la realidad de Nueva Zelanda, sin conexión con el desastre colosal al que llegamos con sus decisiones.
Si bien Italia y Estados Unidos tuvieron un peak de casos nuevos similar (casos/millón de habitantes), Italia redujo sus casos nuevos en varias semanas. Sin embargo, Estados Unidos solo ha reducido los casos nuevos en cerca de un tercio, y esto en más de tres meses. Ese país acumula más de un 50% extra de casos por millón de habitantes que Italia y no para. Si bien, a la fecha, Estados Unidos reporta un 40% menos de personas fallecidas por millón de habitantes que Italia, ambos han sufrido sendas tragedias humanitarias. Lo grave para Estados Unidos es que está lejos de una tregua del contagio. Las autoridades mencionan las segundas olas las cuales son, en realidad, el resultado del relajamiento de medidas que cortan el contagio.
Veamos ahora el detalle de lo que implica cada curva de casos nuevos. Mientras los gobiernos no se enfoquen en controlar el contagio, el área bajo la curva de casos nuevos será mayor. Mientras más casos se acumulen más muertes se terminan desencadenando. Situación que se agrava con el colapso hospitalario que vivimos en Chile.
Abajo se muestran los casos acumulados y personas fallecidas totales por millón de habitantes de cada país con todos en la misma escala.
Nueva Zelanda es el ejemplo de eliminar el contagio, por eso es importante considerarlo y tomarlo como inspiración. Ya no podremos volver atrás en el tiempo y tener su forma de abordar la emergencia, pero nos recuerdan el camino a seguir: un país unido por la causa de aniquilar la curva de contagios. Demás está decir que los habitantes de esa isla desarrollaron una sensación de autoeficacia que les permite confiar en sus gobernantes y volver a tomar las medidas que sean necesarias en caso de que aparezcan nuevos contagios. La salud mental y física de los ciudadanos definitivamente permitirá asumir las pérdidas económicas del confinamiento temprano.
Suecia, uno de los modelos comentados en Chile en abril por el entonces ministro Jaime Mañalich, superó los 5.000 fallecidos. En Gallivare, un municipio sueco de 17.000 habitantes, decidieron iniciar una cuarentena. Sus autoridades dijeron “…hace dos semanas estábamos cerca de cero casos, ahora asistimos a una propagación descontrolada”. La estrategia fallida de Suecia ha causado una enorme cantidad de fallecidos con respecto a sus países vecinos que sí actuaron imponiendo cuarentenas estrictas y tempranamente. Comparando por millón de habitantes, Suecia ha reportado 5 veces más fallecimientos que Dinamarca; 9 veces más que Finlandia y 12 veces más que Noruega.
Por último, República Checa, país con quienes suscribimos acuerdos de cooperación internacional , ha logrado superar la emergencia controlando el contagio. Según destaca el sitio de la BBC “Eslovaquia, Polonia, República Checa y Hungría fueron de los primeros países europeos en cerrar sus fronteras. Además, se introdujeron otras medidas restrictivas como el cierre de escuelas y de comercios no esenciales y restricciones al movimiento de personas, cuando el número de casos era muy bajo”.
Chile lleva 3,5 meses desde el primer contagio y no hay salida a la vista. Seguro que estaremos 6 meses o más con el país paralizado y sufriendo.
Chile en tanto enfrenta un tsunami de casos nuevos y de casos totales. Como dijimos, el área de la curva de casos diarios representa los casos totales, que a su vez desencadena en una proporción en fallecidos. En cifras por millón de habitantes, al 20 de junio tenemos más de 4 veces los casos totales que Italia, más del doble que Suecia, 50% más que Estados Unidos, 12 veces más que República Checa y 40 veces lo que ha reportado Nueva Zelanda.
Como dijimos en una columna anterior en CIPER, el número de personas fallecidas es una cifra que aumenta semanas después que los casos nuevos. Por ello, como en Chile no han dejado de aumentar los casos nuevos diarios, el número de fallecidos podría seguir subiendo.
Aún en etapa temprana, Chile ya supera a Estados Unidos en personas fallecidas por millón de habitantes. Tenemos cerca de un 70% de lo reportado en Italia y Suecia. Con respecto a los países que han tomado buenas medidas, la diferencia es abismal: Chile reporta 12 veces más personas fallecidas por millón de habitantes que República Checa y casi 100 veces más que Nueva Zelanda.
Al día 21 de junio Chile, y olvidándonos de cifras por millón de habitantes, está entre los 10 países con más casos acumulados a nivel mundial y dentro de los 20 con más fallecidos totales. Superando a países 3 a 4 veces más poblados como Italia, Irán, Alemania y Turquía. Todos han realizado más test que Chile con hasta 5 veces más test realizados.
Si la decisión de Chile es seguir con pseudo-cuarentenas -porque miles de personas aún salen a trabajar por causa de sus empleadores-, debemos prepararnos para curvas como Suecia y Estados Unidos, y pensar en que seguiremos en la parte alta del contagio después de septiembre u octubre.
El Ministro Paris tenía razón cuando declaró que los peaks y las mesetas son un ejercicio retrospectivo. La estrategia fracasada del contagio progresivo (defendida en su momento por la autoridad, y hoy negada), que nos confundió a todos y todas, es todavía responsable de la alta positividad de contagios, los hospitales colapsados, y la mortandad diaria. Parte de la estrategia se acompañaba de una constante seguidilla de “errores” comunicacionales, distorsiones en las cifras, cambios en las definiciones y criterios y en la implementación de medidas. La distorsión en las cifras y la confusión comunicacional continúa, a pesar de tener un tono más conciliador. Pero la incoherencia entre el tono y el contenido del discurso sigue allí, ya que se les comunica a las personas el confinamiento como una cuestión de “conciencia”, sin asociar ese mensaje con un apoyo social concreto que lo facilite.
Se culpabiliza a los que cometen infracciones con los permisos (un porcentaje muy bajo) pero se facilita que la actividad económica continúe sin interrupción a través de permisos a decenas de miles de empresas. La comunicación de las vocerías más amables pero confusas se acompaña de una amonestación a aquellos más vulnerables que no pueden respetar la cuarentena.
Chile continúa viviendo un desastre lento que avanza como un tren de carga sin frenos. El virus que el discurso oficialista considera un enemigo implacable ya se empieza a configurar como invencible. No se explica, por ejemplo, porqué las regiones no tuvieron cuarentenas preventivas para evitar el desastre en la Región Metropolitana; a no ser que la estrategia sea acelerar el peak en la creencia que esto implica que finalmente comenzará a bajar el contagio y podremos dar término a la pandemia. Nada más lejos de la realidad epidemiológica que enfrentamos.
Dejar que se contagien cientos de miles de habitantes de Chile o incluso millones, simplemente asegura este altiplano de muerte por meses. A pesar de que la letalidad es baja (lo es en todo el mundo, con cerca de un 5% promedio mundial) la mortalidad sería tan alta en términos absolutos, debido a los altos niveles de contagio, que potencialmente estaríamos enfrentándonos a la peor catástrofe humana, social, y política del país en toda su historia. No es un momento estelar como sugiere el Presidente de la República, ni tampoco es un resultado que es imposible de prevenir. El “espejismo de la baja letalidad” se ha tornado una cifra que ha cruzado toda esta larga emergencia en Chile.
El Presidente de la República, el Ministro de Salud recién reemplazado y su reemplazante han decidido destacar que en Chile ha muerto poca gente en algún sentido. Como lo recalcamos en extenso en una columna en CIPER, la letalidad no es baja ni alta, es una cifra dolorosa. El duelo que se vive en Chile es doloroso; cada día más inconmensurable (si el dolor se pudiese medir con algún indicador). Hay un tremendo error metodológico en el cálculo del índice de letalidad que no permite comparaciones entre países.
Chile siguió una estrategia con medidas laxas como en Suecia, pero sin su calidad de vida ni realidad económica. Chile no puede pensar en una segunda ola, si siquiera intenta detener la primera.
Calcular el índice de mortalidad de modo preciso es un desafío en medio de cualquier brote porque se basa en conocer el número total de personas infectadas, no solo las que se confirman a través de las pruebas. La letalidad será calculada correctamente en el futuro y será potencialmente baja como afirma Nature. En resumen, conocer la tasa de letalidad real es un reto ante las dificultades para tener un registro fiable de cuántos realmente son los infectados: escasean los tests para el diagnóstico y muchos son casos asintomáticos. Su continuo uso por parte del nuevo ministro intensifica y mantiene la confusión comunicacional que caracterizó los primeros cien días con el ministro anterior. No debe usarse como como herramienta de evaluación de las medidas.
Por ello, es necesario que el control de la pandemia esté en manos de una gobernanza fuera de los pasillos de la política diaria del segundo piso de La Moneda. Es necesario tener equipos de expertos externos al gobierno analizando las cifras diarias. Es necesario conformar una mesa no solo de asesores, sino de gestores, que incluya al país completo. Que invite a los científicos, las organizaciones sociales, y las instituciones públicas, en un esfuerzo mancomunado solo informado por la evidencia científica interdisciplinaria tanto nacional como internacional. Gestionar esta epidemia no puede dejarse a amateurs en el manejo de datos. Se requiere tanto conocimiento de la calle como el estrecho conocimiento de investigadores nacionales conectados a lo mejor de la ciencia en el mundo. Es hora de dejar de improvisar. El Presidente de la República no puede hacer el micromanagement de una crisis que nos impactará por décadas y que todos tendremos que asumir como una inflexión significativa a nivel individual, familiar, y nacional. La gobernanza del desastre ha caracterizado a nuestro país, pero también debemos reconocer que es insuficiente para la compleja tarea que tenemos enfrente nuestro.
La discusión de picos y mesetas es mediáticamente atractiva pero solo sirve para simplificar la discusión acerca de reducir las restricciones que facilitarán el retorno a las actividades económicas y por ello afirma un deseo de normalidad que no se sustenta en cómo evoluciona una pandemia. Es hora de pensar distinto; es hora de cambiar la estrategia. Esto no es un juego de liceo donde competimos por quien tiene más fuerza o es primero en cualquier ranking que inventemos.
Esto no es un juego de peaks y picos. Esto es acerca de no tener que seguir enterrando más de doscientas personas diarias y destruir la vida de decenas de miles de familias y comunidades. Es hora de dejar de pensar que se puede llevar un registro improvisado de nuestros muertos. Ya sabemos que eso es trágico, no podemos permitir que vuelva a suceder. Como científicos es difícil entrever las decisiones políticas al interior del gobierno, pero sí sabemos dónde establecer las líneas de lo que es ético y donde se establecen los parámetros de una ética del cuidado. No es necesario seguir jugando con la necropolítica, hemos sufrido suficiente. La economía se levantará, pero los cuerpos de nuestros familiares, amigos, y compatriotas no.
Habiendo cometido errores por más de 110 días, Chile vive un desastre lento que avanza como un tren de carga sin desacelerar.
Nueva Zelanda optó por superar en semanas la parte más dura del contagio y aplastaron la primera ola. Si viene una segunda ola de contagios, todo el país ahí confía en su primera ministra y sabe qué deben hacer. Italia se equivocó y pagó con mucho dolor sus errores iniciales, pero cambió de estrategia y logró superar en cerca de dos meses lo peor de la primera ola. Suecia optó por la inmunidad de rebaño, tomó medidas laxas y desde abril está en una meseta de casos nuevos. Chile lleva 3,5 meses desde el primer contagio y no hay salida a la vista. Chile siguió una estrategia con medidas laxas como en Suecia, pero sin su calidad de vida ni realidad económica. Chile no puede pensar en una segunda ola, si siquiera intenta detener la primera. Seguro que estaremos 6 meses o más con el país paralizado y sufriendo.
El virus que el discurso oficialista considera un enemigo implacable ya se empieza a configurar como invencible.
Muchos comienzan a hablar de incertidumbre frente a la pandemia, la verdad es que no hay tal. Si Chile sigue con la misma estrategia que ha enfermado progresivamente a las personas, con seguridad serán muchísimos meses de pandemia: el doble o triple que Italia o España.
La decisión que enfrenta Chile es 6 semanas de medidas efectivas o más de 6 meses de enfermos, muertos, hambre, desempleo, caída económica, paralización, violencia contra las mujeres y niños, sufrimiento de migrantes. En definitiva, un largo y lento desastre por decisión.
Podemos aplastar la curva de contagio hoy. Abandonemos los peaks y las mesetas, podemos aplastar la curva hoy.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER/Académico recibe aportes de cinco centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales y el Observatorio del Gasto Fiscal. Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.