COLUMNA DE OPINIÓN
Quiénes tienen derecho a pensar en nuestra sociedad: crítica a la prensa de opinión
22.04.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
22.04.2020
El autor de esta columna usa herramientas de la historia para cuestionar a la prensa de opinión, desde donde se busca influir en lo que somos y lo que debemos ser como país. Argumenta que quienes ocupan esos espacios suelen ser hombres alineados con las ideas dominantes y compartir una visión episódica de la historia. Esto último, dice el autor, no les permite ver a Chile en el largo plazo y notar que sigue dominado por “lógicas coloniales”. Argumenta que esa mirada episódica la comparten desde los periodistas -que tienden a interpretan la realidad a partir de series de Netflix- a los columnistas dominicales consagrados.
¿Quiénes serán los llamados y las llamadas a pensar el Chile de las próximas décadas? ¿Seguirán siendo preminentemente hombres? ¿Acaso serán los mismos que se asombraron el año pasado por una realidad que venía mutando hace un buen rato frente a sus narices y que fueron incapaces de leer? ¿Seguirán siendo quizás los economistas, que no sólo se limitaron en las últimas cuatro décadas a aplicar medidas de austeridad fiscal que terminaron por destruir la educación y salud pública, sino que también – en sus versiones más egóticas – se imaginaron literatos, escribiendo novelas de baja estofa en un intento patético de economizar hasta las letras, como lo han hecho Andrés Velasco, Sebastián Edwards y Oscar Landerretche? La crisis social que vive Chile es el reflejo de la crisis de un proyecto de país que ha sido pensado con una visión de sociedad que deifica a la economía como perspectiva hegemónica para entender la realidad.
Las siguientes líneas invitan a (re)pensar un viejo problema que hemos vivido en América Latina desde tiempos atávicos: ¿quienes tienen el derecho de pensar nuestras sociedades? Pareciera que desde hace un tiempo – golpes de estado y dictadura de por medio – las transformaciones estructurales del espacio público generaron las condiciones ideales para el desarrollo de un proyecto economicista de sociedad que sedujo a ambos lados de aquel Chile binominal. La crisis estructural que viene viviendo nuestro país hace rato, pero que se hizo visible para todos desde octubre pasado, también debiera significar repensar el rol de la prensa y los medios en la esfera pública nacional.
En esta columna pretendo examinar críticamente el trabajo de algunos connotados periodistas y columnistas que forman parte de la elite intelectual que hoy construye la mayoría de los macro-relatos interpretativos de la realidad nacional que operan en la opinión pública. Para hacer esto se examinaran los rangos temporales en que se mueven los textos de esta elite –usando a Fernand Braudel y sus conceptos de la larga duración, la coyuntura, y el acontecimiento, – para concluir que esta elite comunicacional e intelectual, incluso la más preparada, desconoce elementos centrales de la historia, es episódica y homogénea y se resiste a nuevas voces.
La Ciudad Letrada de Ángel Rama, obra póstuma publicada en 1984, se ha convertido con el tiempo en uno de los textos más influyentes en los estudios latinoamericanos, y piedra angular para explicar las continuidades entre el período colonial y lo que vendría después de las independencias de las diferentes naciones de la región desde la perspectiva de la elite letrada. En ese texto, Rama mapea el desarrollo y mecánica de la escena pública latinoamericana, analizando los sujetos, espacios e instituciones que conforman la vida cultural de una nación. Y para eso se centra en el rol protagónico que han jugado los llamados letrados: escribanos, cronistas, escritores de prensa, mundo universitario, por nombrar algunos ejemplos.
Rama nos da un marco de análisis para repensar la importancia de este mundo letrado en una sociedad, y para el caso particular de Chile, juzgar el aporte de nuestra elite intelectual –en su sentido más amplio– en el cumplimiento de una tarea que podríamos definir como el desarrollo de un proyecto-país que se haga cargo de nuestra realidad, y que nos proyecte hacía un estadio que permita mejores condiciones de vida para la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas.
Un análisis acabado del funcionamiento de nuestra elite intelectual es un ejercicio mucho más largo; aquí propongo centrarme en una dimensión de lo que podríamos denominar la ciudad letrada contemporánea: el rol del periodismo y los columnistas en el Chile actual.
Si durante el período colonial fueron los llamados letrados los que tuvieron una relación privilegiada con el poder de imaginar y describir la realidad; en la actualidad, y teniendo clara conciencia de que la industria opera bajo sus lógicas sectoriales, la prensa ocupa un rol privilegiado, de elite, de construcción de narrativas explicativas de la realidad. Hace no mucho tiempo atrás los noticieros centrales eran de lo más visto en la televisión local, y si bien el desarrollo de contenidos informativos en plataformas de internet cambió los hábitos de la población para hacerse de esos contenidos, los comunicadores de esa información han seguido siendo periodistas y columnistas.
Ahí se pierde el periodismo: tratando de construir un puente entre ese Chile pre-moderno con una posmodernidad eurocéntrica que aún le es esquiva para la mayoría de la población del territorio nacional.
Esa dinámica ha generado el surgimiento de figuras especializadas en la comunicación de esa información, los llamados lectores y lectoras de noticias, a la que la gente asocia con ideales de credibilidad, y el mercado como rostros “vendedores” para nuestra sociedad que promueve el consumo. Bajo esa premisa, desde un tiempo a esta parte se ha consolidado en nuestra sociedad una visión del periodismo obsecuente frente al poder económico, que no hacen las preguntas que debieran hacer. Asumiendo que los medios tienen propietarios, y que existe una clara relación entre el capital y producción de narrativas que explican la realidad donde ese capital opera, resulta clave que los articuladores de esas narrativas sean de excelencia.
Un análisis de quienes escriben en los principales medios del país nos revela que el periodismo (y aquí me permito generalizar, consciente de que hay excepciones) lleva varios lustros lejos de lo que alguna vez les valió la chapa de cuarto poder: esa capacidad y obligación de fiscalizar a los poderosos.[1] Esas críticas recibe, por ejemplo, Matías del Río como conductor del noticiario de medianoche del canal estatal (estatal en la medida de lo posible).
Otros construyen sus narrativas explicativas de la historia reciente latinoamericana mezclando información “reporteada” viendo Netflix, con una mala formación de historia en general. Acá los ejemplos sobran. Desde Daniel Matamala y su interpretación de la elección de Bolsonaro en Brasil en base a la serie El Mecanismo[2], a los análisis de la realidad social de Fernando Paulsen via The Walking Dead, o los coloquios organizados por Mirko Macari y Alberto Mayol, para resignificar la película El Padrino, pero esta vez como caja de herramientas teórica para el análisis cultural.
En una segunda capa, podemos encontrar a los columnistas de fin de semana. Estos, en su inmensa mayoría hombres, son los llamados a complementar el análisis del pulso diario que ofrecen los medios, aportando, en teoría, miradas más focalizadas que buscan explicar lo que ha ocurrido esa semana y/o construir la agenda, y en el mejor de los casos, instalando temas. Ascanio Cavallo, co-autor de La Historia Oculta del Régimen Militar, hoy no esconde su conservadurismo, y hace gala de su buena pluma para no decir nada que atente contra la jerarquía social que le entrego el sitial de poder que ahora ostenta. Otros como Héctor Soto, disfrazan su defensa del status quo con análisis fílmicos y/o culturales, pero al igual que Cavallo, falla en disimular su agrado con el actual estado de las cosas. Una tercera pata la completan los columnistas del mundo académico que, salvo excepciones, tienen una presencia intermitente en los medios de comunicación.[3]
La crisis sanitaria desnudó la segregación urbana, y nuevamente revela al mundo lo desigual de la distribución del ingreso en nuestro país, la cual no es un subproducto del capitalismo neoliberal chileno, si no piedra angular de nuestro modelo de desarrollo.
Lamentablemente los más estables vienen fallando en el diagnóstico desde hace un buen rato: la actual situación de nuestro país no responde solamente a la modernización capitalista, ni a un tema generacional. Es bastante más complejo que esa visión sobre-simplificada de la realidad chilena. Carlos Peña tiene razón cuando argumenta que el desarrollo del capitalismo es parte esencial de la ecuación, pero debemos entenderlo históricamente, y no como una escenificación más de las problemáticas ontológicas perennes de la filosofía occidental.
En mi opinión, lo que vivimos en Chile hoy debiera ser explicado tomando prestado los tres niveles de análisis temporal que planteó Fernand Braudel: la larga duración, la coyuntura, y el acontecimiento.[4] La larga duración corresponde al nivel de las estructuras, donde los cambios son casi imperceptibles. El segundo nivel, es el de la duración media, el de las coyunturas, en las que los cambios son perceptibles. Y en tercer lugar, la historia événementielle, o la de los acontecimientos.
Desde la perspectiva de la larga duración, cuando hablamos de capitalismo en cualquier país de Latinoamérica, incluido Chile – aunque le duela al chauvinismo excepcionalista historiográfico nacional – tenemos que necesariamente hablar de la plata de Potosí, de la conquista española; de la acumulación capitalista primaria que le permitió a Europa alcanzar el desarrollo industrial alimentándose con las riquezas de América desde la llamada conquista en adelante.
Por lo tanto, Capitalismo en la larga duración latinoamericana es un concepto cargado porque las jerarquías sociales y raciales que sustentaron el desarrollo de ese capitalismo primario durante la colonia todavía conviven con nosotros como una suerte de telón de fondo pre-moderno. En contraste con esa generalidad, aparecen bolsones de posmodernidad que encandilan a los medios, ávidos de poder asociarse ontológicamente con la tradición occidental que representó en el último siglo Estados Unidos y Europa.
Ahí se pierde el periodismo: tratando de construir un puente entre ese Chile pre-moderno con una posmodernidad eurocéntrica que aún le es esquiva a la mayoría de la población del territorio nacional. Ahí aparecen las notas sobre el lugar de Chile en los rankings X, los infomerciales sobre vacaciones idílicas caribeñas disfrazadas de notas periodísticas en los noticiarios centrales, y un largo y triste etcétera.
El segundo tiempo de Braudel es el tiempo medio de la historia, el de la coyuntura. El tiempo histórico donde los cambios ya son perceptibles. Desde esa perspectiva propongo que lo que Chile está viviendo es la crisis de la economía moral neoliberal chilena instalada como correlato del sistema económico impuesto por la dictadura.[5] Y por economía moral nos referimos a esos acuerdos tácitos que permiten que una sociedad funcione. Por lo tanto, la sociedad chilena pasó de un modelo de reparto que basaba su funcionamiento en un sistema solidario a uno donde la salud, la educación y la previsión pasaron a ser considerados como un “problema” individual. Y si bien no es frecuentemente argumentado, el éxito del llamado modelo económico chileno se basó en la construcción de una narrativa de jibarización de un “estado ineficaz”, y la exaltación de una libertad individual virtuosa que generaría el ansiado crecimiento de la economía que llegaría a los diferentes estratos de la población por el llamado chorreo.
El “milagro chileno” se basó en la fe en ese dogma. Y así como el documental La Batalla de Chile de Patricio Guzmán refleja un momento de la historia de Chile donde los trabajadores fueron capaces de transformarse en sujetos históricos durante los 70s; comerciales como el de Faúndez, y ese ascensor que reúne a dos ejecutivos con un “emprendedor popular” que contesta su celular se transformó en un símbolo del éxito de cómo la idea del self-made-man chilensis, intentaba permear a todas las capas de nuestra sociedad. Y lo hizo. Las dos elecciones de Piñera si bien capturaron el voto de castigo contra la ex-Concertación, también representan la cristalización del éxito de lo individual por sobre lo colectivo.
No querer ver eso, es no entender la naturaleza del problema que enfrenta Chile hoy. Lo que estamos viviendo, en términos de coyuntura, es la transformación de la economía moral chilena después de casi 50 años de hegemonía del individualismo.
Lo que vivimos hoy en Chile tiene relación con un evento mundial, pero también es el resultado de una sociedad que ha basado su desarrollo en la exaltación del individualismo como ethos del modelo económico de los últimos 50 años, y a su vez el resultado de una estructura socio-cultural colonial que se niega a desaparecer.
Por último, lo que Braudel denomina la historia del acontecimiento es la preferida del periodismo porque es la más fácil de ver. Aquí entran las elecciones, los terremotos, los huracanes, los accidentes, y también las pandemias. La gran ventaja de este tipo de historia, si es que se hace de forma correcta, es que estos “eventos” permiten a los historiadores e historiadoras entender cómo funcionan las sociedades, revelando las estructuras sociales que afirman la arquitectura económica de una sociedad.
El ejemplo de lo que ocurre en Chile hoy con el COVID-19 es claro. La actual crisis sanitaria desnudó la segregación urbana de ciudades como Santiago, y nuevamente revela al mundo lo desigual de la distribución del ingreso en nuestro país, la cual no es un subproducto del capitalismo neoliberal chileno, si no piedra angular de nuestro modelo de desarrollo.[6]
Lo que vivimos hoy en Chile sin duda tiene relación con un evento mundial, pero también es el resultado de una sociedad que ha basado su desarrollo en la exaltación del individualismo como ethos del modelo económico de los últimos 50 años, y a su vez el resultado de una estructura socio-cultural colonial que se niega a desaparecer.[7]
Espero que una mirada histórica que combine estos tres niveles de análisis temporales permita explicar de mejor manera los procesos históricos que operan actualmente en nuestro país. Pienso que la historia debiese encontrar un lugar en los medios de comunicación, pero no por una defensa gremial per se, sino por la profunda convicción que la composición social y de género de nuestra Ciudad Letrada no ha variado mucho desde la época colonial hasta nuestros días, y eso debe cambiar. La reciente incorporación de Paula Escobar, como columnista de La Tercera, ha demostrado ser un gran aporte estas últimas semanas, pero faltan muchas otras voces.
La reciente discusión sobre paridad en el próximo plebiscito constituyente no hace más que ratificar mi hipótesis. La pulsión natural de nuestra Ciudad Letrada tradicional fue cerrar filas a cualquier tipo de apertura, pero afortunadamente las transformaciones tecnológicas que han acompañado los cambios económicos de las últimas décadas hacen cada día más difícil defender el statu quo desde las columnas dominicales solamente. La presión ejercida por la sociedad vía redes sociales hizo que la paridad de género se instalara como un sentido común de una nueva economía moral que está en gestación. De ahí que la incorporación de nuevos actores sociales en nuestra Ciudad Letrada nos permitirá tener mejores herramientas análisis y por tanto, tomar mejores decisiones como sociedad.
[1] Como el trabajo de Claudia Lagos y Antoine Faure, o el texto de Francisca Márquez.
[2] Escribí al respecto de la lectura de Matamala de la elección de Bolsonaro en El Desconcierto. Y de la importancia de la historia para interpretar los eventos que ocurren en Brasil.
[3] CIPER sin duda ha marcado tendencia en esto con la sección CIPER académico.
[4] Su artículo “La larga duración”, es un apartado del libro La historia y las ciencias sociales de Alianza Editorial.
[5] Edward Palmer Thompson desarrolló la idea de economía moral en su texto La formación de la clase obrera en Inglaterra, 1963.
[6] Para más información sobre esta dimensión del neoliberalismo hay un excelente artículo de Francisco Vergara y Carlos Aguirre: Vivienda a precios demenciales 2: por qué es necesario que el Estado regule los precios
[7] Sobre la persistencia de ese Chile, ver: “El capitalismo jerárquico de Chile difícilmente puede ser defendido por los partidarios del libre mercado”
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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