COLUMNA DE OPINIÓN
Consecuencias del “orden cultural patriarcal” en la salud de mujeres
10.03.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
10.03.2020
Las mujeres que experimentaron una infancia pobre tienen un 13% más de enfermedades crónicas en la vejez que las que tuvieron una infancia “no pobre”, afirma el autor de esta columna. Usando datos de un artículo científico recientemente publicado en el International Journal of Public Health, muestra como las reglas que impone un “orden cultural patriarcal” perjudican la salud de las mujeres. Por ejemplo, aquellas que pasan largos períodos fuera del mercado laboral o en trabajos informales tienen un 20% más de enfermedades crónicas que el reducido grupo de mujeres que tuvo empleos formales.
La masividad de las manifestaciones feministas en los últimos meses nos indica que, posiblemente, una de las fuentes más relevantes del descontento de la población que ha decidido movilizarse activamente desde Octubre de 2019 son las inequidades sociales entre mujeres y hombres, generadas como consecuencia del orden cultural patriarcal. En Ciencias Sociales, el orden cultural patriarcal se ha entendido como un sistema socialmente construido de reglas y patrones normativos sobre hombres y mujeres, que conducen a desiguales oportunidades de acceso a beneficios materiales y simbólicos en múltiples instituciones de la sociedad como la familia, la educación o el mercado laboral.
Una de las grandes conquistas del movimiento feminista en Chile (desde Julieta Kirkwood, Elena Caffarena, y muchas otras, en adelante) es haber evidenciado a toda la población que dicho orden cultural incide en múltiples dimensiones y facetas de la vida de las mujeres, tales como el acceso a empleos con peores condiciones contractuales, de menores ingresos, y de plazo fijo; la exposición a la violencia física y psicológica en las relaciones de pareja; el fomento de expectativas educativas altamente segregadas (las mujeres usualmente fuera de posiciones científicas); el trato discriminatorio en los medios de comunicación; la imposibilidad de mantener un equilibrio adecuado entre vida familiar y laboral; un costo más elevado de la previsión de salud; el acceso a peores pensiones durante la vejez; entre muchas otras dimensiones.
Sin embargo, algo sobre lo que se posee poca evidencia en nuestro país es acerca de la manera en que las desigualdades, por ejemplo económicas y laborales generadas como consecuencia del orden cultural patriarcal, posee efectos en el estado de salud de las mujeres. Tampoco se conocen los mecanismos que podrían explicar la relación entre un orden desigual de género y una peor/mejor salud entre las mujeres.
Recientemente junto a un grupo de colegas, nos propusimos estudiar cómo aquello que ocurre a lo largo del curso de vida de las mujeres incide en su estado de salud en la vejez. De esta colaboración resultó una publicación científica titulada “Advantages and disadvantages across the life course and health status in old age among women in Chile” (Ventajas y desventajas a través del curso de vida y salud en mujeres mayores en Chile) y publicada en el International Journal of Public Health.
Nuestro punto de partida fue entender que el estado de salud de las mujeres en la vejez es el resultado de un proceso acumulativo de ventajas (oportunidades) y desventajas (riesgos) en diferentes dominios sociales (por ejemplo, educación, redes sociales, condiciones laborales y familiares, estatus migratorio), así como en distintas etapas de vida (primera infancia, niñez, adolescencia, juventud y adultez). Esta perspectiva, que en la literatura se conoce como enfoque de ventajas y desventajas acumuladas (o enfoque CAD por su nombre en inglés), posee a su vez diferentes aproximaciones para comprender el efecto de la acumulación de ventajas/desventajas.
Las mujeres que experimentaron una infancia pobre, tuvieron un 13% más de enfermedades crónicas en la vejez respecto a quienes tuvieron una infancia no pobre.
Una de estas aproximaciones se denomina “períodos sensibles o críticos”, y asume que la exposición a condiciones perjudiciales/privilegiadas, por ejemplo en etapas tempranas de la vida (niñez), tiene efectos directos en estatus de salud posteriores. Otra aproximación se titula “movilidad social”, y propone que el efecto de las condiciones en la niñez sobre estatus de salud en la vejez, puede ser moderado por condiciones económicas mejoradas/empeoradas en la adultez. Finalmente, una tercera aproximación se denomina “acumulación de riesgos”, y sugiere que la exposición continua a diferentes circunstancias sociales positivas/perjudiciales durante la adultez interactúa con el estatus privilegiado/desprivilegiado de la niñez, afectando estatus de salud posteriores.
Basados en estas aproximaciones, y utilizando datos longitudinales de la Encuesta de Protección Social (EPS), analizamos a 2.627 mujeres mayores de 60 años, y examinamos el modo en que indicadores socioeconómicos de la niñez (períodos sensibles o críticos), indicadores financieros (movilidad social), e indicadores de la adultez (acumulación de riesgos), afectaban el número de enfermedades crónicas en la vejez (tales como hipertensión, diabetes, cáncer, enfermedad pulmonar, enfermedades cardíacas, artritis, enfermedades renal, infartos, obesidad). Estas asociaciones fueron realizadas controlando por factores tradicionales de riesgo de estas enfermedades crónicas (por ejemplo, edad, consumo de alcohol, actividad física, y cobertura de salud pública/privada).
Entre los resultados más relevantes se observa que las mujeres que experimentaron una infancia pobre, tuvieron un 13% más de enfermedades crónicas en la vejez respecto a quienes tuvieron una infancia no pobre. Por otra parte, descender económicamente, en comparación a quienes ascienden, aumenta el riesgo de enfermedades crónicas en un 9.4%. Finalmente, se observa que las mujeres que tuvieron una trayectoria laboral durante su adultez caracterizada por permanecer largos períodos fuera del mercado laboral, así como aquellas caracterizadas por estar durante largos períodos de tiempo empleadas pero en trabajos informales (sin contrato, ni cotizaciones previsionales), poseen un 21.4% y un 22.2% respectivamente más de enfermedades crónicas que aquellas mujeres que estuvieron empleadas en trabajos formales y que no experimentaron interrupciones laborales prolongadas.
Descender económicamente, en comparación a quienes ascienden, aumenta el riesgo de enfermedades crónicas en un 9.4%.
Aquí es importante destacar que el efecto de condiciones laborales precarias o de la movilidad económica descendente sobre un peor estado salud en la vejez, también es una realidad entre los hombres. Sin embargo, son las mujeres quienes mayoritariamente—debido a un orden cultural que históricamente las ha relegado a posiciones simbólicamente inferiores y materialmente precarias—no ascienden económicamente durante sus vidas, y poseen una escasa y débil participación en el mercado laboral (para profundizar sobre la diferencia de trayectorias laborales y económicas entre hombres y mujeres en Chile, revisar los artículos “Private pension systems built on precarious foundations: A cohort study of labor-force trajectories in Chile” o “How have women’s employment patterns during young adulthood changed in Chile? A cohort study”).
Los resultados de esta investigación nos muestran que la salud de las mujeres en la vejez, aún controlando por factores de riesgo tradicionales, está determinada por ventajas y desventajas acumuladas en diferentes etapas de la vida (niñez, juventud, adultez). Las políticas y programas que busquen promover una vejez saludable, en particular entre las mujeres, no deberían por lo tanto enfocarse exclusivamente en la prevención y el manejo de factores de riesgo tradicionales, sino también atender al efecto de desventajas sociales que muchas mujeres acumulan durante sus vidas como consecuencia del orden cultural patriarcal.
Finalmente, como se ha observado en la prensa en las últimas semanas, en Chile al igual como ocurre en otros países, se ha comenzado a fomentar mediante incentivos financieros que las personas extiendan su vida laboral más allá de la edad legal de jubilación. Tener carreras laborales más largas y postergar el momento de la jubilación permite a las personas acceder a un salario por mayor tiempo (salario la mayoría de las veces superior a una pensión) y además aumentar el fondo acumulado de cotizaciones previsionales. Sin embargo, es de suma importancia reflexionar sobre el impacto diferenciado que pueden tener este tipo de políticas públicas en mujeres y hombres, considerando las enormes diferencias en sus trayectorias laborales durante etapas previas de la vida, así como los efectos en salud de dichas trayectorias (para profundizar sobre este aspecto consultar el libro “Extended working life policies: International gender and health perspectives”).
Agradecimientos: Este trabajo contó con el apoyo de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), a través de los proyectos CONICYT/ FONDECYT/INICIACION/Nº11180360, CONICYT/FONDAP/Nº15130009, e Iniciativa Milenio.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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