LA HISTORIA DE DESPROTECCIÓN QUE SE VIVE EN RENCA, SAN BERNARDO Y LA PINTANA
Crónica de cinco saqueos y nueve muertos: estado de emergencia agudizó el abandono de la periferia
27.10.2019
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LA HISTORIA DE DESPROTECCIÓN QUE SE VIVE EN RENCA, SAN BERNARDO Y LA PINTANA
27.10.2019
El gobierno sacó a la calle a los militares para controlar el orden. Fracasó. A una semana de decretado el estado de emergencia, 329 locales comerciales habían sido saqueados en el país. CIPER recorrió cinco focos de saqueos con incendio en San Bernardo, La Pintana y Renca. En tres de ellos, nueve personas murieron. Testimonios de vecinos, carabineros, bomberos y funcionarios municipales, retratan el abandono permanente del Estado en esos sectores. La desigualdad, y la falta de control policial y militar en esta semana crítica, fueron la chispa que desató la tragedia.
La medida “es simple y profunda: asegurar el orden público, asegurar la tranquilidad de los habitantes de la ciudad de Santiago, proteger los bienes tanto públicos como privados”. El Presidente Sebastián Piñera, a las 00:15 del sábado 19 de octubre –cuando ya ardía una veintena de estaciones de Metro– anunciaba el último recurso que tiene un gobierno para controlar la seguridad pública: sacar los militares a la calle. Y fracasó. En la siguiente semana fueron saqueados 196 supermercados, bodegas y otros comercios menores, solo en la Región Metropolitana, según cifras del OS9 de Carabineros. A nivel nacional el número aumenta a 326.
El estado de emergencia instaurado cuando despuntaba el segundo de los nueve días de manifestaciones y desmanes que han crispado al país, expuso con más crudeza que nunca el abandono por parte del Estado –particularmente en materia de control policial– de las zonas periféricas de Santiago. En la mañana de ese mismo sábado se iniciaron saqueos que en la mayoría de los casos duraron horas antes de que apareciera una patrulla militar, un piquete de Carabineros o un vehículo de la PDI. Hasta camiones y camionetas alcanzaron a ser cargados por las turbas ante la nula presencia policial y militar.
La más cruda evidencia del nivel que alcanzó el descontrol es que al menos 11 personas aparecieron muertas en locales saqueados e incendiados. Las circunstancias y causas de esos decesos aún están siendo investigadas.
CIPER recabó testimonios –de vecinos, carabineros, bomberos y funcionarios municipales– en cinco lugares donde los saqueos no solo duraron horas, sino que volvieron a repetirse hasta cuatro veces en los días siguientes. Y donde los incendios –que también rebrotaron hasta en tres ocasiones– cobraron la muerte de nueve personas en total: el Líder de avenida Lo Blanco con Ochagavía (San Bernardo, dos muertos); el Construmart del paradero 31 de Santa Rosa (La Pintana, dos muertos); la bodega de Kayser (Renca, cinco muertos); un local de Central Mayorista (La Pintana) y el Líder de avenida Miraflores (Renca).
Los testimonios de los vecinos de todos estos sectores coinciden en un punto: la desprotección policial permanente, que empeoró con el estado de emergencia, y el imperio de bandas que imponen su ley. No es la primera vez que esta realidad queda expuesta. Ya en 2009 y 2012 CIPER publicó extensos reportajes sobre el abandono del Estado en 83 poblaciones de la capital (vea “Vivir y/o morir en una zona ocupada de Santiago” y “El dominio del narco en las poblaciones más vulnerables de Santiago”). Lo mismo graficó un reportaje de Informe Especial de TVN en septiembre de este año y un capítulo del programa “En su propia trampa” de Canal 13, emitido en 2015, donde un equipo periodístico estuvo bajo fuego de bandas delictuales durante horas en Quilicura sin que la policía respondiera sus llamados de auxilio.
En el recorrido realizado ahora por CIPER encontramos vecinos que se organizaron para impedir nuevos saqueos. Lo hicieron por temor a que los incendios se propagaran a sus casas y porque estos grandes centros comerciales son el único punto, en kilómetros a la redonda, donde encuentran cajeros automáticos, Servipag y farmacias, entre otros servicios de primera necesidad. Si se pusieron los “chalecos amarillos” que los distinguieron en estos días, fue para reemplazar la seguridad pública que el Estado no les proporcionó.
Los testimonios indican que en las turbas que arrasaron con estos locales no hubo gritos de consignas políticas ni rayados anarquistas. Con pudor, reconocen que la mayoría de los que intervinieron fueron vecinos que vieron la oportunidad de sacar una ganancia fácil e inesperada. Un fenómeno que CIPER ya había retratado en los días posteriores al terremoto del 27/F (vea los reportajes “Saqueadores: ladrones de ocasión” y “Saqueadores post terremoto II: la horda que nunca llegó a las casas”).
Esta es la historia de cinco saqueos y nueve muertes.
Primero escuchó los ladridos. Eran cerca de las 20:45 del sábado 19, se acercaba el toque de queda, y el escándalo de su perro lo alertó. Salió a mirar y vio un auto, con varios hombres, estacionado afuera de su casa. Vio armas. Avisó a sus vecinos. Iluminados solo por focos de autos, en la calle aparecieron algunos grupos que en minutos se convirtieron en multitud. Iban al supermercado Líder de avenida Miraflores, en el sector de Nueva Renca.
El saqueo duró horas. Los vecinos llamaban insistentemente a Carabineros. El celular de uno cuenta 24 llamadas esa noche. Nadie llegó.
A esa hora, en la subcomisaría Lo Velásquez –en Avenida Brasil, a unos tres minutos en auto–, los disturbios crecían. Los cerca de 40 uniformados que estaban ahí no podían salir. Afuera, fogatas y barricadas. Unas 70 personas gritaban y tiraban piedras y botellas. Un carabinero dijo a CIPER: “No tuvimos ninguna capacidad de reacción (para acudir al saqueó del Líder), porque teníamos que defender la unidad”. Otro comentó que el “jefe pidió ayuda de los militares el sábado, pero ese día no llegaron”. La Séptima Comisaría de Renca, a unos cinco kilómetros del Líder, estaba en una situación similar. En ambos recintos repicaba el teléfono una y otra vez. Los mensajes por WhatsApp tampoco paraban. Los vecinos alertaban lo que pasaba en el Líder. Pero no hubo capacidad para responder.
El alcalde de Renca, Claudio Castro (DC), dijo a CIPER que solicitó a la Séptima Comisaría que fueran al lugar, pero le dijeron que no había personal suficiente: “A las 21 o 22 horas, ya había saqueos en distintos lugares de la comuna, incluyendo el del Líder. Los carabineros pensaron que iba a estar más tranquilo. También solicité apoyo al gobierno, pero no me dieron respuesta. Tenemos un carabinero cada mil habitantes y menos vehículos policiales que cuadrantes”.
Cerca de la medianoche, una patrulla de la subcomisaría pasó por el supermercado. Vio la turba. Tiró una lacrimógena al local y siguió su camino. No sirvió de mucho. Esa noche, ni Carabineros ni el Ejército ni la PDI llegaron a contener a la masa que sacaban hasta refrigeradores. El saqueo siguió hasta después de las dos de la mañana.
La turba volvió antes de las 09:00. Los vecinos se despertaron por los gritos y el estallido de la reja cuando la forzaron enganchándola a un vehículo. La masa había vuelto en autos y camionetas. Lo que era una calle de dos pistas ahora era usada como una de seis, incluyendo las veredas. El saqueo se extendió a la bodega de ropa interior de la empresa Kayser, a pocos metros del Líder.
Cerca del mediodía el ruido en la calle era ensordecedor. “Había unos 500 autos afuera, no exagero, era impresionante. Una multitud. Ocupaban cada espacio posible. No se podía pasar y los autos chocaban entre ellos. Llamábamos al 133, al Plan Cuadrante. Y nada”, cuenta uno de los vecinos del condominio La Hacienda, que queda justo detrás de la bodega de Kayser. “Era caótico, se robaban entre ellos. Un grupo estaba llenando una camioneta y llegó otro y se la robó. Otros sacaron un camión de Kayser y lo llevaron hasta el Líder para cargarlo, pero no pudieron”.
Los vecinos seguían llamando a Carabineros. “Todos sabíamos que iban a saquear. Acá estamos los más pobres y no pusieron ningún resguardo en ningún lugar del sector poniente. Estamos agotados. Esto se pudo haber evitado con cuatro militares”. Varias personas del barrio se enfurecieron al ver cómo carabineros y militares hacían grandes despliegues en otras comunas. “Comunas cuicas”, aclara uno. “Y nosotros llamando como hueones”, agrega otra.
Un joven del condominio almorzaba con su familia cuando sintió olor a humo.
–No se estará quemando el Líder…– le dijo a su hermano, preocupado.
Cuando se asomaron, vieron que era la bodega de Kayser de la que salían llamas. Eran las 15:10.
Enfrentados al fuego, los saqueadores comenzaron a volver al supermercado. Pegada a la pared de Kayser está la casa del cuidador de Agrícola Los Girasoles. Los vecinos vieron con angustia cómo el vigilante se subía al techo de su vivienda y, con una manguera, mojaba lo que podía para evitar que lo alcanzaran las llamas.
Corrieron a ayudarlo. Empezaron a sacar las cosas, a intentar con desesperación apagar el fuego. Las latas selladas desde la base de cemento de la bodega de Kayser se hinchaban. El edificio parecía inflarse.
– ¡Esta huevá va a explotar!
– ¡Se va a derrumbar!
La bodega, dicen varias personas del barrio, parecía una pelota. Las llamas salían cada vez con más fuerza.
– ¡Llamen a los bomberos! ¡Llamen a los pacos!
Media hora duró la angustiante faena de los vecinos, hasta que llegaron carros de distintas compañías (Renca, Santiago y Estación Central). Fue la primera ayuda que recibieron. Decenas de bomberos empezaron a trabajar, usando el agua de un solo aljibe, y los vecinos ayudaban con las mangueras de sus casas, porque en el sector no hay grifos.
Empezaron las peleas entre quienes apagaban el fuego, temiendo que se quemaran sus casas, y los que seguían entrando y saliendo del Líder, esquivando a los voluntarios entremedio de ese caos.
Algunas personas fueron en auto a la subcomisaría, a gritar que por favor fueran, que se estaba quemando la bodega de Kayser.
A las 16.13, mientras bomberos seguían intentando apagar el fuego, unos seis militares llegaron y comenzaron a ayudar a despejar el lugar para que pudiera pasar una grúa. Después, a controlar que nadie ingresara a la bodega. Habían pasado casi 19 horas desde que comenzó el saqueo en la noche anterior y recién aparecía un contingente para poner orden.
Debían buscar entre los escombros si había algún muerto. Había cinco: tres menores de edad y dos adultos. De ellos, cuatro ya están identificados: Manuel Jesús Muga Cardemil (59), Andrés Felipe Ponce Ponce (38), Yoshua Patricio Osorio Arias (17) y Julián Marcelo Pérez Sánchez (51). Las circunstancias en que fallecieron aún no están claras. Sus familias sospechan que fueron agredidos antes de que murieran atrapados por las llamas, que fueron encerrados. Pero CIPER no pudo confirmar esas versiones.
Desde la subtenencia llegaron a pie dos carabineros con chaleco antibalas y casco. “Justo había un lanza dando vueltas, lo salieron persiguiendo, pero se les escapó”, relata una vecina.
Las horas eran eternas, costaba respirar. El fuego no amainaba. Todo crujía, y los gritos se escuchaban desde todas partes. Aún había gente que seguía saqueando el supermercado. Ahí quedaban cada vez menos cosas, así que la masa se dirigió al Montserrat y la embotelladora de Coca Cola que están cruzando Miraflores. Ahí, funcionarios de la PDI –que acababan de llegar– los ahuyentaron.
El fuego en la Kayser se estaba controlando cuando, a las 17:57, empezó a salir humo del supermercado.
Los voluntarios, que a esas alturas ya llevaban más de dos horas de trabajo, vieron con espanto cómo crecía la columna de humo negro. Reaccionaron rápido. En cuestión de minutos, decenas de vecinos y bomberos, cinco carabineros y algunos PDI acarreaban mangueras y ayudaban como podían. De los militares, nada.
Después todo pasó muy rápido. A las 18:39, la Compañía de Bomberos de Santiago tocó la sirena para alertar: el derrumbe era inminente, había que evacuar. Veinte minutos más tarde casi no se podía ver entre el humo espeso de la gigantesca estructura en llamas.
Para las 19:30, la mole del supermercado ya había colapsado sobre sí misma. Dos horas después, el incendio se dio por apagado. Todavía crepitaban algunos restos cuando todos, menos los vecinos, empezaron a retirarse. Uno le preguntó a un carabinero por qué no habían llegado antes, cuando aún se podían evitar los saqueos, los incendios y las cinco personas muertas.
– No damos abasto–, le respondió.
Un funcionario policial de Renca lo explicó así a CIPER:
– ¿Qué hacen cinco carabineros contra 400, 500 personas? Somos muy pocos, y teníamos que repartirnos por toda la comuna.
Los vecinos entendieron rápidamente que estaban solos. Se organizaron. Cortaron la calle con el mismo camión que los saqueadores habían intentado usar en el supermercado. Con palos, fierros y un dron, armaron una precaria defensa. Bajaron aplicaciones para comunicarse entre ellos y, en los días que siguieron a ese fin de semana irrespirable, el grupo de familias coordinadas creció: de La Punta hasta El Montijo. Desde entonces, ladrones han vuelto al supermercado, a la bodega y han intentado meterse a robar a sus casas. Los carabineros van a veces, cuando pueden.
Los vecinos entienden que la dotación no es suficiente. Y dicen que nunca lo ha sido. Más claro aún les quedó cuando los militares llegaron y al poco rato se fueron. “El sábado acá teníamos, con suerte, cinco militares. Y nos dijeron que se iban a tener que ir, que nos cuidáramos solos”, se lamentó un hombre, mientras limpiaba la calle.
Por las noches hacen barricadas y fogatas para cerrar el paso a saqueadores que insisten en meterse al Líder y a Kayser, aunque ya no queda nada en esos cascarones. Por la mañana apagan y limpian los restos de las fogatas, y se van a trabajar. Por la noche, vuelven a la calle porque temen nuevos saqueos que terminen en incendios que afecten sus casas.
El miércoles 23 en la tarde detuvieron junto a carabineros a unos hombres que intentaban abrir los cajeros que siguen dentro del supermercado. En la noche atraparon a otros en lo mismo. Recién el jueves aparecieron trabajadores de Líder, quienes bloquearon el perímetro, soldando las rejas.
Los vecinos no se sienten seguros, y les molesta desconfiar de la gente de sus propios barrios:
– Antes de que pasara todo esto también estábamos solos. Seguimos igual. Aquí estamos todos endeudados y cansados. El descontento de todos nosotros es por la desigualdad– dice un joven, mientras los vecinos siguen apagando la fogata de la noche anterior.
En el Líder de la intersección de Lo Blanco con Ochagavía (San Bernardo), lo único que queda en pie son tres cajeros automáticos. Todo lo demás fue convertido en cenizas o metal derretido. Es martes 22 de octubre y han pasado tres días desde que una turba lo saqueó, un poco menos desde que un incendio consumió lo poco que quedaba en su interior y apenas algunas horas desde que un segundo siniestro arrasó con todo lo demás. Casi todo, en realidad, porque un joven mira los cajeros y se pregunta en voz alta si tendrán plata. Se asoma y dice que sí, porque no están reventados, sino quemados.
La duda resulta peligrosa: de acuerdo con la información preliminar que levantó Bomberos, un supuesto intento de abrir esos cajeros, utilizando un balón de gas, gatilló el incendio de la noche del sábado 19 de octubre.
El comandante del cuerpo de bomberos de San Bernardo, Marcos Echeverría, recuerda que el primer llamado de alerta lo recibieron pocos minutos después de las 22:00 del sábado, y que posiblemente provino de los vecinos de la Villa Tepual o del condominio Los Almendros, ubicados al frente y a un costado del Líder, respectivamente.
– Cuando llegaron los primeros carros, había mucho humo y fuego muy agresivo en la parte sur del supermercado, donde abundaba el material de fácil combustión. Además, se nos dijo que al interior quedaron cuatro personas encerradas, que presuntamente habrían estado participando de los saqueos que se iniciaron esa tarde— cuenta a CIPER.
La intensidad del incendio y el inminente peligro que representaba para las casas aledañas, movió a la dotación completa de las dos compañías de bomberos de San Bernardo y a refuerzos que llegaron desde otras comunas, como Recoleta. Según el cálculo de Echeverría, eran alrededor de 130 voluntarios en total.
El comandante explica que las tareas centrales fueron dos: controlar las llamas y realizar las labores de búsqueda tan rápido como fuera posible. Cuenta que no fue fácil, porque, además del tamaño del inmueble, no había grifos cercanos con la suficiente presión de agua.
—La presencia de camiones aljibes resultó elemental— agrega.
Una vez que lograron disminuir la temperatura, ingresaron y encontraron un herido. Se trata de José Manríquez Cordero (28), quien fue trasladado inmediatamente a un centro asistencial y que se encuentra internado en el Hospital El Pino con un 75% de su cuerpo quemado y en riesgo vital.
Pocos minutos después, a las 00:56 del domingo, hallaron los cuerpos de dos personas más donde solía haber una sala de ventas. Murieron calcinadas. Paula Lorca Zamora (44) y Alicia Cofré Peñailillo (42), se transformaron en los primeros nombres que aparecieron en la lista oficial de fallecidos desde que se decretó el toque de queda en la Región Metropolitana.
De ellas se dijo que eran indigentes, pero la información que maneja el municipio indica que eran pobladoras de villas cercanas al Líder, ambas con familia.
De la cuarta persona que supuestamente quedó encerrada en el incendio, no hubo una sola pista. “Afortunadamente nunca existió”, dice Echeverría.
Tras apagar el fuego, el último carro de bomberos se fue a las seis de la mañana del domingo, aunque parte del contingente tuvo que volver en la madrugada del martes debido a un agresivo rebrote. Por eso el piso está pastoso y el techo humeante. Y por eso una veintena de personas se empecina en sacar lo último que queda de lo que alguna vez fue el pasillo de licores. Sus góndolas quedaron destruidas, pero, inexplicablemente, algunos pack de cervezas resistieron las llamas. Ennegrecidas, chicharrean por lo caliente que están.
—Me las llevo igual, de algo sirven—, dice un hombre de unos 60 años que las guarda en la maleta de un Chevrolet Corsa.
El sábado 19, el Líder de Lo Blanco –uno de los supermercados más grandes de San Bernardo- cerró sus puertas entre las 17:00 y las 18:00. Tras el anuncio del toque de queda, la presunción de los vecinos era que se llenaría de carabineros o militares, pues tenían la certeza que sería uno de los primeros focos de saqueos.
Lo primero, aseguran, estuvo lejos de cumplirse. Apenas vieron tres patrullas. Pero lo segundo sí ocurrió.
A las 19:00, cuando aún no anochecía, ya eran cientos de personas las que ingresaban corriendo al supermercado y salían con cajas de fideos, carne, electrodomésticos, ropa, loza y alimento para mascotas. Lo que no alcanzaba a entrar en las maletas de los autos y camionetas, era lanzado a los patios de las casas, aunque algunos vecinos rechazaban la mercadería y la tiraban de vuelta a la calle.
Según un recuento cronológico de la Municipalidad de San Bernardo, el saqueo al Líder estuvo precedido por 21 eventos que también demandaron presencia policial, como el apedreo que sufrió su propio edificio consistorial y dos estaciones de Metrotren, los robos que afectaron a bancos alrededor de la Plaza de Armas, barricadas, semáforos dañados, y saqueos a otros supermercados y ferreterías.
—Durante la tarde del viernes, el sábado y domingo en la mañana, no contamos con la dotación policial suficiente para poder enfrentar los distintos disturbios— dice el Administrador Municipal de San Bernardo, Felipe Quintanilla. La corporación, además, debió coordinar su trabajo sin la alcaldesa Nora Cuevas, quien se encontraba haciendo uso de sus feriados legales en Verna (Suiza). Pudo retornar al país recién el martes 22.
Quintanilla cuenta a CIPER que, para hacer frente a todos estos hechos en simultáneo, la capacidad de Carabineros era la que habitualmente tiene a disposición la comuna: la 14° y la 62° Comisaría.
—Mientras ocurrían estos incidentes, la municipalidad se contactó permanentemente con la policía, y su respuesta era que estaban absolutamente sobrepasados, respondiendo como podían— dice Quintanilla, quien detalla que a raíz de esta situación, la municipalidad le solicitó al ministro del Interior, Andrés Chadwick, que dispusiera de un mando en la comuna de San Bernardo y no en Santiago.
Si bien no hubo respuesta formal, Quintanilla considera que el gobierno atendió su llamado y por algo envió más contingente policial y militar. De otra forma, dice al administrador, no había cómo resguardar los 41 colegios municipales, los 14 jardines infantiles, los 11 centros de salud y los dos hospitales públicos.
—No queríamos ni queremos hacer un llamado a militarizar la comuna, pero lamentablemente carecíamos del apoyo que ameritaba una situación como esa— explica.
Una vez que se desató el incendio, el administrador municipal asegura que surgió otro problema: los salvoconductos para los funcionarios que debían atender la emergencia. Hasta ese momento, los únicos que contaban con el documento eran los bomberos y las ambulancias. Todos los equipos de protección civil y de apoyo de la municipalidad tuvieron que esperar el suyo.
Por esto, Quintanilla asegura: “Los disturbios que se produjeron entre el día viernes y el día sábado en la mañana, claramente responden a la falta de capacidad y de dotación de fuerzas de orden y seguridad en la comuna. Simplemente, no hubo cómo abordarlos”.
CIPER solicitó una entrevista en la Prefectura Maipo de San Bernardo, donde un sargento se limitó a decir que “ahora sí damos abasto”, pese a que segundos antes de esta intervención, un grupo de personas reclamó por la falta de protección en un supermercado mayorista.
Parte de los refuerzos que ha recibido Carabineros desde el fin de semana, provienen de la Escuela de Suboficiales de la institución. Según comentó uno de ellos, a condición de reservar su identidad, desde su llegada han cumplido turnos de hasta 12 horas, por lo que se encuentran agotados. En los pocos minutos que tienen de descanso, se sientan en el bus estacionado frente a la 14° Comisaría, a pasos de la Plaza de Armas de la comuna. La fuerza militar, en tanto, resguarda las estaciones de Metrotren, algunos supermercados y malls.
Pero hay algunas zonas en que ninguna de las dos instituciones se hace presente, según cuentan los vecinos. Uno de ellos es Las Acacias, un sector industrial y residencial emplazado hacia el poniente de la comuna. Allí relatan a CIPER que en la noche del domingo un grupo de personas se acercó hasta las bodegas de la zona y saqueó abarrotes y carnes.
—Antes pasaron por la villa invitándonos a saquear, pero dijimos que no. Después de eso llegaron con camiones y disparando hacia las casas de los vecinos, e incluso amenazaron con meterse a ellas. Se llamó a Carabineros y se pidió refuerzos, pero no llegaron. Nos tuvimos que organizar entre nosotros— cuenta una joven que presenció los hechos con su familia.
La comunidad decidió encender barricadas en los accesos de la villa para impedir el paso de los asaltantes. La situación se pudo mantener bajo control sin ayuda policial ni militar, pero a la noche siguiente, cuando los vecinos volvieron a prender fogatas, fueron reprimidos por Carabineros que los confundieron con manifestantes.
—Un helicóptero (de Carabineros) fue bajando cada vez más, hasta que 15 minutos después llegaron muchos carabineros disparando como locos y tirando bombas lacrimógenas. Algunas cayeron en los patios de nuestros vecinos— cuenta un residente.
Una joven de la villa –que pidió reserva de su identidad– resume la situación de abandono de la siguiente manera: “Este es un sector residencial, donde viven muchos niños y adultos mayores, pero los carabineros no están llegando. No se les ve en las calles”.
No debiese sorprender que en el paradero 31 de Santa Rosa se desatara el caos el sábado 19 de octubre. El mapa que elabora la subsecretaria de Prevención del Delito muestra que ese sector de La Pintana reúne buena parte de lo que el mismo documento denomina “incivilidades” (violación a las normas), registradas en la comuna.
Mientras la televisión transmitía en cadena nacional las protestas y los saqueos, los vecinos de La Pintana aprovecharon la oportunidad. La mañana del sábado 19 ingresaron en masa a los locales de Construmart (productos para la construcción) y de Central Mayorista (que abastece al pequeño comercio con abarrotes y bebidas). Según los vecinos ni los carabineros ni los militares evitaron esa acción. Más de 24 horas después un fuego violento arrasó ambos locales y terminó con la vida de dos hombres. Una cifra que podría crecer.
Los incendios fueron simultáneos. El domingo 20 de octubre, a las 17:21 los bomberos recibieron la alerta en el Construmart. Solo cinco minutos después llegó el aviso de que el Central Mayorista, ubicado 200 metros hacia el norte, también ardía. El inspector de investigación de incendios del Cuerpo de Bomberos de La Granja, San Ramón y La Pintana, Cristián Garay, da pistas de la intencionalidad de los siniestros:
– En el Construmart se encontraron acelerantes (combustibles), pero no sabemos si porque alguien los arrojó o son propios del local que vende materiales de construcción. Lo mismo pasa en el Central Mayorista: también tenemos acelerantes, pero acá había generadores a petróleo o bencina. Lo extraño es que hubiera tantos puntos de fuego cuando se iniciaron los incendios, y que fueran simultáneos.
El comandante de bomberos de la misma compañía, Mauricio Herrera, dirá después que no hay duda de que ambos incendios fueron intencionales. Falta encontrar a los culpables, si es que los hay, pero también despejar la posible existencia de cadáveres bajo los escombros del local de Central Mayorista. Mientras los bomberos apagaban ese incendio, los vecinos les preguntaron por familiares que no encontraban. Otros testigos les decían que habían visto a una persona en llamas que no pudieron rescatar.
Varios días después el hedor los hizo revisar el lugar con dos perros especialistas. Ambos marcaron el mismo punto: una zona sepultada por parte de la estructura que se derrumbó. Hasta el viernes 25 no habían recibido la ayuda de Walmart, la empresa dueña del supermercado, para utilizar maquinaria pesada que permita despejar la incógnita.
Los mapas de concentración de delitos elaborados por el Ministerio del Interior marcan de rojo a las poblaciones de La Pintana que rodean los edificios de Construmart y Central Mayorista. Allí se producen buena parte de los homicidios, las infracciones a la ley de armas, el tráfico de drogas y la violencia intrafamiliar, además de otras “incivilidades” que se denuncian en la comuna.
Delincuencia y pobreza. Las cifras que entregó la municipalidad a CIPER son claras. El índice de pobreza multidimensional en la comuna llega al 42,4%, frente al 15,01% que promedia la Región Metropolitana. El 4,08% de sus habitantes no tiene acceso a servicios básicos y el 24,8% de los hogares están hacinados. Los resultados Simce de sus escuelas son 20 puntos promedio más bajos que los del resto de la región. Y el 46% de su población solo llegó hasta octavo básico.
Han pasado 43 horas desde que se desató el incendio en el Construmart. Son las 11:00 del martes 22 de octubre y en el local ya destruido sigue activo un foco de incendio. Están los bomberos intentando apagar las llamas, pero lucen cansados: “No paramos desde el domingo”, dice uno. Reclaman que la gente los hostiga. Están desmoralizados: “No falta el chistosito que vuelve a prender el fuego”.
En paralelo las personas sacan lo que pueden del local que comenzó a ser saqueado tres días antes. Tablas, vigas, latones y cerámicas, son el botín. Las que parecen ser una madre y una hija no quieren hablar. Están sentadas sobre una ruma de baldosas, seleccionando las que todavía pueden ser útiles. “Yo no sé nada, es primera vez que vengo. Me avisaron y vine rápido porque después llegan los pacos”, dice la mayor. Y agrega, como disculpándose con la mirada: “Hay que aprovechar”.
Otros tres hombres corren al interior del galpón que tiene casi toda su estructura en el suelo, miran, eligen, se coordinan. La urgencia se adivina en sus movimientos tensos. Cerca está el foco del incendio. En cualquier momento los fierros que quedan parados pueden ceder. Pero no ocurre.
Afuera un hombre mayor sí quiere hablar sobre los saqueos: “Mire, no hay pega, los sueldos bajos y las cosas suben. Entonces el vaso se rebalsó, po. Yo pienso que la gente está pidiendo lo justo ¿Usted viviría con $300 mil como familia? Ahora, las AFP, le prestan plata a los bancos y los bancos se la pasan a la gente y si en tres meses no les pagan, les quitan la casa… y es la misma plata de uno. La gente se cabreó”.
A los cuatro minutos llega un grupo de seis carabineros de la 41° Comisaría y dispara un par de perdigones al aire. Los pocos vecinos que estaban en lo que queda del Construmart escapan. Se impone un orden precario.
Afuera, cuatro hombres están en cuclillas en un bandejón frente al costado sur poniente del local arrasado. Cuando uno de ellos ofrece un encendedor para prender un cigarro, muestra los dedos callosos y amarillentos que genera la pasta base. Recibe el encendedor de vuelta y comienza a contar que el saqueo partió el sábado antes de almuerzo, que siguió por varias horas y que llegaron vecinos “de la Santo Tomás, que está allá al frente; de la San Gabriel; de la Villa España, de todas partes”.
Dice que el incendio partió la tarde de ese sábado. Pero se equivoca. Los bomberos y el municipio confirmaron a CIPER que las llamas se desataron pasadas las 17:00 del domingo. En el incendio del Construmart aparecieron dos cadáveres calcinados. Uno a solo tres metros de la puerta de salida. Un bombero explica detalles: “A ese solo se le quemó la cáscara, por así decirlo, aún tenía vísceras y sus genitales a la vista, por eso supimos que era hombre. El otro estaba al centro del local y su cuerpo estaba calcinado, eran solo huesos”.
Días después se confirmarán las identidades de las dos víctimas: José Atilio Arancibia Pereira (74) y Eduardo Alexis Caro del Pino (44).
Son las 12:06 del martes 22. Los carabineros se van y los bomberos también. Afuera del local todos los que miraban se sacan la careta de vecinos curiosos: “¡Se fueron, cabros!”. Una estampida ingresa de nuevo. Aparece un camión tres cuartos, una camioneta y varios furgones. La organización es improvisada, pero precisa. Quienes antes dialogaban con los carabineros condenando el caos, ahora corren con fierros al hombro y sonrisas en la cara.
– ¡Feña! ¡Ven, ven!
La que grita es una joven de unos 20 años que llama a su amiga para que la acompañe al interior del local a buscar algo que sirva. Mientras entran, una señora crespa y de chasquilla, vestida con una polera ajustada blanca con negro y falda a la rodilla, sale a duras penas con un pastelón de cemento entre las manos. Dice que lo quiere para arreglar su jardín.
“¡Los pacos, los pacos!”, alerta alguien. Estampida. Pero era falsa alarma. Todos corren y entran de nuevo. Se estacionan más autos y más camionetas. “¡Vamooos, caaabros!”, grita un hombre, dando ánimos. Tres adolescentes salen con un carro de supermercado con tres sacos de cemento. Hay familias completas que se ayudan para cargar fierros y vigas. Un hombre de jeans y chaqueta avanza lento cargando cuatro cajas de cerámica.
A las 12:19 llegan tres automóviles de la PDI y los detectives bajan raudos con sus escopetas: “¡Fuera!”. No disparan, pero todos entienden la
señal y arrancan. El chipe libre duró 13 minutos. Nadie enfrenta a la PDI, antes tampoco a Carabineros. Aquí nadie grita consignas. Esto no es Plaza Italia.
Una dirigente vecinal de la zona que prefiere mantener a resguardo su identidad, habla de abandono:
–Estoy sin trabajo. La última vez que trabajé contratada fue en 2014, estuve como tres años, era vendedora de un supermercado en Santa Rosa. Acá la mayoría de mis vecinos trabajan. En mi sector hay gente trabajadora. La mayoría son conserjes, hacen aseo, hay choferes o trabajan en la construcción. Trabajan lejos de la casa. Hay gente que se levanta a las 4:30, a las 5, a las 6. Los malos son pocos, pero se destacan. Ahora es malo acá, el sector se echó a perder. Pero estos últimos años se ha notado más. Es por la droga. Seguir estudiando es difícil. Somos ciudadanos de segunda clase, como dice la canción de Los Prisioneros. No vienen carabineros. Una ya no los llama. Es mirar y callar, no más.
Juan Carlos Montecinos, presidente de la Junta de Vecinos Ambrosio Norte (que queda justo atrás del Central Mayorista) decide hablar con su nombre. Tiene 64 años y es jubilado. Cuenta que durante el incendio fue junto a sus vecinos a ayudar, para que no se quemaran las casas pegadas al supermercado.
– Al ver la humareda hubo pánico, si el viento cambiaba se quemaba la población. Es complicado acá. Aquí pagamos dividendo. Yo recibo 165 lucas de jubilación y pago 90 de dividendo. ¿Qué me queda para comer, pagar luz, agua, gas? Mi señora no trabaja, la despidieron ¿Qué hago para vivir los 30 días? Yo ya tengo mi vida hecha, pero nuestros nietos e hijos ¿qué qué futuro van a tener? Esto no es del gobierno de Piñera, es de todos los gobiernos. Por eso las protestas. Queremos una vida digna. Poder salir, tomarnos un helado. Pero los sueldos no alcanzan. Y esto no viene de ahora, viene de muchos años.