COLUMNA DE OPINIÓN
¿Despertó Chile? No todavía
24.10.2019
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COLUMNA DE OPINIÓN
24.10.2019
El estallido no ha despertado a Chile como se festeja en las redes sociales. Para el autor esto sólo ocurrirá cuando notemos que el malestar no se origina solo en los abusos sino también en la falta de desarrollo. Probablemente los privilegiados tendrán que meterse la mano al bolsillo para pagar por la paz social, pero advierte que eso no borrará que somos improductivos e ineficientes. Si queremos bienestar material, nuestras mañanas seguirán siendo igual de duras que las de antes del estallido, explica: “No hay atajos hacia el desarrollo”.
*Foto de portada: Migrar Photo
Escribo estas líneas mientras el peso de la quinta noche de toque de queda silencia las calles y vacía las veredas de las ciudades de Chile. No es cierto que no supiéramos que en Chile se estaba acumulando un malestar profundo (véase por ejemplo, la serie de documentos del Proyecto Desiguales), pero sí es cierto que nadie sabía si la institucionalidad política del país sería capaz de canalizar ese malestar o no.
Es decir, nadie tenía certeza si el estallido social finalmente se produciría o si íbamos a ser capaces de representarlo mediante la política. De hecho, ahora que el estallido social se ha producido, no sabemos si la institucionalidad política podrá absorberlo. Escribo esperanzado en que el sistema político será capaz de hacerlo. Es decir, esperanzado que en 10 años más aún tendremos una democracia en Chile. Escribo confiado en que habrá suficientes cabezas frías en el gobierno y en la oposición para dar el puntapié inicial que apacigüe las aguas y permita que un nuevo pacto social comience a construirse.
Pero esperanza no es lo mismo que optimismo. Hasta ahora, el gobierno ha sido incapaz de entender el malestar de Chile y, a juzgar por su accionar errático e indolente, no parece tener en primera línea a los rostros en condiciones de hacerlo. Y, por otro lado, los partidos políticos no han podido ser parte de la solución, porque tienen el germen de la incapacidad para hacerlo incrustada en sus raíces tras más de una década profundizando su desconexión con la ciudadanía (al respecto, véase Luna y Altman 2011).
Es en este contexto en el que el estallido se ha producido. Uno de creciente polarización política (al respecto, con unos colegas nos hemos explayado en Fábrega, González y Lindh 2018 y en Lindh, Fábrega y González 2019). Un contexto en el que la polarización continúa profundizándose.
El malestar de Chile es un cuestionamiento a la legitimidad de la autoridad. Es decir, a los fundamentos a partir de los cuales las personas aceptan las asimetrías de la vida en común, que permiten a unos tener poder sobre otros (más al respecto aquí). Y un malestar de este tipo sólo puede corregirse cambiando las reglas mediante las que nos relacionamos. Entonces, ¿en dónde radica el peligro? Nuestro enemigo es la normalización del malestar. Es decir, el riesgo está en que una proporción suficientemente grande de compatriotas se convenza que en la política no hay remedio para curar el modo de relacionarnos, que no son posibles los consensos.
Ello no significa volver a una especie de pasado dictatorial en el que el actual toque de queda se eternice. Significa que la construcción de la vida en común a partir de la pretensión de consensuar ideales ceda su espacio a una construcción más bien pragmática en la que el disenso se asuma como insoluble. En ese escenario, la política no busca ni equilibrios, ni balances ni moderación. Al contrario, el que ostenta el poder político, sin caretas y sin pedir permiso, modifica las reglas y usa los recursos del Estado con el firme propósito de ostentar todo el poder. Ello podrá tener el disfraz de una democracia o no y puede ser tanto de derecha como de izquierda (en ambos casos, el poderoso siempre buscará fundamentar la legitimidad de su acción en la voluntad popular).
“El paquete de medidas para contener el estallido social podrá ser percibido como insuficiente. Pero está en línea con lo que un gobierno de derecha puede honestamente ofrecer y seguir siendo de derecha. No es mucho más lo que los paros y movilizaciones podrán lograr en el corto plazo”
¿Se instalará en Chile la normalidad del malestar?
En lo inmediato, lo que se viene en Chile es una pausa breve. Sabíamos que en lo relativo al diseño de reglas del juego, el actual gobierno sería uno corto porque sus dos últimos años son años electorales. Pues bien, el estallido social lo hizo aún más corto.
El paquete de medidas anunciadas por el gobierno para contener el estallido social podrá ser percibido como insuficiente, dejar a muchos insatisfechos, dejar afuera cambios estructurales que parte de la población anhela profundamente, pero está en línea con lo que un gobierno de derecha puede honestamente ofrecer y seguir siendo un gobierno de derecha. No es mucho más lo que los paros y movilizaciones podrán lograr en el corto plazo. Por ello creo que, si bien los saqueos podrían continuar por algunos días, es de esperar que la misma población finalmente diga basta y se detenga el silencio cómplice frente a saqueos y vandalismo. Por otro lado, las largas filas para abastecerse frente a la incertidumbre terminarán pronto, básicamente, porque todos ya estarán abastecidos. Y una sensación de normalidad se instalará cuando los comercios vuelvan a abrir sus puertas como antes, en los horarios de antes. Por último, se viene una pausa porque incluso el soldado más comprometido con una causa necesita detenerse para dormir, alimentarse y conseguir el sustento. Y un estallido social tan inorgánico y expandido como el actual no es la excepción a la regla. Pero sólo los incautos verán en esta pausa un retorno a la normalidad. Olvídelo: la normalidad a la que estábamos acostumbrados ya es pasado.
Durante la pausa comenzarán los cantos de sirenas de todo tipo prometiendo menor inequidad. Tanto desde la derecha como desde la izquierda. Proyectos adormecidos reflotarán. Proyectos nuevos serán promovidos. Todos ellos con el rótulo autoproclamado de ser la solución al malestar de Chile. Pero si fuese cierto que el malestar es hacia la legitimidad de la autoridad y las asimetrías que ella conlleva, no existe la receta ganadora que una vez instalada nos devuelva la paz social. La impaciencia por respuestas inmediatas es infructuosa. El único antídoto contra normalizar el malestar es retener la capacidad de consenso mediante la política. Por eso, si sigue fallando como lo ha hecho groseramente la clase política, nuestra última esperanza radicará en esas imágenes de la televisión que muestran a carabineros y protestantes bailando cueca, militares y protestantes cantando juntos, personas de derechas e izquierdas no gritándose unos a otros, sino tocando juntos las cacerolas.
Si falla definitivamente la política institucionalizada, nuestra última esperanza de que el consenso social en Chile sea aún posible radicará en la sociedad civil. En que sea aún posible el respeto mutuo. En los improvisados encuentros autoconvocados en escuelas, liceos, organizaciones de vecinos, que vengan para entender qué nos ha pasado, pero principalmente para reconocernos cara a cara el drama mutuo. Si hay esperanza, el pacto social no vendrá de ninguna receta, sino será más bien el punto de llegada, no el punto de partida.
En paralelo a ese proceso lento Chile debe despertar. Yo discrepo con quienes dicen que con el estallido social Chile ya despertó. No. En mi opinión, no lo ha hecho todavía. El despertar recién comenzará cuando tome consciencia real de que, en realidad, no somos un país OCDE. Si estamos en ese listado de países es para recordarnos una y otra vez que estamos en la cola. Seguimos siendo altamente improductivos e ineficientes. Y por muchos años además nos engañamos pensando que estábamos solos y sólo importaban nuestros propios ombligos.
La verdad es que si las nuevas generaciones desean alcanzar los progresos materiales que lograron sus padres en las décadas del ’90 y 2000 (con todas sus vulnerabilidades y fragilidades), entonces, deberán esforzarse el doble que ellos. Y si las generaciones que han logrado ciertas comodidades desean mantenerlas, tendrán que meterse la mano al bolsillo y financiar ese bien público llamado la paz social. Chile recién va a despertar cuando se dé cuenta que corregidos ciertos abusos, probablemente menos de los deseables, la mañana siguiente será igual de dura que la anterior. Porque no hay atajos hacia el desarrollo. Si escapamos a la normalización del malestar será porque fuimos capaces de reconocernos, aceptarnos y nos pusimos nuevamente el overol.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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