El desafío del FA: entusiasmar a quienes tienen una familia y una oligarquía que mantener
04.12.2017
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04.12.2017
Entre todas las interrogantes que arroja la primera vuelta de esta elección presidencial, hay dos que no me dejan de llamar la atención: la baja participación electoral y la votación del Frente Amplio (FA). Esta columna intenta analizar su posible interrelación.
Si bien ya nadie espera que vote siquiera la mitad de los inscritos, incluso en una elección presidencial (por aburrida que fuese la oferta del duopolio tradicional), no debe dejar de sorprender lo bajo de dicha participación: apenas un 47%. Alguien ya podría ser Presidente, y uno en primera vuelta, con un apoyo de menos de una de cada cuatro personas inscritas en el Registro Electoral. Incluso, el triunfalismo de Sebastián Piñera (supuestamente confirmado por las encuestas) podría haber movilizado mejor al electorado de derecha, el cual tanto por las controversias de este gobierno, como por el surgimiento del Frente Amplio, podría haber estado motivado electoralmente (o, quizás, la derecha tradicional, como proporción del total de electores, ya no es más que los que fueron a votar).
En fin, ya no puede quedar más claro que para al menos la mitad de la población, la política sigue siendo tan aburrida como el fútbol después de que nos eliminaron del Mundial (aunque por aburrida que pueda ser esta elección, la primera hora del conteo de votos fue quizás la más entretenida desde el plebiscito).
En cuanto a la votación del Frente Amplio, si bien su alto nivel fue sorprendente debido a las encuestas, a mí también me sorprendió el poco impacto que tuvo en la participación electoral. Básicamente, lo que en realidad ocurrió fue más bien un reordenamiento en las preferencias dentro de la misma mitad de la población (ni siquiera mitad) que aún vota.
Por supuesto que, desde la perspectiva de lo que indicaban las encuestas, por ser una alternativa nueva y aparentemente radical (en un país que por tanto tiempo ha sido intrínsecamente conservador), por su sesgo generacional (en un país donde ya mucho de la política parecía consejo de ancianos), la votación del FA se ha interpretado correctamente como inesperadamente alta. Sin embargo, de no haber sido por el sesgo de las encuestas, existía la posibilidad de que la irrupción del FA pudiese haber sido una fuerte inyección de energía en la campaña, y en la cansada política chilena, lo cual podría haber llevado a una mayor participación electoral en todos los sectores. El FA no solo transformaba la oferta electoral desde una mínima gama de alternativas, sino que también generaba tanto adhesión como rechazo. Ya sea para apoyarlos o resistirlos, era perfectamente razonable esperar que la irrupción del FA pudiera haberse traducido en una mayor participación ciudadana. No fue así. Por eso, creo que cuando se componga el cuerpo después de las merecidas celebraciones de la primera vuelta, los del FA deberían reflexionar sobre esto. Esta columna trata de aportar en esa dirección.
Lo probable es que el desafío que ahora enfrenta el FA para re-energizar la política criolla, va a ser incluso más grande de lo que fue hasta ahora gane quien gane en la segunda vuelta, pues el que sea electo no solo va a representar a uno de los dos verdaderos perdedores de la primera, sino también por el efecto nocivo del absurdo show de las encuestas. Lo que pasó con ellas no es solo vergonzoso (y probablemente tramposo), en la percepción popular, en especial en esa mitad de la población que cada día se aleja más de la política, esto solo confirma la corrupción desatada y refuerza su apatía, pues se agrega a la ya conocida corrupción en el mundo civil (corporativo, político y burocrático), eclesiástico y militar.
Debería haber una legislación que castigue el fraude en las encuestas, pues es igual -o peor- a cualquier otro. Después de todo, fueron estas mismas encuestas las que determinaron quién iba a ser el candidato de la Nueva Mayoría y después facilitaron su paso a la segunda vuelta al quitarle el brillo a la opción del FA, ambos eventos muy funcionales a la opción Piñera.
La política chilena se parece cada día más a una playa en la que el mar está tan revuelto, hay bandera roja y ésta indica que al menos que se tenga una razón muy poderosa -ya sea de las malas o de las buenas (como el idealismo político que aún existe en casi todos los ámbitos de la política)- mejor quédese en la playa. Por eso, para mí, el triunfo del FA tuvo un sabor amargo: no rompió (cuando mucho apenas trizó) ese techo de vidrio que separa la mitad de la población que aún tiene interés en la política, de la otra mitad que continúa (y con razón) en el escepticismo absoluto. Es obvio que sin el FA quizás hubiese votado menos del tercio; pero eso no es mucho consuelo.
Creo que el fracaso relativo del proyecto histórico de la Nueva Mayoría tiene mucho que ver con ese escepticismo. Su incapacidad para seguir incluso avanzando en el área de los “derechos sociales” (ya nadie espera que ni siquiera toque las distorsiones del modelo, tan funcionales al interés corporativo) ya parece terminal. Por haberse quedado solo en ese ámbito, su desgaste quizás no es más que el reflejo de haberse pasado todos estos años tratando de apagar un incendio en medio de un ventarrón. El éxito de este gobierno en temas relacionados con los derechos reproductivos y la diversidad sexual, dan la sensación de “fin de ciclo” de esa forma casi esquizofrénica de hacer política: donde lo “económico” se ve siempre como cuento aparte de lo “social” y el medioambiente.
Solo un ejemplo: ¿cómo puede ser posible que después de cinco gobiernos de dicha coalición “progresista” todavía quede una persona bajo el nivel de pobreza, en un país con el ingreso que tiene y que maníacamente se cree en el umbral de ser uno desarrollado? Como indicaba un columnista recientemente: “Al medir en Chile la pobreza de mercado, o sea, aquella que depende de los ingresos autónomos que generan las familias, podemos observar que ésta pasa de 11,7% (2 millones de personas) a casi un 27% (4,7 millones). Si además de considerar los ingresos autónomos, incluimos una canasta de alimentos de calidad en la construcción de la línea de la pobreza, las personas en situación de pobreza llegarían a 7,3 millones”.
Como ya a nadie del mundo político tradicional se le ocurre ni siquiera tocar las distorsiones de este mal llamado “mercado”, solo quedan opciones de políticas públicas asistenciales. Pero aún después de lo que se ha avanzado, todavía quedan varios millones bajo la línea de la pobreza, siendo que con un gasto público adicional de menos de un 2% del PIB (bien implementado y no gastado en consultores o de manera clientelista), en la forma de un subsidio monetario directo, permitiría a todas las familias salir a flote. ¿Quién puede seguir creyendo en la veracidad y determinación del discurso asistencialista?
No solo se prefiere seguir “en la medida de lo posible”, esto es, continuar con una estructura tributaria baja y altamente regresiva y porosa, pues los grupos de altos ingresos no solo tienen que tributar muy poco comparado con los (pocos) países civilizados que quedan, sino que los impuestos que deberían pagar están llenos de grietas por donde se puede evadir y eludir a destajo (en Chile se evade más de un 30% del impuesto a la renta y un 20% del IVA). También se prefiere (sin necesidad alguna) seguir regalando los miles de millones de dólares anuales que brinda la renta de los recursos naturales.
La prioridad de terminar ahora, y de raíz, aquella vergüenza nacional que es la pobreza, baja cada día en el ránking de la nueva izquierda. Ya ni se acuerdan que aquellos bajo el nivel de pobreza son los dueños legítimos de la tajada correspondiente en dichas rentas de los recursos naturales. ¿Dónde queda el respeto al derecho de propiedad que tienen dichos pobres sobre lo que claramente es de ellos, incluso reconocido en la actual Constitución? ¿Qué tal si alguien lleva este tema al Tribunal Constitucional para ver si dicha institución sirve para algo útil?
Esto no significa no reconocer lo que se ha hecho hasta ahora en estas áreas, pero claramente ya se vive de las glorias del pasado. Poco queda de ese sentido de urgencia en estas materias con el que se comenzó hace ya tantos años. Para qué decir hacer algo respecto de las distorsiones en la estructura económica que genera dichos problemas sociales. En un país con el ingreso que tiene por habitante, que la mitad de los trabajadores siga ganando menos de $350 mil líquidos, y donde la tasa de reemplazo mediana en las pensiones (sin los eternos subsidios del Estado-Moya) llegue apenas a un 20%, es algo que la mayoría de la población ya no perdona. Tampoco cree en la honestidad de la nueva izquierda cuando promete que va a hacer algo al respecto.
Ahí entra el Frente Amplio, pero (por ahora) solo parece capaz de reordenar la votación entre los que aún creen que vale la pena seguir intentando, pues aparentemente no logró encender los corazones en ese mundo cuya apatía es tan generalizada como entendible (el timo de las encuestas tampoco les ayudó). Si hubiesen sacado el mismo porcentaje de votación, pero en un escenario de un 60% de participación, el cuento sería otro. Entonces, ¿qué fue lo que falló dentro de su éxito electoral? Hasta ahora, su sorprendente irrupción en la política hace a muchos pensar que estamos de vuelta en la política de los conocidos “3 tercios”, cuando en realidad hasta ahora no es más que el de los “3 sextos”.
De todos los puntos mencionados, quiero ahondar solo en uno: la actual oferta electoral, aparentemente tan variada, parece no ser tanto, pues mucho indica que continúa moviéndose (explicita o implícitamente; consciente o inconscientemente) dentro de la pegajosa dicotomía que ha caracterizado la política chilena desde el retorno a la democracia: la disyuntiva entre “eficiencia económica” versus “derechos sociales” y medioambiente. Mientras la derecha se presenta al país como la única capaz de generar lo primero; la centro-izquierda, y ahora (con bastante más credibilidad) el Frente Amplio, como los únicos interesados en lo segundo. Creo que, al menos en parte, la gran abstención electoral se debe a que mucha gente ya está cansada de este disco rayado.
El objetivo central de esta columna es mostrar lo pueril de dicha dicotomía, y sugerir que el éxito del proyecto histórico del Frente Amplio depende de su capacidad para superarla.
En lo fundamental, de continuar la política chilena dentro de la añeja (e ideológicamente floja) dicotomía entre “eficiencia económica” versus “derechos sociales” y medioambiente, hace inevitable que la política continúe jugándose en la cancha donde la derecha neo-liberal “juega de local”. Allí, la pelota, las reglas del juego y el árbitro los colocan los locales; ellos juegan con una camiseta con el logo “eficiencia económica”, y las visitas con una que dice en algunos de sus jugadores “demandas sociales” y en otros “medioambiente”. La derecha feliz de que el partido se juegue en esta cancha, pues no solo tiene mucha más chance de ganar, sino que, en el caso de perder, es muy poco lo que arriesga, pues esa disyuntiva le da un “hedge” muy funcional a su modelo: es el mejor seguro de que para ellos no hay nada fundamental en juego (un partido en una competencia en la que ellos ya están clasificados).
En breve, si a los que la McOligarquía no puede cooptar ni apatizar solo la amenazan con más gasto social -dado el resguardo que la coraza da a la institucionalidad que ellos mismos crearon en dictadura, con sus tribunales constitucionales, políticos y económicos, sus mayorías calificadas, su control de la prensa, y tanto más- el CAE podrá estar en juego, y quizás lo más corrupto de la Ley de Pesca, pero a los de las AFPs todavía les basta una pastilla para dormir. Y para qué decir la tranquilidad de los que usurpan nuestras rentas mineras o del agua de las lluvias, los adictos a la fuga de capitales, los que explotan ilegalmente su poder oligopólico (aunque legalmente lo pueden hacer a ultranza), los que viven de la usura financiera, etc. Mientras el debate continúe dentro de dicha dicotomía ideológica y política, y la institucionalidad heredada de la dictadura continúe, ellos saben que se pueden reír de los peces de colores. Cuando mucho tendrán que incrementar un poco su propina tributaria.
¿No será hora de salir a la calle por el NO+ regalo de las rentas del cobre, NO+ usura financiera, NO+ fuga de capitales, NO+ falta de competencia, NO+ falta de derechos del consumidor?
Si bien el discurso político flojo ama este tipo de dicotomía, éstas también son parte de las raíces de nuestra realidad política, pues vienen de un plebiscito donde sí había una verdadera alternativa binaria: más dictadura versus vuelta a la democracia; más bananismo versus institucionalidad civilizada; ¿país o nación?
Como ese tipo de disyuntiva ya debería ser parte de la pesadilla pasada, ya no tiene sentido lógico o histórico traducirla en forma floja en una nueva, favorable al status quo, como la ya mencionada. No es que varios de los temas de entonces no sigan en el tapete -como la Constitución y muchas de las leyes de amarre-, sino que ahora las alternativas son mucho más complejas que las de entonces.
El error fundamental de la falsa dicotomía actual, que ha sido (y al menos va a seguir siendo por cuatro años) tan conveniente al duopolio que ha manejado el país desde entonces, es que se basa (deliberadamente o no) en dos trampas: una es asociar el modelo neo-liberal con eficiencia productiva (contra toda la evidencia del mundo); la otra, es no poner (o querer poner) suficiente énfasis en que la única forma de lograr los derechos sociales y defensa del medioambiente es con un nuevo modelo económico capaz no sólo de “financiar” dichos objetivos, sino uno en el que estos estén amarrados a la lógica intrínseca de éste, que sean parte fundamental de su motor de crecimiento.
Por una parte, ya no puede ser más evidente -no solo en Chile sino en todo Occidente (al norte y sur del Ecuador)- que el neo-liberalismo no es solo inequidad en esteroides, sino también ineficiencia desbocada, la cual en algunas áreas llega hasta ser glorificada (como en la manía financiera y en la creciente concentración oligopólica). Y como los únicos países que crecen en el mundo son los herejes del neo-liberalismo -el Asia emergente- mejor ignorarlos o mirarlos con un tono displicente. Entonces, ¿por qué seguir insistiendo (algunos en teoría, muchos en la práctica) en una dicotomía en la que se continúa con la formula tan añeja de contraponer (una supuesta) eficiencia con la razón?
Por supuesto que la McOligarquía cree en su propia eficiencia, pues siempre ha confundido ganar plata con eficiencia económica (en especial, si se puede ganar tanto y tan fácilmente). Si la capitalización de nuestra bolsa es un cuarto mayor que la de la Europa del Euro, y por períodos el doble que la de Alemania, ello es pura modernidad. En la lógica de su modelo las demandas sociales y la regulación del medioambiente son puro ruido, y su solución pura molestia. Y si hay que hacer algo, a la fuerza, lo peor son unos pocos impuestos adicionales. En el otro lado de dicha dicotomía, se acepta (explicita o implícitamente) que existe una contradicción innata entre la lógica económica de los modelos posibles, y lo social y lo del medioambiente; sin embargo, se está por darle prioridad a lo último, no por eficiencia sino por principios.
Por supuesto, la urgencia de las demandas sociales y del medioambiente también lleva a poner el acento en lo inmediato (No+). Pero el peligro es que ese énfasis en el debate puede llevarnos a dejar en un segundo plano la idea de que la única solución de verdad a todo esto es poder salir de plano del pantano neo-liberal.
Como es conocido, hasta nuestra Presidenta cayó en la trampa de dicha dicotomía cuando dijo (después del rechazo del proyecto Dominga):«A mí no me interesa para nada un crecimiento económico brutal por sí solo, el crecimiento económico tiene que expresarse en una mejora en la vida de las personas”. ¿Quién puede estar en desacuerdo con eso? Pero, por favor, ¿de qué crecimiento “brutal” me habla? ¿Y quién le habrá contado que puede existir un crecimiento económico brutal “por sí solo”, y que sea sustentable (y no solo por temas como los de la demanda efectiva y los salarios de eficiencia)? ¿O quién le habrá pasado gatos por liebre y contado que se puede mejorar la vida de las personas en forma sostenida sin un crecimiento “brutal”? Con todo el respeto que le tengo a mi Presidenta, colocar las cosas en esa disyuntiva es puro jugarle a la galera.
Lo que realmente nos diferencia del Asia emergente es que ellos nunca se han tragado esa disyuntiva entre eficiencia económica y derechos sociales. Si bien muchos partieron creciendo sin mucha prioridad en los “derechos sociales”, pronto los sumaron al darse cuenta que son una gran energía adicional a su motor de crecimiento. Incluso en medioambiente, donde sin duda se les puede criticar a varios, como China (quien compite con Estados Unidos en ser el peor en polución), país que ya invierte cantidades siderales en lo verde. Y no solo porque sabe que por ahí se viene la mano y las crecientes presiones internas, dado los altos niveles de contaminación, sino porque entiende que son un excelente motor adicional de crecimiento.
El año pasado China produjo nueve veces más graduados en ciencias, tecnología, ingeniería y matemática, que Estados Unidos y está orientando una parte importante de su trabajo a lo verde. Si bien hace un par de décadas China reclamaba que el nuevo énfasis en el medioambiente era un ataque imperialista a su crecimiento, hoy ya ha cerrado decenas de miles de fábricas por no cumplir con las nuevas regulaciones ambientales. Como nos recuerda el Financial Times, “China ya deja al resto del mundo atrás en lo relacionado a energías limpias”. Y el New York Times, por su parte, analiza como China va camino a dominar el mercado de las industrias verdes.
Nuestra McOligarquía, en cambio, está más interesada en comprar estaciones de servicio en Argentina. Desde un punto de vista tecnológico, la venta de bencina ya se acerca al límite de la molestia en cuanto al desafío que una oligarquía de este tipo está dispuesta a tomar en una economía sin política industrial y con altos incentivos a la fuga de capitales. Si nuestro 0,01% (unas 300 familias) puede apropiarse de un 12% del ingreso haciendo cosas como llenar estanques de bencina, mientras que en Corea ese grupo -que incluye a algunos de los empresarios más exitosos del mundo- se queda satisfecho con un séptimo de eso (1,7%), mientras construye autos con tecnología de punta (aquellos que nuestra McOligarquía se dedica a llenar de bencina), ¿para qué se van a molestar en hacer cosas con mayor desafío tecnológico? Al margen de los inevitables problemas de medición para una comparación de este tipo, ¿qué otra que una falla tectónica de mercado podría ser la lógica de este contraste alucinante? (ver estas dos columnas).
Si comparamos nuestras economías con el Asia emergente, no es que en América Latina no podamos crecer a tasas elevadas (como Chile entre 1986 y 1997), es que nunca lo hemos podido hacer en forma sostenida. En cambio, ellos sí: lo extraordinario no es que Corea, Taiwán o Singapur, crezcan en promedio al 6% o 7%, es que lo han hecho por más de 50 años; o que China, India y Vietnam lo hagan incluso más rápido, es que lo han hecho por casi 40. Eso sí que es crecimiento “brutal”. ¿Será pura casualidad que Corea y Taiwán también tengan una de las mejores distribuciones de ingreso-mercado del mundo (esto es, antes de impuestos y transferencias)? ¿Chile?: Ránking 120 en esa variable. Y desde el punto de vista de la distribución después de impuestos y transferencias, el “Coeficiente Palma” nos indica que en mi país el 10% más rico se lleva alrededor de tres veces más que el 40% más pobre. En Corea, este coeficiente es 1. Esto es, mientras en Corea el 10% más rico se lleva prácticamente lo mismo que el 40% más pobre, en Chile pone el grito en el cielo si no se lleva tres veces más de la torta.
En nuestro país, en cambio, el discurso progresista tiende a ver los derechos sociales y el medioambiente en cuánto estamos dispuestos a pagar en términos de menor crecimiento por darles la prioridad que se merecen. Algunos incluso llegan a hablar de la necesidad de “decrecimiento”.
Sobran ejemplos de los que aparentan orientar el discurso político dentro de esta falsa dicotomía. Por ejemplo, una flamante senadora electa -una de las (pocas) estrellas emergentes en la Nueva Mayoría− dijo en una entrevista después de sumar su apoyo a Guillier: “Creemos en avanzar a un sistema mucho más solidario en materia de pensiones; creemos en profundizar las reformas de la Presidenta Bachelet; creemos en el buen cristiano, en ponerse en el lugar de las familias que hoy sufren por los endeudamientos del CAE. … [Y] tenemos un valor que es mucho más profundo: hacernos cargo de las desigualdades, que son una realidad lacerante en esta sociedad”. De acuerdo, todos temas fundamentales e inmediatos; ¿pero es esa la esencia de la oferta alternativa?: ¿ellos con su modelo de crecimiento, nosotros tratando de remediar sus daños colaterales? ¿Será que solo podemos creer en un sistema “más solidario” de pensiones, o en uno que no solo deje de esquilmar a sus clientes cautivos? (qué tal uno que también sea un agente líder en la tan necesitada diversificación económica del país en lugar de usar sus fondos para subsidiar la fuga de capitales de nuestra McOligarquía, o para entretenerse en el casino financiero).
Sé que es fácil criticar desde mi situación de privilegios, pero quedarse en ese discurso asistencialista es cada día menos creíble, pues ya no pueden ser más obvias las dificultades de implementarlo dentro de un modelo cuya esencia es el producirlos y reproducirlos. Más aún cuando se está atado con la camisa de fuerza que nos pone la institucionalidad heredada de la dictadura.
A esta política de limitar la acción gubernamental a tratar de remediar los daños sociales colaterales del modelo neo-liberal, la llamé en un paper académico “el modelo parada militar tailandesa”. Una vez, estando en Bangkok, me invitaron a ver una parada militar. Fui recordando mis años de cadete (hay que hacer de todo en la vida), y lo que más me impresionó fue el paso de la división de elefantes. Tuvo que venir un escuadrón de conscriptos limpiando lo que iban dejando atrás los elefantes en el suelo, pues luego venía un batallón de infantería pesada y lo último que quería era desfilar sobre esos restos. Muchos en la nueva izquierda, con la mejor de las intenciones, creen que su rol histórico es como el de esos conscriptos: limpiar el desastre que va dejando atrás el batallón de elefantes de la McOligarquía.
La gente sabe que eso de “en la medida de lo posible” -esto es, en la medida que no irrite la lógica de acumulación de nuestra McOligarquía nacional o extranjera– significa más de lo mismo, ojalá un poquitito mejor.
En este esquema, el famoso royalty de Lagos y Eyzaguirre en el 2005 es el mejor ejemplo de los límites de “en la medida de lo posible”: hasta hoy ese royalty ha generado recursos equivalentes a un 2% de las utilidades de las mineras. Y como a éstas se les dio una serie de granjerías fiscales para que no reclamaran tanto, el neto debe estar alrededor de cero. ¿Es eso realmente “en la medida de lo posible”? ¿Por qué tantos países (de todos los colores políticos) le pueden colocar a las mismas multinacionales un royalty de verdad, y nosotros no? Mientras tanto, las multinacionales mineras se siguen llevando de Chile, año a año, el equivalente a un cuarto del gasto público, y esto solo en términos de rentas que en economía se llaman “graciosas”: US$120 mil millones (al cambio de 2016) en los nueve años que siguieron al famoso royalty criollo, y en la mayor parte, por molestarse en hacer cobre concentrado (como una vez sugerí, tipo viña que solo es capaz de hacer pipeño). Un monto similar (en moneda de igual valor) fue todo lo que costo el Plan Marshall de la post-guerra para reconstruir (y ayudar a alimentar) a la Europa devastada por la guerra. ¡Qué generosidad la de los chilenos!
En otras palabras, ¿cuánto tiempo se le puede seguir metiendo el dedo en la boca a la gente con disyuntivas bi-polares? (como Francisco de Quevedo le dijo a la Reina Mariana de Austria “escoja mi reina, escoja”): ¿Chile en la medida de lo posible o Venezuela? ¿Será tan sorprendente la abstención electoral?
Hace rato que ya llegó la hora de poner el énfasis en un discurso en el que se enfatice que ese tipo de injusticias sociales y problemas políticos son intrínsecos a un modelo económico tan ineficiente y desigualizador, pues fue diseñado como terno a la medida para que el 1% se lleve un tercio del ingreso y por hacer las cosas que hace. Además, un 1% lleno de nuevos ricos que ni siquiera llegaron ahí por “méritos de mercado”, sino por haber tenido acceso privilegiado a la piñata de los recursos naturales y a la de las privatizaciones (y auto-privatizaciones) de los Chicago-boys & Asociados durante la dictadura (ver columna).
Mientras este modelo no se cambie de raíz, políticas asistencialistas ayudan en la gran urgencia de lo inmediato, pero en el largo plazo son como arar en el mar. De poco sirve cortarle a un pulpo un par de brazos cuando tiene tantos otros, y una capacidad y creatividad ilimitada para generar nuevos (y de cooptar a sus críticos). Si tan sólo la McOligarquía usase dicha creatividad para diversificar nuestra economía…
A veces surge la duda de cuántos en la Nueva Mayoría, e incluso en el Frente Amplio, están realmente convencidos de que el crecimiento sostenido, la equidad y el medioambiente sustentable son trillizos gemelos que tienen muy poca chance de persistir por sí solos sin las sinergias de la interacción entre ellos. Como quizás diría García Márquez, son tres caras de la misma moneda.
Algunos en el FA enfatizan que “nosotros (FA) respondemos mejor la pregunta del siglo XXI, y se da la mejor salida programática a las problemáticas de la fatiga del modelo productivo, el cambio climático y los derechos sociales”. Sin duda, ¿pero son problemáticas paralelas? Igual, el programa económico del FA dice: “Entendemos que para terminar con la desigualdad que actualmente aflige el país, y financiar los derechos sociales que Chile reclama por décadas, se necesita un nuevo modelo de desarrollo”. También de acuerdo, ¿pero se trata de un nuevo modelo que solo ayude a resolver el problema de la desigualdad y a financiar lo social? ¿O será uno donde la clave esté en generar un círculo virtuoso entre crecimiento, equidad y medioambiente? Donde la interrelación entre ellos genere las sinergias que den vida al motor de crecimiento para que el desarrollo pueda ser sostenido.
Por ejemplo, la única distribución equitativa del ingreso sustentable en el tiempo es la que está anclada en la estructura productiva. La de “programas sociales” -aunque ayude a mantener a un mundo de consultores- es un sustituto muy imperfecto y cada día más frágil en el tiempo. Mientras en Estados Unidos ya ni siquiera se pretende que importa la equidad (en la reforma tributaria de Trump casi la mitad de los beneficios van a ir al 1%, mientras los que ganan menos de US$75 mil al año van a salir perdiendo y hasta el Financial Times la llama una reforma para plutócratas), el mayor problema de Europa es que cada día es más difícil mantener niveles mínimos de equidad vía programas sociales diseñados originalmente para otro modelo económico y otro paradigma tecnológico, mientras su economía se mueva cada vez más rápido hacia la financialización y la desindustrialización acelerada (ninguna de las dos necesarias dentro del nuevo paradigma, sino resultado del nuevo modelo de acumulación neo-liberal). A su vez, sus finanzas públicas se mueven hacia una estructura de impuestos cada vez más regresiva.
El resultado está a la vista, liderado por deudas públicas que crecen a tasas meteóricas. Pero como por ahora hay tanta liquidez por su política monetaria, ya llegamos a la paradoja de que a uno le llegan a pagar por pedir prestado -en estos momentos hay US$8 millones de millones de bonos públicos con rendimiento (yield) negativo (y US$1,6 billones de bonos corporativos en igual estado)-. ¡Eso si que es eficiencia económica y modernidad neo-liberal! Ahí sí que se da eso de “aquí no paga usted, paga Moya”. Ahí sí que cualquiera puede transformar su estructura productiva y financiera en un paraíso para rentistas, especuladores, extorsionadores (como en la salud), depredadores y traders, y todavía dar semblanza de algo de equidad. Algún día se va a acabar la fiesta y alguien va a tener que pagar la cuenta. Los que tienen sus platas en paraísos fiscales no van a estar entre aquellos.
Como recordábamos, no por casualidad Corea y Taiwán, junto a crecer como lo hacen, tienen una de las mejores distribuciones de ingreso-mercado del mundo (esto es, antes de impuestos y transferencias). Una que ya es mucho más equitativa que la de los países geriátricos de Europa (también de Japón y para qué decir de Estados Unidos), países que ya tienen distribuciones de ingreso-mercado casi tan malas como las nuestras. Está por verse cuánto más van a poder seguir subsidiando su mayor equidad en medio de tanta ineficiencia productiva y esquizofrenia financiera. Lo neo-liberal de Apple no es que haga i-phones, es que –como quedó en evidencia en los “Paradise Papers”– no hay empresa en el mundo que eluda tantos impuestos.
Entiendo que en cuanto a la segunda vuelta de la elección presidencial hay problemas de énfasis relacionados con la coyuntura, y hay que evitar “el mal mayor”, pero la fragmentación política actual incentiva la política de nichos en los que uno después, casi inevitablemente, se queda atrapado (y pierde la perspectiva). Por eso, por ejemplo, me preocupa que las condiciones que ha puesto Revolución Democrática a un posible apoyo de Guillier se concentren en el No+AFP y en la rebaja a la dieta de los parlamentarios (a lo que a veces se suma la creación de un seguro social de salud). No puedo estar más de acuerdo con eso, pero ¿qué tal agregar a esa trilogía al menos uno relacionado con la ineficiencia de la estructura productiva y algarabía financiera?
Por ejemplo, agregar la implementación de un royalty de verdad a los recursos naturales, no solo por su lógica de que todos los chilenos ejerzamos nuestro derecho de propiedad sobre dichos recursos -cuyo regalo es el mayor fraude en la historia del país (quizás sólo después del que se le hizo a los descendientes de Lautaro)-, sino también porque es la única forma de poder financiar el gasto público que requieren los cambios que ellos mismos proponen. Además, si se hace diferenciado, castigando la flojera del concentrado de cobre -para obligar al procesamiento en el país de dichos recursos naturales (como lo hacen exitosamente en el Asia emergente)-, es una de las pocas esperanzas de que algún día se diversifique nuestra economía. En el Asia, donde lo hacen, las multinacionales reclaman tanto como lo harían en Chile, pero saben que allá no les queda opción pues hay estados (no eunucos) que entienden la diferencia entre el interés corporativo y el nacional.
Otra alternativa sería que Revolución Democrática agregue al “petitorio” una nueva legislación que fuerce y defienda la competencia en una economía diseñada con una tendencia innata al oligopolio, competencia que es la compulsión fundamental para el crecimiento de la inversión, la absorción tecnológica, el crecimiento de la productividad y el de los salarios. También lo puede ser la creación de un ministerio del consumidor, el cual defienda (de verdad) los derechos de los consumidores frente a petulantes que creen que sus clientes no son más que “niños mal criados”. Esos derechos, además, son otra compulsión necesaria para que haya crecimiento de la productividad (pocas cosas desincentivan tanto el crecimiento de la productividad como el poder vender productos de mala calidad a precios de oligopolio). O si no, ¿por qué no se condiciona el apoyo a que se fortalezca la regulación financiera? Una donde no se pueda seguir cobrando tasas de interés usureras, en un país donde tantos hogares están ahogados en deuda (con 4,4 millones de ellos en situación de morosidad, y en el promedio total de los hogares con cuatro de cada diez pesos que se ganan perdidos en el servicio de dicha deuda, el doble que el país que sigue a Chile en la OECD). ¿O una reforma tributaria que castigue de verdad la evasión tributaria, regule lo que se puede descontar como gastos de operación (seguro que todavía se pueden descontar los jet privados, autos extravagantes y casas de veraneo), y cierre los mil subterfugios para eludirlos? Como decíamos, las últimas cifras disponibles muestran que en Chile se evade un 20% del IVA y un 31% del impuesto a la renta, y que estas tasas, después de haber bajado, van otra vez en aumento desde mediados de los 2000: son muchos miles de millones de dólares al año (sólo en el IVA se evade más de US$5 mil millones por año -más que suficiente para que no haya un pobre en Chile-).
Un dirigente del Frente Amplio también dice (con razón) que “la Nueva Mayoría representada en Guillier no tiene proyecto histórico». Pero hay que aclarar que un proyecto alternativo, solo basado en la defensa de los derechos sociales, sin estar profundamente anclado en eficiencia y diversificación productiva, tampoco la tiene. Y para que se pueda dar dicha eficiencia y diversificación, como nos demostró tan brillantemente FDR en la práctica y Keynes (con su grupo en Cambridge) en teoría, se requiere colocar dichos derechos sociales como cimiento del modelo productivo, pues son su condición necesaria (aunque, ciertamente, no suficiente). No por casualidad el largo período entre el fin de la guerra y la primera crisis del petróleo fue el período más dinámico en la historia de los países desarrollados: el de mayor crecimiento, menor desempleo y menor inflación (¿será que las tres estarán relacionadas en un sentido positivo de círculo virtuoso?). Estoy seguro que muchos en el FA, algunos en la Nueva Mayoría, e incluso unos pocos en la nueva centro-derecha, estarán de acuerdo cuando digo que lo demás es cuento. Para qué decir si “eficiencia” se refiere a lo que pasa en el modelo neo-liberal, donde lo que lo caracteriza es “la reciprocidad en el daño” entre la falta de derechos sociales e ineficiencia productiva; y entre ésta y abuso del medioambiente.
También creo que cuando este dirigente dice que «el Frente Amplio no es solamente un fenómeno electoral, sino que es una apuesta por cambio cultural», vamos a estar de acuerdo en que un cambio cultural solo se puede consolidar en la praxis de una economía eficiente y solidaria, y que respete el medioambiente.
A riesgo de que ya muchos abandonen la lectura de esta columna, es importante mencionar que, para variar, Foucault nos ayuda a entender estos temas. Como también nos recuerda otro columnista, el poder tiene la capacidad de imponer sus “verdades” (por poco que lo sean); también la de su interpretación de algunos hechos. Para Foucault, el sujeto no es independiente de la estructura social y se debe a su interacción con ella y su historia, y su subjetividad está atrapada en la lógica de dicho poder (solo economistas neo-clásicos pueden creer en “agentes individuales representativos” para sus modelos matemáticos atomistas-mecanicistas) y nos llama a desnaturalizar la razón o lo razonable, para que dejen de ser obvias supuestas verdades y culturas, las cuales (como dice el columnista) están “taladradas en nuestro inconsciente por el poder dominante”.
Por supuesto que estas “verdades” nos ayudan a disminuir ansiedades, pues, como dice Freud, pocas cosas producen tanta incertidumbres como el miedo a lo desconocido (e inducen a la gente a creer cuentos), un miedo especialmente agudo para tantos que viven al borde del abismo. Y dónde más puede estar la mitad de los trabajadores y trabajadoras de nuestro país, quienes ganan menos de unos US$3 la hora (para colocar esto en perspectiva, recordemos que la línea de la pobreza para un hogar promedio de cuatro personas es de $415 mil al mes, o 20% más de lo que gana, cuando mucho, dicha mitad). ¿Dónde puede estar la mayoría de los 1,23 millón de pensionados, si las AFP y las compañías de seguro pagan en nuestro país pensiones cuyo monto promedio es de $215 mil al mes? ¿Y dónde la mitad de los pensionados que cotizaron entre 30 y 35 años y obtuvieron una pensión menor a $238 mil (en un país donde la edad efectiva de jubilación ya supera los 70 años? (ver esta nota y esta columna).
Cuando se vive en eso lares, el pensamiento crítico es un lujo difícil de costear. Y así después de la primera vuelta tantos sorprendidos se preguntaban por qué será que el Frente Amplio sacaba más votos en distritos de clase media, donde sus votantes eran asiduos de malls, y en las colas para votar pasaban el tiempo mirando sus i-phones en una mano, y saboreando un macchiato del Starbucks en la otra (para la sorprendente incapacidad de tantos de entender el surgimiento de Frente Amplio, ver esta columna; para un respuesta a este tipo de análisis superficial, escrito antes de las elecciones, ver esta otra; y para uno escrito después de la primera vuelta, ver).
Entre las muchas “verdades construidas” por la McIdeología, a la medida de nuestra McOligarquía, se destaca la ya mencionada dicotomía, que caracteriza la ideología hegemónica reinante en nuestro país, mucho más hegemónica de lo que algunos creen. Como bien agrega el columnista ya mencionado, en la política chilena hay algunos que se han atrevido a tratar de cambiar la verdad creada y han puesto sobre la mesa, la ecología, el animalismo, la libertad de género, la equidad, la democracia participativa y otras ideas nuevas que se presentan en los medios como locas o inmaduras. Sí, de acuerdo, pero ¿por qué no se ha puesto también sobre la mesa, con igual fuerza, la idea de que lo verde no es el problema, sino la solución a nuestra somnolencia productiva? En la actualidad transformarse hacia lo verde (especialmente la agricultura orgánica y la generación de energía), junto al procesamiento de nuestras materias primas, también podría ser el motor más potente para nuestro crecimiento. ¿O que hay tanta necesidad de defender la competencia como la equidad, pues sin ella no hay capitalismo que no se transforme en parasitario y desigual? ¿O de la necesidad de aquellos aspectos ya mencionados, como el royalty, una tributación progresiva, la política industrial inteligente, una subida ordenada de los salarios empujada por la fuerza del mercado (escasez de mano de obra barata) y la regulación financiera de verdad como la única esperanza de poder tener crecimiento con equidad y medio-ambiente sustentable?
Otra verdad construida es que pensar que necesitamos las políticas ya mencionadas, junto al de una macroeconomía pro-crecimiento, es ser necesariamente “de izquierda” (casi un extremista). En el pasado fue incluso Winston Churchill quien lideró en el parlamento británico la lucha por un salario mínimo. Y uno que alcance a satisfacer las necesidades básicas de las personas y sus familias, argumentando contra la “flexibilidad” del mercado del trabajo, pues para él, en este tipo de mercado “el buen empleador es socavado por el ineficiente, y ese por uno aún peor”. Para luego agregar: “donde prevalezcan esas condiciones no hay progreso, sino una degeneración progresiva”. Y otro Primer Ministro, también conservador, nos recordaba que “la democracia solo va a sobrevivir mientras pueda hacer frente satisfactoriamente a los problemas de la vida social. Solo mientras haga frente a estos problemas y garantice a su población la satisfacción de sus demandas razonables, podrá conservar el apoyo vigoroso que necesita para su defensa”. Bueno, como le gusta decir a los viejos, eran otros tiempos…
Ojalá que en la segunda vuelta vote mucho más gente, y que se evite a toda costa “el mal peor”. Como nos decía un gran economista estadounidense, “la política es el arte de elegir entre lo desastroso y lo desagradable”. Pero mientras continuemos con una economía donde la mayor parte de las familias tengan, además, una McOligarquía que mantener, y la mejor alternativa de esta segunda vuelta sea, a lo más, descafeinada, a nadie le debería extrañar si desgraciadamente vota aún menos gente que en la primera, y gane no el más representativo de la voluntad popular sino el que tenga más voto duro.
Ya puede caber poca duda en nuestra patria que para que exista una democracia verdadera, y se puedan discutir estos temas de verdad, se necesita un contexto político-económico en el cual los grupos dominantes no puedan instrumentalizar tan bien a su favor la inseguridad de la mayoría, como ha pasado en forma tan efectiva en esta elección.