REVELADORA INVESTIGACIÓN DEL CIENTISTA POLÍTICO JUAN PABLO LUNA
Crisis de la política: “Al final, el problema de Chile sigue siendo esencialmente la desigualdad”
16.02.2016
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
REVELADORA INVESTIGACIÓN DEL CIENTISTA POLÍTICO JUAN PABLO LUNA
16.02.2016
A mediados de 2014, en un debate en el programa Vía Pública de TVN (ver a partir del minuto 17.20), José Antonio Viera Gallo, entonces presidente de Chile Transparente, afirmó: “La experiencia del parlamento chileno es que no ha habido compra de votos. No ha pasado como en el parlamento argentino, o brasilero, felizmente. Yo creo que si una empresa hace donaciones después no pide una contraprestación. Eso está fuera de la cultura. No tienen cara para decir, ´mire, como le di tal cantidad para su campaña, usted vote de esta manera´”. En el estudio de televisión estaba Juan Pablo Luna, cientista político uruguayo, PhD en Ciencia Política en la Universidad de Carolina del Norte, profesor titular en la UC, e investigador principal del Núcleo Milenio para el Estudio de la Estatalidad y la Democracia en América Latina. Luna tomó distancia del respaldo de Viera Gallo a la clase política (respaldo que siguió ofreciendo hasta 2015 en distintos medios):
-José dice “sabemos que no hay compra de votos en el parlamento” y yo diría, “lo suponemos”, en base a las experiencias vitales de cada uno, pero la verdad es que no tenemos información suficiente para afirmarlo –dijo Luna
Viera Gallo, actual embajador de Chile en Argentina, se apuró en precisar: “Claro, pero como no tenemos información hay que presuponer inocencia”.
Los hombres de derecho presuponen inocencia. Los cientistas sociales y políticos como Luna no presuponen nada: cuando no saben, ponen un signo de interrogación e investigan.
Las prácticas que a Viera Gallo hace solo un año y medio atrás le parecían fuera de la cultura criolla, nos golpean a diario con nuevos detalles. Ahora sabemos, cada vez con más claridad, que el financiamiento ilegal no consigue sus fines toscamente, como especulaba Viera Gallo en TVN (“te puse plata, cúmpleme”), sino que se materializa usando los rituales propios de “la cultura” de quienes intercambian favores. También se hacen ilegalidades con cordialidad y buenas maneras.
Los correos electrónicos publicados por The Clinic entre el ex presidente de la UDI Pablo Longueira y el gerente general de Soqumich, Patricio Contesse, son un buen ejemplo: el político y el gerente se escriben con humor, se tratan de “mi coronel”, hablan de “obediencia debida”, disfrutan su relación de confianza mientras Longueira le facilita información sobre las propuestas del royalty minero o la reforma tributaria que quiere hacer el gobierno de la Presidenta Bachelet y que al equipo de Contesse le parecen ideológicas y politizadas.
Se sabe ahora que SQM donó más de $700 millones a la campaña de Longueira, según el informe de la consultora Sherman & Stearling que publicó La Tercera, pero en el intercambio de correos no hay actos brutales como mencionar ese dinero; hay pertenencia a un mismo mundo y complicidad. Ese tipo de relación fue bien resumida por Enrique Krauss (DC), ex ministro del gobierno de Aylwin, cuando habló en La Tercera de lo exagerado que le parecía la ley del lobby: “No éramos corruptos, éramos amigos de los amigos”.
Las investigaciones de Juan Pablo Luna examinan el sistema político desde el trabajo cotidiano de los partidos, desde su cocina y su sala de máquinas, desde los discursos que elaboran y cómo se vinculan con la sociedad a la que buscan representar. Richard Katz, cientista político de la universidad Johns Hopkins, ha dicho que los partidos no solo son un ingrediente irremplazable de la democracia, sino que además “la salud y el carácter de los partidos se halla entre los principales determinantes de la salud y el carácter de la democracia”.
Con sus investigaciones, Luna ha prendido la alarma sobre aspectos claves de nuestra democracia, preguntándose quién logra ser candidato y quién gana las elecciones; o cómo la igualdad electoral (esto es, todas las personas valen lo mismo, un voto) ha sido afectada por la enorme desigualdad económica chilena, donde cada uno de los cinco hombres más ricos gana lo mismo que un millón de chilenos (vea reportaje de Ciper).
Aunque algunas cosas que Luna ha indagado seguramente el lector las ha oído o las intuye, la visión de conjunto que ofrece en esta entrevista, configura una fotografía detallada de nuestra democracia y ayuda entender por qué tantos partidos buscaron el “dinero negro” de la elite; por qué la UDI es, al menos hasta ahora, la colectividad más comprometida; y sobre todo, por qué la crisis que vive la política chilena no tiene que ver solo con su financiamiento, sino que es mucho más profunda.
En 2010, cuando la UDI llevaba casi una década siendo el partido más votado y con mayor representación en el Senado y en la Cámara, Juan Pablo Luna publicó una investigación en la que trataba de entender cómo una colectividad financiada por grupos económicos y fuertemente enlazada con la dictadura, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo lograba atraer a los votantes más pobres, y gracias a ellos, imponerse electoralmente. ¿Había que entender el éxito de la UDI como un respaldo popular a sus propuestas económicas y políticas o, de alguna manera, ese partido había encontrado la forma de que electores muy distintos –incluso irreconciliables en la historia de Chile– apoyaran a los mismos candidatos sin pensar lo mismo sobre temas centrales?
En su investigación de 2010 –Vínculos entre partidos segmentados y votantes en Latinoamérica: el caso de la UDI (Segmented Party–Voter Linkages in Latin America: The Case of the UDI)– integró los estudios disponibles sobre ese partido con entrevistas y observación en terreno en 12 municipalidades manejadas por distintas colectividades.
Uno de los elementos más clarificadores de esta investigación es lo que dijo una fuente que Luna identifica como “un alto dirigente nacional de la UDI”:
“Lo que hicimos, y este es un trabajo que hizo muy bien Jaime (Guzmán), es convencer a la elite de que teníamos que estar en el Congreso para proteger sus intereses. Jaime los convenció de que aunque fuéramos un partido chico, con las ventajas que nos daba el binominal y los quórums, podíamos proteger sus intereses. Al mismo tiempo los convenció de que para que nosotros pudiéramos hacer eso, teníamos que ganar votos en los sectores populares, porque la elite es muy chica. Entonces, básicamente lo que el partido hace es tomar los recursos que dan los empresarios y volcarlos a las poblaciones”.
La investigación de Luna recogió los antecedentes que había hasta 2010 sobre el financiamiento legal que recibía la UDI y que indicaban que era el partido que más aportes reservados recibía y, a la vez, el que más gastaba en las elecciones (en 2005 la UDI gastó US$90.000 por campaña, seguida por el PPD que desembolsó US$70.000).
La misma situación documentó para el periodo 2009-2010 un estudio de Claudio Agostini publicado en 2012 (Financiamiento de la política en Chile). Dice Agostini: “Al considerar la magnitud total de las donaciones, la UDI supera fuertemente a todo el resto de los partidos. En particular, en las donaciones reservadas para campañas parlamentarias, en las que la mayoría de los donantes son personas jurídicas, la UDI recibe más del doble de recursos que RN y cuatro veces más que el PDC, que son los partidos que le siguen en magnitud de aportes recibidos”.
En su libro Poderoso Caballero el periodista Daniel Matamala constató que esta tendencia se prolongó hasta las últimas elecciones. En 2013, “los 22 candidatos a diputados que recibieron más aportes reservados fueron todos de la Alianza, y 15 de ellos, militantes de la UDI”. Respecto de los senadores, Matamala cita el caso de la senadora Ena Von Baer, la cual, de acuerdo a las cuentas públicas, obtuvo $323 millones en aportes reservados a su campaña mientras que todos sus contendores sumaron apenas $45,5 millones, esto es, siete veces menos (ver ficha de la Región de Los Ríos en especial de CIPER).
A lo anterior hay que agregar el dinero recibido por la vía ilegal, donde la UDI aparece nuevamente claramente favorecida.
Juan Pablo Luna identificó en su investigación estrategias a través de las cuales la UDI transforma los recursos de la elite en voto popular. Primero, el desarrollo de un discurso antipolítico –o “cosista” como se lo llamó durante la candidatura de Joaquín Lavín en 2000–, que transmite la idea de que ese partido se preocupa de los problemas reales de las personas y no de las peleas políticas. Ese discurso, “hace que las personas no vean que la política está detrás de muchas circunstancias que determinan como transcurre su vida”, dice Luna.
El discurso antipolítica ayudó a la UDI a conseguir algo muy importante: poner un velo sobre el vínculo ideológico que tiene con la elite empresarial. Ese velo era parte central del diseño de Jaime Guzmán, según se lo dijo a Luna el ya citado dirigente nacional de la UDI:
“Nosotros les dijimos a nuestros amigos que para representarlos necesitamos más votos en los sectores populares, no en la élite, porque ahí no podemos crecer. Entonces les dijimos que necesitábamos su financiamiento, pero también les dijimos que se abstuvieran de acercarse a nosotros. En las fotos teníamos que aparecer con los pobres, no con ellos. Al principio fue difícil para ellos entender que teníamos que apelar a los pobres, pero ahí es donde hay más votos disponibles. Y uno de los obstáculos que enfrentamos actualmente es que hay menos personas pobres en Chile”.
La segunda estrategia que usa la UDI es el clientelismo. Luna argumenta que durante la dictadura la UDI construyó, a través de su participación en el gobierno (particularmente en Odeplan y en las municipalidades), una máquina clientelística usando recursos del Estado. Desde el regreso de la democracia la UDI habría alimentado esa máquina con las donaciones privadas.
Su intensivo clientelismo está registrado en declaraciones que recibe el Servicio Electoral (Servel). El ítem “donaciones” muestra que todo el espectro político recurre al regalo para hacerse querido y confiable y así ganar votos: está lleno de tortas para bingos, galvanos para competencias, pelotas para clubes deportivos. Pero, dado su mayor acceso a recursos, la UDI va más allá. Algunos ejemplos tomados de las elecciones municipales de 2012:
1.440 lentes ópticos ($690.000) comprados por la candidata de la UDI a concejal por Recoleta, María Inés Cabrera Squella; 303 tenidas completas, camisetas y shorts ($3.000.000) comprados por el candidato independiente pro UDI Juan Pablo Barros, alcalde de Curacaví; 5.000 latas de bebida ($1.600.000) compradas por Gonzalo Cornejo, candidato a alcalde por Recoleta; $5.100.000 en dos avalúos de un camión y una camioneta pagados como donación por Carlos Ward, candidato a concejal de la UDI en Lo Barnechea; $2.500.000 gastados en una función gratis de circo por el candidato UDI Rodrigo Delgado a la alcaldía de Estación Central; $925.000 en donaciones sin especificar, gastados por la candidata de la UDI a concejal por Las Condes, María Carolina Cotapos.
El resultado de la expansión del clientelismo ha causado un gran daño a la democracia chilena. Escribe Luna: “Los políticos exitosos tienden a ser los que regularmente son capaces de pagar las cuentas de los servicios durante el periodo de campaña, ofrecer asistencia médica y legal o distribuir equipos de televisión, cajas de comida, anteojos, equipos fútbol para el club local o la torta que necesita la junta de vecinos para organizar un bingo”. En suma, agrega Luna, los políticos que desarrollan una eficiente red de solución de problemas “disfrutan de una ventaja competitiva sobre los candidatos que no desarrollan ese tipo de contactos”.
Coincidente con esto es la entrevista que la diputada María Angélica Cristi (UDI) le dio a Luna para explicarle por qué la UDI tenía más trabajo en una comuna como Peñalolén (sector medio-bajo) que en La Reina (sector medio): “La gente pobre te necesita todo el tiempo. Te necesitan para sobrevivir porque todos sienten las puertas cerradas. Ellos no saben dónde ir, qué cosas hacer… en La Reina nosotros no atraemos la atención de nadie”.
Este tipo de vínculo contrasta con el que describe Julio Dittborn, en ese momento diputado de la UDI en el distrito 23 (Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura), zonas donde la UDI obtiene su financiamiento: “El 90% de las personas que viven aquí no esperan que yo resuelva problemas específicos de ellos ni que los visite en sus casas. Lo que esperan es que yo represente su opinión en los medios y que vote como ellos votarían si estuvieran en mi sillón”.
La secuencia descrita refrenda lo señalado por el dirigente nacional de la UDI a Luna. El partido recolecta dinero en la elite y, a través del clientelismo y el antipoliticismo captura votos en los sectores populares. La fuerza política que construye, la usa en el Congreso para representar las ideas de la elite o, como dice Luna, para “proteger a la elite empresaria preservando el modelo económico legado por el régimen autoritario”.
Examinando las votaciones en el Congreso, Luna confirma que la UDI cumple con su tarea. La UDI, más que RN, es la sistemática defensora de las reformas orientadas al mercado “oponiéndose a diferentes paquetes legislativos que podían afectar los intereses de los empresarios o eventualmente redistribuir recursos a los estratos bajos, a través de políticas de alzas de salario mínimo o de regulaciones a los mercados, al trabajo, subsidios a la educación pública, aumentos tributarios para los sectores altos o reformas al sistema de pensiones”.
El escándalo del financiamiento ilegal de la política, que ha golpeado especialmente a la UDI, ha levantado sospechas sobre los verdaderos motivos de parlamentarios de ese partido al momento de votar proyectos de ley y en su trabajo político. Sin negar que es grave el que se pueda vincular el aporte electoral con el envío de información –como se sugiere en los emails de Longueira y Contesse–, la investigación de Luna hace pensar que el actual escándalo, más que revelar algo completamente desconocido, sólo hace más visible un diseño del que ya había bastantes evidencias y que permitía que la UDI y la elite actuaran coordinadamente.
Un ejemplo de esto se encuentra en el reciente libro de la investigadora Tasha Fairfield, donde busca explicar por qué la elite chilena ha logrado pagar menos impuestos que las elites latinoamericanas y de la OECD. Una de las estrategias, dice Fairfield, fue contar con partidos políticos, particularmente la UDI, que representan sus intereses en el Congreso (ver entrevista en CIPER).
En su libro, Fairfield entrevista a un alto funcionario de Impuestos Internos quien describe cómo la derecha y los empresarios intentaron frenar la reforma antievasión de 2001: “La derecha y los líderes empresariales son la misma cosa… Y no sabía si debía negociar con el senador líder de la oposición o con el presidente de los empresarios. A veces tenía que negociar con los dos, porque ellos trabajaban juntos. A veces ellos estaban en las mismas reuniones diciendo lo mismo… se coordinaban y eso era público, no era algo escondido”.
–La defensa de la elite que hace la UDI y que antes se presumía, se cristalizó en la opinión pública con estas investigaciones sobre financiamiento. Ahora se los ve como un partido que defendió ciertos intereses muy específicamente –dijo Juan Pablo Luna a CIPER.
–Dado que la estrategia se ha hecho evidente, ¿sigue siendo la UDI útil para la elite en los términos que lo propuso Jaime Guzmán?
–La elite no es ingenua y siempre aporta a todos los partidos. Soquimich muestra claramente eso: la Nueva Mayoría está metida hasta el tuétano también. Por otra parte, creo que la UDI va a seguir teniendo ese vínculo porque no es solo instrumental. La UDI tiene una cercanía con el nuevo empresariado chileno que sale muy fortalecido de la dictadura y que siente que ellos son los que deben defender el modelo. Creo que esos empresarios siguen viendo como algo positivo lo que ha hecho Jovino Novoa. Esta crisis no va a terminar con la estrategia de la UDI. Porque la gente tiene memoria corta, y los candidatos no se promocionan con el nombre del partido. Ningún UDI va a poner a Novoa en su campaña, se va a colgar de alguna figura potente de la derecha y va a competir enfatizando que es servidor del distrito, de la municipalidad, el tipo que soluciona los problemas. A lo más este tema podría ser un asunto que intentaran levantar los adversarios. Pero en la medida en que todos tienen tejado de vidrio, eso se anula.
–¿Cree que el financiamiento ilegal a todo el espectro político puede explicar por qué ha costado tanto hacer reformas que afecten a la elite, como subir los impuestos a los más ricos?
–No creo que haya una explicación única para eso. En la Nueva Mayoría, por ejemplo, hay personas que a principio de los ‘90 pensaban que una de las claves de la estabilidad política del país era la marcha de la economía y, por lo tanto, tenían y tienen mucho miedo de tocar algo que pueda volverla lenta. No diría que la Concertación o la Nueva Mayoría tiene solo aversión al conflicto (como sugiere Tasha Fairfield en su libro), sino que está extendida la convicción de que la clave del éxito tiene que ver con la estabilidad macroeconómica y con generar condiciones microeconómicas para los empresarios. Creo que hay gente que dice: a mí me gustaría cambiar esto, pero no podemos, porque si no viene el caos. Los mecanismos de conformidad con el modelo probablemente sean múltiples y diversos para distintas personas.
Muchas de las estrategias que usa la UDI para hacer política son comunes también en el resto de las colectividades. En 2012, junto a Fernando Rosenblatt, Juan Pablo Luna publicó una investigación que indagaba sobre el funcionamiento de los partidos, usando como base más de 50 entrevistas a líderes, militantes de peso y potenciales futuros líderes de todo el espectro político. En ese momento, el escándalo del financiamiento ilegal no había estallado, pero premonitoriamente la investigación se tituló: ¿Notas para una autopsia? Los partidos políticos en el Chile actual.
Los antecedentes recogidos llevaron a los autores a concluir que era inminente una crisis del sistema de partidos debido a al alto nivel de desarraigo social y al fuerte descontento frente al liderazgo político.
El análisis que desarrolla esta investigación asume que no hay posibilidad de una democracia de calidad si no cuenta con partidos “institucionalmente firmes”, esto es, con partidos que tienen recursos suficientes, debate de ideas y estructuras de gobierno interno que les permitan desplegarse por el territorio y dialogar con la sociedad.
Pero los partidos chilenos –dicen Rosenblatt y Luna en su estudio–, no pueden hacer eso porque son extremadamente débiles en tres áreas centrales. Primero, carecen de financiamiento suficiente para hacer actividad política mínima: para formar cuadros, tener sedes regionales y generar proyectos nacionales. Al interior de los partidos la distribución de recursos no es homogénea. Y debido a que los partidos no pueden financiar todas las candidaturas, quienes cuentan con dinero propio o con un mecenas, tienen más posibilidades de ser designados candidatos. “Esto genera un sistema bastante endogámico respecto de quienes logran cargos de elección”, dice Luna.
En segundo lugar, sus lazos internos son débiles. La mayor fortaleza de un partido es su visión de la sociedad, la perspectiva desde la que aborda los problemas. Hoy, sin embargo, “no sabemos muy bien dónde están los partidos en términos de temas claves para la sociedad. Hay una suerte de dilución programática”, explica. Esto se debe, por una parte, a la falta de discusión interna; y por otra, a que las elecciones se pueden ganar sin explicitar ideas.
De hecho, dada la alta desaprobación que tienen los partidos, los candidatos desarrollan campañas alejadas de sus colectividades y no está claro que las ideas que usen para ganar votos sean consistentes con las que sostienen otros candidatos del mismo partido. Así, lo que un partido piensa sobre un tema es más bien el agregado de lo que los distintos líderes dicen a los medios y a sus electores. Es frecuente que las diferencias sean más profundas entre líderes de un mismo partido que entre dirigentes de distintas colectividades, dice Luna.
En tercer lugar, los partidos carecen de control sobre sus parlamentarios y alcaldes. Como los candidatos no dependen financieramente del partido y la marca tampoco les ayuda a ganar votos, la colectividad no tiene cómo disciplinarlos.
Peor es la situación cuando los candidatos se hacen con el cargo. Los incumbentes, es decir, los parlamentarios y alcaldes que van a la reelección, plantean el mayor desafío para los partidos y para la democracia. “Los partidos no pueden sacar a un diputado díscolo, porque no tienen cómo asegurar que con otro candidato el partido siga manteniendo el cupo”, dijo Luna a CIPER. En cambio, si el incumbente va a la reelección, es altamente probable que gane. De hecho, la investigación de Luna y Rosenblatt muestra que si estos cuentan con el dinero suficiente nunca son derrotados por los desafiantes, pues el conocimiento y el prestigio que les da el cargo no son fáciles de neutralizar. La investigación analiza 16 casos que buscaron ser reelegidos entre 2004 o 2009: 14 lo lograron.
Pero los partidos no solo no los pueden disciplinar, sino que, en muchos casos, su presencia en los distritos depende en términos financieros y organizacionales únicamente de lo que hagan los parlamentarios y alcaldes. Así, los partidos quedan desconectados de la sociedad, incapaces de canalizar demandas sociales que como en casos recientes de movilización social (por ejemplo, el movimiento en Aysén en 2012), los terminan desbordando.
La percepción que recogieron Rosenblatt y Luna de los dirigentes entrevistados fue de frustración: “Gran parte plantea un fuerte descontento con el funcionamiento de sus propios partidos, denunciando frecuentemente la presencia de prácticas irregulares, indeseables, y en muchos casos ilegales en las organizaciones que ellos mismos lideran”.
El único partido que escapa al crítico estado descrito es la UDI. Su amplio acceso a recursos le permite formar cuadros y tener actividad partidaria en todas las regiones. De hecho, es de las pocas colectividades que, como ocurría antaño, se puede recorrer nacionalmente. Por otra parte, tiene una ideología clara y ejerce un control estricto sobre cómo deben votar sus parlamentarios.
–Todos los partidos reciben financiamiento empresarial. La diferencia fundamental es que la UDI centraliza el financiamiento que recibe el partido y lo distribuye con mucha visión estratégica. Apoyan al que está en la línea correcta y al que demuestra trabajo para el colectivo, y pueden sacarle recursos al que se desvía –dijo Luna a CIPER.
–¿Ese involucramiento institucional podría explicar por qué la UDI no pudo sancionar a Jovino Novoa a pesar de que fue condenado por delitos tributarios?
–No sé por qué han hecho eso. Es una decisión irracional respecto de su posicionamiento en la opinión pública. Y creo que tiene más que ver con el peso de los históricos en la UDI y con el peso político que tienen los involucrados. Pero no sé.
Durante el debate que se generó con el proyecto de ley que intenta limitar la reelección de parlamentarios y alcaldes, se argumentó que los políticos que no pueden buscar la reelección «no tienen incentivos para atender a las demandas o aspiraciones de sus votantes», como lo constata el Informe Parlamentario Mundial 2012 elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
Ese argumento no parece valido en Chile. Si se considera que el ingreso promedio es de $454.031 y el 70% de las personas gana menos de $426.000 (según datos de la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos de 2013), la teoría dice que los políticos deberían competir por ese 70% de votos promoviendo políticas que produzcan equidad. Pero eso no ocurre, porque debido a los mecanismos descritos por Luna, los elegidos son permanentemente “personajes que están completamente alejados de las necesidades que tiene el votante medio chileno”:
“Ellos triunfan porque se juntan con el club del adulto mayor, con el centro de madres, porque consiguen una beca, porque traen obras al distrito. En su campaña el candidato no opera ni verbaliza sus preferencias programáticas. Y así son consistentemente reelectos aunque sus ideas estén muy desconectadas con su electorado. Esa es la clave del sistema”, explica el cientista político.
La despolitización creciente de la sociedad chilena se puede ver, entonces, como una reacción al hecho de que todos los partidos se igualan en sus métodos. Y los métodos son lo único que queda pues están vacíos de contenidos. “La gente no ve diferencias entre izquierda y derecha. Y si funcionan como una elite unificada, que sistemáticamente promueve ciertos intereses y anula otros, las personas los perciben como una ‘clase política’ y se preguntan para qué los van a validar con el voto”, explica.
En 2014, Luna publicó el libro Segmented representation: political party strategies in unequal democracies (Oxford University Press), en que el que constata que el panorama descrito sigue siendo válido. Allí argumenta que el tipo de relación entre votantes y partidos “contribuye a aislar a los líderes de la sociedad y de sus propias organizaciones”.
Algunos de los problemas planteados por Juan Pablo Luna se abordan en la ley sobre fortalecimiento y transparencia de la democracia, aprobada el mes pasado. Por ejemplo, a partir de ahora, se prohíbe efectuar erogaciones o donaciones en dinero o en especies durante el periodo de campaña. No más clientelismo.
Sin embargo, la ley no regula el periodo entre campañas y los datos del estudio de Luna indican que es ahí donde los incumbentes aseguran su reelección. Cuando se inicia la campaña ya está todo zanjado, por lo que la vigilancia de las donaciones en la época electoral solo impedirá a los desafiantes ir en su búsqueda.
Luna cree que siendo la ley un avance, el problema que tiene el sistema político en Chile no se reduce sólo a temas de financiamiento y gasto. Tiene que ver con cómo reconstituir el vínculo entre los partidos y la sociedad, que está dramáticamente cortado.
–Yo soy un escéptico del diseño de políticas públicas en base a la noción de “alinear incentivos” –dice Luna refiriéndose a las propuestas de la Comisión Engel que sirvieron de base a la ley de fortalecimiento a la democracia–. Yo creo que la solución pasa por construir partidos de naturaleza diferente. Varias de las ideas van en el sentido correcto. Pero construir partidos diferentes lleva tiempo y, por otra parte, depende también de dinámicas estructurales y no meramente de incentivos institucionales. Al final, el problema de Chile sigue siendo esencialmente la desigualdad.
“Tenemos 25 años de democracia y al menos en términos teóricos se espera que la igualdad política termine generando algún tipo de efecto redistributivo que no se ha visto en Chile”, dijo en una conferencia Luna. Piensa que la constancia de la desigualdad tiene efecto en cómo están funcionando los partidos.
Al igual que el economista de la Universidad de Harvard, Ricardo Hausmann (ver entrevista en CIPER), Juan Pablo Luna considera que la elite chilena tiene una responsabilidad muy grande en la crisis del sistema de partidos:
–La elite chilena es cerrada, endogámica, son todos primos, amigos, fueron a los mismos colegios. Y eso genera un efecto de burbuja, donde la gente diferente interactúa muy poco. Es muy fácil en Chile vivir segregadamente, sin ver a los diferentes, sin tener de co-apoderado a alguien que no tiene tus estudios, o tiene más o tiene menos. Y lo que hoy vemos en la política es un reflejo de la inequidad, pero sobre todo de la segregación. Porque tú puedes tener sociedades más o menos desiguales, pero donde los diferentes se conocen más, interactúan más. La figura clásica de esto son las escuelas públicas, donde el hijo del bancario esta con el hijo del zapatero y tienen un mismo uniforme que los iguala en el espacio de ciudadanía que es la escuela. En la medida en que no tienes una sociedad que funciona con esas reglas, la segregación escala y se traspasa al sistema político y al sistema económico. Por eso digo que este es un problema más estructural que de diseño institucional.
–Esa mirada indica que la solución es muy compleja, porque el problema es circular: para reducir la inequidad se necesitan partidos que empujen eso. Pero los partidos no van a ser capaces de hacerlo mientras no mejore la equidad.
–Sí. Los cientistas sociales estamos muy obsesionados por la “no circularidad”, por poder decir “x” causa “y”. Pero creo que tenemos que asumir que nos enfrentamos a este tipo de círculos viciosos y que, por lo tanto, es muy difícil, con un solo diseño de políticas públicas tratar de cambiar problemas que son mucho más complejos.
Vea aquí todos los diálogos con académicos realizados por el periodista Juan Andrés Guzmán