Mariana Callejas, cómplice del crimen de Carlos Prats y su esposa (I): Vida literaria en el corazón de la DINA
08.07.2010
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08.07.2010
Mariana Callejas no irá a prisión. Después de ocho largos meses de espera, la Corte Suprema anuló la condena a 20 años dictada en primera y segunda instancia, beneficiando a la ex esposa de Michael Townley con una sentencia de sólo 5 años y sin cárcel como cómplice del crimen del general Carlos Prats y su esposa, ejecutado en 1974, en Buenos Aires. Aún así, ella dice que pagó un duro castigo al convertirse en paria de las letras chilenas. Comenzó a escribir seriamente casi a la par que se afilió a la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA. Dos ocupaciones muy distintas y en apariencia opuestas pero que inevitablemente terminaron mezclándose: uno de sus primeros cuentos trata sobre un sujeto a quien le encargan instalar una bomba bajo un auto. Su casa fue cuartel y a la vez sede de un taller literario por el que pasarían figuras relevantes de la Nueva Narrativa Chilena. En esas sesiones de lectura era quien llevaba la voz cantante. El mando. Escribía más que ninguno del grupo y era considerada una promesa de las letras nacionales. Todo eso mientras tomaba parte activa del organismo represivo de Pinochet.
El libro que Mariana Callejas tenía sobre la mesa de comedor trata de sicología. El drama del niño dotado, de Alice Miller, llegó ahí por intermedio de un amigo budista que cree en los libros de conocimiento personal y autoayuda: “No sé por qué se le ocurre que me voy a encontrar a mí misma; yo ya me encontré hace rato”, dijo ella y sonrió desde su departamento de dos ambientes en Providencia, donde a esas horas del atardecer sonaba el grupo gótico Dead Can Dance. Una música extraña y oscura, inquietantemente hipnótica, suave y a la vez intensa, como la misma Callejas. Una música que serviría para ambientar el tránsito de la vida a la muerte de un ser humano.
La serie de encuentros y entrevistas con Mariana Inés Callejas Honores sucedieron unas semanas antes de la resolución de la Corte Suprema que anuló la sentencia a veinte años de cárcel en su contra por el asesinato del ex comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats y su esposa, ocurrido en 1974 en Buenos Aires. En esos días, previos a la sentencia definitiva, ella decía estar tranquila y confiada de su absolución. Decía eso y además se veía sinceramente tranquila y confiada, no obstante que las pruebas en su contra parecían sólidas. El propio Michael Townley confesó que su ex esposa chilena participó directamente, al igual que él, del atentado a Prats.
La escritora y ex agente de la DINA, de 78 años, decía que en caso de confirmarse la sentencia de primera instancia del juez Alejandro Solís no se afligiría. Ya estuvo siete meses en prisión en 1993 y esa experiencia “no significó mucho, si se sabe vivir ahí”, afirmó. Recordó que escribía poesías de amor para que sus compañeras de prisión se comunicaran con sus parejas y que solía contar a viva voz cuentos propios y ajenos, algunos de terror que incluyó en dos de sus libros. Salvo por algunas comodidades que dijo la tenían sin cuidado, la vida en prisión no haría gran diferencia con la que había estado llevando en los últimos años.
Una vida austera, solitaria y quieta. Una vida de condena social y de un ir y venir entre tribunales. Destacó además que en prisión puede hacer dos de las cosas que más le gustan: leer y escribir. De hecho, en prisión leyó Nocturno de Chile, el libro de Roberto Bolaño que recrea en clave de ficción los talleres literarios que ella solía organizar en la casa de Lo Curro, que al tiempo que sede social y literaria fue cuartel de la DINA y escenario de crímenes y horrores.
Mariana Callejas no reconocía autoría en el asesinato de Prats. Ni siquiera haber protagonizado o visto algún ilícito en sus años de agente. De lo que sí se mostró arrepentida es de haber participado en la DINA. Pero no por un juicio político o moral a la policía secreta de Pinochet, sino por las vergüenzas y dolores que han tenido que padecer sus cinco hijos, ocho nietos y un bisnieto.
Por eso, y principalmente porque su pasado político truncó una carrera literaria que se preveía promisoria.
Editores de renombre que leyeron sus cuentos, pero que no la publicaron por motivos políticos o morales, la reconocen como una escritora de méritos. Mejor que la media en Chile, al menos. Por algo fue reconocida con premios literarios ganados en buena ley. Pero Mariana Callejas es Mariana Callejas, protagonista de los más renombrados crímenes de la dictadura. De ahí que haya debido autoeditarse, habituarse al rechazo y desaire de sus pares. Eso sí que la entristece.
A decir verdad, en uno de los encuentros dijo precisamente lo contrario: que no la entristecía en absoluto, sino únicamente que lo encontraba injusto, pero lo dijo con voz triste. Eso ha sido un verdadero castigo, admitió después, en una de las pocas ocasiones que mostró alguna fisura (ver entrevista).
El punto de partida se sitúa en el invierno de 1974, cuando ingresó al taller literario que el escritor Enrique Lafourcade ofrecía en el Instituto Cultural de Las Condes. Eran cerca de cincuenta alumnos y ella destacaba entre la media. Ella y un par de nombres: Carlos Franz y Erik Polhammer. Había comenzado a escribir a fines de los sesenta, mientras vivía en Miami junto a su tercer marido y padre de dos de sus cinco hijos, Michael Townley. Allá tomó un curso de escritura y ensayó sus primeros cuentos, varios de ellos inspirados en personajes que había conocido una década atrás en Nueva York.
Fue precisamente uno de esos cuentos, llamado ¿Conoce usted a Bobby Ackermann?, el que impresionó favorablemente al maestro del taller en Santiago. Ambientado en Brooklyn, este monólogo de un veterano sastre judío obtuvo en 1975 el primer lugar del concurso de cuentos Rafael Maluenda del diario El Mercurio. El relato fue incluido cinco años después en el primer libro de la autora y posteriormente, a instancias de Lafourcade, en una selección de cuentos chilenos de editorial Andrés Bello que contó con un tiraje de 45 mil ejemplares.
Lafourcade será el gran puntal literario de la Callejas. Estimuló su escritura y no pocas veces influyó para que la publicaran y ganara premios. Fue también gracias a él que la autora participó en el almuerzo que escritores chilenos compartieron con Jorge Luis Borges en 1976.
Dos años antes, al comienzo del taller, su esposo estadounidense solía recogerla en auto y muchas veces llevaban a Lafourcade a su casa. Así conocieron su intimidad y ganaron su confianza. Callejas era su alumna preferida y ejercía una atracción especial en él y otros alumnos del taller, que admiraban sus observaciones agudas y punzantes, a veces crueles, pronunciadas con voz sedosa y pausada. Le gustaban las novelas de espías, especialmente las de John Le Carré, y comentaba con propiedad obras de Hemingway y Camus. Pese a su baja estatura, era una mujer atractiva, además de cosmopolita y enigmática.
Había vivido en un kibutz en Israel y su tercer marido era un norteamericano diez años menor que ella. Uno de sus amores, el también agente DINA Antal Lipthay, la definirá en una declaración judicial del caso Letelier como una mujer “extraordinariamente inteligente y hábil (…) Gustaba relatar detalles íntimos de sus vivencias en el kibutz, las costumbres, las obligaciones, la igualdad entre los sexos, la liberalidad en las manifestaciones eróticas. Y en este último detalle, recuerdo que a Mariana le satisfacía abundar en imágenes e incluso evocar algunas de sus propias experiencias”.
En el mismo testimonio, Lipthay la definirá en un ámbito más oculto: “La permanente acción política le da la satisfacción espiritual que necesita”.
La acción política experimentó un cambio de eje radical. Si en su juventud simpatizó con la izquierda, desde fines de los sesenta transitó hacia la vereda opuesta. No es fácil explicar esto. Tampoco ella se lo explica.
En una de sus tantas declaraciones a la justicia dirá que así como en Estados Unidos marchó en contra de la guerra de Vietnam también lo hizo antes en favor del senador Joseph McCarthy. Y hoy asegura que así como sigue siendo anticomunista, también se declara anticlerical. El hecho es que su verdadera “satisfacción espiritual” comenzó durante la Unidad Popular, cuando adscribió junto a su marido al movimiento nacionalista de extrema derecha Patria y Libertad y participó de la emisora clandestina Radio Libertad. Más protagonismo tuvo Michael Townley, que se vio involucrado en la muerte de un obrero en Concepción y debió arrancar del país para eludir la cárcel junto a su familia.
Tenía historial político, pero de eso no se hablaba en el taller literario de 1974. Se discutía de literatura y punto. Nadie sospechaba de ella. Por eso, ese mismo año, cuando Lafourcade anunció el abrupto fin del taller ante la deserción de varios alumnos, los que persistían aceptaron la invitación de ella de seguir las sesiones en la mansarda de la casa que tenía con Townley en calle Pío X, en Providencia. Uno de esos alumnos fue el empresario catalán Cristián Aguadé.
Ex esposo de la pintora Roser Bru y refugiado de la Guerra Civil española, recientemente Aguadé publicó un libro de memorias en que dice que la dueña de casa “escribía bastante bien unos cuentos de fuerte carga psicológica”. En particular destaca uno que le llamó la atención, aunque no necesariamente por su prosa: inspirado en José Liendo, el comandante Pepe, el cuento describía pormenores de la captura y muerte del mítico dirigente sindical del MIR, asesinado un mes después del golpe de Estado.
“La descripción era tan realista y con lujo de detalles, que si bien no es extraño en un gran escritor, parecía cosa vivida. Pero además, era la única que se atrevía a tocar temas de actualidad, pues todos los demás los eludíamos para no caer en sospechas”, cuenta Aguadé, quien en su momento nunca percibió nada extraño. Tiempo después vino a entender el propósito del taller de electrónica que el marido de Callejas tenía en las afueras de esa casa y por el que se pasaba para ingresar a la mansarda. Un taller como cualquiera. Una casa de familia como cualquiera. De ella admiraba su agudeza y talento literario. A Townley lo recuerda como “un joven de aire pacífico y hacendoso que de vez en cuando nos visitaba donde nos reuníamos, pues también era aficionado a la literatura”.
En el departamento de Mariana Callejas hay una foto familiar a la vista. Es una imagen en blanco y negro y la muestra a ella junto a Michael Townley y sus cinco hijos. La escena, que transmite satisfacción, serenidad incluso, fue captada hacia mediados de los sesenta cuando la pareja vivía en Los Dominicos y disfrutaba de un periodo de estabilidad que se extenderá por el resto de la década. Se habían casado en 1961 en Santiago y Townley pasó a ser el padre adoptivo de los tres hijos del anterior matrimonio de ella.
En 1966, una vez que nació el segundo hijo en común de la pareja, se trasladaron a vivir a Miami.
Allá ella comenzó a escribir en un taller de la Universidad de Miami. También se sumó a marchas convocadas por el New Party of Florida, una agrupación de izquierda que entre otras cosas proponía la legalización del aborto y la marihuana. A su esposo, en cambio, no le interesaban mayormente la literatura ni menos política. Lo suyo eran las carreras de autos. Trabajaba en un taller mecánico y antes había vendido enciclopedias. Aparte de los hijos, la pareja tenía poco en común.
Así y todo ella sostiene que había armonía entre ellos y que esa armonía era sinónimo de felicidad:
-Nuestra casa en Miami no era un lujo, era relativamente modesta, pero teníamos un yatecito y un perro muy lindo. Llegaban muchos chilenos a visitarnos, bandadas de chilenos que no sé cómo se pasaban el dato y se acomodaban en colchones en el garaje. Salíamos a pasear en yate y lo pasábamos estupendo, pero todo eso se esfumó cuando pasaron las cosas feas.
Las “cosas feas” comenzaron en tiempos de la Unidad Popular, más particularmente cuando Townley salió arrancando de Chile al tomar parte del comando de Patria y Libertad que dio muerte al obrero que custodiaba una antena que impedía las transmisiones de Canal 5 de Concepción, dependiente de la Pontificia Universidad Católica, cuya postura era de decidida oposición al gobierno de Allende. La foto del estadounidense estuvo en las portadas de los diarios y lo obligó a arrancar. Después le siguió ella con los hijos. Había un prófugo y un muerto a cuestas. Pero para ella las cosas feas no comenzaron realmente ahí sino con la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA.
Mariana Callejas ha dicho que su ex esposo ingresó a la policía secreta de Pinochet a instancias del entones coronel Pedro Espinoza, subdirector de la DINA, que conocía el trabajo de la pareja en Patria y Libertad. Que lo hizo por motivos económicos pues hace no mucho habían llegado de Estados Unidos y no tenían trabajo. Y que ella también aceptó participar sólo para aumentar el ingreso familiar, no obstante que le pagaban considerablemente menos que a él.
Ha dicho también que no tenía una función específica en la DINA, a diferencia de su esposo, que era experto en electrónica. Que no midió las consecuencias y las cosas se le escaparon de las manos, pues no tuvo voluntad de poner freno a lo que consideró fue un aprovechamiento de los mandos superiores. Ha dicho todo eso y vuelve a decirlo en su departamento, introduciendo algunos matices:
-Es para arrepentirse el resto de la vida. Para darse de patadas en el traste el resto de la vida. ¿Cómo pude aguantar esto yo? ¿Por qué dejé que Mike hiciera esto? Pero no se puede repetir la historia. Fue un mal momento, fue un mal momento cuando no encontró trabajo y estaba desesperado, estábamos desesperados. Había que pagar arriendo, había que pagar colegios, tú sabes cómo es. Sin trabajo, sin apoyo, y de repente aparece Espinoza (…) Yo me vi envuelta en este asunto, no es que yo haya dicha Ah, voy a pelear por esto, me voy a meter a la DINA y voy a hacer cosas, no. Yo por mí no hubiera hecho nada. Si Michael no hubiera insistido en que lo acompañara, yo no habría tenido por qué figurar en ninguna cosa. Pero, como era muy celoso, insistía en que lo acompaña en sus viajes…
El primer viaje en que acompañó a su marido -de acuerdo con el fallo en primera instancia del juez Solís, que fue ratificado por la Corte de Apelaciones- coincidió con el asesinato de Carlos Prats y su esposa. Entre los elementos de prueba esgrimidos por Solís para incriminarla se cuenta el testimonio de un ex militar que asegura que en los días previos al atentado la pareja estuvo probando explosivos en el Cajón del Maipo, lo que fue corroborado posteriormente por el propio Townley ante la justicia. De cualquier modo, había una distinción: mientras Townley dedicaba tiempo completo a su trabajo en la DINA, Callejas alternaba sus funciones de agente con las de escritora aficionada.
Sus cuentos trataban principalmente de veteranos, perdedores y gente sola y desencantada. También de terror y misterio. Varios de los relatos de esa época fueron compilados en Larga noche (1981), una autoedición de escasísima difusión que comienza con un relato homónimo que describe las torturas de un detenido. También incluye el cuento titulado Parque pequeño y alegre, que trata de un sujeto a quien le encargan poner una bomba bajo el auto de una víctima.
El libro llegó a manos del crítico literario Hernán Poblete Varas, quien publicó un comentario de ese libro en el que dijo que “se trata de cuentos breves, concretos, sin una palabra de más (…) en la mayoría prevalece cierto escepticismo en el cual no hay, sin embargo, derrota ni amargura, aunque haya desencanto y muerte”.
Mariana Callejas se tomó en serio su afición literaria. Tenía una producción importante y era quien movilizaba al grupo proveniente del taller de Enrique Lafourcade que siguió trabajando en la casa de Pío X, en Providencia. “Instalé asientos, alfombras, pisos, lámparas y avisé que el taller sería autónomo y que estaría abierto a quien quisiera asistir”, escribió en la introducción de su libro Nuevos cuentos (2007). También escribió que entre el “bello grupo de personas asistentes” a esas primeras sesiones, se encontraban Cristián Aguadé, Lucho Hermosilla, Verónica Pizarro, Cassandra Gianini, Verónica Pizarro, Iris Cornejo y Carlos Franz, a quien definió como “el niño bonito que hablaba como un caballero sesentón”.
Empujada por su maestro literario, que más de una vez llegó de visita a esa casa, Callejas ejercía un cierto liderazgo sobre el grupo. Conducía las sesiones y determinaba sus dinámicas. Según el relato testimonial que el escritor Carlos Iturra publicó con el título de Caída en desgracia, ella “no ponía restricciones a su hospitalidad y prodigaba a todos por igual su acogedora bienvenida, pero como tallerista era implacable, tal vez la que descargaba opiniones más despiadadas sobre los textos defectuosos”.
El escritor Gonzalo Contreras, quien a partir de 1976 –con 17 años- frecuentó los talleres de la ex agente, dice que “ella era una mujer muy fuerte, con temperamento”, y solía llevar la voz cantante en el taller y, probablemente, “por lo que pude observar, también en su casa”.
Atendiendo a la relación de los hechos, es muy probable que en los días en que tenían lugar los talleres literarios en la mansarda de la casa de Providencia, se organizaba el asesinato de Carlos Prats.
Aunque ella nunca ha reconocido participación alguna en este crimen, admitiendo únicamente que en esa época viajaba a Buenos Aires por motivos de turismo y comercio, fue su propio ex marido quien la delató en una declaración judicial de 1999 ante la jueza María Servini de Cubría:
“Yo estaba sentado al volante y mi esposa al otro lado y tenía la radio sobre las rodillas. La levantó y preguntó: ¿qué hago? Dámela, le dije… No, no sé si lo dije… simplemente la tomé. Ella estaba toqueteando, empujando. Ni siquiera estaba prendida. Estábamos sentados desde hace horas… Cuando ella levantó la radio, el botón estaba al lado derecho, lo tenía en la mano. Yo vi que cuando la levantó pensaba que se iba a producir la explosión, pero no sucedió…” (ver testimonio completo de Townley).
La Corte Suprema desestimó este testimonio, al igual que otras pruebas. Para la máxima instancia judicial del país, sólo a Townley le cabe responsabilidad como autor material del crimen. Como sea: se trató del primer crimen internacional de la DINA. Y a éste le seguirán los atentados a Bernardo Leighton (Roma, 1975) y Orlando Letelier (Washington, 1976), en los que estarán involucrados Townley y su esposa.
Fue el comienzo de una política de exterminio internacional y para ello la DINA dispuso la compra de la casa de Lo Curro, donde se mudó la pareja y quedó establecido el cuartel Quetropillán. Ahí también se siguieron celebrando veladas literarias y sociales con nuevos invitados.
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