Mujeres chilenas: 7 millones de ciudadanos de segunda categoría
29.11.2007
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29.11.2007
“Es tanta la testosterona flotando en el aire, que es un milagro que a las mujeres chilenas no les salgan bigotes”. La ocurrencia de la escritora Isabel Allende arrancó carcajadas entre los asistentes al homenaje que se rendía en México en marzo de este año a la primera mujer que alcanzó la Presidencia de la República en Chile. La broma de la afamada novelista, a la luz de lo que ha sucedido en estos 19 meses del gobierno de la socialista Michelle Bachelet, está lejos de ser un chiste inofensivo.
Una de las mayores paradojas que enfrenta la mujer en Chile es que, a pesar de que las cifras la sitúan con uno de los más bajos índices de inserción laboral en el continente (38,5%), las chilenas que han asumido solas el sostén de su familia se han multiplicado. En el Censo 1992, el 25,3% de las mujeres se declaró jefa de hogar, cifra que se elevó al 31,5% en el Censo 2002 y que ya en agosto 2007 experimentó una nueva alza: el 32% de los hogares chilenos está a cargo de una mujer.
Otro dato que permite entender esa cruda realidad es el aumento explosivo de los niños nacidos fuera del matrimonio en la década de los ‘90. Si en 1990 las estadísticas del Registro Civil indicaban que un tercio de los niños nacidos no tenía padre conocido o presente, el 2002, y según las mismas fuentes, los niños nacidos de padres no vinculados legalmente como pareja superaron el 50%.
Como corolario a lo anterior, hay otras cifras que agudizan la situación de las mujeres que deben criar solas a sus hijos. En 2004 hubo 243 mil nacimientos en el país, y ese mismo año se presentaron 120 mil demandas (casi la mitad de los partos) por pensión de alimentos contra hombres que no se hacen cargo de sus hijos.
No debiera extrañar entonces la sensible disminución de los matrimonios en Chile. En 1990 hubo 99.759 enlaces, cifra que en 2004 sólo llegó a los 28.154.
Todo indica que cada año se sigue multiplicando el grupo de chilenas –las que en promedio tienen 2,1 hijos- que enfrentan solas la crianza y necesitan empleo y protección social.
Estas frías estadísticas dan cuenta de uno de los cambios sociales y culturales más impactantes que está experimentando la sociedad chilena. Así lo interpreta Roberto Méndez, director de la empresa de investigaciones de mercado y opinión pública Adimark, quien afirma que es uno de los signos de que estamos viviendo “uno de los más profundos quiebres culturales y valóricos de nuestra historia” (revista “Sábado” de El Mercurio, 13 de junio 2003).
Pero así como las aproximadamente 250 mil mujeres que trabajan como temporeras son invisibles a la hora de festejar la superación de los récord en exportaciones y siguen trabajando en condiciones más que precarias, son pocas las instituciones que han dado los giros para asumir y dar respuesta a esta nueva realidad.
Y ello revela que en la misma medida que el trabajo se convirtió en un bien precario en estabilidad al igual que la seguridad social, la salud y la educación se encarecieron, el modelo tradicional de familia con un padre proveedor y una madre que se ocupa del hogar y del cuidado de los hijos, comenzó a desmoronarse.
Y si hoy todos los expertos coinciden en que es impensable para los estratos medios y más vulnerables mantener una familia con un solo salario, se hace urgente prestar atención prioritaria a la mujer jefa de hogar.
Así lo ha entendido Bachelet, quien en su primer año de gestión puso en marcha una quincena de políticas para las mujeres. Pero el dramático incremento de la violencia que sufren las mujeres a manos de sus parejas, las inequidades de género que subsisten en el mercado laboral -incluido el sector público- y la soterrada resistencia del mundo político masculino al nuevo liderazgo que encarna la Mandataria, son síntomas de que el machismo se niega a acatar el toque de retirada.
La ex ministra de Defensa Vivianne Blanlot, cuenta por primera vez en detalle cómo actúa la resistencia política en el poder político y enjuicia la destemplada crítica que reciben la Presidenta y sus ministras ante actuaciones que a sus antecesores no les fueron censuradas.
Se abrieron los canales y las herramientas para que las mujeres violentadas denuncien el maltrato, pero la respuesta ha sido el feroz aumento del femicidio. El dramático testimonio de María Cartagena sobre la infatigable búsqueda de su hermana embarazada, detenida desaparecida durante la dictadura, la que terminó 20 años más tarde cuando ella misma descubrió que no había sido asesinada por los militares sino por su esposo, nos recuerda que no es un fenómeno nuevo.
Ministras, pobladoras, juezas, empresarias, temporeras, campesinas, ejecutivas, académicas, delincuentes y líderes estudiantiles, describen en esta investigación de cinco capítulos las dificultades que han frenado en estos 19 meses de gestión de Bachelet el avance hacia una cultura de menor discriminación.
Sus historias son una muestra de que no basta con promulgar leyes y dictar decretos para avanzar en el tema de género. Lo saben bien las siete mil integrantes de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, la más grande organización femenina del país, cuyo Primer Congreso, realizado justo cuando Bachelet cumplía un año en La Moneda, no tuvo una sola línea en la prensa.
Una prueba más de que la mayoría de las 7.668.740 chilenas sigue siendo invisible.