EXTRACTO EXCLUSIVO DEL ÚLTIMO LIBRO DEL PERIODISTA DANIEL MATAMALA
El Hastío
01.03.2024
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EXTRACTO EXCLUSIVO DEL ÚLTIMO LIBRO DEL PERIODISTA DANIEL MATAMALA
01.03.2024
En su nuevo libro, el periodista Daniel Matamala plantea que, tras el estallido social de 2019, sigue pendiente la construcción de un nuevo pacto social en Chile. En un ensayo inédito, que acompaña una selección de sus columnas, reflexiona sobre qué factores han impedido llegar a ese acuerdo y advierte sobre los peligros que se avizoran en otras naciones donde el sistema democrático no se ha hecho cargo del malestar post boom económico. En este extracto de “El hastío” –el nuevo título de la colección “Un día en la vida” de editorial Catalonia–, el autor se detiene en el término “octubrismo” y el “intento sistemático por reescribir lo ocurrido” y reducirlo “a un sola de sus dimensiones”.
¡Qué viaje! Por cuatro años recorrimos kilómetros, compartimos emociones, momentos que parecían decisivos. Abusamos hasta desgastarla de la palabra “histórico”. Creímos, a veces con esperanza, otras con temor, que la rueda de la fortuna se clavaba en algún espectro ideológico. Supusimos estar del lado correcto, o del incorrecto, o del correcto de nuevo, de la historia.
Sin mapa, sin brújula, nuestra sociedad acometió́ un viaje que parecía iniciático, decisivo. Y después de demasiados días y demasiadas noches, terminamos descubriendo que dimos vueltas en círculos.
Que el lugar de llegada es demasiado parecido al punto de partida.
Por lo pronto, en el tema que tanto nos ocupó, la Constitución, dimos una gigantesca vuelta en 360 grados.
¿Tiene un compás a mano, estimado lector, estimada lectora?
Parta de un punto y vaya moviendo el compás a la izquierda. O hágalo con un vaso y mueva el lápiz por el contorno, en la misma dirección. Y vea cómo, mientras usted sigue empujando, el trazado alcanza su punto más izquierdo, baja hasta volver al medio, arremete por el lado contrario hacia la derecha, y finalmente termina cerrando el circulo.
Exactamente en el mismo lugar en que partió.
Sí, cuatro años después del acuerdo que cambiaría para siempre la historia de Chile, aquel de noviembre de 2019, estamos en el mismo punto. La Constitución de 1980 no solo sigue vigente, sino que además la posibilidad de reemplazarla nunca había estado tan lejos.
Asustados en la izquierda y en la derecha por los demonios que se desataron en ambos procesos constituyentes, huimos de esos fantasmas, de esas sombras. En 2020, pletóricos de confianza, gritamos “Apruebo” y empezamos a mover el compás. Asustados por el resultado, dijimos “Rechazo” en 2022, y luego “En Contra” en 2023.
Como niños que ven fantasmas en las sombras de la noche, terminamos resguardándonos bajo la cobija anticuada y desvencijada de la Constitución vigente.
Un lugar incómodo, inadecuado. Pero al menos conocido.
Y en tiempos de incertidumbre, usted conoce el refrán: “Mejor diablo conocido…”.
Claro que centrar todo en la Constitución es un error. Porque el proceso constituyente no fue más que un inadecuado e insuficiente sucedáneo para algo mucho más grande, más relevante: un pacto social. Mejor escribámoslo con solemnidad, con mayúsculas: un Pacto Social.
Como recordaremos en las siguientes páginas, era esa la demanda que latía, indefinida, amorfa, bajo el estallido. La Constitución era parte de esa demanda, pero al final, en una desafortunada cadena de eventos, el todo fue sustituido por la parte.
Y bueno, ya sabemos cómo terminó eso.
Observe de nuevo el dibujo que ha trazado. Sí, el círculo se cerró. Estamos otra vez en el punto de partida. Pero ese punto inicial está ahora rayado, remarcado por la fuerza con que el lápiz marca el comienzo y la llegada.
Es un punto estresado, gastado.
Y es que, aunque estamos en el mismo lugar desde el punto de vista constitucional, el viaje nos ha costado caro. Estamos frustrados, agotados, molestos. ¿Con la brújula que no nos guio? ¿Con el mapa de la historia que, a diferencia de lo que nos prometieron, era un mapa en blanco? ¿Con los líderes que no encontraron la ruta en medio de la noche? ¿Con nosotros mismos?
(…)
En su ensayo El Estrecho de Bering, el escritor francés Emmanuel Carrère recuerda cuando Lavrenti Beria, el temido jefe de la policía secreta soviética, cayó en desgracia en julio de 1953.
“A los pocos días de la detención, a los camaradas les llegó un sobre con una hoja y unas instrucciones: se les pedía que, con sumo cuidado y la ayuda de una cuchilla de afeitar, recortaran el texto sobre Beria y lo sustituyeran por el que se les adjuntaba, referido al estrecho de Bering (en sus ediciones de la Gran Enciclopedia Soviética)”. Carrère relata que, “así, Bering sustituía a un Beria caído en desgracia, que, siguiendo el método habitual de las autoridades soviéticas, desaparecía sin dejar rastro”.
Por cierto, en una democracia como Chile nadie tiene el poder para modificar así la historia. Pero sí ha habido un intento sistemático por reescribir lo ocurrido a fines de 2019 y comienzos de 2020, para amoldarlo a una retórica que destaca, exagera y distorsiona ciertos hechos, y oculta u olvida los demás.
Esta mirada se resume en el concepto de “octubrismo”, una palabreja informe que se utiliza como un insulto sin contornos definidos. Ser “octubrista” es, a juzgar por el desprecio con que se lanza el término, algo muy grave, pero no está claro qué imputación contiene.
El antropólogo del IES Pablo Ortúzar define el “octubrismo” como “el rechazo a los acuerdos y el deseo de mantenerse en la inversión de los valores, en el rally de demolición y en el poder de las patotas”. El investigador del CEP Juan Luis Ossa lo describe desde la “pulsión refundacional”.
Para Jorge Gómez, de la Fundación para el Progreso, el “octubrismo” es “reflejo de una decadencia social y política que sigue latente y generando estragos como el vandalismo escolar anquilosado y criminal”. El filósofo Felipe Schwember dice que “los octubristas cohonestan la violencia”. El cientista político Mauricio Morales hace ver que hoy “el apelativo ‘octubrista’ genera más vergüenza que orgullo, vinculándose al silencio cómplice frente a los inaceptables hechos de violencia” (curiosa reflexión, porque ¿quién podría enorgullecerse de un apelativo que nadie se ha asignado nunca a sí mismo?).
El escritor Rafael Gumucio, quien se proclama inventor del término, tiene otra explicación. “Se me ocurrió llamar ‘octubrismo’ a la justificación teórica desde la nueva izquierda del fenómeno (de las protestas). O más bien del intento absurdo de esa nueva izquierda de apoderarse de un movimiento del que era un invitado más”.
Más reflexivo, el exministro José Joaquín Brunner señala que “el octubrismo no es una ideología, ni un partido, ni siquiera un movimiento. Es el espíritu de la revuelta; esto es, del ‘estallido social’ que tuvo lugar el 18-O; una verdadera explosión de violencia en las calles dirigida contra el sistema”.
Tal vez “octubrismo” sea un ejemplo perfecto de lo que el historiador argentino Ernesto Laclau, referente intelectual de cierta izquierda latinoamericana, llama “significante vacío”: una palabra que, como “peronismo”, puede albergar todo tipo de significados.
Como sea, “octubrista” es un concepto útil, porque sirve como arma arrojadiza para lanzar al adversario en el ring de las redes sociales. Como “facho”, “zurdo”, “momio” o “feminazi”, es un término tan amplio que resulta imposible refutarlo.
Lo que sí parece claro es que la prédica contra el “octubrismo” pretende reducir todo lo ocurrido durante el estallido social a un sola de sus dimensiones: los continuos y graves hechos de violencia protagonizados por civiles, que incluyeron la quema y destrucción de estaciones de metro, locales comerciales, edificios públicos e iglesias. La escala de la destrucción fue inédita desde la vuelta a la democracia.
Pero en octubre, y los meses posteriores, también ocurrieron otros dos fenómenos inéditos desde 1990. Uno fue la masividad de las protestas pacíficas. El otro, la dimensión de las múltiples violaciones a los derechos humanos de manifestantes por parte de agentes del Estado. Hoy, sin embargo, se pretende reescribir la historia, reduciendo hechos tan complejos a solo uno de sus ángulos. Lo más impresionante, por su audacia, es el negacionismo de las violaciones a los derechos humanos ocurridas en 2019. Esto no es objeto de controversia. Sendos informes de Human Rights Watch, la alta comisionada de las Naciones Unidas y Amnistía Internacional constataron las más graves vejaciones ocurridas en democracia. Así lo reconoció el mismo gobierno del presidente Piñera, cuyo ministro del Interior Gonzalo Blumel admitió que “los hechos en materia de derechos humanos y también en la capacidad de resguardar el orden público indican que se hace necesaria una reforma mucho más profunda” de Carabineros.
Sin embargo, ahora los mismos sectores que por años hablaron de “presuntos desaparecidos” reinciden en el negacionismo. “Las violaciones masivas a los derechos humanos son un invento”, afirmó el diputado republicano Luis Sánchez en 2022. Mientras que su colega de bancada Clara Barchiesi afirmó que “ningún carabinero ha sido condenado por abusos sexuales, dejen de mentir”. En ese momento existían 533 denuncias por violencia sexual en el INDH y 364 en la Fiscalía. Estas incluían una condena contra, precisamente, una carabinera en Arica (por “delito de abuso sexual en el contexto del estallido social”, según el fiscal nacional subrogante).
Habrá que recordar que en 2019 la subsecretaria de Derechos Humanos del presidente Piñera, Lorena Recabarren, aceptó “con dolor” los informes internacionales que constataban “graves vulneraciones a los derechos de las personas, incluyendo denuncias de abusos, malos tratos y violencia sexual”. Usar la escasez de condenas para asegurar que esos casos no existieron es tan absurdo como afirmar que nadie quemó el Metro, porque en la mayoría de los incendios no ha habido sentencias, o que nadie atacó, incluso con bombas molotov, a carabineros, porque varias de esas agresiones siguen impunes.
El asunto tomó un cariz francamente humorístico cuando la Cámara de Diputados aprobó un proyecto de resolución para “condenar el octubrismo”, con la naturalidad con que se habla de un término por todos conocido.
Por 74 votos a favor, 43 en contra y 14 abstenciones, los honorables acordaron “manifestar que la tesis octubrista perdió toda legitimidad” e “invitar a que el octubrismo, como expresión ideológica, sea condenada por todos los partidos”.
¿Qué diablos significa eso? ¿Cuál es “la tesis” que “perdió legitimidad”? ¿En qué consiste esa “expresión ideológica” que todos los partidos deben ser implacables en “condenar”?
Silencio. Misterio. Enigma.
Los honorables no dicen ni pío sobre tales profundidades hermenéuticas.