ALAN MCPHERSON, HISTORIADOR ESTADOUNIDENSE QUE INVESTIGÓ EL ATENTADO CONTRA ORLANDO LETELIER
«Los enemigos pacíficos, como Letelier, eran mucho más frustrantes para Pinochet»
22.11.2023
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ALAN MCPHERSON, HISTORIADOR ESTADOUNIDENSE QUE INVESTIGÓ EL ATENTADO CONTRA ORLANDO LETELIER
22.11.2023
En su libro Matar a Letelier. El crimen que puso en el banquillo al régimen de Pinochet, el historiador Alan McPherson prueba definitivamente y sin dudas que el dictador dio la orden de asesinar al excanciller y exministro de Defensa del Presidente Salvador Allende. Una orden que agentes de la DINA y terroristas cubanos ejecutaron el 21 de septiembre de 1976 en Washington DC, a 14 cuadras de la Casa Blanca. La investigación judicial de este caso duró casi dos décadas, afectó las relaciones diplomáticas entre Chile y Estados Unidos y dejó huellas profundas en las familias de Orlando Letelier y Ronni Karpen Moffitt, las que McPherson analiza y relata en profundidad. El libro, de reciente lanzamiento, fue editado por Catalonia-Un Día en la Vida.
Por qué asesinar a Orlando Letelier, que no era un líder mundial entre los opositores a la dictadura del general Augusto Pinochet. Por qué hacerlo en Washington, temerariamente, con un autobomba y a pocas cuadras de la Casa Blanca. Por qué matarlo poco después de haberlo despojado de la nacionalidad chilena, en castigo por su activismo en contra del régimen.
–Esa es una pregunta permanente, porque está muy claro que él no era un líder de ningún movimiento en el exilio; trabajaba para un think tank no muy poderoso; no tenía mucho dinero. Sí tenía conexiones con casi todos los líderes políticos anti pinochetistas, pero no más que eso–, dice el historiador Alan McPherson, director del Center for the Study of Force and Diplomacy, en Temple University, y autor de Matar a Letelier. El crimen que puso en el banquillo al régimen de Pinochet (Editorial Catalonia-Un Día en la Vida).
–El régimen planteó, al menos a través de la prensa, que Orlando Letelier planeaba organizar un gobierno en el exilio.
–No. Sus planes eran bastante modestos para boicotear al gobierno de Chile: quería poner presión y mostrar los crímenes de la dictadura. Pero no tenía un plan concreto con la pretensión de derrocar a Pinochet.
Alan McPherson (1970) es especialista en las relaciones de Estados Unidos con América Latina y, más concretamente, en el estudio del antiamericanismo. Llegó a Chile primero como turista, en sus veintitantos; luego se acercó buscando información sobre la relación bilateral en los gobiernos de Ronald Reagan y finalmente se involucró más con la investigación de Matar a Letelier. El crimen que puso en el banquillo al régimen de Pinochet, un libro fundamental para comprender las pesquisas policiales, el larguísimo proceso judicial en ambos países y, muy especialmente, las vidas de las víctimas y sus victimarios.
El libro prueba claramente que el poder de Letelier se basaba, como dice el historiador, en las múltiples conexiones que hizo en Estados Unidos a partir de 1960, cuando se instaló en Washington para trabajar en el recién creado Banco Interamericano de Desarrollo, BID, y que profundizó después, cuando asumió como embajador del gobierno de Salvador Allende. Su vida de exilio en esa ciudad –a donde llegó en enero de 1975, después de un año preso, primero en la Isla Dawson y luego en el campo de concentración de Ritoque– fue bastante activa. “Se reunía con los más altos funcionarios del Departamento de Estado, enseñaba en la American University, almorzaba con el senador demócrata Ted Kennedy. La activista Angela Davis visitó alguna vez su casa; Richard Avedon lo fotografió y Joan Baez era su amiga”, relata Matar a Letelier.
La noche del 10 de septiembre de 1976, once días antes de morir, Orlando Letelier dio un discurso frente a 75 mil asistentes a un recital en el Madison Square Garden de Nueva York, en apoyo a las organizaciones de derechos humanos en Chile. Él debía presentar, precisamente, la actuación de Joan Báez. Se acababa de enterar de que Pinochet le había quitado la nacionalidad y en su discurso, previo al recital, lo emplazó: “Nací chileno, soy chileno y moriré siendo chileno”.
–¿Cree usted que Pinochet tenía una especial animadversión contra Letelier? Fue su subalterno, de hecho, y en el libro usted cita a su esposa, Isabel Morel, diciendo que “Pinochet solía llevarle el maletín a Orlando” cuando era ministro de Defensa. También relata que a Letelier le parecía “servil”.
–No tenemos ninguna evidencia de que Pinochet tuviera un odio personal en contra suya. Lo encarceló, es cierto, pero no tuvo con él un trato diferente al de otros presos políticos. Cuando lo liberó de prisión y lo dejó ir al exilio (a Venezuela), se lo dijo bastante claramente: “Tú no puedes hacer política en contra de nuestro gobierno”. Y creo que cuando Letelier hizo justamente lo contrario, Pinochet decidió acabar con él.
–Aunque no fuera una persona poderosa en términos políticos.
–Letelier no tenía poder político, pero era un símbolo muy importante de la continuación del espíritu de Salvador Allende. De ese espíritu socialista, pero también pacífico y democrático. Pinochet podía acabar fácilmente con enemigos violentos; pero los enemigos pacíficos, como Letelier, eran mucho más frustrantes para él. Y entonces decidió mandar una señal al mundo de que incluso una oposición pacífica desde Washington no se podía tolerar.
–La justicia chilena condenó por el atentado al general Manuel Contreras y al brigadier Pedro Espinoza. El primero era entonces coronel y dirigía la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y el segundo, mayor de Ejército, era su jefe de Operaciones. ¿Cómo llega usted a probar que la orden proviene del propio Pinochet?
–Primero, tenemos que saber que la relación entre Pinochet y Contreras era muy estrecha. En los primeros años, al menos hasta 1976, se veían casi todas las mañanas y desayunaban juntos. Si Contreras planificaba algo tan importante como un asesinato en Washington, se lo diría a Pinochet. Eso es lógico. Y tenemos ahora el documento de la CIA, de 1987, titulado “El rol de Pinochet en el asesinato de Letelier y el consiguiente encubrimiento”, en el cual la CIA dice haber llegado a la conclusión que Pinochet ordenó el atentado en 1976.
En Matar a Letelier, McPherson da más detalles. Cita un archivo de la CIA según el cual Pinochet “aplicó una táctica de cerrojo en torno al caso para ocultar su involucramiento y, en última instancia, resguardarse en su anhelo de aferrarse a la presidencia”. El documento añade que Pinochet no había mostrado disposición alguna de entregar a Contreras a Estados Unidos y que se había protegido presionando a la Corte Suprema chilena, para que negara su extradición.
–Esta es la evidencia concreta para corroborar lo que muchos presumían, partiendo por la viuda de Letelier, Isabel Morel.
–Sí. Y también tenemos una carta del Secretario General de Naciones Unidas dirigida a Ronald Reagan, que reporta ese documento de la CIA. Entonces, sabemos que la CIA había llegado a esa conclusión. Y que Reagan lo sabía. Y que su canciller (George Shultz) lo sabía. Lo que no tenemos, aún, son las pruebas que permitieron a la CIA llegar a esa conclusión. Aparte de todos los indicadores que relato en el libro, me interesaría saber si la CIA consiguió algo un poco más concreto.
–La confesión de Manuel Contreras, por ejemplo.
–Exacto.
–¿Cómo documenta usted la relación de la CIA con Contreras?
–Tenemos algunos documentos. Sabemos que ya al hacerse cargo de la DINA, Contreras tenía alguna relación con la CIA. Viajaba de vez en cuando a Washington y entregaba alguna información. Y una o dos veces la CIA le pagó unos US$6 mil, que no es mucho dinero. Pero después de eso, cuando la DINA se vuelve más violenta, algunos líderes de la agencia promueven un corte y deciden terminar la relación con él.
–En el libro, usted muestra a una CIA que está en forma permanente cerca de Letelier: le había hecho una ficha en 1960, cuando llegó al BID. Luego estuvo en su foco de atención como embajador en Estados Unidos. Tanto, que Letelier sacó documentos de la embajada y los escondió en su casa para preservarlos de un eventual espionaje.
–Todo eso era bastante normal. La agencia tiene dos roles. Uno es informarse de todo, de espiar a todo el mundo. Entonces no me sorprende que haya tenido una ficha tan temprana sobre un hombre como Letelier. Y el otro rol son las operaciones, lo que la obliga a relacionarse con otros líderes y otros espías del mundo. Pero sí está claro que, cuando ocurre el asesinato, bajo el mando del futuro presidente George W. Bush, la CIA no quiere actuar. No quiere colaborar con el Departamento de Justicia de Estados Unidos, ni con el FBI, ni compartir su información. Siempre respondió: “No tenemos nada, no sabemos nada”.
–¿Y era eso posible?
–Es muy posible que no haya tenido que ver con la planificación ni con la ejecución del atentado. También es posible que no supiera que ese crimen ocurriría, porque, si uno se pone en los zapatos de Contreras, hubiera sido un error advertir previamente a la CIA. Recordemos además que los agentes de la CIA también eran anticomunistas feroces y que fuera asesinado un izquierdista no les importaba mucho. Estaba en su lógica.
–En los primeros días, la CIA y el FBI consideraron muy difícil que fuera Pinochet el autor de este atentado, porque les parecía demasiado inteligente como para poner una bomba en la capital de Estados Unidos.
–Casi todos en Estados Unidos pensaron exactamente lo mismo. La CIA, el Departamento de Defensa, diarios como The New York Times y The Washington Post. En el Departamento de Estado (organismo responsable de las relaciones internacionales) también consideraron que Pinochet no podía haber planificado un crimen tan tonto, y que era más posible que fuera un grupo izquierdista violento buscando culpar a Pinochet de asesinar a un izquierdista moderado.
Los diarios chilenos brindaron incluso más conjeturas, relata McPherson en Matar a Letelier: “La Tercera predijo que el ‘terrorismo ultraizquierdista’ acusaría a ‘agentes fascistas’ y concentraría la culpa en Pinochet, vinculando la pérdida de la ciudadanía por Letelier a su muerte. El Mercurio sostuvo que Letelier y los Moffitt se dirigían a la embajada chilena con una bomba cuando la explosión ocurrió”.
Mientras en Estados Unidos dudaban y en Chile exculpaban al régimen militar, los viudos de las víctimas, Isabel Morel y Michael Moffitt, tenían total certeza del rol de la DINA y de Pinochet en el atentado. Ambos, pero en particular Isabel Morel, dedicaron los 20 años siguientes a presionar a las policías, los gobiernos y las cortes de sus países para mantener una investigación que fue muy compleja, desgastante y dolorosa.
–No es usual encontrar en los libros de historia relatos y experiencias vitales, perfiles que abordan incluso el ámbito psicológico. ¿Hay un interés de llevar la gran política hacia las personas, centrando la Guerra Fría en lo que causó en algunas vidas, por ejemplo?
–Hay un poco de todo eso. Me interesan los libros que ligan la gran historia con las historias personales. Y también los que tienen un estilo más novelístico, que incluyen conversaciones, descripciones de personas, de lugares, de eventos. Y me parecía que este caso es como una historia de dos familias. Para mí el centro, el corazón del libro, son las historias de los que sobreviven.
–¿Cómo llegó a esos relatos?
–Había muchas entrevistas y mucho material de este tipo en Estados Unidos. Pero además contamos con excelentes archivos privados, como el National Security Archive, que creó la Colección Letelier. Era material de los años 80 o 90 y que casi nadie había revisado. Había documentos del gobierno norteamericano, del Departamento de Justicia, del FBI, que pude trabajar durante semanas. A propósito de la investigación civil del caso, la que buscó una indemnización para las familias, todos fueron entrevistados para estimar “cuánto habían sufrido” por el acto de terrorismo y así obtener un número financiero válido. Al leer esos documentos, encontré una narrativa personal de sufrimiento psicológico de cada ser humano involucrado, e incluso de los padres de Ronni Moffitt, que sufrieron de muchas maneras.
"Pinochet podía acabar fácilmente con enemigos violentos; pero los enemigos pacíficos, como Letelier, eran mucho más frustrantes para él. Y entonces decidió mandar una señal al mundo de que incluso una oposición pacífica desde Washington no se podía tolerar".
–Su trabajo contiene mucha información de Isabel Morel. ¿Qué opinión se hace de ella?
–Para mí, es el personaje central del libro. Isabel Morel es un símbolo del coraje que necesitó la familia para enfrentar al gobierno chileno, para enfrentar a muchos gobiernos norteamericanos y para intentar obtener justicia.
–¿Cómo dimensiona lo que vivió ella?
–Su sufrimiento fue muy importante para mí. Y, si se lee el primer capítulo, no aparecerá un análisis de los problemas de Chile, de Estados Unidos, del terrorismo, ni de la Guerra Fría. El primer capítulo es el asesinato y las reacciones de todas las familias y cómo sufrieron ese día, el día del autobomba. Isabel, sus hijos, Michael Moffitt, los padres de Ronnie Moffitt, las familias, están en el inicio. Quería dar la impresión de que el sufrimiento de los parientes es lo más importante emocionalmente. Y crear una tensión narrativa para, al final del libro, confirmar si valió la pena o no el sufrimiento de los 20 años que duró el caso.
–El libro menciona que entre 1976 y 1991 Isabel Morel y sus cuatro hijos no estuvieron juntos una sola vez. ¿Cómo evalúa esa información, que es tan íntima?
–La pérdida del esposo, la pérdida del padre, la pérdida de una familia, es muy brutal. Y, otra vez, esa familia es como un micro cosmos de lo que pasa con los exiliados chilenos en la dictadura. Se van de todas partes, se van de todos los países y a veces es muy difícil encontrarse de nuevo. En el caso de los Letelier, son hombres jóvenes que han perdido a su padre, han perdido las oportunidades que vienen con el hecho de tener un padre poderoso, y deben hacer su propio camino en el mundo. Hay algunos que se quedan en Estados Unidos, otros van a México y después a Chile. Y no se ven mucho.
–E Isabel Morel se dedica a la búsqueda de justicia.
–Ella tiene que sobrevivir, al principio. Ocuparse de sus niños, pero también ocuparse de ella misma. Y dedica su vida a la búsqueda de justicia, como una manera de desarrollarse personalmente. Luego busca dedicarse no solamente a la memoria de Orlando Letelier, sino a la justicia social, internacional. Se dedica, por ejemplo, a las mujeres de los países en vías de desarrollo.
–En su descripción de personajes, usted muestra a Manuel Contreras como un niño traumado que vio morir a su madre; hijo, nieto y bisnieto de militares; serio e inteligente… Y después se transforma en otro personaje, mentiroso y cobarde.
–No veo tanto una transformación en él. Más bien veo una calcificación de lo que verdaderamente era. Era un hombre muy solo, que no podía admitir cualquier culpa en ninguno de sus actos. No soy psicólogo, pero él tenía un problema bastante serio que le impedía admitir cualquier relación, emoción o gesto de humanidad con otras personas. También le gustaba el poder y no podía vivir sin el poder. Y era un narcisista, eso es claro. Siempre fue inteligente, pero la inteligencia se transformó en algo no muy importante al final de su vida. Solamente tenía que mentir. Es un poco como Donald Trump. Él miente siempre, siempre, para proteger su personalidad.
–Se sabe muy poco de quien les transmite a Michael Townley y Armando Fernández Larios la orden de matar a Letelier: el brigadier Pedro Espinoza.
–Es un enigma ese hombre. Una razón es que no hay mucha cobertura de prensa sobre Espinoza porque, a diferencia de Contreras, no dio entrevistas, ni escribió. Tengo documentadas una o dos conversaciones entre él y Townley, pero además de eso no tenemos su voz. Pero tengo la impresión de que es una personalidad un poco como la de Contreras. En los años 90 hay algunos psicólogos chilenos que miraron a Contreras, hablaron con él y trataron de analizarlo. Pero nunca lo hicieron con Espinoza.
–También está el matrimonio Townley Callejas, personas que usted describe bien.
–Ella (la escritora Mariana Callejas, casada con Townley y también colaboradora de la DINA) es muy interesante, un enigma, porque tenía muchas contradicciones. En sus veintitantos era muy rebelde, muy de izquierda, vivió en un kibutz en Israel. Con el gobierno de Allende, y con el Golpe, se transformó en una persona pro dictadura, que apoyó completamente el Golpe. Podemos decir incluso que ella involucró a Townley en los movimientos de derecha durante el gobierno de Allende. Ella era una persona que buscaba un combate, fuera un combate intelectual, artístico o político.
–Michael Townley era un hombre joven, extranjero, hijo de un padre ausente (Vernon Townley estaba a cargo de la planta de ensamblaje de Ford en Santiago). ¿Cómo termina convertido en terrorista?
–Él se fue involucrando, poco a poco, durante el gobierno de Allende. Una razón es que necesita dinero: no tiene profesión ni una manera de sobrevivir, con una esposa que es mayor que él y con varios niños. Trabajar para la DINA es la manera que encuentra de tener un muy buen nivel de ingresos, con una casa muy bonita. Porque es un hombre que nunca va a la universidad y no tiene mucha inteligencia, salvo su talento con lo electrónico. Por eso Townley es valioso primero para Patria y Libertad y después para la DINA. Y no solamente por ese talento que le permite preparar bombas, sino también por ser norteamericano. Él puede entrar y salir de Estados Unidos, comprar componentes que no se encuentran en el país y también, claro, asesinar sin que sea detectada una huella chilena.
"Me interesan los libros que ligan la gran historia con las historias personales. Para mí el centro, el corazón del libro, son las historias de los que sobreviven".
–No era un político que peleaba por una causa.
–No. Era un hombre que no tenía ideas políticas muy definidas, pero que sí era un anticomunista y que creía en la maldad del gobierno de Allende. Era más o menos fácil transformarlo en un derechista violento.
–Y en 1978 la DINA lo abandona y el régimen autoriza su extradición a Estados Unidos.
–Sí. Y la misma ventaja que tenía de ser norteamericano, se transformó en desventaja. El régimen militar podía expulsarlo de Chile, pero de Estados Unidos no podía escapar. Entonces, le pareció que lo mejor era confesar y hacer un trato con el FBI que le resultó beneficioso, porque implicaba algunos años en prisión y después una vida como testigo protegido. Supongo que sigue viviendo en algún lugar de Estados Unidos, con otra identidad. Y supongo que ha vivido una vida más o menos normal, pese a ser un terrorista internacional.
–Hay otros terroristas en el caso de los que sabemos muy poco: los cubanos. Uno es José Dionisio Suárez, quien conducía el automóvil que el 21 de septiembre de 1976 siguió de cerca el Chevelle que manejaba Orlando Letelier por Sheridan Circle. El otro es Virgilio Paz, el hombre que, según el libro, apretó el botón e hizo estallar la bomba. Pero su investigación muestra muchos más antecedentes del movimiento cubano.
–El rol de los cubanos fue muy importante y es vital saber que no eran fanáticos. Eran cubanos anticastristas, militantes, terroristas, protegidos por cientos de cubanos que los apoyaban con dinero, silencio y seguridad. A esa comunidad de cubano-americanos pertenecía el Movimiento Nacionalista Cubano, MNC, y muchos otros grupos que compitieron entre ellos para hacer los gestos más peligrosos. Todos buscan aliarse con el más anticomunista de América. Y ese era Pinochet.
–El libro relata que algunos grupos fueron entrenados por la CIA. ¿La CIA los preparó en su lucha contra Castro y después los abandonó?
–Exactamente. Y eso explica en parte por qué se involucraron algunos en el crimen de Letelier en Estados Unidos. Entre 1959 y 1962, la CIA tuvo un centro de entrenamiento en Florida; el segundo más grande de todos sus centros en el mundo. Allí se prepararon miles de cubanos que querían invadir Cuba y derrocar a Fidel Castro. Luego no sé si la CIA cerró el centro en Florida, pero sí despidió a casi todos los cubanos. Pero hay dos problemas. Uno es que esos cubanos habían sido entrenados y tenían el talento, el conocimiento y el deseo de continuar. Y, segundo, que ahora tenían una animosidad especial hacia Washington.
Entre 1978, cuando Michael Townley fue extraditado a Estados Unidos y se transformó en un testigo protegido, y 1995, año de la condena de Manuel Contreras y su ingreso al penal para militares de Punta Peuco, nuevamente la familia Letelier debió continuar el juicio y conseguir justicia en Chile. Esta vez el protagonismo no lo tuvo solo Isabel Morel, sino su cuñada, la abogada Fabiola Letelier.
Los hitos fueron pocos, pero difíciles. El Informe de la Comisión Rettig, creada por Patricio Aylwin para investigar las violaciones de los derechos humanos cometidas en dictadura, determinó en febrero de 1991 que Orlando Letelier fue asesinado por agentes del Estado chileno. Un reconocimiento importante, pero sin peso jurídico. Y ese mismo año, en septiembre, se cumplía la fecha de prescripción del caso.
Matar a Letelier relata en detalle un vuelco inesperado que benefició a la familia. Sorpresivamente, y a diferencia de como actuó la Corte Suprema en dictadura, el Pleno mantuvo abierta la investigación y nombró a un ministro instructor para continuarla. El elegido fue Adolfo Bañados, que McPherson describe así: “Alguien que rehuía las entrevistas, escribía poesía y pintaba. En los albores de los 70 años, se conservaba en gran forma practicando escalamiento en los Andes. Era conocido entre sus pares como un espíritu conservador, pero a la vez un intelectual agudo y enérgico, y un investigador ferozmente independiente, muy ceñido al manual”.
En noviembre de 1993 el ministro Bañados condenó a Contreras y Espinoza por el homicidio. En mayo de 1995, la Corte Suprema ratificó esa condena. Y en octubre de 1995, al fin, Contreras entró a Punta Peuco.
"Isabel Morel es un símbolo del coraje que necesitó la familia para enfrentar al gobierno chileno, para enfrentar a muchos gobiernos norteamericanos y para intentar obtener justicia".
–El final de este caso es simbólico de muchas maneras. La justicia en un caso de violación de los derechos humanos que nunca hubiera ocurrido sin el esfuerzo de las familias– dice McPherson.
–Y es un símbolo fuera de Chile también.
–Sí. Creo que si bien la derecha ganó la Guerra Fría, la guerra de los derechos humanos la ganó la izquierda. El caso Letelier es un ejemplo de que se puede ganar una guerra dentro de una guerra mayor.
–¿Cómo ve a Chile hoy?
–Es muy diferente de lo que era, claro. Hay más libertad individual, es un país mucho más rico. Pero el gobierno de Allende, y el centro del proyecto de vida de Letelier, era terminar con la desigualdad social de Chile. Letelier hablaba siempre de la desigualdad y su terror era que Pinochet iba a mantenerla. Y vemos todavía que Chile sigue dividido sobre ese problema.