«Bestia» al Oscar: cómo la animación está pensando Chile
09.02.2022
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09.02.2022
Solo en 2021 se realizaron más de veinte películas animadas en nuestro país, sin contar series. Muy lejos del estereotipo de cine infantil, muchas de ellas abordan sucesos recientes de nuestra historia, tal como el aplaudido Bestia —recién nominado al Oscar a mejor cortometraje animado— se inspira en una torturadora de la Dina, Ingrid Olderock. Comenta el director de Cinechile en columna para CIPER: «La animación emerge como una expresión poderosa, que incluso rompe barreras expresivas y colinda con lo experimental, abriendo posibilidades poéticas refrescantes; a veces, hasta más poderosas que un cine de lo “real”».
*Todos los títulos a continuación con link asociado pueden verse online. Bestia se encuentra disponible en la plataforma Vimeo.
Otro hito del cine animado chileno fue anunciado ayer: el cortometraje Bestia, dirigido por Hugo Covarrubias, ha conseguido ser nominado al Oscar como mejor cortometraje animado. Se trata de la misma nominación que llevó en 2016 a Historia de un oso a llevarse una histórica estatuilla, la primera para el cine chileno.
Esto no es una casualidad, ni tampoco responde solamente a buenas movidas publicitarias de los productores de estas películas (un trabajo que, en todo caso, para nada es menor). El cine animado chileno está en un nivel altísimo y es hora de tomarlo en serio. Hay que verlo y apreciar cómo a través de filmes recientes —Bestia, Los huesos o el largometraje Nahuel y el libro sagrado, por nombrar algunos ejemplos— no sólo vemos obras técnicamente muy bien ejecutadas, sino también que a través suyo se está pensando en Chile de una forma conceptualmente muy removedora: son historias que vuelven sobre traumas del pasado que retumban en el presente. Son las libertades que posee la animación, que, al estar más liberada de la realidad como soporte, ensancha las posibilidades imaginativas en sus relatos e imágenes.
¿Pero por qué no consideramos al género cómo se debe?
Hace varios años, un par de reconocidos críticos de cine me manifestaron su rechazo a la animación. Descartaban que alguna película hecha bajo esa técnica fuera «cine de calidad» o «de verdad». Simplemente, no veían películas animadas por considerarlas de niños; algo demasiado liviano. Si en algún momento me creí esa idea, la curiosidad me salvó. Descubrí así cosas como Vals con Bashir (2008), Ryan (2004),Persépolis (2007) y, obviamente, joyas del animé tales como las dirigidas por Hayao Miyasaki (pongo en la cumbre El viento se levanta, de 2013).
En resumen, escarbando más allá de Disney —y lo digo pese a los grandes filmes nacidos al amparo de Pixar—, la animación emerge como una expresión poderosa, que incluso rompe barreras expresivas y colinda con lo experimental, abriendo posibilidades poéticas refrescantes; a veces, hasta más poderosas que un cine de lo «real» (que, si se sigue el mainstream narrativo instalado a través de las grandes plataformas tipo Netflix, hoy aparece en general controlado y uniformado).
Por ahí está la animación chilena, esperando aún ser descubierta al final del cajón de un cine nacional que siempre cuesta que sea visto y difundido. Cuando en 2012 Historia de un oso rompió todos los pronósticos y obtuvo el primer Oscar para nuestro cine, se pensó que, tras años de esfuerzos no reconocidos, la animación chilena tendría la figuración que se merecía. Pero es evidente que esto aún está al debe.
Hay que pensar que producir cortos de no más de quince minutos de duración, como Historia de un oso y Bestia, tomó cuatro años en terminarse. Lo que más toma tiempo es conseguir recursos peregrinando entre fondos por todo el mundo (pues los que se obtienen en Chile apenas alcanzan para pagar el diseño).
Esto no ha impedido que cada vez surjan más escuelas, más autores y más obras que consolidan la idea de estar frente a una época dorada. En este sentido, un valioso punto en común de las películas animadas nacionales es justamente no atarse a lo infantil, y reflexionar sobre el pasado y el presente. Se recordará que Historia de un oso era una alegoría sobre la represión dictatorial, la pérdida y el exilio. En el caso de Bestia, su opción es más radical: se trata de un claro retrato sobre Ingrid Olderock, miembro de la DINA y reconocida torturadora muerta en 2001.
Durante sus casi quince años de trayectoria, Hugo Covarrubias ha trabajado con la técnica del stop-motion con una delicadeza e inventiva destacables. En Bestia se sumerge (literalmente) en la mente de Olderock a través de un forado que en su cabeza deja un balazo. Ahí dentro trata de representar los demonios que poseían y rodeaban a la mujer. En sus quince minutos de duración, el filme construye un perfil psicológico a través de escenas surrealistas, mezcladas con otras que reconstruyen un gris y cruento clima dictatorial, del cual ella es colaboradora. Es estética y conceptualmente un gran filme, lo que explica que funcione más allá de si se conoce o no a la figura protagónica. Es, finalmente, una historia descarnada de los monstruos o las bestias que surgen de un contexto sostenido en la represión y en la muerte. Me atrevo a decir que es uno de los más lúcidos y descarnados retratos sobre el terror dictatorial que el cine chileno ha producido. Una obra mayor.
En un tono más abstracto y experimental está Los huesos, el último trabajo del dúo de Cristóbal León y Joaquín Cociña, quienes destacaron mundialmente con el largometraje La casa lobo (2018), especie de cuento de terror sobre una niña que escapa de Colonia Dignidad. Siguen en Los huesos con su increíble inventiva, al animar objetos y espacios de gran tamaño que intervienen hasta reconfigurar sus sentidos. Es un estilo que los ha llevado a la élite del cine mundial, al punto de que la cinta tuvo su estreno en el Festival de Venecia del año pasado. Aquí enfrentan directamente el contexto actual, mostrando una historia donde la Constitución y el origen de un Chile conservador y represor se transfiguran en un ritual que resucita a dos muertos: Diego Portales y Jaime Guzmán. Con una estética deudora del cine mudo, filmada en formato 8mm., la cinta perturba al parecer el viejo mal sueño de un loco-
Y está, también, el hito que implica el reciente estreno de Nahuel y el libro mágico. El largometraje dirigido por Germán Acuña muestra a un niño que en el sur de Chile vive una aventura que lo sumerge en la mitología mapuche. Es una bella historia de crecimiento realizada en animación tradicional y con la clásica estructura del viaje del héroe, pero donde las tradiciones y la mitología están situadas con claridad y una lúcida inventiva que no cae en lo didáctico. Aún está en salas, y sin pandemia seguro hubiera dado más que hablar.
Es injusto siempre hablar de un buen momento y solo nombrar unos cuantos casos. Solo en 2021 se realizaron más de veinte películas animadas en Chile; eso, sin contar las series. Se puede nombrar a productoras como Punk Robot (aquella detrás de Historia de un oso>), Marmota Studio (Golpea Duro Hara) y Zumbástico Studios (Puerto papel), entre otras que producen series para grandes cadenas internacionales, además de cortos. También está Lunes, factoría que realizó el largometraje Homeless (2019) y el corto Waldo’s dream (2018), que tuvo gran recorrido festivalero. Y cabe destacar y ver a realizadores como Fabrizzio Bartolini (La periferia), Claudio Díaz Valdés (Valparaízoo), Álvaro Rozas (Hijo de Dios), Julio Pot (¿Y usted quién es?), Leonardo Beltrán (Cantar con sentido), Kylie Trupp (W.A.R.F.), Nicolás Lara (Los tres pescadores) y Alejandra Jaramillo (Halahaches), por citar algunos. Por supuesto, recomendamos descubrir y volver a ver a los maestros de estas nuevas generaciones: Vivianne Barry y Tomás Welss, ambos aún activos y sorprendentes. Finalmente, destacamos la gran labor de difusión del género que hace el Festival Chilemonos, donde casi todos los trabajos mencionados han sido exhibidos.
Esperemos que con la nominación de Bestia al Oscar valoremos más a estas obras y autores que a través de lápices, muñecos y gráficos 3D están no solamente intentando crear mundos para capturar miradas ávidas de innovadoras imágenes en movimiento, sino que también buscando nuevas formas de pensarnos, algo que hoy se hace urgente dado el contexto político-social. Ojalá que las palabras de buena crianza que abundarán de ahora hasta la ceremonia del Oscar del 27 de marzo tengan al fin también una concreción real, que contribuya a que la animación chilena tenga el apoyo y realce que hace rato merece.
Y que Bestia se lleve la estatuilla.