Por qué el modelo de salud pública del Reino Unido podría arreglarle la vida a nuestra clase media
27.01.2022
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27.01.2022
«Tener acceso a un sistema de salud gratuito y de calidad en el Reino Unido ha sido una experiencia personal muy gratificante», comenta en esta columna para CIPER un investigador chileno residente en Cambridge. La experiencia junto a su familia en el National Health Service (NHS) motiva una detallada comparación de financiamiento, servicios y orden entre éste y la salud pública de nuestro país.
El Reino Unido es un país desarrollado e inclusivo. Luego de diez años viviendo aquí, me pregunto qué aspectos de su orden social pueden ser practicables en un Chile más equitativo. Para mí, la respuesta corta está en su sistema de salud; un tema presente en el debate público chileno, que hoy cobra relevancia en la Convención Constituyente (así como en dichos de la pasada campaña presidencial del presidente electo, Gabriel Boric). Es lógico que así sea: los sistemas de salud conforman no solo una línea-base ética fundamental de las políticas sociales, sino que también un pulmón necesario para oxigenar el desarrollo de todas las otras áreas del bienestar ciudadano.
Para el caso particular de Chile, un sistema de salud público y de calidad podría contribuir a la solvencia financiera de la clase media, esa que hoy opta por las isapres aunque la endeuden (según Casen 2020, 2.189.572 trabajadores en Chile que reciben un sueldo mensual superior a $950.000 se encuentran afiliados a isapres).
Tener acceso a un sistema de salud gratuito y de calidad en el Reino Unido ha sido una experiencia personal muy gratificante. Al igual que la salud pública chilena, el sistema británico se compone en parte de consultorios de atención primaria atendidos por médicos generalistas, algunos centros de atención secundaria, y una red de hospitales donde se encuentran los especialistas (cardiólogos, neurólogos, pediatras, etc.). El total de gasto destinado a la salud es del 9,8% del PIB, lo cual no está lejos del 8,8% del PIB gastado en Chile (al considerar tanto gasto público como privado).
Las instalaciones, la tecnología y el trato del personal de salud son similares a los de una clínica de rango medio (o al de un hospital público chileno moderno). La gran diferencia está, por cierto, en la gratuidad; además de la calidad y velocidad de acceso al servicio. Quizás suena penoso y cursi, pero debo decir que la primera vez que me atendí en el sistema de salud público británico fue también la primera vez en mi vida que sentí que el Estado (aunque no fuera mi Estado) me cuidaba bien (y cuidaría incondicionalmente), independientemente de mi condición o circunstancia. No ha importado que me presente como extranjero recién llegado en busca de trabajo, y más tarde como estudiante de posgrado o académico investigador: siempre, mientras he vivido en el Reino Unido, he contado con acceso a una buena red de apoyo y cuidado en salud gratuita.
Es difícil comunicar lo que significa este sentir, pero quizás ayude una anécdota personal sobre el nacimiento de mis hijos. Ya después de ocho años estudiando y trabajando acá, una noche llegamos con mi señora de urgencia al hospital debido al nacimiento anticipado de nuestros mellizos. Nos ingresaron inmediatamente a la sala de observaciones. Asignaron una matrona que no solo la monitoreaba a ella y a los mellizos que ya querían nacer, sino que hasta se dio la molestia de prepararme un té (lo que causó una pequeña controversia familiar, pero yo me defiendo diciendo que no aceptarlo hubiese sido de mala educación). Para el parto nos atendió un equipo médico de diez profesionales en pabellón. Era un procedimiento de alto riesgo, pero todo salió bien. Luego del parto, y porque los pequeños eran prematuros, nos otorgaron servicio de dos incubadoras por una semana. Además, tuvimos acceso a dieciséis días de cama en pieza compartida (incluso, yo pude quedarme algunas noches allí). Todo esto, más medicamentos, comida, tests, y visitas post hospitalarias de enfermeras a nuestra casa durante ocho semanas salió a costo cero ($0).
Un año más tarde operarían sin costo a uno de mis hijos, al mes siguiente de que el especialista indicara la necesidad de tratar un problema médico semi-urgente. ¿Qué más puedo pedir? En Chile, el equivalente de estos dos episodios nos hubiera dejado con una deuda no menor. Los planes de isapre generalmente no cubren las complicaciones de parto, y los días de cama y otras prestaciones tienen un porcentaje de cobertura con topes no muy altos. La deuda nos habría llegado justo cuando más requeríamos de solvencia familiar. No puedo dejar de preguntarme, entonces: ¿por qué si en Chile gastamos poco menos que el Reino Unido en salud, y más que el promedio OCDE, nuestro sistema de salud sigue siendo deficiente?
En ambos países existe una cantidad similar de camas de hospitales (2 vs. 2.4 por cada 1000 habitantes) y doctores (2.6 vs. 2.8 por cada 1000 habitantes). Pero en Chile las listas de espera para atención con especialistas y cirugía eran, pre-COVID19, hasta 9.5 veces más largas (469 días, promedio para cirugía esencial no urgente no-GES) que las del Reino Unido (49 días). ¿Qué está fallando?
Todo parece apuntar hacia el sistema de reparto del financiamiento entre Fonasa y las isapres. Las condiciones actuales del sistema público y del privado son tan inequitativas que resultan insalvables. Gracias a contar con el 7% de los salarios de alrededor de tres millones de afiliados —la mayoría, de ingresos superiores a $950.000 mensuales—, las isapres recaudan el 46% del monto total de pagos de la población, aún cuando atienden solo al 17 a 18% de ella. Pese a esto, las isapres no cubren más que el 25% del costo de las prestaciones relacionadas con preexistencias durante los primeros 18 meses de afiliación. En la práctica, trabajan sobre todo con personas de perfiles de bajo riesgo, lo cual abarata sus costos y le genera mayor carga al Estado (Fonasa). Así, mucho del dinero que pagamos por salud en isapres no se gasta en salud, sino que se transforma en utilidades para los dueños de éstas (utilidades que además podrían abandonar el país de la noche a la mañana, pues 80% de las Isapres son de inversionistas extranjeros).
¿Cuánto costaría mejorar el sistema de salud pública chileno? Al ver los números me resulta sumamente interesante notar que nuestro sistema privado de salud gasta por persona al mes solo 35% más (US$69,63) que su sistema público (US$51,43). En teoría, y sólo en lo monetario, el costo que tendría transformar este último en un sistema similar al privado implicaría inyectarle un 35% más de recursos (menos de lo que podría aportar al sistema público la clase media afiliada a isapres).
Otro aspecto ejemplar que es relevante mencionar sobre el sistema de salud británico es el coste de los medicamentos, que son muy bajos, fijos y universales. Independiente de lo que aquí necesites, el costo de todo medicamento es el mismo (hoy, cada receta médica mensual equivale a $10.500 chilenos, o $120.000 al año por una cantidad ilimitada de recetas médicas). Uno de mis hijos, que tiene alergia a la proteína de la leche, recibió el equivalente de lo que en Chile serían $200.000 mensuales de fórmula láctea libre de lactosa (Neocate) de manera gratuita por seis meses. Niños y personas de tercera edad, desempleadas o con muy bajos ingresos reciben todos sus medicamentos gratuitamente.
Permítaseme hacer un ejercicio mental para ilustrar el nivel de ahorro que un sistema de salud público como el británico podría traer a millones de chilenos de clase media:
Hoy el costo de un plan de libre elección etiquetado como «conveniente» para una pareja —con cobertura hospitalaria del 100%, ambulatoria del 90% y de medicamentos del 30% (la más completa existente en el mercado chileno en estos momentos, pero con topes anuales en cobertura)— cuesta aproximadamente $300.000 al mes (ver más en www.queplan.cl); o sea, $3.600.000 en un año. 216 millones de pesos durante sesenta años es el costo que tendría que pagar una pareja que comienza a trabajar a eso de los 20 y vive hasta los 80 años, la expectativa de vida actual en Chile. Si el cobro promedio por persona en salud se fijara en US$90 mensual ($73.500, que es más alto que los US$69,63 ó $56.500 que gastan actualmente las isapres en cada afiliado), estaríamos hablando de un gasto de $106 millones en sesenta años por pareja/familia, no $216 millones; vale decir, un ahorro de más del 50% ($110.000.000). Según listas de Portal Inmobiliario, esta última figura es equivalente a cerca de la mitad del valor de una casa de 120 mt2, ya sea nueva en Chicureo o usada en Santiago Centro, Macul o La Florida (y equivale al ciento por ciento del precio de una casa usada más pequeña —70mt2— en Puente Alto, Maipú, Padre Hurtado o Quilicura, por dar algunos ejemplos).
Entonces, lo que está en juego aquí no es solo la tranquilidad que otorga un sistema de salud pública —que te atiende incluso si tienes preexistencias, o si estás desempleado y sin ahorros para seguir pagando la cuota mensual—, sino que también la capacidad que tiene una familia de clase media para asegurar la casa propia (según Casen 2020, el 38% de los chilenos del quintil más acomodado no es propietario) junto a una eventual jubilación digna, que no ponga presión en las siguientes generaciones para la mantención médica y habitacional de sus padres y abuelos; lo cual, inevitablemente se traduce en la perpetuación de mayores inequidades sociales y perjudica la movilidad social de los más jóvenes.
Al ritmo actual, el 20% de los mayores de 60 años en Chile no cuenta con casa propia (ver Casen 2020). Deben seguir pagando arriendo a la vez que enfrentan altos gastos en medicamentos. Si durante la vejez, en Chile llegar a fin de mes pasa a ser un arte macabro, en el Reino Unido la gente ocupa sus ahorros previsionales en salir a viajar y realmente disfrutar de su jubilación (hablo de personas de todo el espectro socio-económico). Claro que hay otros factores que permiten que las familias ahorren lo suficiente como para lograr aquello (educación gratuita y de calidad; pensiones formadas por aportes tanto del empleador como del empleado y el Estado; seguros de cesantía generosos), pero, tal como he argumentado aquí, no hace falta ser economista para darse cuenta de que, en gran medida, este disfrute de los británicos se debe a la cobertura gratuita y de calidad que ofrece su sistema de salud pública durante toda la vida. Al migrar la clase media chilena (sobre todo aquella de ingreso superior a $950.000 al mes) a una salud pública y de calidad, no solo se ayudaría a sí misma sino que a todo el país. Todos necesitamos de algo similar. Cuánto me gustaría poder volver a un Chile donde se pueda vivir cuidado y tranquilo así.