Decrecimiento: una solución atada al pasado
26.01.2022
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26.01.2022
En la legítima discusión sobre el ritmo y límites del desarrollo, los impugnadores del crecimiento olvidan observar un mundo hipercomplejo, que puede alterar sus modelos de producción pero no sus estructuras sociales, indica esta opinión para CIPER. «Que se comience a mirar hacia otro lado es esperanzador. Pero de ahí a que se asuma que ese otro paisaje al que mirar sea el decrecimiento, puede ser una grave equivocación».
La siguiente columna es una respuesta a «A favor del decrecimiento», texto publicado en CIPER en enero de 2021.
El articulo de Velotti, Aedo y Cabaña «A favor del decrecimiento» es a su vez una síntesis de otro texto publicado en Italia por el primer autor («Ecosocialismo e decrescita: parliamone»). Ya su título es revelador de sus intenciones político-ideológicas: situar en el debate nacional la legitimidad del concepto de decrecimiento, toda vez que éste comienza a instalarse en Chile a través de declaraciones públicas y en medios de comunicación. Con este propósito se despliega una larga lista de autores que de una u otra forma avalarían la idea. O, como dice Hickel (2021), que «una reducción planificada en el uso de energía y recursos» o una simple detención del crecimiento del PIB son opciones para enfrentar las actuales crisis sociales —y, en particular, ambientales— que amenazan hoy a los países.
La columna mezcla referencias provenientes de corrientes teóricas e ideológicas muy diversas. Van desde el libro de Schmelzer, Vansintjan y Vetter El futuro es decrecimiento: una guía para un mundo más allá del capitalismo, a citas al New York Times y textos de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA). Confirman que lo que los autores persiguen es transmitir que no es idea peregrina de unos cuantos problematizar la estrategia dominante para abordar la crisis ambiental global y el antropoceno que no ha puesto en duda el crecimiento. O sea, que se trata de algo que merece tomarse en serio.
No es difícil concordar con esta apreciación sobre los límites del crecimiento (puesta sobre el tapete por el Club de Roma en su ya legendario informe del mismo nombre de 1972), la cual encuentra eco en un grupo cada vez más numeroso de intelectuales, científicos/as y ciudadano/as de a pie. Lo había avisado ya con antelación y rigurosidad Georgescu Roegen en su libro La Ley de la Entropía y el proceso económico, cuya lectura seguro enrojecería a los epígonos de entelequias tales como las de la economía «verde» o «circular» (términos que serán olvidados más temprano que tarde).
No deja de ser una señal relevante que una entidad como la AEMA, cuya sobriedad está fuera de toda duda, exponga lo siguiente:
…las políticas de alto nivel (por ejemplo, el Pacto Verde Europeo y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, ODS) proponen como solución la disociación del crecimiento económico y el uso de recursos. Sin embargo, los debates científicos sobre la posibilidad del desacoplamiento se remontan al siglo XIX y aún no hay consenso. Estudios recientes, como Hickel y Kallis (2020) y Parrique et al. (2019), no encuentran evidencia de que haya tenido lugar un desacoplamiento absoluto entre crecimiento y degradación ambiental a escala global. El concepto de «economía circular» sugiere que los recursos materiales podrían obtenerse cada vez más dentro de la economía, reduciendo el impacto ambiental al aumentar la reutilización y el reciclaje de materiales. Sin embargo, este «imaginario» socio-técnico tiene un potencial limitado para la sostenibilidad, como lo revela el análisis biofísico (Kovacic et al., 2019a) (AEMA 2021).
Desde sus inicios, toda la política ambiental —también la de cambio climático— ha girado en torno al status-quo social, y se reduce a la idea de que es posible gestionar nuestra relación con la Naturaleza mediante regulaciones y avances tecnológicos, sin necesidad de tocar las estructuras sociales. Según ello, la cuestión ambiental es básicamente, y esto gracias a un cientificismo positivista ecologizante, un tema de relaciones de insumo/producto con la Naturaleza (tomamos mucho de ella, le devolvemos entropía). La intensidad de este vínculo se puede regular tecnológicamente, mientras la sociedad permanece intocada. La política de cambio climático es un caso patente: el cambio climático lo producen unos gases que son generados por unos sistemas tecnológico-productivos, y por lo tanto la solución a éste consiste en regular las relaciones insumo/producto con la atmósfera global.
La tecnología cambia, la sociedad permanece. Pero esto se debe, cómo se ha explicado (Jiliberto 2018, 2019), al modo en el que se ha escogido construir el problema.
Que se esté trizando esta creencia y se comience a mirar hacia otro lado, como propone la AEMA, es esperanzador. Pero de ahí a que se asuma que ese otro paisaje al que mirar sea el decrecimiento, puede ser una grave equivocación.
El decrecimiento es una solución ingenua anclada al pasado. Y lo es en varios sentidos. Por un lado, se halla atrapada por el imperativo de crecimiento del sistema social capitalista actual: como lo malo sería crecer y recibir las consecuencias socioambientales de tal enriquecimiento, entonces hay que decrecer. Es mera negación; no solución. Y no lo es pues no dice cómo ese sistema social diferente o renovado pudiera producir decrecimiento; apunta sólo al supuesto resultado.
La cuestión social crítica no es meramente decrecer, sino cómo hacerlo en nuestra sociedad actual: eso sería una solución de verdad.
Por otro lado, la idea del decrecimiento se halla atrapada en lo de insumo/producto como paradigma de caracterización de las relaciones sociedad/Naturaleza. Al igual que en la política ambiental global actual, se piensa que el eje de esta interacción radica en un vínculo insano entre insumos y productos, según el cual un sistema —el social— intoxica al otro —el natural— mediante relaciones materiales. La solución consistiría, entonces, en reducir tales interacciones (por ejemplo, a través de una menor extracción de combustibles fósiles y menos emisiones de CO2 a la atmósfera). Aunque el decrecentismo entiende y defiende que no hay mejoras sin cambios sociales profundos —los cuales tampoco expone de manera muy clara—, su postura implica implícitamente una modificación en las relaciones insumo/producto y sociedad/Naturaleza (por ejemplo, favoreciendo una menor extracción de agua y menor devolución de aguas contaminadas a los cauces) que de por sí traerían la solución anhelada.
No obstante, los partidarios del decrecimiento no pueden señalar cuál sería esa sociedad de cambio, ni qué relaciones o sistemas de relaciones sociales generarían luego los mecanismos que modificarían tales relaciones materiales insumo/producto sociedad/Naturaleza. Su propuesta se queda atada a una tecnocracia de gestión de esa relación, la que parece inicialmente refutar.
Sin sociedad que proponer, el decrecentismo se condena a una opción tecnológico/tecnocrática. Todo se reduce a la pregunta: ¿cuánto debe y cómo puede decrecer la sociedad global actual? Tan sólo al formular algo así se hace evidente el absurdo, pues es evidente que nadie puede responderlo (sería saltar fuera de la hipercomplejidad de la sociedad actual, observarla con detenimiento y dar con una respuesta). Al fin, el decrecentismo se halla atrapado en el ingenuo paradigma decimonónico —también positivista— de que la sociedad, en este caso enfrentada a un problema totalizador, tiene al frente la solución de moderar su enriquecimiento y detener el alza de sus índices de expansión, lo cual es una idea que obvia la hipercomplejidad de la sociedad diferenciada global. El decrecimiento no sólo cancela toda posibilidad de que la sociedad evolucione, sino que propone que ésta se oriente de acuerdo a un plan que alguien ha concebido previamente como solución a un problema (además, determinado; o sea bien estructurado). Se trata de una corriente de pensamiento que no sabe transitar entre complejidades, y que por lo tanto se aferra a una única solución.
¿Es lo anterior socialmente legítimo? Se debe dar una respuesta doble. Como idea, sí es legítima y valiosa, en cuanto problematiza los paradigmas actuales de la política pública ambiental global y de sus graves límites. Sin embargo, no es legítima como solución, al proponer un Norte inviable de dirección para la sociedad y un criterio de toma de decisiones complejas sin la solidez conceptual ni menos teórica como para serlo.
AEMA – Agencia Europea del Medioambiente(2021): «Growth without economic growth». Disponible online.
JILIBERTO, R. (2019). «Riesgo estructural, un concepto rector de la política pública de adaptación», en Carrasco C. (edi.), Cambio climático en Chile (México: FES).
JILIBERTO, R. (2018). «Ciencia y objetos de política pública. Hacia un lenguaje científico pos normal: el caso del cambio climático», en Cuadernos de Beauchef Volúmen I (Santiago: Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile), pp. 106-130.
HICKEL, Jason (2021). «What does degrowth mean? A few points of clarification», Globalizations, 18:7, 1105-1111, DOI: 10.1080/14747731.2020.1812222