ANID al debe: por un desarrollo científico desde las artes
13.01.2022
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13.01.2022
Las disciplinas artísticas no son reconocidas hoy en Chile como un campo de investigación. En Fondecyt, las artes compiten por magros recursos en un contexto en que su práctica y productos no son reconocidos como forma de generación de nuevo conocimiento. Compartimos esta columna para CIPER en la semana en que se han dado a conocer los resultados de la convocatoria 2022 de Fondecyt, los cuales confirman, según el autor, la necesidad de considerar nuevos modelos para repensar el sistema.
Adjudicarse un proyecto del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondecyt) no es abrumadoramente difícil. De hecho, la tasa de adjudicación global va en torno al treinta por ciento para proyectos regulares y de iniciación. Aun así, todos conocemos personas que han postulado dos, tres o cuatro veces sin resultados. La impresión es que si bien ganar un proyecto Fondecyt —sobre todo de iniciación— es probable, existen áreas disciplinares en el límite de lo que Fondecyt busca o entiende como desarrollo científico y tecnológico. Por tanto, no son consideradas como materias capaces de generar nuevo conocimiento desde la academia. Es el caso de las artes.
Más de alguien podrá preguntarse por qué las artes debieran ser un ámbito de Fondecyt, que depende del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (Micitec), si para aquello está el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (Mincap). Es importante hacer la diferencia entre lo que son las artes como difusión, extensión y comunicación, a éstas como generadoras de nuevo conocimiento. En este último aspecto, las artes califican como una forma de investigación y metodología; esto es: hay investigación no sólo cuando se hace teoría, filosofía o historia de las artes, sino también, cuando se desarrolla el proceso creativo en base a preguntas, o cuando se utilizan procesos artísticos para resolver problemas propios de otros campos (como educación, sociología, etc).
Existe amplio reconocimiento internacional hoy a las artes como forma de investigación. El Manual de la OCDE sobre investigación y desarrollo experimental, más conocido como Frascati 2015, establece que si un proceso en las artes es novedoso, creativo, incierto, sistemático y transferible y/o reproducible puede ser entendido como investigación. Esto, en la medida que haya un contexto institucional que dé sentido a dicha definición; por ejemplo, una universidad. Existen diversos programas doctorales recientes en este ámbito (incluyendo uno en la UC, acreditado y con ocho años de trayectoria), sustentados en una amplia bibliografía sobre la investigación en artes y la práctica artística como forma de investigación.
Andrés Grumann, sostenía hace cuatro años que en la creación del Micite, la incorporación de las artes y humanidades debía ser un elemento clave. Y, efectivamente, en la ley 21.105 publicada pocos meses más tarde, se reconoce a las artes como un campo de acción del Micitec. Uno de sus objetivos es «la generación de conocimiento en las diversas disciplinas del saber», así como «fomentar la investigación, básica y aplicada» en una serie de disciplinas, incluyendo las «artes y humanidades» (articulo 4°). La Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) es justamente la rama institucional que debería velar por dicha generación de nuevo conocimiento.
Esta apertura a las artes y las humanidades en la creación del Ministerio de Ciencia es sin embargo posterior a los modelos y mecanismos propios de la ANID y Fondecyt, programa que existe desde 1981, y por tanto su aplicación plena está aún pendiente. Así, quienes se dedican a la investigación en el campo de las artes tienen, en muchos casos, muy pocas posibilidades de ganar un proyecto Fondecyt; o sea, de obtener financiamiento para un proyecto de larga duración que permita aportar conocimiento concreto en sus áreas, con una perspectiva académica. Actualmente, los proyectos de investigación de este tipo en Chile deben realizarse mayormente con el apoyo del Mincap y sus Fondos de Cultura. Pero éstos tienen otros objetivos: un público más amplio que no es sólo académico, y una exigencia por proyectos de menor envergadura, menor capital y corta duración.
La Declaración de Viena sobre la investigación artística, firmada en 2020 por buena parte de las agrupaciones más importantes de instituciones de educación superior europeas relacionadas con el campo artístico, reconoce que «la investigación en artes es un campo institucionalmente joven, cuyas posibilidades de financiamiento y apoyo deben aún ser resueltas en muchos países. La investigación en artes, hoy, no tiene igual acceso a financiamiento con otros campos de investigación, y muchas veces no es siquiera elegible para fondos de investigación o becas». Tal como señalan Camp y Siska en su reporte sobre Financiamiento para la Investigación en Artes, para el Concilio Tecnológico y Científico de Suiza (equivalente a nuestra ANID), «el arte hace mucho dejó de definirse por valores del culto romántico al genio y la autonomía de la esfera artística». La recomendación es fomentar el financiamiento estatal basal y concursable a un arte con búsquedas teóricas y prácticas, reconociendo la productividad en formas no tradicionales a las ciencias y la academia (como obras creativas o performance, por ejemplo).
Pero, ¿no es justamente aquello lo que hace ANID, a través del grupo Artes y Arquitectura (AyA)? No necesariamente.
Entre 2014 y 2020, según las estadísticas de ANID, el Fondecyt de Iniciación otorgó 215 proyectos en el grupo de AyA, por un monto total de $4.479 millones. Es un número importante, con una tasa de adjudicación muy razonable (28,4%), cercana al promedio global del fondo (30,1%). Todo parece bien hasta aquí, pero estos son los fondos iniciales, para investigadores al comienzo de sus carreras; el caso del Fondecyt Regular es mucho más dramático. No hay una escalada importante entre Fondecyt de Iniciación y Regulares: en el mismo periodo, el concurso Regular sólo adjudicó 270 proyectos; esto es, un 25% más, aunque con mayor dinero ($10.455 millones en total). Dado que el universo de posibles postulantes a Regular es, en teoría, mucho mayor, se produce en definitiva un posible estancamiento de posibilidades reales de apoyo.
Pero la situación es además compleja por otros motivos más sutiles. En primer lugar, en Fondecyt Regular el grupo AyA es aquel con menos proyectos adjudicados: sólo han obtenido menos proyectos las áreas de transdisciplina, que es una categoría nueva, y los grupos de Química 1 y 2: 241 y 190, respectivamente, aunque sumados superan con mucho a las artes. Por lo demás, AyA, el grupo más pequeño, tiene la tasa de adjudicación más competitiva de todo Fondecyt Regular, con un magro 24,8% (muy por debajo del 31,1% global del concurso). Por dar una comparación, campos como Matemática, no sólo obtienen muchísimos más proyectos (689, entre 2014 y 2021), sino que además lo hacen con una tasa de adjudicación de 40,93%. Esto quiere decir que mientras en matemáticas se obtienen dos de cada cinco proyectos, en artes es uno de cada cuatro.
Podría alguien, entonces, argumentar lo siguiente: el grupo requiere más recursos para que la tasa de adjudicación se acerque más a la global. Estoy totalmente de acuerdo, pero esto es sólo parte del problema. El segundo punto tiene que ver con el tipo de proyectos que se ganan. Se trata de un grupo particularmente ecléctico, agrupando dentro de sí diversas disciplinas, con muy diversas formas de evaluación, productividad y reconocimiento. Esto, porque si bien desde la práctica arquitectura y artes parecen muy cercanas, desde los proyectos que se realizan en estos campos, no podrían estar más lejos.
Si consideramos los 107 proyectos adjudicados por Fondecyt 2018 a 2022 para el grupo de AyA [1], esta diversidad se observa con toda claridad como heterogénea y desbalanceada. La disciplina que más fondos recibe es Arquitectura, con aproximadamente 38 adjudicaciones, más de un tercio del total. Le sigue Historia y Teoría del Arte (donde he considerado Estética), con 15; luego Patrimonio (categoría que agrupa también proyectos de antropología y etnohistoria) y Musicología (ambas con 11); y Urbanismo (10). Otras categorías menores sólo alcanzan entre 1 y 5 proyectos (como Estudios Teatrales, que sólo obtiene 3). Si nos limitamos a aquellos en áreas disciplinares de las artes, como artes visuales, música o teatro, en realidad hablamos de poco menos de 30 proyectos, o alrededor de un 28% de los fondos obtenidos dentro del grupo en este periodo.
El problema, por tanto, es que este grupo es el único que se define por un área de estudios (las artes), y no por un campo disciplinar o una metodología. Por tanto, cualquier metodología aplicada a las artes puede ser postulada, lo que conlleva serias diferencias en la valoración de los proyectos. Hay una preferencia por productividades de tipo científico tradicionales, por lo que cualquier proyecto que venga desde aquellos espacios metodológicos y disciplinares tendrá más oportunidades de ganar este concurso. De base, su puntaje por productividad será necesariamente más alto. Estos son los criterios de evaluación curricular para el grupo de evaluación AyA, con sus puntajes asignados:
Se evidencia aquí la clara preferencia por el libro monográfico de autor (muy propio de la Historia), así como de los artículos en revistas indexadas (de los cuales se puede publicar un volumen más alto y colectivo en las ciencias). Esto genera dos tendencias claras en proyectos ganadores: en primer lugar, aquellos con una perspectiva claramente científica (por ejemplo, cercanos a la ingeniería de materiales, las ciencias sociales, urbanismo, sonido y acústica o construcción civil); y, en segundo lugar, con cierta distancia, aquellos vinculados a la historiografía (incluyendo la historia del arte, de la arquitectura, de la música, etc.).
Con esto, en ningún modo quiero «acusar» ni decir algo en contra de quienes investigan en dichas áreas. De hecho, mi producción es en historia de la música, donde existe un campo amplio de revistas suficientemente indexadas en inglés y en español (incluyendo dos en Chile, una de la UC y otra de la U. de Chile), y donde escribir libros monográficos es una tradición importante y, por tanto, existe amplio espacio para reconocer mi productividad académica y de obtener un Fondecyt. He obtenido los dos a los que he postulado como IR, uno en Iniciación y otro en Regular. Las reglas son claras, pero sólo permiten la adjudicación de un rango de proyectos angosto, en el cual formatos, ideas y procesos innovadores no tienen cabida. El problema no es de quienes hacemos la investigación, sino de las reglas que generan un bias que favorece a algunos proyectos.
En primer lugar, se debe avanzar a un reconocimiento sistemático de la productividad desde la práctica en la calificación de proyectos del grupo de AyA. Aunque por ley el propio Micitec reconoce que las artes son un campo de investigación, las bases concursales de Fondecyt siguen manteniendo la misma cláusula desde hace años:
Quienes postulen podrán presentar exclusivamente proyectos […] que conduzcan a nuevos conocimientos o aplicaciones previstas a través de preguntas de investigación o hipótesis de trabajo explicitadas en el proyecto. En consecuencia, serán declaradas inadmisibles aquellas postulaciones que correspondan a proyectos de creación artística (bases 2022, artículo 4.1).
Sin embargo, el reconocimiento de la práctica y de la creación como elementos de productividad académica y generación de nuevo conocimiento o aplicaciones está ampliamente amparado hoy a nivel OCDE (por ejemplo, en el financiamiento activo a proyectos de este tipo por el European Research Council, en la categoría de artes dentro del campo de humanidades). También, en la calificación de productividad en países como Reino Unido (a través de las últimas versiones del REF), el CAPES de Brasil (mediante el Qualis Artístico), y el Australian Research Council, con su definición de Non-Traditional Research Output. Para no ir más lejos, la propia Comisión Nacional de Acreditación (CNA), desde septiembre de 2019 reconoce la generación de obra artística, como validador de claustros doctorales.
El llamado podría ser, entonces, a considerar una calificación de la producción artística dentro de ANID más acorde a las disciplinas propias de las artes, que no deje de lado los indicadores de producción tradicionales, sino que los complemente con una perspectiva contemporánea y basada en modelos exitosos similares en otras partes del mundo, considerando la amplia experiencia ganada en la última década en este ámbito.
Pero aquello no será suficiente. Si los fondos y el número de proyectos adjudicados sigue siendo el mismo, sólo se acentuará el que hoy ya es el grupo con la tasa de adjudicación más competitiva de Fondecyt Regular. Probablemente, el camino más indicado es que la propia ANID, y el ministerio que la dirige, consideren la creación de un fondo paralelo de investigación en artes y humanidades, con reglas propias, para fomentar la generación de conocimiento de frontera desde la naturaleza de estos campos. Esto es efectivamente lo que ocurre en Reino Unido con el Arts and Humanities Research Council o, específicamente en artes, con los Research Awards del National Endowment for the Arts de Estados Unidos.
Ejemplos internacionales sobran. Además de los mencionados, en Suecia, el Vetenskapsradet (equivalente a ANID) tiene una categoría especial para financiamiento de investigación avanzada en artes, vinculada a universidades complejas y separada de fondos de cultura nacionales abiertos al público general. En Austria, el FWF (Fondo Nacional de Investigación) generó un programa especial, el PEEK (Programm zur Entwicklung und Erschließung der Künste), que tiene como objetivo financiar proyectos «innovadores y de alta calidad en las artes, donde la práctica artística sea integral al proceso de investigación»: proyectos de hasta 48 meses, equivalentes en financiamiento y duración a nuestros Fondecyt.
Desde éstas y otras experiencias internacionales se podría aprender en Chile. Las opciones son diversas: ya sea forjar una institucionalidad dentro de ANID centrada en las artes y las humanidades, con un fondo particular para artes como investigación avanzada; o, por otro lado, una combinación de financiamiento entre ministerios de Culturas y Ciencia, con un foco en proyectos de excelencia, larga duración y alto impacto en la generación de nuevo conocimiento. Esto nos permitiría avanzar en un campo de las artes con proyectos innovadores y búsquedas interdisciplinarias que hoy no tienen cabida en ANID, ni tampoco en los pequeños proyectos y recursos de los que se puede disponer mediante fondos internos de las universidades, los Fondos de Cultura o similares.
[1] Este número considera Regular e Iniciación 2018, 2019 y 2020, así como Regular 2021 e Iniciación y Regular 2022, tomando en cuenta así ciertos desajustes en Iniciación. Para efectos de este conteo se han considerado las disciplinas doctorales declaradas en páginas web institucionales de Investigadores principales, así como el carácter de los proyectos; por esto, evidentemente puede haber un margen de error en el cálculo disciplinar, aunque estimo que el mismo no debiera ser más que marginal, dado el volumen de proyectos considerados.