Un nuevo siglo entra a La Moneda
22.12.2021
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
22.12.2021
Desde una perspectiva histórica, el actual proceso de cambio político muestra tendencias observadas antes en el país y, a la vez, evidencia rupturas definitivas. En su descripción de unas y otras, esta columna para CIPER llega a una conclusión contundente: «En términos políticos, el Presidente Gabriel Boric y su administración comienzan el siglo XXI para Chile». El texto involucra hacia el final los sentimientos que este inicio trae para el autor y parte de su propia generación, «leal a la vieja Concertación».
Mientras la noche del pasado domingo una multitud llenaba la Alameda para celebrar el triunfo de Gabriel Boric, a un costado se iluminaba con el anochecer la Biblioteca Nacional, edificio que desde el centenario de la república ha visto la historia del país desde sus ventanas. Una nueva generación anuncia hoy su arribo al poder, en lo que probablemente en varias décadas más se describirá como un quiebre definitivo con el siglo XX.
Quizás también se explique entonces que, como siempre, tarde o temprano la élite fue capaz de adaptarse a la nueva realidad y mantener algo de poder (pero a costa de tragarse más de alguna humillación; sobre todo, lo de aceptar que las cosas no podían seguir en el curso en el que estaban). Ya lo hicieron después de las guerras civiles en la época de Montt; más aún, victoriosos tras la Guerra Civil de 1891. También tras la Constitución de 1925 y de la transición a la democracia, en 1990. Para los historiadores del mañana, la Concertación no será un problema —ésta tendrá su justo lugar como proceso histórico en la construcción de Chile—; sabrán analizar los eventos que comenzaron en octubre de 2019, y no faltará quien denomine al producto de la Convención como «la Constitución del Presidente Boric».
Es que en la perspectiva histórica no es tan novedoso lo que pasa. Es cierto que tenemos al presidente electo más joven desde Blanco Encalada, y esto por supuesto es un quiebre para quienes crecieron al alero de la Guerra Fría y gobernaron por más de medio siglo. Pero no es la primera vez que una generación reemplaza por completo a otra. Los descendientes de los primeros gobernantes de la república sabrán sobrevivir, con los cambios y a pesar de ellos. Por eso, lo que nace ahora en Chile no es una ruptura total, sino parte de un sendero de dependencia en el que los actores evolucionan en sus relaciones de poder. Esta constatación no es buena ni mala en sí misma, pero al menos permite contextualizar lo que viene como parte de la normalidad histórica del país. No es la revolución fundante de un nuevo modelo de vida. Tampoco será más de lo mismo. El Presidente Boric y su administración comienzan el siglo XXI para Chile en términos políticos.
Serán los expertos electorales y quienes se dedican a estudiar la conducta del votante los que podrán hacer el análisis estadístico y proyectar las urnas del futuro inmediato. Por eso sabrán perdonar que un simple profesor universitario como yo me meta en comentar elecciones (para peor, estando dedicado a menesteres como la seguridad internacional y la enseñanza de algunos vericuetos de la política comparada). Entro en sus terrenos no porque quiera cuestionar sus modelos; sino más bien porque me interesa poner el acento en que la épica de la nueva época no se define por la revolución cubana, «en libertad» ni hecha con empanadas y vino tinto. No se hace desde el dolor de las víctimas de la dictadura militar ni el pacto de la elite noventera. Quienes hoy asumen el poder son tributarios de toda esa memoria histórica, pero vienen a construir su propia contribución al ideario que llamamos Chile. Pondrán los parámetros del siglo político que nace con su gesta.
Enfrentan varios desafíos en extremo complejos. Para superar algunos de ellos tendrán inevitablemente que confiar en la capacidad técnica y profesional de muchos que siguen en la vieja Concertación. Será un costo no menor de pagar para quienes vieron pureza en alejarse de ellos. A la vez, no disfrutarán sentarse junto a la derecha que ideó un modelo económico que es base de lo que rechazan, pero que sin embargo mantiene algunas características con las que tendrán que convivir para siempre. Tampoco será fácil controlar a quienes sienten que los cambios van demasiado lentamente (más de alguna vez los acusarán de amarillos, en alusión a esos sindicatos que en Francia negociaban con sus patrones en oposición a los rojos que estaban en huelga). Ganaron con una mayoría contundente, pero deben tener claro que el triunfo no les pertenece solo a ello/as.
Estarán en la mira internacional. Son como sus abuelos, que salieron al mundo con Frei Montalva y Allende como experimentos únicos. Son jóvenes. Tienen buena pinta. Llaman la atención de los intelectuales en Europa y Estados Unidos. Espantarán a los mercados por algún tiempo, pero luego serán recibidos en sus directorios y salones. Harán grandes cambios, y sin embargo al andar descubrirán sus propias limitaciones. Aceptarán resignados que algunas cosas no se pueden alterar. Desde la gradualidad caminarán a la complacencia de sus acciones. Irán rumbo hacia la historia de Chile para ocupar su espacio, que aún no sabemos si será más grande o pequeño que el de otras generaciones. Finalmente, llegarán sus hijos para acusarlos de conservadores o reaccionarios (para entonces serán material de libros, y algunos hasta de nombres de calles). Los más jóvenes preguntarán quiénes fueron.
Pero hasta que llegue ese día esta elección seguirá siendo especial. Muchos no vimos en esta generación nada diferente (a veces, no vemos lo evidente). Incluso, más de alguna vez nos molestaron sus formas e incluso sus contenidos. Ni hablar del cuestionamiento a los partidos en los que hemos militado los hijos de la transición, siguiendo el ejemplo de nuestros padres. Tal vez hicimos lo correcto, y no cabía otra opción. No cambiaremos nuestra mirada de los últimos treinta años: los seguiremos defendiendo como décadas de oro (es difícil cuestionar los mejoramientos sociales, la inserción en el mundo y el que fuimos un país respetado con Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet e incluso con Piñera; más dudoso lo último, pero también).
Sin embargo, este es un nuevo período. Son ello/as quienes ponen los términos. Se levantaron porque detrás de las luces había muchos oscuros, y vieron lo que otros no. Tienen el derecho a construir su relato, sus condiciones y alcanzar sus sueños. Nadie les debe privar de un derecho adquirido en las urnas, donde fueron apoyados por muchos que pueden no compartir su forma de hacer política, pero al menos tienen sus mismas esperanzas. Ahora tendrán que ajustar los sueños a la realidad, gobernar con y desde los costos que esto tiene.
Por eso, quienes hoy tenemos una o dos décadas más que ellos debemos pagar nuestra necesaria lealtad a la vieja Concertación con la certeza de que jamás seremos protagonistas de la historia. Ayudamos a gobernar a nuestros padres, y hoy sabremos acompañar a nuestros hermanos menores. De alguna manera, podremos enseñarles a nuestros hijos. Quienes ganaron el domingo escribirán la historia. Será hermosa y dolorosa, como todo suele serlo en nuestro amado Chile.