El alza de una derecha «posmoderna»
15.12.2021
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15.12.2021
En torno a la candidatura de José Antonio Kast se ha amplificado en los últimos meses la voz de activistas, analistas y personajes diversos que encuentran en las redes sociales un cauce de gran difusión. Sobre las más visibles diferencias de estos sectores con la derecha tradicional y si acaso existe un vínculo posible entre ambos trata esta columna para CIPER, a días de las elecciones presidenciales.
Corren malos tiempos para ser conservador, y sin embargo puede pensarse que dicha tradición posee un acervo que es útil para enfrentar las dificultades del mundo contemporáneo. En su dimensión cultural, la corriente ha sufrido derrotas duras —como en matrimonio heterosexual y aborto, entre otras—, al mismo tiempo que los proyectos disruptivos de derecha parecen ganar tracción a lo largo y ancho del mundo. Gobernantes como Trump, Bolsonaro, Zemmour y Orbán muestran la potencia electoral de un discurso duro y severo, y por eso resulta comprensible que muchos conservadores se hayan dejado seducir por sus liderazgos.
Sin embargo, figuras como las de Donald Trump o Jair Bolsonaro no parecen calzar con José Antonio Kast, el candidato más votado en la primera vuelta. Por el contrario, el chileno sugiere un calma superlativa, casi sosa, que es su mejor aliada al momento de posicionar ideas incorrectas para la opinión dominante. Como escribiera Ricardo Brodsky, JAK es ante todo un conservador pragmático, que encarna algo así como una UDI recargada. Su círculo de confianza inmediata comparte más la sensibilidad de los coroneles noventeros que la de Steve Bannon. Con todo, sería miope desconocer que existe en su sector una segunda línea de dirigentes y militantes que juega otro partido, y que hoy define una lucha decisiva en las sensibilidades de sus militantes y simpatizantes. Podemos bautizarla como «derecha posmoderna».
¿Cómo se podría describir a esa corriente —ya no tan submarina— que hoy cruza a la derecha en Chile? Aunque pareciera compartir algunas banderas con el mundo conservador, no debiéramos identificarla sin más con tal sensibilidad, al contrario: con tal de tener aliados contra la izquierda, el conservadurismo no parece captar los problemas de asociarse a quienes no coinciden con sus formas ni tampoco muchas de sus ideas de fondo.
La derecha posmoderna se caracteriza por un estilo radical: «decir las cosas como son», romper con la corrección política y presentarse a la opinión pública como la opción del sector que no tiene complejos en manifestarse sin eufemismos (por algo es que acusan a sus vecinos de coalición de ser una «derecha light» o «acomplejada»). En ese intento, muchas veces confunde claridad con intransigencia, dureza con mala educación, y reciedumbre con formas de acción que terminan por hacer imposible la política. Como apunta Manfred Svensson, tal incorrección «no es más que una mímesis de la corrección que se desafía, un remedio que puede ser tan estéril como la enfermedad que se denuncia. Después de todo, la corrección y la incorrección política son dos formas de erosionar la comunicación entre las personas».
La plataforma central de esta corriente de la derecha son las redes sociales, donde su radicalidad y disrupción no sólo son moneda corriente, sino que además bien pagada. Lo decía con una transparencia notable el youtuber Sebastián Izquierdo (canal Capitalismo Revolucionario), a propósito de las inaceptables declaraciones de Johannes Kaiser que salieron a la luz tras su elección como diputado:
«… le va a tocar seguir pasándola mal por culpa nada más que suya, porque el youtuber es youtuber, y uno como opinólogo del YouTube tiene que ser más crudo, decir cosas que podrían, en el ámbito de la política formal, ser aberrantes, sobre todo en un Estado democrático asqueroso, liberal […]. Te toca y es parte del juego decir cosas terribles. Pero no puedes ingresar a la otra vereda y esperar que no te peguen de vuelta […]. Las personas que pensamos en política, que escribimos, que comunicamos mediante redes sociales, no nos metemos a elecciones, eso está prohibido[…]. Nos cagaste la pega; ya no se puede ser activista en Chile».
Si hurgamos un poco más en la fauna virtual que hoy encuentra en Kast un liderazgo que la potencia, aparecen muchísimos exponentes de muy distintos colores y sabores: sus canales o personajes llevan nombres como el Nacional Libertario, El Facho Cola, Cultura Chatarra, Chile +R, Esfera Pública, El Baquedano, entre muchos otros. Los actualizan periodistas fuera de los medios, posgraduadas en filosofía, publicistas al día en tendencias, y otros profesionales del más diverso origen. Corona el movimiento la Fundación Nueva Mente, lugar que le ha permitido a Teresa Marinovic —antes columnista; hoy, convencional constituyente— consolidarse como una figura tan relevante como controvertida. Por cierto, no todos estos canales representan sensibilidades que pugnan con la democracia, pero en esa diversidad de espacios se expresa un movimiento problemático para nuestra convivencia democrática.
Desde sus cuentas personales, en Twitter Sergio Melnick y Gonzalo de la Carrera a veces causan furor recurriendo a fotos trucadas o mentiras, como sucedió hace pocos días con una foto adulterada de Gabriel Boric, supuestamente apoyando una barricada. Es cierto que JAK no siempre comparte la forma ni mucho del fondo con esta derecha activa en rrss, pero sí le entrega un respaldo que tiene consecuencias institucionales. Así, algunos de ellos (Kaiser, Marinovic, De la Carrera) han ganado elecciones para la Convención y el próximo Congreso.
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El éxito que está mostrando este modo de hacer política puede llevar a la centroderecha institucionalizada en partidos a pensar que ese es hoy el único o el mejor modo de actuar. La tesis es atractiva, pero disiento de ella: como muestran los casos de Trump y Bolsonaro, su efectividad electoral no logra proyectar a su sector. Por el contrario, terminan tensionándolo hasta llegar casi a la muerte política, sin mencionar el daño a sus respectivas democracias.
En suma, tal derecha es melliza de la izquierda a la que tanto critican. Al entender que la política es una mera continuación de la guerra cultural, corren el riesgo de romper la mesa que hace posible la discusión. De paso, ponen en peligro sus propias motivaciones y principios, al buscar el impacto a costa de lo que sea.
Lo expresaba con desazón David Brooks en una columna reciente: «En la derecha, especialmente entre los jóvenes, las fuerzas nacionalistas y populistas se están levantando. Todo en la vida es visto como una lucha incesante de clases, entre élites oligárquicas y el pueblo común. La historia es una guerra cultural a muerte».
Me temo que ese germen ya despertó entre nosotros, y que será difícil manejarlo. En parte es responsabilidad de algunas corrientes progresistas que creen que hay algo así como un avance histórico inexorable, y que quienes se apartan de él no merecen diálogo ni atención. Aquello que hoy llamamos la cultura de la cancelación hace difícil discrepar, moraliza las diferencias ideológicas, y termina alimentando a su contraparte. Esto también se observa en el giro hacia el espectáculo que tomó nuestra política, y que encuentra en matinales y redes sociales su arena de batalla. Por último, son también responsables quienes, reconociendo los problemas asociados a esta derecha radical, han elegido hacer la vista a un lado por popularidad momentánea, o porque prefieren ver a sus adversarios corriendo en círculos frente a una expresión que no consiguen entender y contra la cual parecen no tener herramientas. Para unos y otros, e independientemente de los resultados del domingo, se avecina una tormenta larga, frente a la cual habrá que armarse de paciencia y esperanza.