El futuro nos depara un gobierno de minorías
14.12.2021
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14.12.2021
«Ganará la elección un presidente que, con suerte, logrará reunir el 25% de los electores del país, y que no tendrá mayorías en ninguna Cámara. Quien luego enfrentará a más de una veintena de partidos que tienen agendas particulares (y que, en algunos casos, buscarán extremar el debate político).»
Cualquiera sea el candidato que resulte victorioso, el próximo gobierno será uno con una doble minoría, electoral y política. Desde el punto de vista electoral, y aunque el triunfador de la jornada celebre su triunfo «mayoritario», la verdad es que representará a un segmento bastante minoritario de la población adulta con derecho a voto. Este fenómeno lo venimos advirtiendo hace varias elecciones. Bachelet y Piñera en sus últimas dos elecciones representaban con sus votos no más allá del 27% de la población habilitada para votar.
Así, el triunfo mayoritario de esa noche es simplemente un espejismo de la representación. Si poco más de 3 millones de personas favorecen a un candidato, aquel apoyo representará un cuarto o poco menos de la ciudadanía. El efecto de este fenómeno parece obvio. Una vez que asuman la presidencia, rápidamente perderán la confianza de la población, y aquello no es fruto de su mal desempeño, sino tan solo el hecho de que una significativa y gran mayoría o se abstuvo de votar o simplemente votó en contra del nuevo presidente. Así, si su inicial desempeño tiende a ser apoyado por poco más del 50% (la «luna de miel»), aquella confianza no tardará en diluirse.
El gobierno entonces comenzará a resentir esta falta de confianza social: los parlamentarios se alejarán de la administración, la ciudadanía crítica reemergerá, y el descontento político y social se instalará nuevamente en la conversación. Fue la historia de los últimos tres años de Bachelet y de prácticamente toda la segunda administración de Piñera.
El error de interpretación para los resultados electorales que suele cometerse se relaciona precisamente con este fenómeno social. Cuando Piñera obtuvo la segunda victoria constitucional, el propio gobierno lo interpretó como un rechazo a la anterior administración y sus políticas. No se avanzaría con la nueva Constitución y se desandarían las políticas impulsadas por Bachelet. ¿Cuál fue el error? Que un segmento importante de la población quería transformaciones sociales. Ahora que un segmento de la población votó a favor de José Antonio Kast, hay quienes lo han interpretado como un mensaje de la ciudadanía en contra de los cambios sociales, sin advertir que convivimos en una sociedad que está dividida. Las elecciones en Chile dependen de minorías electorales que son capaces de movilizar a sus bases. Algunas veces aquella movilización ha favorecido a la izquierda y otras, a la derecha. Pero se trata de minorías electorales que subsisten en el tiempo, que compiten por el voto de los indecisos. Chile no es un país que mayoritariamente tienda hacia la izquierda o hacia la derecha. Chile es más bien la convivencia de minorías de izquierda y de derecha que son capaces de movilizar a cerca de la mitad de la población en tiempos electorales.
A esta competencia de minorías electorales se suma la existencia de una minoría política. El ciclo que media entre la primera y segunda vuelta produjo acercamientos con algunas tiendas políticas y las candidaturas, pero aquello es tan solo una coalición electoral. El punto crítico aquí es si el gobierno que obtenga el triunfo tendrá la suficiente capacidad para establecer una coalición de poder que le permita llevar adelante su programa. Bachelet II, por ejemplo, logró articular una coalición de poder en el Congreso y en el gabinete que le permitió implementar una reforma electoral y tributaria durante su primer año de mandato. Tenía los votos en el Congreso Nacional y contaba con un grupo de partidos en su gabinete que sustentaban su programa.
Nada de esto sucedió con el segundo gobierno de Sebastián Piñera. Su administración no contaba con los votos en el Congreso y, progresivamente, su propia coalición en el gobierno fue deteriorándose, manifestando discrepancias sobre el curso de los acontecimientos. El momento crítico fue la negociación sobre el proceso constituyente, que verificó una fuerte diferencia de miradas entre el Ejecutivo y los partidos de su propia coalición. En este caso, ninguna de las dos condiciones básicas para gobernar en un sistema presidencial se dieron: no tenía los votos necesarios en el Congreso para aprobar sus proyectos y sus aliados políticos actuaron varias veces en contra del interés del presidente.
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Pues bien, el escenario político actual muestra que cualquiera sea el candidato que resulte electo, no contará con una mayoría parlamentaria para gobernar. Será un gobierno de minoría. Aún no sabemos el modo en que conformarán sus gabinetes, pero para ambos casos (Kast y Boric) podemos anticipar que se tratará de conformaciones coalicionistas limitadas. En el caso de Kast, su gabinete probablemente incluiría un importante contingente de los partidos Republicano, UDI y Renovación Nacional (Evopoli, hasta el día de hoy, se excluiría). En el caso de Boric ciertamente incluiría a los partidos del Frente Amplio, al Partido Comunista, y tal vez independientes y alguno que otro personero del Partido Socialista (noticia en desarrollo). Por el momento, la DC ha indicado que no formará parte del gobierno. Cualquiera sea el Presidente, entonces, carecerá de apoyos políticos suficientes como para aprobar proyectos de ley incluso de quórum simple. Será un gobierno con un gabinete de minoría.
Pero, además, mucho influirá en la relación con el Congreso su particular composición. A diferencia de lo que conocíamos, esta vez se producirá una mayor polarización de las corporaciones. Tanto en la cámara como en el senado advertimos que las corrientes de izquierda y de derecha más extrema obtuvieron más asientos. En el caso de la Cámara de Diputados, el 24,5% estará representado por un sector muy conservador (Frente Social Cristiano + UDI), y con representantes que han tenido vocerías bastante controversiales en los últimos días. Por su parte, el 24% estará presentado por la lista de Apruebo Dignidad. El tradicional centro político (Ciudadanos, DC, PPD, PR) verá mermada su representación (13%).
A esta mayor polarización deberemos sumarle mayor fragmentación política, con 21 partidos solo en la Cámara Baja, lo que dificultará las negociaciones. Un Congreso más fragmentado implica que, ante cualquier proyecto de ley, el Ejecutivo deberá destinar un mayor número de recursos y tiempo para aprobarlo. Las transacciones políticas se harán más complejas, y la capacidad de articular acuerdos, muchísimo más complicada.
A lo anterior deberemos sumar una estrategia de la derecha más extrema que busca organizar sus batallas a partir de una estrategia que tiende a radicalizar la conversación y el debate político. Los temas «valóricos», la identidad y el nacionalismo adquirirán particular relevancia. La política a partir del escándalo, las frases grandilocuentes, el uso de redes sociales para agudizar las contradicciones muy probablemente se instalarán en el hemiciclo del Congreso. Observaremos una política más dura y confrontacional, menos amistosa y ceremonial. Se erosionarán (todavía más) los ritos republicanos y el sentido del civismo. Dominarán las voces extremas y grandilocuentes que no escatimarán esfuerzos en destruir a sus adversarios.
Se trata de un escenario complejo y paradójico, dado que mientras la única forma de resolver el conflicto político y social es por la vía del establecimiento de grandes acuerdos y coaliciones, todas las condiciones políticas empujan hacia la fragmentación. Ganará la elección un presidente que, con suerte, logrará reunir el 25% de los electores del país, y que no tendrá mayorías en ninguna Cámara. Quien luego enfrentará a más de una veintena de partidos que tienen agendas particulares (y que, en algunos casos, buscarán extremar el debate político).
La primera señal y oportunidad para hacer algo distinto vendrá con la selección del gabinete. Allí se demostrará si efectivamente se entiende la coyuntura que se enfrenta en el país; una de fraccionamiento y falta de colaboración. Allí veremos si el nuevo gobierno se atrinchera en una coalición estrecha, o bien busca ampliar los márgenes de su propia coalición para dejar de ser un gobierno de minorías.