CINE: «Mis hermanos sueñan despiertos»
24.11.2021
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24.11.2021
«Hasta ahora el cine chileno carecía de una cinta que retratara la experiencia carcelaria en adolescentes imputables ante la ley.»
Esta nueva cinta chilena está inspirada en experiencias reales, las de niños encarcelados en los CRC (Centros de Régimen Cerrado) del Servicio Nacional de Menores – SENAME. El filme se centra en la historia de Ángel (Iván Cáceres) y Franco (César Herrera), dos hermanos que llevan un año recluidos luego de cometer un delito. Con genuino interés comprensivo, Claudia Huaiquimilla explora la fragilidad y vulnerabilidad de dos niños del bajo pueblo chileno: vulnerables, huérfanos y precarios [1]. Menores cuya vida, como escribe Diamela Eltit en Impuesto a la carne, parece no importarle a nadie, ni al contrato social, ni a la Patria ni mucho menos el Estado; en suma, ni a toda la historia del Bicentenario [2].
Aunque es una obra de ficción, Mis hermanos sueñan despiertos alude a una realidad penal cuya historicidad ha sido y sigue siendo desatendida. Su directora busca dar a conocer la subjetividad de la infancia pobre desproveyéndose de una comunicación clasista, lo cual la lleva a ser mesurada en su planteamiento del problema. Huaiquimilla ha calibrado cuidadosamente el lenguaje y las expresiones corporales de sus protagonistas, sin pretender exaltar el morbo de la experiencia delincuencial y alejándose de la estetización que podría dárseles a las imágenes carcelarias.
Entre los síntomas angustiantes del encierro, el desarraigo familiar, el abandono y la ambivalencia afectiva —particularmente, la ambivalencia psíquica— dos hermanos «sueñan despiertos» un porvenir que una y otra vez los abandona. Uno de los conflictos principales de Ángel y Franco radica en que su madre representa una promesa mesiánica: anuncia su llegada pero no llega, actualizando con ello el conflicto edípico en los adolescentes. Precisamente por todas estas problemáticas psicoemocionales se vuelve trascendental la función de la profesora Ana (Paulina García). La educadora es la única profesional que dirige todos sus esfuerzos pedagógicos al apoyo socioeducativo de los niños condenados, intentando generar en los adolescentes no solo un fortalecimiento de reinserción social, sino que también un lazo materno de cuidado en el contexto intramuros. ¿Qué puede decirse en cuanto al padre? Como tantos niños y niñas del SENAME, Ángel y Franco no son la excepción a la norma, pues también ellos fueron abandonados por su progenitor. He aquí una regularidad empírica de la infancia pobre, expósita, huacha, errante [3].
Uno de los méritos de la cinta de Huaiquimilla es no escenificar con morbo las imágenes carcelarias del suicidio, la violencia ni la agresión sexual. Un ejemplo de ello es el intento de violación anal entre los niños condenados. A pesar del carácter perverso de la escena, la transgresión intrapenitenciaria del acto es perfectamente verosímil. A mi juicio, la cinta exhibe con mesura y prudencia la violencia, que nunca es desnudada por completo y permanece contenida la mayor parte del tiempo.
Ahora bien, si se compara la cinta de Huaiquimilla con la nueva serie No nos quieren ver (dir.: Guillermo Helo, 2021) se advierte que la diferencia entre ambas estriba en los efectos de comunicación política. La trama de la serie —en horario estelar en Mega y también en la cadena internacional HBO— gira alrededor de una jueza que intenta develar la muerte de una niña institucionalizada en Sename. Es un guión con acento en la espectacularidad: la apelación al lenguaje clínico de los profesionales, las alusiones a la farmacología, la disputa de poder entre tecnócratas, etcétera, son todas formas de exhibir la teatralidad que produce el poder. El énfasis no está puesto en los niños pobres o vulnerables, sino en lo que Michel Foucault llamó estilísticamente «microfísica del poder»; vale decir, una multiplicidad de relaciones de poder y saber que compiten entre sí por medio del lenguaje [4]. Está en la línea de series como El marginal o Prision Break, que ficcionan una realidad paradójicamente distante de lo real.
La cinta de Huaiquimilla, en cambio, subraya la precariedad de la experiencia infantil sometida al encierro y la privación de libertad. La novedad de Mis hermanos sueñan despiertos es que hasta ahora el cine chileno carecía de una cinta que retratara la experiencia carcelaria en adolescentes imputables ante la ley. En la película, el tiempo cumple una función relevante. Por decirlo de algún modo, el tiempo está pensado para castigar imperecederamente el cuerpo de los niños condenados. Busca diezmar la esperanza, aumentando con ello el hastío y el sometimiento del alma a las estructuras de control, encierro y vigilancia del cuerpo. Es por ello que el tiempo de la prisión cumple una función panóptica [5].
Permítanme esbozar un comentario crítico: a pesar de que Huaiquimilla pretende otorgarle voz a la infancia marginalizada y excluida del orden social, su ficción carece de profundidad conceptual. No me refiero a la ficción que realiza de la realidad, pues es eso lo que una película construye, sino a que el guión y el contenido del drama son livianos. La cinta no es superficial, en lo absoluto, pero sí su construcción discursiva. Una cinta sobre la vida de adolescentes condenados penalmente debería mostrar no sólo el carácter onírico y simbólico de su subjetividad, sino que también el suplicio al que son sometidos. La cinta ni siquiera está cerca de ficcionar o representar adecuadamente ese suplicio infantil. La ausencia de referencias literarias y filosóficas que fundamenten la experiencia infantil es una deuda. Ángel y Franco permanecen privados de libertad en calidad penal de imputados, y su sentencia está sujeta a la burocracia del Ministerio Público. En obras como El proceso y Ante la ley, Franz Kafka retrató precisamente la experiencia burocrática e inacabada de la justicia. Lo mismo ocurre con el problema de la vigilancia sobre los cuerpos infantiles: El panóptico, de Jeremy Bentham, ilustra las implicancias utilitaristas del principio arquitectónico de vigilancia intrapenitenciaria. En cuanto a suplicio no puedo dejar de mencionar las célebres páginas que Foucault le dedicó a Damiens en Vigilar y castigar: El nacimiento de la prisión. Todas estas son inspiración de referencia para una película que busca reflejar la dramática experiencia del confinamiento del cuerpo.
La escena del abogado (Claudio Arredondo) que atiende a Ángel y Franco en la cárcel es un ejemplo de aproximación light. En resumen, el jurista mandatado por el sistema judicial para representar legalmente la opinión de los protagonistas representa el rol burocrático de quien es incapaz de gestionar acciones favorables a los niños, y simboliza la ausencia de funcionarios con probidad y capacidades técnicas de alto nivel (que por cierto es una realidad estructural en nuestro país) [6]. Existen múltiples investigaciones académicas, reportajes periodísticos e informes de organismos internacionales que han denunciado las graves carencias en la infancia tutelada por parte del Estado en Chile. Precisamente por ello, abordar dichas problemáticas le habría agregado a esta cinta densidad y espesor. Las cárceles son por antonomasia dispositivos en donde los derechos humanos son parte de una falsa promesa por parte de los gobiernos de turno. Cargamos con una estadística dramática: tanto en servicios de protección de derechos como de justicia penal juvenil, entre 2005 y 2020 murieron bajo la administración de gobiernos democráticos 1836 niños, niñas y adolescentes en centros de administración directa del Sename o de sus organismos colaboradores [7]. Nada de esto es abordado ni esclarecido en la película.
[1] RAULD Farías, Juan Carlos (2021). Desprotección de la infancia: dominación, biopolítica y gobierno (Santiago: Hammurabi).
[2] ELTIT, Diamela (2010). Impuesto a la carne (Santiago: Planeta).
[3] SALAZAR, Gabriel (2006). Ser niño “huacho” en la historia de Chile (Siglo XIX) (Santiago: LOM).
[4] FOUCAULT, Michel (2019). Microfísica del poder (Madrid: Siglo Veintiuno Editores).
[5] ________ (2009). Vigilar y castigar: El nacimiento de la prisión (Madrid: Siglo Veintiuno Editores).
[6] ALCAÍNO, PERRET y SOTO (2017). Informe anual sobre derechos humanos en Chile 2017. (Santiago: Universidad Diego Portales), p. 200.
[7] ALIAGA y ACOSTA (2021). «Muertes bajo custodia: fallecimiento de niños, niñas y adolescentes que se encontraban en programas del Servicio Nacional de Menores. Periodo 2005-20. (Santiago: Fundación Para la Confianza), p. 33.