El candidato «de la gente»
24.11.2021
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24.11.2021
La alta votación de Franco Parisi el pasado domingo representa a un determinado tipo de profesional chileno —joven, hombre, urbano, de ingresos cercanos al promedio—, con aspiraciones, recelos y hastíos distinguibles. Esta columna para CIPER detalla las características de una campaña que, «en sus términos, representaba una suerte de lucha, en la que la meritocracia se contraponía a los beneficios recibidos por herencia y contactos. Fue un “basta de que ganen los mismos de siempre”».
Sin duda que una de las grandes sorpresas —sino la gran sorpresa— de las elecciones presidenciales y parlamentarias del pasado domingo fue la considerable votación lograda por Franco Parisi y el Partido de la Gente. Pese a no hacer campaña en persona —y perdiendo con ello los vínculos afectivos y la credibilidad que otorga un trabajo cara a cara—, el economista supo aprovechar las modalidades que dominan este mundo cada vez más inmaterial, impersonal y frío: la publicidad, las redes sociales, el victimismo y la falta de representación. De lo contrario, ¿cómo explicarse que un candidato que no pisa territorio chileno hace más de dos años haya podido sacar casi un 13% de las preferencias, superando a los abanderados de las coaliciones tradicionales como Sebastián Sichel y Yasna Provoste? Aunque la respuesta no es fácil ni unívoca, urge explorar esta interrogante con todo el rigor del caso.
Por de pronto, la candidatura supo desplegarse bien con un Parisi telemático, mientras sus colaboradores hacían el trabajo territorial: no olvidemos que su partido está constituido en todas las regiones. Todo indica, además, que pudo posicionarse realmente al encontrar un lugar en el plano presidencial que consiguió diferenciarlo de los otros contendores: se presentó como el candidato que no era «ni de derecha ni de izquierda»; es decir, como un antiestablishment, un outsider, alguien que no pertenecería a los partidos políticos, considerados, según su programa, como organizaciones «arcaicas» y «autoritarias». Parisi fue instalado en el imaginario de su electorado como un oprimido, un incomprendido, «igual que usted». En ese sentido, puede pensarse que su candidatura reflejaba bien a cierto prototipo contemporáneo; hombres que se autoperciben como soberanos absolutos de sí mismos y con escaso apego al lugar social, pues nunca llegan a enraizarse en ninguno, migrando entre nichos dados por oportunidades o situaciones circunstanciales (de ahí quizás que la mayor parte de sus votantes hayan sido jóvenes trabajadores de ingresos entre $562 mil y $899 mil; hombres de 18 a 30 años).
En efecto, también Parisi pasó por la televisión, las universidades, los negocios y, finalmente, las elecciones; por Chile y Estados Unidos.Es un nómade, y el mejor ejemplo de cómo la lógica del desanclaje de la economía financiera contemporánea de cualquier estructura se terminó por traspasar a la política.
Si lo anterior es plausible, el voto hacia el «candidato de la gente» revela un descontento contra quienes han gobernado y detentado los cargos públicos desde la vuelta a la democracia. Aquel ciudadano puede haber intentado buscar una alternativa política diferente, que le prometiese un mayor control sobre su propias vidas y sobre la política (basta mirar los «cinco pilares» de su programa). El de Parisi fue, por decirlo así, un voto de castigo, pero también de esperanza por una renovación dirigencial. Algo de eso parecía buscarse también hace unos meses con la Lista del Pueblo (cuidando diferencias y proporciones), y ahí está el respaldo al candidato de «Another Brother», influyente youtuber y promotor de aquel conglomerado en la elección constituyente. La campaña representaba en esos términos una suerte de lucha, donde la meritocracia se contraponía a los beneficios recibidos por herencia y contactos. Fue un «basta de que ganen los mismos de siempre».
Por otro lado, lo que revela el voto Parisi es también reflejo de la incertidumbre característica del ciudadano chileno: sus constantes dudas materiales y su fácil capacidad de desligarse de cualquier comunidad y asociación. Quizás fue una búsqueda de nueva identidad y representación, mezclada con cierta resignación en vista a las otras opciones. Es debido a lo anterior, de hecho, que muchos se atrevieron a votar por una persona que vivía en Estados Unidos, alejado de las vivencias diarias de la contingencia nacional y sus propias realidades. ¿Qué compartía Parisi, por ejemplo, con la gente del norte de Chile donde consiguió excelentes votaciones? ¿Por qué en el sur no sucedió lo mismo? ¿Podría ser el cosmopolitismo nortino un factor? ¿O fue más bien su duro mensaje antimigratorio, por momentos el más duro de todos los candidatos en ese plano? ¿Es su voto mayormente masculino (63,7%) un rechazo al discurso de género o una confirmación de que las deudas por alimentos generaron cierta empatía con los «papitos corazón»?
Pero además del voto de castigo a las elites políticas, Parisi también pudo reflejar otras pulsiones que se mantienen presentes en nuestra sociedad. La desconfianza hacia los mismos de siempre, hacia los medios de comunicación tradicionales —los que, según él, lo perseguían con ensañamiento—, a los periodistas, a los partidos y sus cúpulas clientelistas, y también a los grupos económicos y grandes financistas de campañas. A la mezcla de la política y los negocios. Lo increíble es que, a la luz de los resultados, su millonaria deuda por pensión de alimentos y una querella en contra por estafa y lavado de activos de la empresa Cerro Colorado en su contra no le hayan afectado mayormente. Una explicación para esto es que la denuncia contra lo tradicional y los «poderosos» se reviste de una gran cuota de escepticismo y conspiración, y luego cualquier ataque se disfraza como una venganza por parte de intereses superiores perversos que intentan sabotear la candidatura.
Todo toma un aire de incredulidad y sospecha, que permiten que Parisi consiga evitar que los ataques lleguen a lastimarlo. En buen chileno, su entorno pudo justificarlo desde una explicación simple e imposible de testear: «Es que siempre se lo quisieron joder».
La gran pregunta por venir hasta el 19 de diciembre es hacia dónde irá su gran masa de votantes, que podría incluso cambiar el curso de la elección presidencial. En primera instancia, todo apunta a que una parte de tales electores emigrarán hacia José Antonio Kast, considerando la distancia compartida respecto del rol del Estado y la relativa sintonía de mensajes en el desafío migratorio. Pero evidentemente también Gabriel Boric querrá atraerlos: ya vimos que hoy todo es volátil e indeterminado, y la abstención sigue siendo alternativa y bastante tentadora. Lo interesante será comprobar si acaso el anti establishment logra acoplarse en la coalición que conformará el nuevo establishment, o acaso no termina por morir en el intento.