LA ENTREVISTA DE MÓNICA GONZÁLEZ QUE MARCÓ UN HITO EN 1989
Heinz Kuhn: «Así fundé y me fugué de Colonia Dignidad»
19.10.2021
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LA ENTREVISTA DE MÓNICA GONZÁLEZ QUE MARCÓ UN HITO EN 1989
19.10.2021
Llamado «el rescatista de Colonia Dignidad», Heinz Kuhn fue la segunda persona en fugarse del reducto alemán-chileno. Desde su escape de Villa Baviera, en 1968, dedicó desde Chile gran parte de su vida a rescatar a otras víctimas. En momentos en que la serie-documental Colonia Dignidad. Una secta alemana en Chile (Netflix, 2021, dirección de Annette Baumeister y Wilfried Huismann) devuelve el interés e impacto de lo allí sucedido, reproducimos a continuación la entrevista que Heinz Kuhn concedió a la periodista Mónica González hace 32 años. Fue publicada en revista Análisis (edición del 14 al 20 de agosto de 1989), y es también parte del libro Apuntes de una época feroz. Reportajes y entrevistas en dictadura (Santiago: Editorial Hueders, 2015; selección y edición de Juan Cristóbal Peña).
Heinz Kuhn ya no conoce la tranquilidad. En su hogar en Los Ángeles es constantemente acosado y amenazado junto a su mujer chilena y su pequeña hija Gaby. Conoce poco de la libertad. Hoy día confía plenamente en las gestiones que hace la embajada alemana para liberar a los colonos de Dignidad. De lo que aún duda es de la Justicia chilena. Este es su testimonio:
“Mis relaciones con lo que hoy es Colonia Dignidad comenzaron hace más de 35 años en Alemania. Yo vivía en la ciudad de Salz Gitter, y a través de Hugo Baar conocí a la iglesia Bautista, a la que me uní. Él era predicador, el pastor de esa ciudad y entablamos una profunda amistad que se extendió a su familia. Hugo ya tenía ocho niños.
Tiempo después, Hugo conoció a un predicador ambulante luterano llamado Paul Schäfer. A partir de ese momento hubo un cambio en 180 grados en su personalidad. Se convirtió en un predicador mucho más enérgico, emulando a Schäfer. Era el año 1954. La iglesia Bautista trasladó a Hugo a Gronau. Yo me fui con él y su familia. Allí me independicé y estabilicé como comerciante. Muy pronto conocí al matrimonio Packmor.
George Packmor se fue a trabajar conmigo como chofer en uno de mis frigoríficos. Su mujer, Lotty, llegó a ser jefa de mis cuatro establecimientos. Todos éramos amigos y de absoluta confianza. Asistíamos a la misma iglesia.
Schäfer nos convenció a un número grande de fieles de la iglesia Bautista de esa ciudad de su nuevo predicamento y de su forma de acercarse a Dios. Nos pidió el 10 por ciento de nuestras entradas y nosotros accedimos. Después, ya no fue el 10 por ciento, nos pidió nuestra vida eterna con todos nuestros bienes. Yo acepté. Todos aceptamos. Éramos unas 250 personas. Creo que lo que Schäfer hizo con nosotros fue un proceso de dominación del espíritu. No tenía voluntad para negarme a ninguno de sus pedidos. Fueron tres años, aproximadamente, los que se demoró en poseer absolutamente nuestras voluntades a través de la prédica y evangelización.
Todo eso se interrumpió cuando Schäfer debió huir a Alemania. Los fieles de la secta no supimos la verdad. Se nos dijo que Schäfer se había ido a buscar nuevos horizontes en un nuevo país. Una nueva tierra para huérfanos y vagos, para poder trabajar. Ese era el objetivo.
Fui uno de los primeros que se rebeló en Alemania, cuando por casualidad me enteré de los verdaderos motivos de la desaparición de Schäfer. Fui testigo muy cercano de los testimonios de su inmoralidad con los niños de nuestra comunidad. Conocí a los padres de esos niños que acusaron a Schäfer y que terminaron separándose del grupo.
Ya para ese entonces nuestra iglesia se había transformado en secta. Los niños de los fieles vivían en una casa especial que el Estado nos cedió para cuidar huérfanos y vagos de la guerra. Nunca los hubo. Eran los años 1955-1956, la guerra había terminado hacía 10 años y ya no quedaban vestigios. Teníamos entre 20 y 30 niños, sólo hombres, pues Schäfer no aceptaba mujeres.
Schäfer se fugó a Chile. Las denuncias presentadas en su contra no le dejaron alternativa”.
¿Usted fue homosexual o practicó eventualmente la sodomía?
Jamás. Yo personalmente le dije a Schäfer en una confesión, porque todos los miembros de la secta teníamos que confesarnos con él, mis sospechas y mi desagrado. Pero él dominaba mi espíritu. Uno no puede pensar libremente. Todos nuestros pensamientos eran pecado.
El relato continúa:
“Tres meses después de que Schäfer se vino a Chile, me mandó a buscar. Era el año 1960. Herman Schmidt, con quien Schäfer se había fugado, me pidió que viniera urgentemente a Chile. Dijo: ‘Algo le pasó a Paul’. Yo imaginé que estaba muerto. Desde que Schäfer se había ido yo me había apartado de su prédica. Incluso estaba de novio. Eso lo supo Schäfer. Además, no mandábamos plata ni rendición de cuentas a Chile.
Llegué al aeropuerto de Cerrillos. Allí me esperaba Schmidt, quien me dijo: ‘Paul está muerto’. Quería ver mi reacción. Me llevó directamente a una casa ubicada en la comuna de La Reina, en la calle Domingo Villalobos. Allí vivía Rudi Cohn, alemán de religión judía que fue engañado por Schäfer. Fue uno de los fundadores de nuestra secta en Chile; creó, incluso, el nombre Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad. Llegué a esa casa y ahí me encontré con Schäfer, sentado en la cocina. Allí vivía con Schmidt.
Empezó una especie de tortura sentimental y síquica por mi abandono. Me acusaban de las peores aberraciones morales y sexuales. Tuve que entregar mi argolla de compromiso, mi pasaporte, mi pasaje de regreso y la foto y las cartas de mi novia. Me mantuvieron 18 días sin comer. Firmé una hoja en blanco en Santiago y así traspasé todos mis negocios a Schäfer. Una de mis empresas figuró hasta hace cuatro años con mi nombre: Schaak und Kuhn. Alfred Schaak era mi socio. Los dos trabajábamos para Schäfer.
Schaak con Hugo Baar organizaban todos los envíos a Chile. Por el testimonio de Baar se sabe que también se enviaba armamento.
Baar me relató con detalle las compras de armamento que realizaba con la ayuda de ese traficante de armas llamado Gerhard Mertins. Baar fue el hombre que utilizó Schäfer para comprar las armas. Sólo él tenía el dinero y los contactos.
Nunca más supe en esos años de mi novia. Después de mi fuga me enteré de que está de mano derecha de Schäfer. Se ha especializado en la aplicación de electroschock. Era una niña tan buena… Ella recibió el título de enfermera de la Cruz Roja. No sé cuándo Schäfer la hizo venir ni bajo qué argucias. Ingrid Klunk trabaja hoy día para él.
Una vez que me repuse de la falta de alimento, nos pusimos en campaña para comprar un fundo para la Colonia. Había varias ofertas en El Mercurio. Schäfer se sintió seguro en el fundo El Lavadero. Por un lado tenía la cordillera y estaba lejos de la Panamericana. Se compró primero el fundo de 40 hectáreas y comenzó el acoso a los propietarios de tierras aledañas, para que se fueran y nos vendieran. Así fue comprando las tierras.
No fue la única cosa extraña. Se trataba de una colonización y lo primero que hizo Schäfer fue traer a los niños de Alemania. Hugo Baar se encargó en Gronau de convencer a los fieles del viaje. Lo normal habría sido traer a los adultos, y cuando la infraestructura primera estuviera instalada, traer a los niños con sus madres. Fue todo lo contrario. Se trajo a todos los niños primero.
Nos instalamos en El Lavadero en carpas. Muy pronto llegarían aviones con materiales y algunos maestros jóvenes. Yo tenía 28 años en esa época.
Ningún adulto recibía proposiciones ni insinuaciones homosexuales de Schäfer. A éste sólo le gustan los niños de hasta 12 años. Goza discriminando sus favores y sus preferencias. Cuando se aburre de ellos, los margina de su grupo preferido y los hace castigar por sus propios compañeros de grupo. Cuando cambia de amante, éste cae en desgracia y cualquier motivo es bueno para castigarlo. En sus peores momentos esos niños no tenían auxilio de padre ni madre. Sólo Schäfer. Así fabricó un futuro ejército de incondicionales.
Vivíamos en carpas. Después, hicimos un galpón muy rústico. En un rincón del galpón, que tenía unos 50 metros de largo, se instaló Schäfer con los niños; en el otro extremo, nosotros, los adultos. Siempre ha dormido con los niños.
Es difícil explicar el trato que tiene Schäfer al interior de la Colonia. Sólo si se sabe que éramos una secta se entiende que Schäfer no se ocultaba para torturar a los miembros de Dignidad. A los niños les pega en presencia de sus padres, cuando éstos viven en Chile. Lo normal era que el padre estuviera en Alemania y la madre en el fundo, trabajando todo el día en duras faenas.
Cuando vinieron las primeras fugas y la publicidad en contra de la Colonia, llegó un ministro en visita a investigar.
Entonces Schäfer transformó una casa en escuela. Cualquier persona se habría dado cuenta de que esa escuela era de mentira. Ni una raya en el piso ni en los escritorios. Pero no se quería investigar más allá. Lo real es que los niños no iban a la escuela y trabajaban tan duro como los adultos. Nunca un Ministerio de Educación se preocupó realmente de lo que sucedía al interior de la Colonia con la escolaridad de los niños. Se conformaban con una escuela de fachada, que aparecía limpia y perfecta. Es la típica reacción del chileno frente a un extranjero de ojos azules. Cualquier cosa que hacemos, el chileno lo pone en un altar. Allí no existió ni siquiera un profesor con título.
Lo mismo sucede con el hospital. ¿Cómo la Universidad de Chile y el Estado permiten que se ejerza ilegalmente la profesión de enfermería? Con sólo ese antecedente ese hospital debió ser clausurado por las autoridades chilenas. Pero si a eso agregamos que en ese mismo hospital se torturaba a los castigados y fugados de la Colonia… Yo también fui allí torturado…
En 1968 intenté mi primera fuga. Estábamos en medio de la gran polémica que desató la fuga de Wolfgang Müller. Nosotros nos querellamos contra todos los que dijeron algo en contra de la Colonia. Schäfer me sacó del trabajo forzado y me puso a cargo de las relaciones públicas con Schmidt. En ese rol estuve como cuatro años, con una enfermera de la Colonia. Hablamos con parlamentarios de diferentes partidos, visitamos sus casas. Fabricamos una cara normal para mostrarla afuera.
Mi compañera era una mujer muy simpática y espontánea, y los chilenos nos abrían las puertas. Entonces, nosotros contábamos la campaña de difamación que se hacía en contra nuestra. Hablábamos de los hijos de la Colonia, de los niños que se educaban libremente, con apego a la moral, al trabajo y a las buenas costumbres. Hicimos un muy buen trabajo defendiendo a la Colonia… ¡Cómo me arrepiento hoy día!
Schäfer no supo que nos habíamos enamorado y, cuando se dio cuenta, ella ya tenía un embarazo de tres meses. Nos dio miedo volver con esa noticia al fundo. A eso se agregó otro hecho. Yo estaba a cargo de difamar a Wolfgang Müller, el muchacho que se había fugado y, una noche que regresé a la Colonia, Schäfer me mandó a dormir al hospital. Vi a Müller al interior de una jaula de madera, semidesnudo; su cuerpo estaba imposible, lleno de marcas de torturas. Al otro día, cuando me encontré con mi mujer, le dije que no daba más y le conté al doctor Mujica, de Parral, lo que sucedía. Decidimos fugarnos.
Con Úrsula, como parte de nuestro trabajo, habíamos entablado relación con la secretaria del Juzgado en Chillán, Carmen López. Ella ayudó mucho a solucionar los problemas judiciales originados por la fuga de Wolfgang Müller. Incluso varias veces la fuimos a buscar para llevarla a la Colonia, donde se entrevistaba con Hermann Schmidt y Gerhard Sewald. Eran actos de gratitud por su colaboración. Nuestra primera fuga coincidió con una de esas visitas. Debíamos llevar de regreso a Carmen López a Chillán. No regresamos a la Colonia. Le informamos al doctor Mujica de nuestros planes y nos dimos cita en Ovalle para casarnos. Era enero de 1969.
Para facilitar nuestra fuga, nos prestaron una casa de veraneo en Tongoy. A las cinco de la mañana llegó a Tongoy un bus a buscarnos. Vi a Schenellkamp y a Mucke. No abrimos la puerta. Mucke gritó que quería hablar conmigo. Salí y me entregó un papel donde Schäfer me decía: ‘Los estamos esperando a los tres’. Supimos que el doctor Mujica le había contado lo que nos pasaba. Con tanta tensión y sin dinero, no nos quedó alternativa. Nos fuimos con Gerhard Mucke.
En la misma entrada del fundo nos separaron con mi señora. A mí me llevaron al Kinderhaus, la casa donde vivía Schäfer con los niños. Entré a la pieza, vi un frasco con medicinas y no recuerdo nada más. Me desperté en el hospital, después de varios días. Sin comer, sin tomar agua. Siempre un hombre de guardia. Uno de ellos era Walter Laube, que hoy día está a cargo de lo agrícola del fundo. Un monstruo para pegarle a la gente bajo órdenes de Schäfer.
De mi mujer no supe nada hasta mucho tiempo después. Estuve semanas en ese estado, hasta que el doctor Mujica solicitó hablar conmigo. Me arrastraron hasta la casa de visitas y vi al doctor Mujica con Rosamel Ávila, un admirador de la Colonia que vive en Talca. Desde ese momento no dormí más en el hospital. Me llevaron a la carpintería. En una pieza dormíamos seis hombres.
Una noche, mientras todos dormían, yo me levanté y, como a las cinco de la mañana, divisé a mi mujer. En muy corto tiempo ella pudo susurrarme: ‘Ya no estoy esperando a Peter’. Teníamos un compromiso de que a nuestro primer hijo le llamaríamos Peter. Supe que apenas nos trajeron de regreso le hicieron un aborto. Creí que me volvía loco. Pedí hablar con Schäfer y como a las 11 de la mañana lo logré. Estaba con Guillermo Soto, uno de los soplones de Schäfer entre los parceleros de la región.
Schäfer me pidió que llevara en un camión a Soto a su fundo, con unos sacos de harina. Me preguntó si me sentía capaz. Yo dije que no. Eso me salvó. Como dije no, él me dio la orden de hacerlo. Dejé al señor Soto en su casa y partí con el camión hacia la Panamericana, donde lo abandoné. Partí a buscar al doctor Mujica. Debí viajar a El Quisco para encontrarlo. Apenas llegué inicié mi relato. Todavía no había terminado cuando llegaron a buscarme en una ambulancia. Traían una tarjeta de mi señora que decía que estaba muy grave y que si no volvía perdería la guagua. ¡Qué burla!
El doctor estaba muy inquieto. Me llevó a Parral. Llevaron entonces a mi mujer en la ambulancia a buscarme. Le dije: ‘Levántate. Te quedas conmigo o con ellos. Pero si no te quedas, yo estoy mañana en la embajada alemana’. Se fue, pero esa noche Schäfer la mandó a pie desde la Panamericana. La mandó para que evitara que me fuera a la embajada.
Así empezamos otra vida. Ni ropa ni dinero ni nada. El doctor Mujica nos dejó en su casa como seis u ocho meses. Luego nos mandó a Santiago. Mi mujer empezó a trabajar en la Clínica Alemana y yo en una empresa de transportes. Tiempo después trabajamos cinco años en la Hostería del Salto del Laja. Pero las relaciones con mi mujer eran un fracaso. Nacieron dos niños y el año 1975 nos separamos. Úrsula partió a Alemania.
Mi señora se quedó siempre con una ligazón afectiva con la Colonia, al punto que quería que mis hijos nacieran allá. En 1970 reiniciamos suavemente las relaciones. Mi mujer no era libre. Su atadura principal era la iglesia Bautista.
A mis amigos de la Colonia no los veía jamás, porque Schäfer no me lo permitió. George Packmor estaba en Dignidad desde 1962. A su mujer, Lotty, se le ordenó permanecer en Alemania junto a Alfred Schaak para gerenciar los negocios. La mujer de Hugo Baar y sus nueve hijos también quedaron en Dignidad mientras Hugo trabajaba para Schäfer en Alemania. Debía llevar regalos a escondidas.
Schäfer comenzó de inmediato a utilizarme. Un día nos mandó a llamar. Fuimos con mi señora en nuestra citroneta. Nos mandó a fotografiar una torre de alta tensión ubicada al frente del fundo. Era en 1973, durante el gobierno de la Unidad Popular. Schäfer mandó una tropa en la noche y puso las cargas para hacer explotar la torre. Al parecer, una sola carga explotó, porque cuando Carabineros fue a investigar, uno de ellos perdió un brazo al estallar otra carga. La torre que volaron fue la misma que yo fotografié.
Supe en ese tiempo de los contactos que tenía Schäfer con Patria y Libertad.
Después que Úrsula se fue, rehíce mi vida, me casé con una chilena y me instalé en Los Ángeles. Hasta hace poco tiempo era presidente del Club Aéreo. Fui uno de los fundadores del turismo en la VIII Región. Recibí incluso un premio que fue entregado en un almuerzo en La Moneda, con el mismo Pinochet. Eso fue en 1983. Fui miembro de Codeco, por el sector turismo. Fui presidente del Círculo de Amigos de Carabineros y del Círculo de Amigos de Investigaciones. Hoy día no soy nada en ninguna de estas instituciones. Hicieron una campaña publicitaria en mi contra, organizada por los amigos de Schäfer, desde que denuncié en la televisión alemana en 1986 lo que realmente sucedía al interior de la Colonia.
Rompí mi silencio después de ayudar a Hugo Baar y a los Packmor a fugarse de la Colonia Dignidad.
Hugo Baar se fugó en diciembre de 1984. Aprovechó una ocasión en Santiago, mientras esperaba en un camión de la Colonia. Con los pocos pesos que tenía tomó una micro y llegó a San Fernando. De ahí a Concepción, donde estuvo cinco días buscándome. Por las noches dormía en los cerros, escondiéndose de la gente de la Colonia. Encontró mi pista y se vino a Los Ángeles. En la estación de tren preguntó por mí a los pelusitas que allí circulan y éstos lo trajeron a mi negocio. Esa noche volvía de Temuco. Hugo ingresó por una entrada con su pequeña maleta y yo por la otra.
El pensaba que yo era aún muy amigo de Schäfer, porque después que me fugué yo seguí ayudando a la Colonia. Me contó lo que sucedía al interior del fundo, lo que pasaba con algunos de sus hijos, etcétera. Conversamos hasta las cinco de la mañana. Al término de nuestra conversación me pidió que lo ayudara a salir de Chile.
Tomé a Hugo y me fui a Osorno. Pedí un salvoconducto en Investigaciones para un amigo que quería conocer Bariloche. Lo conseguí. Fui tiritando a encontrar a mi amigo en su escondite. Sabíamos que nos perseguían. Era el 18 de diciembre de 1984. Acompañé con mi auto el bus que llevaría a Baar a la libertad. En Bariloche tomó el avión a Buenos Aires y luego otro a Canadá, donde lo esperaba un amigo de la iglesia Bautista. Antes de irse me dijo que los Packmor estaban muy mal. Lotty, que ya no estaba en Alemania, había tenido un intento de fuga frustrado y era brutalmente castigada.
Decidí ir a Bulnes, al restaurante que tiene la Colonia. En un momento en que Lotty Packmor estaba más libre, pues la vigilaban permanentemente, le dije: ‘Hugo está en Canadá’. Se puso a llorar.
Días después, el 17 de febrero de 1985, en la noche, la enfermera que la cuidaba y varios más le pegaron a Lotty por razones de trabajo. Se encerró en el baño. Llegó el marido y no salió. Dieron las dos o tres de la mañana, y Lotty no salió. Le permitieron a George permanecer en la casa para tranquilizar. Mientras todos dormían profundamente, Lotty y su marido se fugaron. Se llevaron el auto Mercedes Benz de la Colonia y lo dejaron en el terminal de buses de Chillán. Tomaron un bus para Los Ángeles. A las nueve de la mañana me llamaron.
De inmediato los escondimos y comenzamos los trámites para sacarlos del país hacia Canadá. Todas esas llamadas quedaron grabadas. Mi señora quedó a cargo de su custodia y durante las 24 horas del día, a través de mi estación de radio, escuchábamos las comunicaciones de la Colonia para intentar recapturar a los prófugos. Fue un terremoto para Schäfer.
Viajé a Santiago y obtuve una audiencia de inmediato con el embajador de Canadá. Le conté todo en detalle. Me prometió su ayuda, a condición de que guardáramos absoluto silencio.
Del Parlamento de Canadá llegó un informe que decía que los Packmor no podían viajar a ese país porque formaban parte de un grupo que había torturado a opositores chilenos. El tiempo se acababa y, a los nueve días de haber iniciado los trámites, supimos que no habría visa. La última vez que estuve con el embajador me ofreció hacer él mismo las gestiones con el embajador alemán. Acepté, porque el embajador de Canadá me dio todas las garantías. Me pidió que trajera a los Packmor.
A los 13 días de la fuga, traje a los Packmor a Santiago. A las nueve en punto estuvimos en la embajada de Canadá. Un amigo me ayudó. El llevaba a Lotty y yo a George. Afuera había una micro con policías. En el ascensor había policías. Tuve mucho miedo.
En presencia del embajador canadiense le dije al señor Holzheimer, embajador alemán, lo que pasaba con su embajada desde hacía 25 años. Le dije que no teníamos confianza, porque sabíamos que todos los martes va Matthusen, uno de los brazos derechos de Schäfer, a la embajada, con sus paquetes. El entraba a todas las oficinas, como si fuera un hombre más de la embajada, y cuando necesitaba un timbre oficial para papeles de la Colonia lo hacía él mismo. Le dijimos que Schäfer siempre ha dicho: ‘A la embajada la tengo aquí en la mano’.
Holzheimer se comprometió ante su colega canadiense a terminar con esa situación. Dijo no tener ninguna información al respecto. Se mostró asombrado. Era distinto a su antecesor, el embajador Stratling, que aceptó que la Colonia Dignidad le pintara su casa y arreglara su auto. Teníamos testimonios directos de esa colaboración.
Esa noche, dos embajadores se dieron la mano y se comprometieron a tomar a su cargo a los Packmor para enviarlos a Alemania sin riesgos. La salida de la embajada fue de película.
Finalmente, los Packmor quedaron bajo la custodia de Alemania y en una casa de seguridad. Once días se demoró el trámite, porque los Packmor, como todos los habitantes del fundo, no tenían un sólo documento. Dos alemanes salían 11 días después de Chile en la misma forma que los refugiados políticos. ¡Qué ironía! Eran sólo dos alemanes que habían logrado escapar de Schäfer.
En Alemania, Hugo Baar hizo lo imposible por obtener la libertad de su esposa e hijos. Nada logró. Un día me enteré de que la esposa de Hugo era enviada por Schäfer a Alemania para difamar a su marido. El doctor Hopp la acompañaría. Lo supe al escuchar las comunicaciones internas de la Colonia Dignidad por radio. Tenía acceso a su frecuencia y he conservado copias de sus comunicaciones durante muchos años. Todo ese material está guardado con copias en lugares seguros. Le avisé a Hugo y éste fue a esperarla al aeropuerto. Cuando ella vio a su marido, en ese minuto, desertó de la Colonia. De inmediato Hopp comunicó por radio lo sucedido, y esas grabaciones también están en mi poder. Allí se sabe de los trámites que inician para intentar recuperar a la señora Baar. Ella decidió que darse junto a su marido.
Después de tantos años de haber trabajado para Schäfer no tienen nada. Viven de una renta mínima que da el Estado alemán a las personas sin recursos. Lo peor es que sus nueve hijos están al interior de la Colonia. Son rehenes de Schäfer.
Los niños que hace 28 años llegaron a Chile a vivir en carpa al fundo El Lavadero, hoy son adultos. Forman la tropa incondicional de Schäfer. El ejército interno de Paul Schäfer, al que se agregaron otros jóvenes. Son hombres solteros, la mayoría ha pasado por abusos sexuales. No conocen más mundo que el que les creó y les mostró Schäfer. Fueron niños que en sus peores momentos no tuvieron el auxilio de padre ni madre. Sólo Schäfer. De su bondad o de sus torturas han vivido. Trabajan todo el día y muchas noches también. No saben ni de domingos ni de festivos. Sólo de la incondicionalidad hacia Paul Schäfer.
Digo que son un ejército porque así me lo relataron los últimos fugados. Tienen entrenamiento militar, usan uniforme de combate y cada uno tiene su número y su armamento. Hugo Baar, por ejemplo, tenía el número seis.
No se sabe a ciencia cierta cuántos niños chilenos hay al interior de Dignidad. Se habla de 24. ¿De dónde vienen? ¿Quién les dio la custodia a los colonos, sabiendo el régimen al que serían sometidos? Yo vi a jóvenes chilenos ser convertidos en amantes de Schäfer. Uno de ellos se conoce por el sobrenombre Kay; es de Talca. Sus abuelitos hicieron enormes esfuerzos por visitarlo y recuperarlo. ¿Qué pasó?
Está también Matías, el hijo adoptivo de los Packmor, que hoy aparece adoptado por otros colonos. Schäfer lo hizo su amante. Un niño chileno que tenía familia y que hoy tiene cerca de 21 años. ¿Qué jueces han permitido que esto ocurra con niños chilenos?
Las relaciones de la Colonia Dignidad con la Justicia chilena dan para un capítulo especial. Algún día se hará una investigación como corresponde y se sabrán todas las razones que motivaron a algunos jueces a actuar en favor de la Colonia a lo largo de estos años. Schäfer siempre dice que todas las personas se pueden comprar. El rango no importa–dice–, todos tienen diferente precio.
Pero hay mucho más por investigar. ¿Quién ha permitido que la Colonia mantenga un régimen de excepción tributaria y de impuestos de importación durante todos estos años? El poderío económico de la Colonia es muy fácil de explicar. Si se tienen 300 personas que trabajan como esclavos, sin horario, sin domingos, sin sueldo, sin imposiciones, sin seguro, sin remuneración alguna más que la comida y una pobre vestimenta… En cualquier país del mundo, ese empresario tiene un auge importante. Ese empresario se llama Schäfer.
¿Cuántas fugas se han intentado desde la Colonia que no se conocen? ¿Cuántas torturas se han practicado sobre los colonos sin que nadie haya intervenido para detenerlas?
Declaré 10 horas ante el ministro en visita Navas y dos horas ante el ministro Robert. Del futuro de los colonos alemanes hoy se está ocupando en forma óptima la embajada alemana. Tengo plena confianza en sus representantes. Pero, para que toda la verdad se sepa y se pueda llegar hasta el fondo de lo que realmente ha sucedido al interior de Colonia Dignidad, es imprescindible que declaren en Chile Hugo Baar, su esposa y el matrimonio Packmor. En parte, de ello depende la vida de 300 alemanes y también importa para el futuro de 24 niños chilenos. Además, que los Packmor y los Baar declaren en Chile importa para saber la verdad acerca de muchos chilenos que desaparecieron y cuyo rastro pasa por Colonia Dignidad.
Hace 30 años que estoy en Chile. Ya me siento parte de este país y quiero permanecer junto a mi familia en él”.