El estrés de ser madre migrante
12.10.2021
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12.10.2021
Quien busca en otro país trazas de un mejor futuro se enfrenta a fuentes simultáneas de discriminación si es mujer, latinoamericana y con hijos a su cargo, recuerda esta columna de una especialista en sicología clínica y sicoterapia. Las consecuencias del estigma social inciden en su salud mental: «Es común que mujeres migrantes con hijos vivan el proyecto migratorio con una alta carga de culpa, y como una experiencia percibida como un sueño de bienestar boicoteado».
Chile se ha convertido gradualmente en un país de destino, con aproximadamente 1.462.103 personas extranjeras entre su población reciente. Una característica propia del movimiento local es que se trata de una migración Sur-Sur desde países latinoamericanos, tales como Venezuela, Perú, Haití, Colombia y Bolivia.
Pero otra característica interesante de abordar, y de la cual poco se habla, es el índice de feminización de esa población migrante latinoamericana. De acuerdo a la Encuesta de Caracterización Socio Económica Nacional (CASEN, 2017), el 56,3% de la población migrante latinoamericana se compone de mujeres. Esta es una variable importante a considerar, ya que habitualmente la migración femenina se asocia a mayores responsabilidades de cuidado. Asimismo, la migración femenina presenta mayor riesgo que la masculina de sufrir abuso, maltrato, pobreza e inserción en mercados de trabajo precarizados[1].
Si bien varios autores proponen que la migración no constituye un factor de vulnerabilidad por si solo, esta columna propone profundizar en la experiencia migratoria visibilizando los múltiples factores de estrés a los que están sujetas las personas. Específicamente, se abordarán las experiencias de mujeres migrantes latinoamericanas con hijos, considerando el desafío adicional que representa el rol de cuidado durante la trayectoria migratoria.
Este tema es particularmente relevante en estas semanas, debido a sucesos y noticias que han llamado la atención, tales como la visible salida de la diáspora haitiana (migrantes que desde el año 2019 venían mostrando una mayor tasa de salida que de ingreso al país). De acuerdo al Servicio Jesuita Migrante (2021), esto se debe en parte a las dificultades de los procesos de regularización y a los visibles obstáculos de inclusión que han presentado personas haitianas viviendo en Chile. Por otra parte, hacia fines de septiembre generó impacto la quema de pertenencias ―particularmente, la quema de juguetes y ropas de niños― de personas migrantes viviendo en situación de calle en Iquique.
Nuestro énfasis está en la necesidad de brindar apoyo oportuno y especializado a un grupo de personas que viven contextos de estrés psicosocial, al mismo tiempo relevando que ésta es una problemática a largo plazo, ya que las vulnerabilidades de salud mental que no son acogidas hoy podrían tener consecuencias incluso en futuras generaciones.
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Ser migrante no es un factor de riesgo por sí solo. Sin embargo, las personas que migran están expuestas a múltiples factores estresantes durante su trayectoria. En términos generales, es distinto migrar para mejorar las oportunidades de desarrollo que hacerlo en condición de refugio. Un grupo intermedio lo componen los migrantes o refugiados económicos, quienes ven determinada su salida del país por apremios económicos, y que suelen cruzar fronteras sin haber obtenido los documentos requeridos, exponiéndose a inseguridades de orden subjetivo, jurídico, o a la explotación del tráfico de personas[2]. Este es el contexto al que están expuestas hoy miles de familias que cruzan países esperando mayor estabilidad económica.
Independiente del proyecto migratorio, la exposición de hijos e hijas a contextos de hambre, vulnerabilidad, escasez y riesgo psicosocial puede ser un acelerador a la necesidad de migrar, aunque sea en condiciones infra-óptimas. Es importante puntualizar que la migración tiene una arista más allá de lo económico; constituye un asunto humanitario al momento de convertirse en una «decisión parental» frente a contextos de riesgo para los hijos[3][4].
Por otra parte, es importante considerar que no es lo mismo viajar en avión que emprender el viaje en bus o a pie, viajar con niños o hacerlo en estado de embarazo[5]. Dependiendo de las condiciones de viaje algunas mujeres pueden quedar expuestas a situaciones traumáticas, como violencia y violaciones. Asimismo, el grupo familiar podría estar expuestos a duelos, pérdidas, separaciones, entre otras durante el viaje[6], y la exposición a explotación por parte de los conocidos «coyotes». Se trata de una población susceptible a desarrollar trastornos por estrés postraumático, de acuerdo a las condiciones y número de estresores a los que se expone durante el trayecto.
Además, es relevante considerar las condiciones de ingreso al país, las políticas de migración y la estructura de oportunidades que les brinda la sociedad receptora a quienes llegan al país. Otro escenario frecuentemente invisibilizado son las familias transnacionales; es decir, aquellas que deben escoger quiénes emprenden la ruta primero, en cuyo caso emerge el desafío de la mantención de los vínculos a distancia y la revinculación tras el encuentro.
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Llegar a un país y percibirse a sí mismo como parte de una minoría ya puede ser un factor de estés. Sin embargo, mujeres migrantes viviendo en Chile experimentan continuamente una discriminación interseccional.
De acuerdo a Kimberlée Crenshaw[7], el enfoque interseccional se utiliza para analizar las múltiples y simultáneas estructuras de opresión que interactúan para dar forma a complejas discriminaciones. En este sentido, primero es importante considerar algunos elementos propios del país. Un primer ejemplo es que, de acuerdo al INE, recién en 2020 (previo a la pandemia) la participación laboral femenina había alcanzado un 53,3 por ciento. Asimismo, Fundación SOL refiere a que existe una penalización salarial por maternidad, según la cual las mujeres pueden llegar a ganar hasta un 20,8 por ciento menos por tener hijos.
Las mujeres migrantes no solo deben enfrentarse a un contexto laboral que ya es complejo para la mujer nacida en Chile, sino que además la urgencia de revertir su situación económica para sostener una familia las expone a un mayor riesgo de trabajos subremunerados o infravalorados en comparación con el estátus laboral alcanzado en sus países de origen.
A todo esto se le suma el proceso de racialización de la migración en Chile, el cual da origen a una discriminación diferenciada: el trato según estatus económico, lugar de origen y otras características de la población.
De este modo, ser mujer migrante latinoamericana con hijos supone una suma de simultáneas fuentes de discriminación que daría origen a un estrés tanto por ser minoría como por las consecuencias derivadas del estigma social sobre la salud mental de quienes lo padecen.
Por último, las personas con hijos no solo deben hacer frente a su propia experiencia de discriminación, sino que también sostener los procesos que al respecto sufren sus propios hijos. Es común que mujeres migrantes con hijos vivan el proyecto migratorio con una alta carga de culpa y como una experiencia percibida como un sueño de bienestar boicoteado.
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Estudios recientes han mostrado que ejercer un rol parental en contexto de confinamiento por COVID-19 está relacionado con mayor ansiedad, depresión y estrés parental. Del mismo modo, se ha visto que padres y madres presentan un incremento en la sensación de burnout o desgaste parental, el cual se define como una sensación de agotamiento abrumador en el rol de cuidado, y que puede tener como consecuencia ejercer prácticas de cuidado menos óptimas[8].
En este sentido, varios estudios abordan el impacto del confinamiento por COVID-19 en la salud mental de mujeres con hijos, en particular por la dificultad de compatibilizar el rol materno y el trabajo en ausencia de redes de apoyo formales. Sin embargo, las mujeres migrantes con hijos viven un doble duelo por la pérdida de sus redes de apoyo, tanto el de aquellas ya formadas para la asistencia en la crianza como las propias del contexto migratorio.
Este segundo duelo se observó de dos formas. La primera se refiere a aquellas migrantes —principalmente, parte de familias venezolanas— que habiendo invertido un gran monto de tiempo y dinero para traer a su familia extensa a Chile para apoyar el cuidado de los hijos quedaron aisladas por los procesos de confinamiento.
La segunda alude a aquellas familias que, teniendo recursos económicos disponibles, viajan continuamente a sus países de origen o reciben a familiares en Chile. En este caso, el segundo duelo se relacionó con la imposibilidad del reencuentro producto del cierre de fronteras.
De este modo, las madres migrantes han perdido el acceso a sus propias redes de apoyo, lo que también podría generar que posterguen sus proyectos personales para priorizar su rol de cuidadoras.
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Es posible que los estresores psicosociales que afectan a las mujeres migrantes que llegan a Chile no se vean reflejados en cuestionarios de salud mental. Esto es conocido como «la paradoja del migrante»: pese a los múltiples factores de estrés, la población migrante suele presentar mejores niveles de salud mental que las personas en general. De acuerdo a Cebolla-Boado, Gonzalez y Nohuglo (2021)[9], esto se podría deber a que los migrantes basan su identidad en la resiliencia y en la esperanza, por lo que tienen una mirada más optimista del futuro. Por otra parte, Kirchner y Patiño (2010)[10] señalan que la fe y la religiosidad de la población migrante latina —especialmente entre las mujeres— es un factor protector frente al estrés que conlleva migrar y la aparición de sintomatología depresiva.
Un ejemplo de lo anterior es un estudio llevado a cabo recientemente con personas migrantes provenientes de Colombia, el cual no encontró prevalencias distintas en inmigrantes colombianos (14,3%) en comparación con la muestra chilena (15,7%) en cuanto a sintomatología depresiva[11]. Sin embargo, se ha dado a conocer que la salud física y mental de las personas migrantes tienden a decaer con el tiempo. Se desconocen los factores y momentos específicos que podrían estar en la base del empeoramiento de la salud mental de migrantes a lo largo del tiempo, y que estaría relacionado con factores tales como el estatus legal y los procesos de racialización[12].
De este modo, estudios basados en cuestionarios podrían sub-diagnosticar el alcance que tiene el contexto de migración en la salud mental. Es por esto que es particularmente relevante el compromiso de distintos agentes de salud para monitorear el estado de salud mental a través de espacios de diálogo y conversación.
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Un estudio de 2018[13] evidenció las dificultades en cuanto al bienestar psicosocial y emocional al que de manera transversal estaban expuestos padres y madres migrantes viviendo en Chile. Por otra parte, existe una amplia literatura que señala que la salud mental de las madres se relaciona con la salud mental de los hijos[14].
Si bien antes se explicó que la primera generación de migrantes suele presentar tasas inferiores de sintomatología psiquiátrica en comparación con la población nacida en el país, los hijos y nietos de aquellas familias (segunda y tercera generación de migrantes) tienden a mostrar mayor tasa de sintomatología psiquiátrica a largo plazo[15].
De este este modo, se entiende que la salud mental de niños, niñas y adolescentes se pone en juego a corto y largo plazo. Siendo Chile un país que ratificó el Convenio por los Derechos de Niños y Niñas, en el cual se compromete a velar por los principios de no discriminación, interés superior de niño/as, su supervivencia, desarrollo y protección, y su participación en decisiones que les afecten, es fundamental que se vele por la salud mental de niños y niñas de manera directa, y también a través de la protección de sus cuidadores.
En este sentido, es importante destacar que cuando la migración se comprende sólo desde la esfera económica, dejamos de ver las historias y motivaciones para iniciar este proyecto. En esta línea, a veces es importante recalcar que gran parte de los proyectos migratorios se inician a partir de la decisión parental de arriesgar todo por ofrecer un mejor futuro a los hijos.
Para finalizar, el presente artículo propone una mirada a la salud mental de mujeres desde un enfoque de justicia social en el que se relevan los múltiples factores estresores que podrían afectar el bienestar y salud mental. Asimismo, se ofrece una arista distinta para comprender que esto también pone en juego la salud mental de niños y niñas hoy, y la de futuras generaciones.
[1] URZÚA, A., CAQUEO-URÍZAR, A. y ARAGÓN, D. (2020). «Prevalencia de sintomatología ansiosa y depresiva en migrantes colombianos en Chile». Revista Médica Chile. 148 (9), pp. 1271-1278.
[2] FERREIRA, V. (2018). «¿Migrantes económicos o refugiados? Sobre los flujos mixtos en las migraciones irregulares». Revista Latina de Sociología (RELASO), 8(2), pp. 59-71. DOI.
[3] PERREIRA, K., CHAPMAN, M. y STEIN, G. (2006). «Becoming an American parent: Overcoming challenges and finding strengths in a new immigrant Latino community». Journal of Family Issues, 27, pp. 1383-1414.
[4] GALLARDO, Ana María (2019). «Parentalidad en un contexto de desplazamiento: consideraciones para las instituciones que trabajan con familias migrantes». En M. Rosenblüth, E. González, F. Castro, A. Garcés. (eds.), Tesis País Piensa la Metropolitana sin pobreza (nº1) (Santiago: Fundación para la Superación de la Pobreza), pp. 124-143.
[5] CARROLL, H., LUZES, M., FREIER, L. F., & BIRD, M. D. (2020). «The migration journey and mental health: Evidence from Venezuelan forced migration». SSM – population health, 10, 100551. DOI.
[6] CIDH (2015). «Derechos humanos de migrantes, refugiados, apátridas, víctimas de trata de personas y desplazados internos: Normas y Estándares del Sistema Interamericano de Derechos Humanos».
[7] CRENSHAW, K. (1989). «Demarginalizing the intersection of race and sex: A black feminist critique of antidiscrimination doctrine, fe- 164 Gordofobia: Una deuda en el campo de la psicología | Gallardo minist theory and antiracist politics». University of Chicago Legal Forum, (140), pp. 139-167.
[8] GRIFFITH, A.K. (2020). «Parental Burnout and Child Maltreatment During the COVID-19 Pandemic». J Fam Viol. DOI.
[9] CEBOLLA-BOADO, H., GONZÁLEZ, G. y NUHOGLU, Y. (2021). «It is all about “Hope”: evidence on the immigrant optimism paradox». Ethnic and Racial Studies. 44 (2). pp. 252-271, DOI: 10.1080/01419870.2020.1745254
[10] KIRCHNER, T. y PATIÑO C. (2010). «Stress and depression in Latin American immigrants: the mediating role of religiosity». Eur Psychiatry. 25(8), pp. 479– 84. http://dx.doi .org/ 10.1016/j.eurpsy.2010.04.003
[11] URZÚA, A.; CAQUEO-URÍZAR, A. y ARAGÓN, D., op. cit.
[12] BACONG, A.M. y MENJÍVAR, C. (2021). «Recasting the Immigrant Health Paradox Through Intersections of Legal Status and Race». Journal of Immigrant Minority Health. DOI.
[13] BERNALES, M., CABIESES, B., MCINTYRE, A.M., CHEPO, M., FLAÑO, J. y OBACH, A. (2018). «Determinantes sociales de la salud de niños migrantes internacionales en Chile: evidencia cualitativa». Salud pública México. 60 (5), pp. 566-578. DOI.
[14] SANTELICES, MP; IRARRÁZAVAL, M.; JERVIS, P.; BROTFELD, C., CISTERNAS, C. & GALLARDO, A.M. (2021). «Does Maternal Mental Health and Maternal Stress Affect Preschoolers’ Behavioral Symptoms?» Children 8(818).
[15] MANCENIDO, A., WILLIAMS, E. y HAJAT, A. (2020). «Examinig psychological distress across intersections of immigrant generational status, race, poverty and gender». Mental Health Journal. 56 (7), pp. 1269-1274.