Carretera Hídrica, ¿solidaridad o egoísmo?
15.09.2021
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15.09.2021
La construcción de un sistema submarino de megatrasvase de agua de ríos del sur de Chile no es una idea efectiva para mitigar los efectos de la sequía en la zona norte del país, estiman los autores, en respuesta a una columna previa. Por el contrario, un proyecto así terminaría por dañar irreversiblemente los ecosistemas y la vida natural que dependen de esos caudales. La solución, según los investigadores, está en la implementación de «tecnologías propicias para la sustentabilidad, como métodos de riego y uso doméstico del agua altamente eficientes», reducir monocultivos forestales y frutícolas, y aplicar «una gestión integral de cuencas».
(*)El siguiente texto responde a «Trasvasije de agua desde sur al norte de Chile: una acción de solidaridad interregional», de Félix Bogliolo, columna publicada en agosto de 2021 en CIPER.
La contingencia desvía hoy nuestras preocupaciones entre la expansión de COVID-19, los problemas sociales gatillados por la pandemia y las múltiples novedades en torno a la Convención Constituyente. En este entorno, aunque con mucha menor difusión pública, avanza hoy en Chile un proyecto ambientalmente insostenible: la llamada carretera hídrica, en evaluación en el MOP desde hace más de dos años.
En una columna previa en CIPER, Félix Bogliolo se refería a una «solidaridad interregional» para respaldar su propuesta de un «río submarino». El concepto es equívoco: el río es un ecosistema, y una tubería con agua filtrada no lo es. Un río es un ente vivo, en el que habitan diversas especies y ocurren procesos, algunos tan familiares como el ciclo del agua, y otros tan complejos como los ciclos biogeoquímicos e interacciones biológicas. En una tubería no ocurren procesos; al menos, no a este nivel. Cualquier río corresponde a un ecosistema complejo, cuyo funcionamiento ha sido estudiado y continúa estudiándose para lograr un mayor entendimiento, y así conocer específicamente los efectos negativos producidos por la actividad humana.
El proyecto de «río submarino» pretende sacar agua desde el río Biobío y trasladarla a cuencas del norte de Chile. ¿Es posible hablar de solidaridad con un ecosistema, tal como se formula en esa columna? Éste es un proyecto privado, y como tal es le brindará ganancias a un reducido grupo de personas. Debemos considerar que el agua de los ríos es un bien de uso público, que pertenece a todos los chilenos. Al ser un ecosistema tiene un valor ecológico intrínseco. Por lo tanto, considerarlo como un bien de consumo, un «algo» que podemos tomar y llevar a otro lugar, representa una visión totalmente antropocéntrica (que antepone al ser humano y sus intereses por sobre todo), la misma que nos ha llevado al colapso.
Desde nuestra perspectiva, más que de solidaridad se trata de egoísmo. Pensar en el transporte del agua de un ecosistema sin considerar las consecuencias que esto trae a la naturaleza no es generoso. Este tipo de proyectos estuvieron «de moda» hace más de dos décadas en Europa. Junto a la creación de la Ley Marco del Agua (The Water Framework Directive), han sido luego rotundamente rechazados en las actuales propuestas de gestión, por ser considerados de baja eficiencia y alto riesgo ecológico para la conservación y el bienestar humano (ver el caso del trasvase Tajo-Segura, en España).
De acuerdo con el reciente Informe IPCC 2021 (Panel Intergubernamental de Cambio Climático), la situación hídrica en el mundo es realmente grave. La disminución de las precipitaciones es un hecho, y muchos ríos están hoy secos. Estos ríos, como los que existían en la provincia de Petorca, en Chile, proveían de agua a las comunidades para un uso sustentable a pequeña escala. ¿Pero qué ha sucedido? El cambio climático cumple su papel en la disminución de las lluvias, pero también la extracción desmesurada del agua para el riego de monocultivos masivos (como es el caso de plantaciones como las de los paltos). El punto es que si continuamos el mal manejo de cuencas en este escenario de cambio climático, la zona central de Chile seguirá siendo afectada, con ríos que se secan o ven su caudal drásticamente reducido.
Por esta razón, el tema de la carretera hídrica no es menor. Si el cambio climático continúa con sus efectos a la tasa actual, según estudio reciente en Climate Dynamics [ver], en diez años más el río Biobío tendrá una disminución importante de su caudal y podría mostrar características de régimen mediterráneo (marcada estacionalidad, con una época seca extendida y potenciales inundaciones en la época de lluvia); para el 2070, podría ser un río de tipo semidesértico (con muchos ríos intermitentes, secos en el período estival).
Existen además varios reportes técnicos desarrollados en el contexto de la COP25 por cientos de científicos, que muestran potenciales escenarios para los sistemas fluviales y su biodiversidad, nada alentadores [ver]. Se menciona allí que los megaproyectos hidráulicos (como la carretera hídrica) propiciarían aún más la actual descertificación que ya ha sido constatada para Chile.
Entre los impactos que la construcción de una carretera hídrica tendría para el río Biobío, además de la reducción de caudal, se encuentra la disminución de nutrientes y sedimentos que llegan al mar. Junto a las surgencias (el movimiento de aguas profundas a la superficie), uno de los factores que hace tan productiva a la zona costera de Biobío es su aporte de nutrientes al mar, entendiendo que estos caudales son sistemas dinámicos e interconectados, con una zona de transición entre agua dulce y salada, en el cual ocurren procesos ecológicos y biogeoquímicos importantes para la regulación y el equilibrio del ecosistema y el clima.
Otro efecto que tendría la ejecución de este proyecto es la invasión de especies. Un río no es solo un caudal de agua; existen diferentes formas de vida (desde microalgas hasta peces y mamíferos) asociadas a él. Una carretera hídrica transportaría fácilmente a los organismos más pequeños, potenciando así la colonización de especies externas a su lugar de origen. Estas invasiones pueden producir efectos importantes en la regulación de la productividad ecológica y las redes tróficas (red de conexión de acuerdo a los ítems de alimentación de cada organismo), entre otros puntos.
La extracción deliberada de agua para poder proveer a las regiones de más al norte no es la solución. La salida es más profunda, y está asociada a nuestra forma de operar y de producir.
Son los sistemas productivos de pequeña escala los que podrían proveer una de las soluciones más efectivas para hacer frente al cambio climático. Esto significa renunciar a convertirnos en potencia agroalimentaria, pues debemos preocuparnos de producir solo para vivir, con productos locales y estacionales; implementando además tecnologías que sean propicias para la sustentabilidad, como métodos de riego y uso doméstico del agua altamente eficientes.
Junto a ello, deben reducirse los monocultivos forestales (pino, eucaliptus) y frutícolas (paltos, viñedos), debido a que hay especies que consumen demasiada agua y amenazan constantemente a las especies nativas. Una amplia evidencia científica demuestra que cultivos con mayor diversidad de especies son más sustentables, además de que incrementan la biodiversidad biológica nativa, lo cual está directamente relacionado con los servicios ecosistémicos que proveen.
Por último, es deber generar una gestión integrada de cuencas, considerando todos los usos que se desarrollan en el río y su red fluvial.
Nuestra vida como la conocemos hasta ahora tiene que cambiar. Cuando superemos esta pandemia, nos encontraremos con la problemática inminente del cambio climático, que exigirá otra visión productiva y consumista. No podemos permitir que se implementen megaproyectos que a un corto y mediano plazo causen un impacto severo a nuestros sistemas acuáticos, exacerbando además los efectos del cambio climático. La carretera hídrica no es un proyecto viable. Si no tomamos las decisiones correctas, los ecosistemas y nuestro bienestar desaparecerán antes de lo que pensamos.