CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS
Cuidadoras, trabajadoras y dirigentes: El creciente rol de las mujeres en las Poblaciones Emblemáticas
19.06.2021
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CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS
19.06.2021
La pandemia pareciera haber agudizado una realidad que ya era patente en las Poblaciones Emblemáticas: el liderazgo de las mujeres. A juicio de las autoras y el autor, hoy las pobladoras cumplen un triple rol, en lo doméstico, lo laboral y como dirigentas de sus comunidades. Esto coincidiría con una baja significativa de la participación de los hombres, antes asociados al sostén del hogar y a los partidos políticos. Se trataría de un cambio en los roles de género, que a su vez ha producido transformaciones en las Poblaciones Emblemáticas durante las últimas décadas.
Créditos foto de portada: Mural UV Sedamar Oriente, Achupallas-Santa Julia, Viña del Mar. Elaboración propia.
Una de las principales demandas del movimiento feminista hoy es el reconocimiento del rol que cumplen las mujeres en la vida pública y privada. Sin embargo, en Chile, la mujer pobladora es todavía invisibilizada por el debate público, ignorando su participación en la vida social, política y económica de los barrios ubicados en los márgenes de la ciudad. Estos barrios, como destacan estudios sobre la violencia contra la mujer y la monoparentalidad (Arellano, 2021; Ortega, 2014), son especialmente críticos en cuanto a la dominación y discriminación por género. Pese a ello, las mujeres de estos lugares históricamente han estado a cargo de sus hogares, del cuidado de sus familias y de la economía doméstica, además de hacerse cargo de problemas sociales y económicos de sus poblaciones, transformando la política y la institucionalidad de la marginalidad urbana en las últimas décadas. Esta situación se ha agudizado con la pandemia, pues se han reestablecido prácticas características de las poblaciones en los sesenta, sesenta y ochenta en nuestro país, con un fuerte discurso de autogestión reafirmado por el estallido social.
Tal como indican algunos estudios (Arellano, 2021; Ortega, 2014), las mujeres pobladoras rompen las lógicas patriarcales, que tradicionalmente vinculan a los hombres con la vida política y pública, y ocupan espacios de disputa, resistencia y lucha, creando nuevas formas de sentir, pensar y actuar. No es casual que sean mujeres las que han estado a cargo de las ollas comunes y las redes de apoyo territorial y sanitario, entre otras prácticas, para apalear la crisis actual.
Este artículo se enmarca en el proyecto Fondecyt Regular 1201488, que aborda desde una perspectiva histórica y social la trayectoria de las Poblaciones Emblemáticas[1] del Gran Santiago (ver Figura 2) y Gran Valparaíso (ver Figura 3): en total, 28 barrios entre ambas regiones (ver Tabla 1). Nuestro supuesto de base es que buena parte de las transformaciones de las poblaciones emblemáticas en décadas recientes se deben a cambios en los roles de género, a nivel doméstico, laboral y organizacional. Y tal como en muchos ámbitos de la vida social, esto se ha agudizado aún más en la crisis sanitaria causada por el Covid-19.
Figura 2.
Poblaciones emblemáticas en el Gran Santiago.
Figura 3.
Poblaciones emblemáticas en el Gran Valparaíso
Tabla 1.
Lista de Poblaciones emblemáticas en Gran Valparaíso y Gran Santiago
Si hacemos un repaso a la década de los cincuenta y sesenta, en el contexto de formación de las Poblaciones Emblemáticas, es posible detectar una sensación de “abandono estatal”. Durante la época, ese abandono se expresaba tanto en la precariedad material de la vivienda y del barrio como en la falta de equipamientos y servicios básicos para la vida cotidiana. Ante esto, las y los pobladores se reinventaron constantemente buscando estrategias para construir y organizar sus barrios, además de resolver problemáticas emergentes y específicas de sus territorios.
En este contexto, la figura de la mujer pobladora tomó un papel fundamental, ya que fueron las principales gestoras de instancias que les permitieron mejorar las condiciones de habitabilidad y calidad de vida de sus familias y vecinas/os. Esto, debido a que la mayoría de los hombres estaban enfocados en tareas productivas fuera del hogar, producto a las marcadas lógicas socioculturales patriarcales de la época (Massolo, 1994; Rodríguez & Arqueros, 2020).
Dado lo inhóspito de muchos de los territorios donde habitaban, ya sea por falta de servicios básicos, infraestructura o lejanía del centro de la ciudad, las mujeres se organizaron para cubrir diversas necesidades. Así, el construir redes de alcantarillado, hacer matrices de agua, colgarse de la luz e incluso construir sus viviendas en conjunto, eran prácticas que las y los pobladores recuerdan bien y que hoy siguen realizando. “No podíamos ser sólo pacientes”, recalca una pobladora de Santa Julia en Viña del Mar, destacando que, si no lo hacían ellas y ellos mismos, el Estado no vendría a mejorar sus condiciones de vida.
Al originarse en procesos de toma de terrenos y autoconstrucción, y ser identificados como territorios fuertemente politizados, las Poblaciones Emblemáticas durante la dictadura se transformaron en uno de los focos centrales de la represión estatal. La intervención militar y la violencia política contra las organizaciones territoriales marcó una trayectoria de progresivo decaimiento político y afectó fuertemente a los hombres, debido a que se les solía vincular con mayor frecuencia a actividades partidistas de oposición al régimen, lo que responde, nuevamente, a una invisibilización de las pobladoras. “Nosotras nos empezamos a marginar porque nos daba miedo”, señalan las dirigentas y pobladoras, quienes nos relatan el panorama vivido durante la dictadura en los cerros estudiados de Viña del Mar.
La desaparición y la pérdida de vínculos con instituciones externas que en los orígenes de las poblaciones fueron claves, como la Iglesia y los partidos políticos, se emparenta con un alejamiento masculino de todo lo público y lo político
Durante este periodo, las organizaciones sociales en las Poblaciones Emblemáticas fueron fuertemente intervenidas, a través de prácticas asistencialistas y paternalistas por parte de organismos del Estado, como por ejemplo el Programa de Empleo Mínimo (PEM) de 1975 y el Programa de Ocupación para Jefas de Hogar (POJH) de 1982. Además, durante la dictadura empezó a operar en las poblaciones toda una institucionalidad que fomentó, de manera individual, la incorporación a un modelo económico-político recién instalado que desincentivó la acción colectiva. La consecuencia más clara de esto es lo que las y los pobladores nos cuentan en las entrevistas con amargura: la fragmentación del tejido social.
En ese contexto, las mujeres de las Poblaciones Emblemáticas empezaron a tomar un rol aún más protagónico, no sólo porque se vieron envueltas en las consecuencias de la fuerte represión estatal, sino que, tal como nos señalaron en las entrevistas, tuvieron que enfrentar la desaparición de sus maridos, familiares y vecinos/as por parte de organizaciones como la DINA y la CNI. Las redes de apoyo que empezaron a formarse entre mujeres se volvieron esenciales para su supervivencia y las de sus familias. Por ejemplo, los comedores populares, organizados por la Iglesia Católica, en 1976 llegaron a ser 279 en todo Santiago (Razeto et al., 1990). Y a inicios de los ochenta surgen las ollas comunes como una organización comunitaria e independiente de la Iglesia Católica (Valdés & Weinstein, 1993).
Si bien siempre existieron carencias, tanto las dirigentas como las pobladoras de las Poblaciones Emblemáticas sostienen que, al ser estas enfrentadas y satisfechas por sus propios habitantes, no se percibían a sí mismos como personas vulnerables. Esto cambia al llegar la democracia, con la implementación de programas estatales basados en la estratificación social y en la competencia entre grupos, sobre todo en el ámbito de la vivienda (ver Posner, 2012; Özler, 2012), generando un nuevo léxico estigmatizador relativo a lugares, como por ejemplo “villa”, y también a personas, con el concepto de “beneficiario/a”, “sujetos/as pobres”, y ya en democracia “grupo vulnerables”, etc. (Abufhele, 2019).
“La mujer siempre estuvo presente”, nos señalan las y los pobladores de las Poblaciones Emblemáticas del Gran Santiago y Gran Valparaíso. Esta frase aparece fuerte y persistentemente al hablar de los sectores populares y de las iniciativas levantadas en estos territorios. En esta investigación hemos podido constatar que las mujeres pobladoras desarrollan tareas en tres áreas: reproductiva, productiva y de trabajo comunitario; o, como señalamos arriba, en lo doméstico, lo laboral y lo organizacional. En este triple rol son ellas mismas quienes asumen la responsabilidad de conseguir y distribuir los limitados recursos para la supervivencia de sus hogares (Volbeda, 1989).
Para las pobladoras participantes del estudio, la asociación entre las funciones reproductivas y el trabajo comunitario son las más destacadas dentro de sus relatos. En ese sentido, la población se convierte a la larga en una “casa grande”. Esto significa la ampliación del mundo privado de las mujeres —la vivienda individual—, situación que se da con mucha fuerza en la vida comunitaria de las Poblaciones Emblemáticas.
Pese al protagonismo que poseían las mujeres en el funcionamiento cotidiano de las organizaciones sociales que se formaron pre y postdictadura, no se reconocía ni legitimaba la relevancia de su quehacer político a nivel local y global. De hecho, durante el proceso de construcción de los asentamientos populares y de la lucha por la vivienda, el rol de la mujer fue fuertemente invisibilizado. En este escenario, no es raro que los hombres generalmente se queden con los títulos de dominio de los terrenos, desconociendo el rol de las mujeres en el proceso (Ossul-Vermehren, 2018). Esta situación se debe, entre otras cosas, a la percepción que se tiene del rol de la mujer, en el contexto de la división sexual del trabajo, considerando al hombre como proveedor y generando una relación de dependencia económica (Maldonado, et al, 2011).
Dentro del presente estudio, los hallazgos sostienen que posterior a los 2000, el quehacer político de las mujeres comienza a ser reconocido. Vale recalcar que este reconocimiento no ha sido casual, sino que responde a una constante disputa en relación con las lógicas patriarcales que se dan dentro del territorio en términos organizativos. Esta situación se potencia durante el primer gobierno de Michelle Bachelet en 2006, dado que, al menos en términos simbólicos, el hecho de que la máxima autoridad política del país fuera mujer, contribuyó a que las pobladoras se empoderaran, generando un sentimiento del “yo también puedo hacerlo”.
En este contexto, en el presente estudio se ha evidenciado que las lógicas patriarcales en Poblaciones Emblemáticas han ido cambiando a lo largo del tiempo. Por una parte, el quehacer dirigencial de las mujeres se diferenció del de los hombres. El liderazgo de los hombres entre la década de los cincuenta y los ochenta estuvo mayormente asociado al ámbito político y público, lo que se aprecia a través de la vinculación con los partidos de izquierda. Por otra parte, dada la percepción del rol de la mujer, solo se reconocía su trabajo de cuidado con su familia y con el barrio, pero no en su rol político-organizativo. Esto no quiere decir que las mujeres no realizaran actividades dentro de las organizaciones, sino que previo al inicio del siglo XXI estas no eran abiertamente reconocidas.
Al mismo tiempo, la persistente (y a estas alturas desactualizada) concepción de que la dirigencia social es masculina, acrecentó la invisibilización de la mujer como sujeto político y actor clave en los procesos de conformación de los asentamientos populares. Y esto ha traído diversas consecuencias prácticas, como la reproducción de los roles de género por parte de los programas estatales, los cuales asumen como público objetivo a una mujer que cumple un rol de esposa, madre, y/o ama de casa (Jupp, 2014), lo que según Ahumada, Monreal y Tenorio (2016), está presente en programas como el de Ingreso Ético Familiar.
No se debería esperar que los liderazgos femeninos hagan o aspiren a lo mismo que los antiguos liderazgos masculinos. Los barrios populares necesitan de actores preocupados de los cuidados y de la vida cotidiana
En la actualidad, este tránsito hacia dirigencias orientadas al cuidado se ha agudizado aún más en el contexto de la pandemia por Covid-19. Al respecto, durante el 2020-2021 diversos medios han abordado las dinámicas territoriales que se han dado para enfrentar las dificultades que trajo consigo el estallido social y la pandemia[2]. En ese sentido, se destaca el papel que las mujeres han tenido, lo que coincide con el relato de nuestras/os entrevistadas/os, quienes señalan que han sido ellas las que han encabezado y dirigido, por ejemplo, las ollas comunes u otras redes de apoyo territorial para apalear la crisis en términos sociales, económicos y hasta sanitarios. A nivel global, por ejemplo, ONU Mujeres (2021) afirma que el 68 % de las iniciativas de ayuda y solidarias están lideradas por mujeres.
Así, las instancias de articulación social que se logran en algunos casos en Poblaciones Emblemáticas logran recomponer el tejido social y contribuyen al levantamiento de organizaciones comunitarias que habían sido destruidas durante la dictadura. Además, son prácticas construidas con un fuerte discurso de autogestión, reafirmado por el contexto sociopolítico del estallido social, que colaboran en el fortalecimiento de las redes de apoyo generadas en estos territorios.
Como mencionamos al principio, queremos enfatizar que los cambios en los roles de género dentro de las Poblaciones Emblemáticas han derivado en transformaciones importantes que han marcado sus trayectorias históricas. Estos cambios, que ocurren en lo doméstico, lo laboral y lo organizacional, se observaron en nuestro trabajo de campo en el creciente liderazgo de las mujeres y en el alejamiento de los hombres, con una importante pérdida de protagonismo político y social de estos últimos. Y tal como señalamos, el carácter y la naturaleza de esos liderazgos ha sido marcadamente distinto.
A partir de nuestros hallazgos, es posible plantear que este cambio en el protagonismo organizacional, tanto en quién ejerce el liderazgo como en el carácter y foco de este, le ha hecho perder visibilidad política a las Poblaciones Emblemáticas en las últimas dos o tres décadas. En otras palabras, la desaparición y la pérdida de vínculos con instituciones externas que en los orígenes de las poblaciones fueron claves, como la Iglesia y los partidos políticos, se emparenta con un alejamiento masculino de todo lo público y lo político, y con una orientación más “hacia adentro”, a causa de los nuevos liderazgos femeninos. Así, los recientes resultados de la Convención Constitucional, con numerosos independientes y muchas mujeres de candidatas, más allá de la paridad, podrían ser una muestra de un proceso que empezó desde mucho antes.
En contextos de marginalidad, el hombre ha perdido protagonismo progresivamente (Gans, 1963). Por su parte, la precarización y desocialización[3] en el mundo del trabajo ha socavado el rol histórico de los hombres como proveedores y jefes de familia. En este escenario, el hombre se margina —o se vuelve intermitente e impredecible— de su familia y de la organización local, y ejerce un ejemplo negativo hacia los hombres menores, además de dar espacio al protagonismo femenino (Gans, 1962), incluso sin reconocerlo ni aceptarlo.
En Chile la reorganización del trabajo desde las reformas neoliberales implementadas en dictadura han precarizado la vida familiar y organizativa (Olavarria, 2017), y en ese contexto, las mujeres han tomado roles que antes les eran negados. Esto ha llevado a que lideren sus hogares y sus organizaciones locales, y a que se inserten —aunque precaria y desigualmente— en el mercado laboral.
Así, las mujeres pobladoras no solo cargan con el doble rol de trabajadoras y cuidadoras, sino con un triple rol, que incluye la organización comunitaria. Creemos que no se pueden entender los desafíos que enfrentan las pobladoras de la misma manera como se abordan las demandas a las que se ven enfrentadas cotidianamente las mujeres en general, y de ahí la importancia de una mirada interseccional que involucre género, clase y lugar. La primera ola del movimiento feminista luchó por el derecho a votar, la segunda por igualdad social y legal (sobre todo en el trabajo), la tercera por identidad y diferencia, y la cuarta contra la violencia. Frente a todas estas luchas y demandas aún no hay suficiente respuesta, especialmente para quienes habitan en lugares fuertemente politizados y estigmatizados: es decir, para las mujeres trabajadoras, cuidadoras y dirigentas de las Poblaciones Emblemáticas.
Además, consideramos que no se debería esperar que los liderazgos femeninos hagan o aspiren a lo mismo que los antiguos liderazgos masculinos. Los barrios populares necesitan de actores preocupados de los cuidados y de la vida cotidiana, y ante eso el protagonismo de las mujeres en la construcción de comunidad ha sido innegable.
Abufhele, V. (2019). La política de la pobreza y el gobierno de los asentamientos informales en Chile. Revista EURE, 45(135), pp. 49-69.
Ahumada, K., Monreal, T. & Tenorio, L. (2016). Representaciones sociales de género: La(s) mujer(es)/madre(s) como un instrumento para el Desarrollo en el Programa gubernamental chileno Ingreso Ético Familiar. Revista CS, 18, pp. 89-111.
Arellano, C. (2021). Contradicciones del Estado y sus efectos en las mujeres de las poblaciones Lo Hermida (Peñalolén) y Yungay (La Granja): ¿cómo la institucionalidad local hace más violenta la violencia contra la mujer?. En: Ruiz-Tagle, J, Álvarez, J y Labbé, g. (Eds.) Marginalidad Urbana y Efectos Institucionales: sociedad, Estado y territorio en Latinoamérica a comienzos del Siglo XXI (pp. 247-278). Santiago, Chile: RIL – Colección Estudios Urbanos UC.
Gans, H. (1962). The urban villagers: Group and class in the life of Italian-Americans. New York, NY: The Free Press.
Hiner, H. (2010). De la olla común a la acción colectiva. Las mujeres “Yela” en Talca, 1980-1995. Polis, 28, pp. 1-15.
Jupp, E. (2014). Women, communities, neighbourhoods Approaching gender and feminism within UK urban policy. Antipode, 46(5), pp. 1304-1322.
Maldonado Valera, C., Rico, M. N., & UNICEF. (2011). Las familias latinoamericanas interrogadas: hacia la articulación del diagnóstico, la legislación y las políticas. Santiago, Chile: CEPAL.
Massolo, A. (1994). Las políticas del barrio. Revista Mexicana de Sociología, 56(4), pp. 165-183.
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ONU Mujeres. (2021). El rol de las mujeres en las iniciativas solidarias y de ayuda en contexto de crisis de Covid-19: Composición y características de organizaciones de la sociedad civil que entregan respuesta humanitaria. Santiago, Chile: Vértice Urbano. Disponible aquí.
Ortega, T. (2014) Criminalización y concentración de la pobreza urbana en barrios segregados: Síntomas de guetización en La Pintana, Santiago de Chile. Revista EURE, 40(120), pp. 241-263.
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Posner, P. (2012). Targeted assistance and social capital: Housing policy in Chile’s neoliberal democracy. International Journal of Urban and Regional Research, 36(1), 49-70.
Razeto, L., Klenner, A., Ramírez, A. & Urmeneta, R. (1990). Las organizaciones económicas populares, 1973-1990. Santiago, Chile: Programa de Economía del Trabajo.
Rodríguez, M. y Arqueros, M. (2020). De pacientes a discentes: mujeres en la producción autogestionaria del hábitat. Revista Nodo, 14(28), pp. 58-73.
Valdés, T. y Weinstein, M. (1993). Mujeres que sueñan. Las organizaciones de pobladoras en Chile 1973-1989. Santiago de Chile: FLACSO.
Volbeda, S. (1989). Housing and survival strategies of women in metropolitan slum areas in Brazil. Habitat International, 13(3), pp. 157-171.
Wacquant, L. (1996). The Rise of Advanced Marginality: Notes on Its Nature and Implications. Acta Sociológica, 2(39), pp. 121-139.
[1] El término “Poblaciones Emblemáticas” fue creado por la prensa chilena hacia el año 2000, y es utilizado desde el 2005 en trabajos académicos y discusiones públicas. Estas poblaciones corresponden a asentamientos históricos de la pobreza en grandes ciudades chilenas durante la segunda mitad del S. XX, cuya identidad está marcada por: (1) establecerse a través de la acción colectiva y combinando tomas de terreno, autoconstrucción, organización comunitaria y lucha institucional, (2) ser la base territorial del Movimiento de Pobladores, (3) ser objeto de violencia política y de resistencia durante la dictadura militar, y (4) mantener un relato comunitario sobre su historia, con una fuerte identidad territorial.
[3] El concepto apunta a que el trabajo asalariado, que antes era una fuente de seguridad social y psicológica, se volvió una fuente de inseguridad, debido a las transformaciones del trabajo, la desorganización del empleo, la caída del sindicalismo, y la variabilidad y precarización creciente de los contratos (Wacquant, 1996).
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM), el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP) y la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago (UsachFAHU).
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