INVESTIGADORES HAN DOCUMENTADO CÓMO SE FORJÓ EL MITO DE LA NACIÓN BLANCA, SIN INDIOS, QUE LLEGÓ EN BARCOS
¿De dónde vienen los argentinos?
18.06.2021
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INVESTIGADORES HAN DOCUMENTADO CÓMO SE FORJÓ EL MITO DE LA NACIÓN BLANCA, SIN INDIOS, QUE LLEGÓ EN BARCOS
18.06.2021
La reciente intervención del presidente Alberto Fernández, quien dijo que los argentinos llegaron de los barcos, a diferencia de otros pueblos latinoamericanos que “salieron” de los indios o la selva, generó controversia. Dos antropólogas y un historiador argentinos explican cómo se construyó el mito de la nación blanca y sin indios. Y cuentan cómo las Ciencias Sociales han ido documentando el periodo de la Conquista del Desierto como un genocidio que incluyó “miles de indígenas llevados a campos de concentración, cambios de nombre y marchas de la muerte. Pero, sobre todo, mano de obra servil que fue repartida (…). De aquí nace toda esta cuestión de que la población indígena se extinguió”.
Créditos imagen de portada: Facebook Confederación Mapuche de Neuquén.
El pasado 9 de junio, en un encuentro con el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, dijo: “Escribió alguna vez Octavio Paz que los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros, los argentinos, llegamos de los barcos. Y eran barcos que venían de Europa. Así construimos nuestra sociedad”. Sus dichos levantaron controversia y burlas. No sólo porque la frase, que corresponde a la letra de una canción del compositor argentino Litto Nebbia, la atribuyó erróneamente al Premio Nobel de Literatura mexicano, sino principalmente porque niega la preexistencia de pueblos indígenas en el territorio donde se fundó la nación argentina.
La Confederación Mapuche Neuquina, una de las organizaciones del movimiento mapuche argentino más importantes, salió al paso con un comunicado: “Es sumamente dañino que se forje una identidad colonial desde una argentinidad que nos empobrece como sociedad e invisibiliza a las naciones indígenas (…) no es otra cosa que racismo el instalar en la sociedad admiración a un continente que saqueó, esclavizó, forjó su desarrollo en base a una expoliación y destruyó cientos de culturas milenarias desde una práctica genocida, en detrimento de nuestra preexistencia”. La organización pidió las disculpas públicas del presidente.
Los dichos de Fernández no son los únicos que una autoridad del país vecino ha referido al supuesto origen europeo del pueblo argentino. También lo hicieron en su momento el expresidente Mauricio Macri –cuando dijo, en enero de 2018, que los sudamericanos descendíamos de los europeos– y el exministro de Educación, Esteban Bullrich, quien en 2016 señaló: “Hace muy poquito cumplimos 200 años de nuestra independencia y planteábamos con el presidente (Macri) que no puede haber independencia sin educación, y tratando de pensar en el futuro, esta es la nueva Campaña del Desierto, pero no con la espada sino con la educación”.
Bullrich hacía alusión a la campaña de anexión territorial emprendida por la naciente nación Argentina a mediados del siglo XIX. Lorena Cañuqueo, comunicadora social, doctoranda en antropología en la Universidad de Río Negro y perteneciente al lof Mariano Epulef, cuenta a CIPER la indignación que provocaron sus dichos: “Primero, porque celebraba una matanza. Segundo, porque es pensar la Patagonia desde el centro porteño, como un lugar que es necesario conquistar permanentemente, como el resabio de la barbarie. La dicotomía entre civilización y barbarie goza de buena salud en Argentina”.
Ingrid De Jong, doctora en Antropología, investigadora Conicet y académica de las universidades de Buenos Aires y Nacional del Río de la Plata, asegura a CIPER que los dichos del presidente Fernández “repiten una imagen acerca de una Argentina blanca que se armó junto con la Campaña del Desierto; esta idea de que los argentinos venimos de los barcos porque los salvajes indígenas ya no están. Es algo que se consolidó en las últimas décadas del siglo XIX y que después se ha sido repetido en forma más lavada, más suave, pero es una pena que el Presidente lo diga. Y eso muestra que parte del imaginario sigue circulando en el sentido común”.
Entre 1878 y 1885, la naciente República Argentina emprendió campañas militares para anexar los territorios al sur de Buenos Aires, con el objetivo de volverlos productivos e integrarlos al Estado Nación unitario. Se trató de la Conquista del Desierto, hito fundacional de la nación argentina y símil de la Ocupación de la Araucanía en Chile.
La conquista, liderada por el general Julio Argentino Roca, se apoyó en discursos a favor de la militarización de la zona, principalmente en torno a la idea de que se trataba de un “desierto”: un área poco habitada, donde imperaba el salvajismo y la barbarie. Esa dicotomía entre barbarie y civilización la había planteado Domingo Faustino Sarmiento en 1845, en su libro Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas.
La visión sobre el sur de la frontera que comenzó a gestarse presentaba a quienes habitaban la zona del desierto como pequeños grupos indígenas, algunos originarios de la zona y otros provenientes desde el otro lado de la cordillera. En ese supuesto desierto vivía el «indio malonero”, un indígena violento que resultaba imposible de asimilar a la sociedad civilizada.
El desierto, en esta visión, era un territorio que pertenecía al Estado y no a los indígenas que lo habitaban. Se trataba de un espacio que estaba a la espera de ser trabajado, cultivado, transformado por los ciudadanos de Argentina y por los inmigrantes europeos que comenzaron a llegar al país, principalmente desde Gales.
El término “desierto” es clave en los discursos de construcción de la nación. Mariano Nagy, doctor en Historia, profesor e investigador Conicet y académico de la Universidad de Buenos Aires, explica a CIPER que el concepto de Conquista del Desierto es “una contradicción en sí, porque los desiertos no se conquistan, se ocupan”. El uso del término “desierto”, dijo Nagy, “es una analogía, no tanto por una descripción física, sino por la idea de que está vacío de civilización (…). Se trata de un espacio bárbaro, salvaje, que se terminaría de ocupar y conquistar con la llegada del hombre blanco”.
Cuando asumió la presidencia de Argentina en 1880, el general Roca aseguró que el objetivo de la campaña era que no quedara “un solo palmo de tierra argentina que no se halle bajo la jurisdicción de las leyes de la nación”. Así, la ocupación del territorio se hizo efectiva hacia 1885.
El proceso de Argentina fue el de sometimiento, dice Mariano Nagy: “Miles de indígenas llevados a campos de concentración, cambios de nombre, marchas de la muerte. Pero, sobre todo, mano de obra servil que fue repartida. Y eso está absolutamente documentado. Y de aquí nace toda esta cuestión de que la población indígena se extinguió”.
Además, se ha extendido la creencia de que los indígenas argentinos fueron previamente arrasados por los mapuche provenientes de Chile: “¿Cómo un indígena va a portar una nacionalidad que no existía en ese entonces? Esos absurdos, esas contradicciones de la historia, siguen operando”, asegura Lorena Cañuqueo.
Según Nagy, el mito de la nación blanca es muy fuerte en Argentina porque el discurso sobre el exterminio indígena es aceptado de manera transversal:
-Los de derecha dirán “por suerte llegaron los inmigrantes y descendimos de barcos, y tenemos la nación más blanca y más europea del continente”. Y los más progresistas dicen “pucha, ché, qué macana, Roca fue un genocida que extinguió a los indígenas, por eso en Argentina no hay”.
Lorena Cañuqueo explica que la construcción del concepto “desierto” estuvo ligada con el pensamiento positivista del siglo XIX, pero que conserva plena vigencia hoy: “Esto de que la Patagonia todavía evoca la idea de un paisaje salvaje, prístino, más ligado a la naturaleza que a la cultura. La naturaleza nunca se piensa unida con la sociedad, con las personas. Entonces, hoy hay emprendimientos extractivistas, transnacionales, que no se cuestionan. Este desierto es muy rico, muy diverso, es una fuente permanente de extracción de recursos, de mano de obra, de recursos naturales”.
La idea de que en Argentina, para bien o para mal, no hay indígenas, perdura en el imaginario colectivo. Pero es algo que los investigadores académicos argentinos han comenzado a desmantelar en las últimas décadas. Ingrid de Jong dice: “Recién los antropólogos que hacemos historia estamos tomando conciencia de que la propia historia de la frontera fue fabricada en paralelo a los planes de ocupación de los territorios indígenas. Esa historización de la frontera la hemos heredado y recién ahora se está discutiendo”.
Uno de los puntos centrales de esa “historización”, sostiene de Jong, es el concepto de “frontera violenta”, que indica que estos territorios estaban supuestamente ocupado por indígenas habituados al maloneo (incursiones violentas) constante. La misma Ingrid De Jong ha publicado variadas investigaciones donde demuestra que estos grupos indígenas siempre tuvieron la voluntad política de entablar tratados de paz, de parlamentar. “Se trataba de una sociedad que buscaba pactar, convenir con la sociedad no indígena, el intercambio comercial, la paz, y no buscaba la guerra. Esta versión de la historia de la frontera es prácticamente desconocida para el común de la gente, no aparece en los manuales escolares”, asegura.
Desde 2004, un grupo académico argentino liderado por la antropóloga Diana Lenton y el historiador Walter Del Río formaron la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena. La idea era reunir profesionales de distintas disciplinas de las ciencias sociales para fundamentar científicamente el concepto de genocidio, el que, según los investigadores, sería explicativo de los procesos de consolidación estatal de finales del siglo XIX. Ese último momento de anexión territorial de la República Argentina, aseguran, se valió de políticas genocidas del Estado, las que se aplicaron con colaboración de la sociedad civil.
En la memoria social de las comunidades indígenas argentinas permanecen las historias sobre centros de concentración de prisioneros; traslado masivo a diversas localidades del país para servir de mano de obra –fuerza de trabajo esclava– o militar, a veces en viajes a pie kilométricos; separación de las familias; reparto de niños, mujeres y ancianos; expropiación de sus bienes materiales; tortura, enfermedades y muerte. La red de investigadores ha ido documentando las “huellas del genocidio” a través de diversas líneas de investigación referidas a la distribución de niños, borrado de identidades y desmembramiento de familias.
Mariano Nagy, quien es parte de esta red, explica que, a partir de la definición de la Convención de la ONU para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948), los investigadores de este grupo coinciden en la factibilidad de utilizar el concepto del genocidio para abordar los procesos de sometimiento estatal de los pueblos originarios de Argentina.
-El genocidio es una política, y sus acciones derivadas, con la intención de destruir a un grupo total o parcialmente, por su pertenencia a esos grupos. Entre ellos están los grupos étnicos. Nosotros buscamos los crímenes que son cometidos por el genocidio. Y en la Conquista del Desierto no hay ninguno que no haya pasado. No creemos que se traten de crímenes individuales, dice Nagy.
En la documentación que la red ha encontrado se hallan detalles de destierro o confinamiento para personas que no cometieron delito y que fueron sometidas a estos procedimientos solo por ser indígenas. Entre los casos más emblemáticos están los destierros en los campos de concentración de la isla Martín García y el encierro de la comunidad tehuelche del cacique Inacayal en el Museo de la Plata, donde fueron estudiados y exhibidos hasta su muerte, por idea de Francisco Moreno (conocido como el “Perito Moreno”).
El sometimiento de los indígenas en el sur de Argentina y la llegada de los inmigrantes europeos a la zona permite la consolidación del Estado sobre sus territorios “naturales”. Según De Jong, “esta versión de la Argentina naciendo de este doble juego, es decir, eliminar un obstáculo y una amenaza, y traer a la población que realmente puede poner en producción las tierras, oculta dos cosas muy centrales: una, que esta acción militar de conquista de tierras fue un genocidio en tanto destruyó una sociedad. Y por el otro lado, se oculta que esta Argentina que se conformó en base a la producción agropecuaria y la explotación de los territorios indígenas no fue una Argentina para todos”.
Lo que se conformó, estima De Jong, fue un proyecto de producción extensiva, terrateniente, con una distribución desigual de la riqueza que persiste en la actualidad, y con una población indígena sobreviviente y despojada de una memoria que les permita reconstruir su pasado: “Viviendo su identidad indígena como un estigma”.