CIPER ACADÉMICO / ENSAYO
¿Vale la pena la centroderecha chilena?
18.05.2021
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CIPER ACADÉMICO / ENSAYO
18.05.2021
En este ensayo Hugo E. Herrera ofrece algunas explicaciones para la derrota de la derecha, “que no tiene equivalente en el último medio siglo”. Ve como factor la “avalancha de independientes” asociada al conflicto entre “cúpulas desarraigadas de las bases”. Pero en lo fundamental, la atribuye a la derecha misma, particularmente al sector economicista, atado a Friedman, “un eventual conocedor en asuntos económicos, pero personaje funesto en el campo político”. Describe el daño que le hizo al sector el presidente Piñera y los poderes fácticos: los “luctuosos Délano y Carlos Eugenio Lavín, o Nicolás Ibáñez (ejemplos palmarios de esa peculiar casta), acompañados por “recaudadores” (parecidos a Luis Larraín), “palos blancos” (incluidas cuñadas, secretarias, gente oprimida) y “soldados” (el contingente que se desenvuelve en los “think tanks” ya mentados)”. Finaliza analizando si alguno de los candidatos presidenciales del sector representa un camino que pueda justificar volver a votar por la derecha.
Transparencia: El autor no trabaja, comparte o recibe financiamiento de ninguna compañía u organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Además, o debe transparentar ninguna militancia política ni afiliación relevante más allá de su condición de académico.
La derrota de Chile Vamos el fin de semana no tiene equivalente en el último medio siglo. Hay que remontarse al año 1965 para hallar resultados tan demoledores para un sector que se mueve usualmente -desde 1989- entre el tercio y la mitad de los votos del país.
¿Cómo se explica tamaña derrota?
Hay un factor importante que afecta al sistema político en su conjunto y que se expresa en la avalancha de independientes que se instaló en la convención. Octubre de 2019 mostró ya una escisión radical entre, por un lado, las élites políticas, sus discursos, las instituciones y, por otro lado, las capacidades, anhelos y pulsiones populares. El desajuste era tal que el pueblo devino rebelde.[i]
No es extraño, entonces, que una parte substancial de la convención haya terminado siendo ocupada por liderazgos ajenos a los partidos. Si bien la irrupción de independientes pone un desafío importante para una convención que amenaza así devenir dispersa, la inclusión masiva de independientes puede contribuir de manera decisiva a la legitimación del proceso constituyente.
La crisis general por la que atravesamos no tiene la forma más usual de amigos y enemigos enfrentados, de bandos claramente delineados y organizados desde las bases hasta las cúpulas. Esto no es 1973. La forma de la crisis es, mucho más, la de cúpulas y partidos distanciados respecto de la situación popular concreta: la de un desajuste profundo entre las instituciones, los discursos y las élites, con el pueblo en su territorio concreto. Si la crisis de 1973 era más bien horizontal (“ellos contra nosotros”), la de ahora es, antes que eso, vertical: cúpulas desarraigadas de las bases.
El desafío actual, por lo mismo, es del sistema político en su conjunto, antes que de sectores, y no obstante los triunfos y derrotas parciales que algunos partidos o alianzas puedan haberse anotado, pues ciertamente el Frente Amplio avanzó posiciones y Chile Vamos y la ex Concertación retrocedieron. Pese a los triunfos y derrotas, para el sistema en su conjunto se plantea la exigencia de cumplir la tarea primera de la política, aquella sin la cual todo lo demás deviene ilusión, incluido cualquier esfuerzo por mejorar las condiciones materiales de vida del pueblo, así como desplegar la educación, las ciencias, las artes.
Es menester, primeramente, recuperar la capacidad decisiva de la política: producir legitimidad. Se hace necesario proponer y ejecutar acciones, obras y discursos que, con base en la situación concreta del pueblo en su territorio, le brinden a él expresión y cauce de tal suerte que los distintos sectores populares puedan sentirse efectivamente reconocidos en esas acciones, obras y palabras.[ii]
¿Qué papel juega, en todo esto, la centroderecha?
La crisis es, en una medida fundamental, responsabilidad de la derecha. Por décadas se impuso en Chile una idea de Milton Friedman, un eventual conocedor en asuntos económicos, pero personaje funesto en el campo político. Su idea era la siguiente: que el orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado.[iii] Una cierta base económica sería el fundamento necesario de una superestructura correcta. Mario Góngora llamaba la atención sobre la similitud de esta visión del mundo con un marxismo primitivo.[iv]
Al economicismo, Friedman le añade un individualismo radical, que fue también asumido en nuestro país por sus defensores. Supone la existencia inicial de un individuo y el carácter instrumental de las agrupaciones sociales.[v] Desconoce que ya la primera capacidad, sin la cual no es posible en el humano ni el pensamiento ni la lucidez, a saber, el lenguaje, es un producto social. La vida humana es desde siempre una tensión entre el individuo y la sociedad, entre la parte y el todo. Una política no reduccionista debe reparar, como planteaba el mismo Góngora, en esto: que ni el individuo debe ser sacrificado al Estado ni el Estado ser reducido a gendarme del interés individual.[vi]
El hecho es que ciñéndose, en lo que se podía, a las nociones de Friedman, el régimen de Pinochet organizó el asunto político-económico en Chile. Por caminos no del todo claros, los economistas neoliberales inspirados en el economista neoliberal norteamericano dado a político, convencieron a los líderes de la dictadura y entonces la dictadura impuso el neoliberalismo. Éste vino a empalmar con el discurso “gremialista”. Hubo una coincidencia funcional con los “Chicago boys”.[vii] Los gremialistas abogaban por la despolitización de la vida social, del cuerpo intermedio, así como por una idea de subsidiariedad negativa, que circunscribía al Estado a un papel eminentemente gendarme. Quedaba así abierto el campo al emprendimiento desregulado de los privados. Una nueva época comenzó en el país.
La derrota de Chile Vamos el fin de semana no tiene equivalente en el último medio siglo. Hay que remontarse al año 1965 para hallar resultados tan demoledores
Así funcionó el Chile dictatorial: como un régimen militar desregulado, con iniciativa privada y desprotección social. La incertidumbre, junto con las ganancias, les fueron traspasadas a los individuos. Desde Hobbes tenemos pruebas que en un régimen de inseguridad plena y libertad plena tienden a prevalecer los fuertes y así, más o menos, ocurrió. En esa apertura de amplios ámbitos de la vida colectiva a la inseguridad y la libertad radican, en parte fundamental, los logros y daños producidos por la dictadura en materia económico-social. Hay que agregar también políticas sociales de alta importancia, como la erradicación de la desnutrición. Pero en lo que respecta a la situación económica, un estado de naturaleza hobbesiano no se halla lejos del ideal hacia el cual -consciente o inconscientemente- se apuntó.
Luego de la dictadura, la transición se hizo cargo, ante todo, del encuentro, la paz y el crecimiento económico. Tras décadas de polarización y violencia, el esfuerzo de los nuevos gobernantes estuvo dirigido a promover las seguridades y la integración, al menos en el espíritu. La hegemonía cultural y política de los noventa tiene su grandeza y sus límites en el mundo que ella produjo: un país que creció efectivamente, que incorporó a nuevos sectores a la vida social y económica, que, especialmente, amplió la cobertura en la educación superior, en el que se terminaron imponiendo las reglas de la democracia constitucional.
Todo eso ocurrió, empero, junto con la preterición de labores imprescindibles del sistema político: la imaginación y propuesta renovadas de futuros compartidos articulados en instituciones, palabras y obras correlativas, aptas para producir legitimidad. Si el esplendor de la Concertación coincidió con su arraigo popular y las capacidades de sus dirigencias y cuadros para captar la situación concreta y brindarle expresión simbólica y política, el debilitamiento y la pérdida de esas capacidades coincidió con su decadencia cultural y política.
Poco a poco la alienación fue cundiendo. En 2006 los secundarios, en 2011 los universitarios y en 2019 millones, lo vinieron a evidenciar con sus protestas. El orden de la transición terminó por colapsar.
Es difícil poner en duda que los dos gobiernos de Piñera fueron acicates de la crisis en la que nos hallamos. El estilo del presidente, más propio de ego dañado o inmaduro que de un dirigente aplomado; carente, en lo que importa, de consciencia sobre el papel simbólico y de impulsión de la Presidencia de la República; su mezquindad rasante cuando el país se está hundiendo (y ahí constan las AFP para relatar cómo la incapacidad política del filisteo las tiene bajo amenaza de sucumbir); su rodearse de jovencitos de clase alta santiaguina para ejercer el poder como desconfiando de un pueblo al que se le tiene entre distancia y desprecio; su confianza en esos antros partisanos y de financiamiento oscuro como “Libertad y Desarrollo” y, en general, en cuanto ejemplar pudo encontrar de ese mundillo construido aparte de los “extraterrestres”, de las comunas más sencillas, ese pequeño mundo aséptico respecto del pueblo llano, de las provincias (salvo, por cierto, uno que otro ex pobre funcional al que se incluye con gesto condescendiente); todo esto se fundió con un marco conceptual estrecho, una caja de herramientas conceptuales cerril, unas capacidades hermenéuticas atrofiadas, por no hablar de un franco desprecio por las humanidades, el pensamiento político, el significado hondo de la consciencia retórica y simbólica sin los cuales no es posible efectuar la comprensión y la conducción política.
A esta altura, cabría preguntarse, ¿vale la pena que la centroderecha juegue algún papel en la política chilena? Década y media de construcción de relato para la política económica dictatorial; tres décadas de clasismo santiaguino, incapaz de entender algo tan básico como que “una nación no es una tienda, ni un presupuesto una Biblia”, ¿merece participar en la vida histórica nacional una tal articulación social y mental? ¿No sería mejor que la furia popular incontenible la terminara de arrasar y ella se sumiera finalmente en el olvido de los tiempos?
Esa derecha, la de Piñera, “Libertad y Desarrollo” y su comparsa, probablemente merezca quedar atrás, tal como lo mereció, en su momento, la nobleza cortesana europea. Sin embargo, esa derecha ni coincide con lo que sociológicamente se deja describir como centroderecha en nuestro país, ni se deja ella vincular con lo que se ha llamado centroderecha en naciones con democracias maduras. Tampoco es lo mismo que lo que podríamos denominar la centroderecha en la historia larga en Chile.
Tales referencias a la dimensión sociológica de la centroderecha, a lo que en sistemas democráticos maduros es centroderecha y al papel histórico de la centroderecha en la historia bicentenaria de la República, permiten tomar consciencia de la existencia de algo muy distinto a aquella derecha estrecha, desarraigada y partisana, prevaleciente en las últimas décadas del derrotero nacional. Esas referencias permiten, asimismo, reparar en el significado fecundo que la centroderecha puede tener para la vida del país.
A modo ilustrativo, quisiera reparar en tres ejemplos respecto del papel constructivo y hasta emancipatorio que ha jugado la centroderecha en la historia del país. No estoy negando con esto los momentos oscuros de esa tradición política; tampoco los aspectos problemáticos de esos mismos tres momentos que destaco. La acción y el pensamiento políticos se hallan involucrados usualmente en avatares y circunstancias que vuelven imposible, incluso con ideas prístinas, una operación impoluta. Entre el ideal y la realización media una interpretación que debe dar un salto entre dimensiones heterogéneas, de tal suerte que siempre hay una insalvable diferencia entre el ideal deseado y la encarnación. Con todo, cabe constatar momentos de mayor plenitud y otros menos florecientes o francamente frustrantes, hasta brutales. Estos tres referidos, pese a sus problemas, destacan por sus notas luminosas.
El período fundacional de la República, el de Portales, Bello, Egaña, Prieto, Bulnes, Montt, sentó las bases del florecimiento espiritual y material de la nación que se produjo, casi continuadamente, hasta finales del siglo. A esa época le debemos la organización de una institucionalidad educacional, territorial, económica y cultural que fue el fundamento del desarrollo de seis décadas y del cual es deudor también el despliegue nacional posterior.
Poco a poco la alienación fue cundiendo. En 2006 los secundarios, en 2011 los universitarios y en 2019 millones, lo vinieron a evidenciar con sus protestas. El orden de la transición terminó por colapsar
Dentro del Partido Conservador, ya desde antes de la encíclica Rerum Novarum, pero especialmente bajo su influencia, emergieron en Chile un pensamiento y una praxis cristiano-sociales, las cuales tuvieron profundas y extendidas consecuencias. Entre ellas se cuentan el arraigo en el país de una verdadera ideología de cuño socialcristiano, expresada, por ejemplo, en la fundación de la Universidad Católica; en los textos de Enrique Concha; en el involucramiento de los conservadores con el movimiento obrero y la contribución decisiva a su articulación, con la fundación, por parte de Pablo Marín y Emilio Cambié, de la Federación Obrera de Chile (FOCH). También ha de incluirse la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), emergida de la Juventud del Partido Conservador, cuna de la Falange Nacional y, posteriormente, de la Democracia Cristiana.
A comienzos del siglo XX, para la llamada Crisis del Centenario, una pléyade de jóvenes ensayistas, entre otros, Tancredo Pinochet, Luis Ross, Darío Salas, Luis Galdames, Francisco Antonio Encina y Alberto Edwards, efectuó un diagnóstico de amplios alcances de la situación y planteó, reflexivamente y por primera vez en nuestra historia, una propuesta política nacional emergida desde procesos de discusión colectivos. Si bien en estos autores se deja pesquisar la influencia de formulaciones intelectuales de talante universal, ellos se hallaron profundamente teñidos de manera irremediable por las experiencias de la realidad concreta chilena.
Tres momentos relevantes, tres contribuciones indelebles de un pensamiento y una acción política de cuño centroderechista, de carácter perenne: ellos permiten no sólo reparar en el significado histórico de ese sector político-social en el devenir de la República, sino también comparar aquellos períodos de esplendor con la devastación cultural y política en que nos sumió el neoliberalismo, y la configuración ideológica social y geográficamente estreñida de la situación que él produjo durante la dictadura y la transición, el cual todavía afecta a la parte más recalcitrante de Chile Vamos. Las comparaciones devienen necesariamente odiosas y bastaría mirar la lista de “fichados” en “Libertad y Desarrollo” y la “Fundación para el Progreso”, poniéndola en relación con el ensayismo nacional de comienzos de siglo o el peso intelectual de la generación fundadora o las mentes en la ANEC, para notar la lamentable pampa en la que se halla, en sentido intelectual y cultural, la derecha economicista actual.
No todo es, empero, devastación y muerte ideológica y cultural.
Consta actualmente una centroderecha en sentido sociológico. Ella es una parte irreductible en cada sociedad democrática occidental. Si bien esa centroderecha valora el esfuerzo y la prosperidad económica, no por eso desdeña el significado del respeto y la cordialidad, de los vecindarios dotados de vida y paz, de la paz social, de la capacidad del sistema político y económico de integrar auténtica y eficazmente a los distintos sectores en algo así como una mesocracia inclusiva. Tampoco puede imputársele a esa centroderecha sociológica el soslayo de la importancia del espacio que afecta al economicismo, del significado de las áreas verdes y las veredas anchas en las ciudades; de las viviendas amplias, de la vinculación al paisaje y del territorio para la existencia y el sentido vital de la nación. La centroderecha sociológica, mucho más amplia socialmente que el economicismo de clase alta, es afectada por esas condiciones existenciales de las que tiene lucidez. Ella sabe también de la relevancia de las narraciones sobre esfuerzos colectivos e individuales para el engrandecimiento del país, los ha escuchado en veladas o sobremesas familiares. Consta arraigada allí una combinación, a veces llevada a la tensión, de individualismo y sentido nacional. El aprecio por la libertad y los ámbitos privados, a la vez que por la integración, articulada comunitaria e institucionalmente, son parte constitutiva de su sentido común.
En ese sentido común vienen a coincidir usualmente liberales de centro, nacional-populares y socialcristianos; también los que en su minuto fueran los agrario-laboristas, los arrojados y generosos organizadores de la FOCH, los fervientes estudiantes de la ANEC, los entusiastas del trabajo con las mutuales obreras decimonónicas, los ensayistas del Centenario, incluido el Tancredo Pinochet que -cual Jack London en El pueblo del abismo– se vistiera con harapos para ir a reportear las condiciones miserables en las que vivían los campesinos en Camarico, la hacienda de “su excelencia” (el mezquino Juan Luis Sanfuentes); también el Alberto Edwards que denunció la cortedad de vista y la codicia de la fronda, el Francisco Antonio Encina que reparó en las condiciones y vías para el despliegue material y cultural efectivo del pueblo, el Mario Góngora que efectuó, en plena dictadura, una crítica feroz a su neoliberalismo y defendió una comprensión política más cercana a la situación popular concreta que a la abstracta planificación en boga; el Rolando Mellafe que reparó en la influencia de la tierra en la conformación del carácter nacional y un vasto etcétera que reventaría los límites de esta exposición.
Hay algo que valió y vale la pena. Hay algo que merece, todavía, ser rescatado.
¿Existe, empero, todavía algo de esa centroderecha del pasado en la actualidad? ¿Hay aún algo claramente distinto a esa idea difundida del “señor ricachón” ocupado de los dineros y balances pero incapaz de ver más allá, en el preciso momento en el que la legitimidad política se halla en los suelos?
Pienso que sí.
Hay antecedentes remotos. Pero en lo más cercano y sin llegar a los análisis pormenorizados de perfiles sociológicos allende las impresiones vivenciales, puede fijarse una fecha: el domingo 23 de noviembre de 2014. Ese día y producto de un Congreso Ideológico efectuado aquel fin de semana, Renovación Nacional, el principal partido de la centroderecha, precisamente el más ligado a la historia larga del sector, el que expresa la unión de conservadores, liberales, nacionales y agrario-laboristas, y que por esas vías se remonta hasta el siglo XIX, ese partido, digo, alteró su Declaración de Principios en dos puntos de la mayor importancia, de tal suerte que la naturaleza ideológica de esa declaración fue modificada.
Primero, RN se distanció de la dictadura, abrazando decididamente el republicanismo democrático. Segundo, se distanció también de la idea de una subsidiariedad eminentemente abstencionista, adhiriendo a la noción de una acción social y estatal solidaria.[ix]
La centroderecha política se encuentra todavía en un momento incipiente, si bien ella cuenta con liderazgos contundentes, dotados de apoyos políticos importantes y con desarrollos ideológicos constatables
Hitos relevantes posteriores han sido la incorporación de ese partido en la Internacional Demócrata de Centro (ex Internacional Demócrata Cristiana), con el apoyo decidido de la Unión Cristiano-Demócrata de Alemania y de Angela Merkel, así como la impronta ideológica que le han brindado al partido las sucesivas directivas de Cristián Monckeberg y Mario Desbordes, y entre cuyos frutos se cuentan el giro hacia el centro político de RN y de parte importante de la centroderecha, así como la intervención decisiva en la consecución del acuerdo constitucional del 15 de noviembre de 2019, y en virtud del cual se le brindó viabilidad a un proceso político que amenazaba hundirse en la descomposición.
Esa centroderecha política se encuentra, sin embargo, todavía en un momento incipiente. Si bien ella cuenta con liderazgos contundentes, dotados de apoyos políticos importantes y con desarrollos ideológicos constatables, está aún en una de sus etapas iniciales. Los procesos de cambio ideológico, en la medida en que importan modificaciones de hábitos mentales, son usualmente muy lentos. El período 2014-2021 es, en ese contexto, breve.
Y todavía existe una derecha recalcitrante, la cual cuenta con la ayuda de lo que en un momento de exasperación y lucidez Andrés Allamand llamase los “poderes fácticos”, los cuales desde diversos medios y apalancados en la fuerza del dinero de empresarios partisanos (como los luctuosos Délano y Carlos Eugenio Lavín, o Nicolás Ibáñez, ejemplos palmarios de esa peculiar casta), acompañados por “recaudadores” (parecidos a Luis Larraín), “palos blancos” (incluidas cuñadas, secretarias, gente oprimida) y “soldados” (el contingente que se desenvuelve en los “think tanks” ya mentados), permea todavía el proceso político, y amenaza, de diversas maneras, echar abajo los esfuerzos de los sectores centristas y más dotados cultural e ideológicamente.
En un nivel más concreto y en vista de las elecciones presidenciales que se avecinan, el asunto adquiere carácter urgente. Repárese en esto: los independientes de la convención se anotaron un triunfo descollante, del que es necesario hacerse cargo. Su influencia directa en las elecciones de fin de año será menor que su relevancia como caja de resonancia mayoritariamente ilustrada y representativa. La centroizquierda carece, hasta ahora, de candidaturas de importancia, salvo que se hiciera a Yasna Provoste presidenciable, lo que parece difícil.
El camino de la izquierda es incierto. Jadue, pese a sus encantos y capacidades, y a que ahora tiene la compañía de otros alcaldes, tendría que multiplicar la votación de su partido por once o algo así para salir elegido. Jiles desapareció en la práctica, con la sonada derrota de su pareja. Gabriel Boric podría ser un candidato viable, siempre que se apartase nítidamente del fanatismo moralizante del constituyente Atria[x] y desplegara un discurso más inclusivo y consistente con la libertad individual que el de varios de sus socios, especialmente los comunistas (de gestos de talante francamente totalitario, como el de la Vallejo homenajeando a Lenin).
En un tal contexto -revuelto, cierto- cualquier persona que mantenga alguna cercanía con posiciones de centro y centroderecha debiese hacerse la siguiente pregunta: Más allá de los gustos personales, ¿quién parece mejor dotado para enfrentar una elección presidencial que será muy difícil y, especialmente, tras el posible triunfo, encabezar un proceso político altamente complejo?
Lo primero que hay que despejar son las candidaturas sin partido (Sichel, cuya base eminente es el dinero de tres empresarios) o de partidos comparativamente nominales (Briones). Luego de la poco elegante bajada a Matthei, quedan, todavía, Lavín y Desbordes. Entonces la pregunta de marras puede especificarse como la que sigue: ¿quién de estos dos parece mejor dotado para enfrentar la elección presidencial y gobernar el país en caso de triunfar?
Joaquín Lavín es vástago de la derecha dura, la economicista. El ingeniero comercial, “Chicago boy” y autor de Chile: revolución silenciosa (rebosante de elogios a las nuevas formas de consumo, a los paseos de fin de semana de las familias a los supermercados, a las virtudes del mall[xi]), al parecer lucrador confeso con una universidad “sin fines de lucro”, “cosista” consagrado, es un ser humano muy inteligente, sagaz, capaz de cambiar posiciones. Sin embargo, tiene un problema de base. Puede que efectivamente Lavín haya cambiado. Cabe pensar que con la perspectiva de los años, la consideración de las nuevas conformaciones sociales en el país, de las situaciones concretas con las que tiene habitualmente trato, Lavín haya modificado parte de sus concepciones. El asunto es que, a esta altura, aún cuando hubiese él cambiado, Lavín ha quedado en cierta forma inmovilizado. No tiene ya cómo hacer creíble, en el tiempo que queda de aquí a las presidenciales, su renovación; carece de un ámbito en el cual producir un testimonio fiable que acredite, fuera de dudas razonables, que ha dejado atrás esa mentalidad más estrecha del economicismo y dado el paso hacia una consciencia y un liderazgo políticos. ¿Dónde exponer, dicho de otro modo, que sus giros –desde la UDI al “bacheletismo aliancista”, desde la derecha neoliberal a la socialdemocracia- son algo distinto que rudo oportunismo?
Desbordes, en cambio, ya probó entidad política; varias veces. Lo hizo en 2014, al encabezar, como he mencionado, junto a Cristián Monckeberg, la reforma fundamental a la Declaración de Principios de Renovación Nacional, apartándola de la concepción abstencionista de la subsidiariedad negativa e incorporando en ella una noción activa de solidaridad. Lo hizo también en el año 2018, nuevamente junto a Monckeberg, al incorporar a RN a la Internacional Demócrata de Centro. Lo hizo, otra vez, en 2019 al contribuir decisivamente, en un movimiento de fondo histórico, al acuerdo del 15 de noviembre en virtud del cual se abrió la primera y probablemente la única vía institucional de salida institucional a la crisis de octubre.
Desbordes llega a los prolegómenos de las presidenciales -unas presidenciales muy inciertas, debe insistirse en esto- con una trayectoria política de entidad y, especialmente con un diagnóstico y una propuesta de nítido cuño político, para los cuales la cuestión central no es sólo la economía o un área circunscrita, sino, junto a la economía y a las áreas más específicas, también y en particular: la producción de legitimidad política. Tiene plena consciencia de que el sistema político-institucional chileno debe volverse capaz nuevamente de generar legitimidad política, es decir, de captar la situación concreta del pueblo en su territorio, aprehender las capacidades, anhelos y pulsiones populares y brindarles a ellas cauce en instituciones, discursos y obras en las cuales el pueblo pueda sentirse integrado y reconocido. Ese planteamiento específicamente político y una actitud que lo encarna aplomadamente, permiten esperar razonablemente que, tal como en los acontecimientos que le ha tocado encabezar, será capaz de captar voluntades más allá de los umbrales característicos de la política de la transición y conducir al país en la situación de cambio epocal en la cual se halla.
Aunque, por cierto, está la posibilidad de que los resultados de las últimas elecciones, el mazazo que sufrió y el desconcierto de la derecha más dura, sean acompañados por el miedo; que todo eso favorezca posiciones radicales (como las de las estridentes voceras de “Libertad y Desarrollo”), el atrincheramiento, la política de consigna y que el giro iniciado en 2014 y la renovación ideológica de sectores masivos de la centroderecha -en consonancia con su tradición histórica, su sociología honda y el acervo centroderechista en democracias maduras- sean frustrados en el momento en que comienzan a rendir fruto.
Por el bien del proceso político chileno, es de esperar que algo así no ocurra.
[i] Sobre todo esto escribí en Octubre en Chile. Acontecimiento y comprensión política: Hacia un republicanismo popular. Santiago: Katankura, noviembre de 2019. Aquí puede descargarse el capítulo introductorio del libro.
[ii] Cf. op. cit.
[iii] Cf. Milton Friedman, Capitalism and Freedom. Chicago: The University of Chicago Press 2002.
[iv] Cf. M. Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago: Ediciones La Ciudad 1981, descargable en Memoria Chilena.
[v] Friedman entiende que “[l]a libertad es el fin último y el individuo es la entidad última de la sociedad”. En la consideración de individuo y sociedad, el individuo tiene un estatuto prioritario. “El país es la colección de individuos que lo componen, no algo sobre y encima de ellos”. La nación o el pueblo político carecen de entidad más allá de la agregación o “colección” de los individuos. El liberal, señala Friedman, “considera al gobierno como un medio, como una instrumentalidad”. Las eventuales articulaciones del interés colectivo son reducidas al papel de maquinaria funcional a los intereses previos y discretos de los individuos. “Él [el liberal] no reconoce otro fin nacional allende el consenso de objetivos a los cuales los ciudadanos sirven separadamente. No reconoce otro propósito nacional que el consenso de los propósitos a los cuales los ciudadanos tienden separadamente”. Esta reducción de consenso social a inclinación individual descansa en el supuesto de que no hay fines legítimos más que la satisfacción de los intereses individuales que logra ser coordinada por el mercado. A eso se refiere Friedman con el “consenso de los propósitos a los cuales los ciudadanos tienden separadamente”. No hay algo así como un bien común o interés general allende esa suma; Milton Friedman, Capitalism and Freedom, pp. 1-2, 5.
[vi] El ser humano tiene un aspecto privado, “de la cara hacia adentro”. La consciencia interior como su subjetividad, el saber del misterio de la psique como el propio misterio, de la muerte como la propia muerte, de la vida como una que ha de ser vivida, respectivamente, por cada uno de nosotros, hacen que el individuo posea un estatuto propio, que no es reconducible completamente a la colectividad. Si los sistemas políticos no han de volverse opresivos ni terminar tratando como mero medio, como cosas, como objetos a individuos que, en virtud de su interioridad y espontaneidad, se escapan a las determinaciones objetivas, deben reconocer ese estatuto individual del ser humano. Ha de admitirse también, sin embargo, que el individuo se constituye desde una totalidad. Alcanza su consciencia gracias al lenguaje y sus aprendizajes prácticos, intelectuales, afectivos, estéticos, dependen del entorno social y de vínculos tradicionales y colaborativos: la familia, los contextos vecinales y de amistad, los establecimientos de enseñanza, la nación, la unidad política. El pueblo o la nación a la cual se pertenece, el lenguaje que se habla, las maneras de percibir y pensar ampliamente extendidas, están dotados de una entidad y fuerza en virtud de las cuales ellos definen las formas de entender el mundo y de relacionarse con él. Entre el individuo y la sociedad consta una relación recíproca, de tal manera que ni el individuo existe sin la sociedad (sin lenguaje, comunidades, cultura, un orden de paz), ni la sociedad sin el individuo (ella no es una entelequia completamente subsistente). Así como es imposible concebir una sociedad sin los seres humanos que la componen, no cabe pensar en seres humanos conscientes, es decir, dotados de lenguaje, sin una sociedad. No “puede concebirse la existencia temporal de un hombre al margen de toda sociedad” (como pretendía Guzmán). La existencia de una relación adecuada entre ambos polos -sociedad e individuo- requiere una acción colectivamente orientada, dirigida hacia esa relación total. En la medida en que las maneras de sentir y pensar ampliamente extendidas, en que el contexto comunitario y nacional del cual los seres humanos forman siempre parte, constituyen la identidad de los individuos, y en que esas maneras y ese contexto pueden ser desplegantes o frustrantes, la consideración de ellos es, también, un asunto político de primera importancia. En cambio, con su atomismo de aglomeraciones de individuos prioritarios o soberanos persiguiendo sus fines separadamente en el mercado, la conjunción neoliberal y gremialista pierde de vista la dimensión comunitaria y los contextos colectivos, y es incapaz de tematizar adecuadamente sus problemas y sus posibilidades de despliegue.
[vii] En el grupo de chilenos que viajó a Estados Unidos hay cabezas destacadas. Cabe, además, hablar incluso de una cierta hegemonía intelectual de ellos en su área, sobre todo en los primeros tiempos, cuando los estudios económicos nacionales no eran comparables a los de una universidad como Chicago y no existía un sistema extendido de becas y convenios con universidades extranjeras. Esa hegemonía estuvo, además, apalancada por lustros en el poder dictatorial y las aptitudes empresariales de muchas de las mentes formadas en Norteamérica. El peso discursivo queda, sin embargo, acreditado ya por el hecho de que, al interior de la dictadura, y en medio de una disputa de visiones económico-sociales, la concepción neoliberal fue capaz de imponerse. Debe añadirse algo, por lo demás, manifiesto: la Universidad de Chicago es base de una diversidad intelectual que no se ciñe estrictamente a las tesis de Friedman, ni en materia económica ni en materia política. Hoy, en cambio, con la perspectiva del tiempo, el desarrollo de los estudios económicos y las aproximaciones a la historia económica nacional, los aportes de los discípulos de Friedman en su propio campo han podido ser mirados con mayor distancia y sometidos a evaluación. Cf. por ejemplo, Ricardo Ffrench-Davis, Economic Reforms in Chile. Nueva York: Palgrave MacMillan 2010 (2ª ed.). A un crecimiento rápido entre 1986 y 1998 (luego, hay que decirlo, de una crisis previa formidable), han seguido décadas en las cuales, según un consenso extendido de los estudiosos y los análisis de la OCDE, la productividad ha tendido al estancamiento. Cf. OCDE-Chile, Estudios Económicos, Santiago (febrero de 2018), disponible en: http://www.oecd.org/economy/surveys/Chile-2018-OECD-economic-sruvey-Spanish.pdf; José Gabriel Palma, “The Chilean Economy since the Return to Democracy in 1990. On how to get an Emerging Economy Growing, and then Sink Slowly into the Quicksand of a ‘Middle-Income Trap’”. Cambridge Working Papers in Economics, 16 de octubre de 2019 (disponible aquí); Raphael Bergoeing, “Reflexiones sobre el modelo” (Santiago: CEP), Puntos de referencia 372 (mayo de 2014; disponible aquí). Es necesario atender a las variaciones entre la realidad y la teoría, para juzgar la pertinencia de la aplicación en Chile del “modelo” de los neoliberales. Parece ser también recomendable admitir aproximaciones diversas a la situación del país, más flexibles respecto de los papeles de los distintos actores sociales en la vida económica, especialmente frente a tareas a gran escala, como el incremento de la productividad, la innovación o la educación; dotadas también de renovado poder prospectivo e imaginativo, para dar nuevos y decisivos pasos hacia el despliegue económico nacional.
[viii]Algo de lo que abordo aquí lo desarrollé en el libro La derecha en la Crisis del Bicentenario. Santiago: Ediciones UDP 2014.
[ix] La Declaración de Principios puede consultarse acá: https://rn.cl/principios-rn/.
[x] Sobre el pensamiento de Atria y sus graves deficiencias comprensivas, remito a mi libro: Razón bruta revolucionaria. El pensamiento político de Fernando Atria: Un caso de precariedad hermenéutica. Santiago: Katankura 2020. Aquí pueden descargarse los capítulos “Deliberación pública”: Ver el siguiente enlace.; “Mercado y división del poder”: Ver el siguiente enlace.
[xi] El texto puede descargarse desde Memoria Chilena. Ver el siguiente enlace..
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM) y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.