CIPER / LA SILLA VACÍA
El Presidente no se va a caer, ¿o sí?
08.05.2021
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CIPER / LA SILLA VACÍA
08.05.2021
El autor, un abogado colombiano, sostiene que Piñera se salvó en la crisis del 18/O porque se sumó a la idea de una nueva Constitución, la cual no estaba en su programa. En cambio el presidente colombiano “ha decidido asumir que la crisis se puede manejar con paños de aguas tibias y el gobierno puede seguir caminando hasta el final de su mandato”. Y mientras se vuelve irrelevante, el gobierno se tranquiliza repitiendo y creyendo “que lo que ha ocurrido es solo un plan orquestado por Maduro desde Venezuela, simplificación que solo agrava la situación porque termina justificando abusos policiales que sirven de combustible a más movilizaciones y también a nuevos desmanes”. Concluye que si, como hizo Piñera, “el presidente se decide a impulsar algunas políticas de los contrarios, quizás logre llegar al final de su mandato”.
Este artículo fue publicado originalmente por el sitio colombiano La Silla Vacía. Lea la nota original.
Una crisis de gobernabilidad de las proporciones de la que tiene Colombia hoy se resolvería en cualquier otra parte con el cambio de gobierno, con la incorporación de la oposición al gobierno o al menos con un cambio de 180 grados de las políticas oficiales que más generan controversia. En Colombia, la historia heredada del Frente Nacional privilegia la estabilidad del sistema, pero dificulta las salidas políticas.
En Chile, donde hubo hace poco un estallido social con características similares al que ocurre acá por estos días, el Presidente terminó sumándose a las voces de la protesta para conseguir que se promoviera la adopción de una nueva Constitución. De otra manera su permanencia en el cargo hubiese sido imposible. La crisis encontró una pista de aterrizaje.
En Colombia, donde es muy difícil prever aún hasta donde vamos a llegar, el establecimiento, encabezado por el Presidente, ha decidido asumir que la crisis se puede manejar con paños de aguas tibias y el gobierno puede seguir caminando, aunque por un camino empedrado, hasta el final de su mandato.
Duque abrió un diálogo con una supuesta agenda en la que no están los temas que dividen a la sociedad colombiana en el momento. Como para provocar, pone en el primer punto de la conversación la vacunación, sobre la que, claro, no hay nada de qué hablar, ni seguramente diferencias, porque todos estarán de acuerdo en que hay que hacerlo lo mejor y lo más rápido posible.
¿Qué sentido tiene poner ese como el inicio del supuesto diálogo nacional? La agenda oficial no parece dirigida a cambiar las políticas gubernamentales para responder a las protestas, sino a explicarlas, “socializar los logros” y, como gran concesión, eventualmente profundizarlas.
Cuando el gobierno incluye dentro de los puntos del acuerdo sobre lo fundamental (para manosear el nombre de Álvaro Gómez Hurtado) el programa matricula cero, con el que se financia la matrícula de los estudiantes en las universidades públicas, lo hace para hacer propaganda del avance de un programa que impusieron los jóvenes desde las primeras movilizaciones y que se profundizó con la pandemia, sobre el cual no hay ningún debate distinto de que hay que ponerle más plata.
El gobierno cree que anuncia una adición de recursos para ese punto y los jóvenes de las marchas se desactivan. No ha entendido nada.
Claro que al gobierno le cuesta aceptar que la situación lo superó y que ha terminado desvanecido hasta resultar casi irrelevante. Todo el mundo, en todas las regiones, se reúne para ver cómo se soluciona lo urgente y cómo se atiende lo importante y esas reuniones se hacen sin el gobierno dado el enorme déficit de liderazgo presidencial que ha dejado prácticamente un vacío de capitán en la cabina.
El diálogo nacional se está dando en forma intensa y desordenada, pero sin el gobierno.
En medio de la crisis hay asuntos urgentes: contener la violencia, asegurar el desbloqueo de vías para garantizar tránsito de alimentos y medicamentos, impedir abusos policiales. Sorprende mucho que el gobierno no sea capaz de restablecer la movilidad en una ciudad como Cali e incluso en carreteras de zonas con muy poco conflicto social como los municipios de Cundinamarca cercanos a Bogotá. En algunas zonas veredales, literalmente diez jóvenes de la región han asumido el mando, cierran la vía deciden quien pasa y en qué condiciones. Los vecinos convienen con los que asumieron el control en esas condiciones. La autoridad local y nacional se volvió intrascendente.
Duque tendría que aceptar, por la tozudez de los hechos, que cuando ganó la elección presidencial, no consiguió las mayorías suficientes para imponer la agenda del uribismo.
Pero hay asuntos mucho más profundos que resolver.
El gobierno, para tranquilizarse, repite y termina creyendo que lo que ha ocurrido es solo un plan orquestado por Maduro desde Venezuela, simplificación que solo agrava la situación porque termina justificando abusos policiales que sirven de combustible a más movilizaciones y también a nuevos desmanes.
Desde el propio partido de gobierno, llamaron casi desde el primer día, a “un gabinete de unidad nacional”, que era la aceptación de que la situación se había tornado ingobernable y que la insistencia de imponer una agenda, con la que ganaron las elecciones, que mantiene dividida a la sociedad hasta el punto de bloquearla, se hacía insostenible.
Imagino que un gobierno de “unidad nacional” no suponía que un ministro actual reemplazara a Alberto Carrasquilla en Hacienda y que en la nueva vacante se nombrara a un viceministro saliente, sino que había que negociar, e incluso incorporar al gobierno a los contradictores. Esa es una de las fórmulas para garantizar la estabilidad de un gobierno débil.
Incluso en Colombia eso fue lo que ocurrió en 1999, cuando en medio de una enorme crisis económica, Andrés Pastrana, un presidente parecido en lo intrascendente y superficial a Iván Duque, provocó una equivocada decisión política de disolver su coalición en el Congreso, lo que generó la pérdida de calificación en las evaluadoras internacionales de riesgo. Pastrana, en un país sin redes sociales y sin jóvenes activos, integró a su gabinete a Juan Manuel Santos, su contradictor político, y con quien incluso tenía inmensas antipatías personales, quien ayudó a reconstruir la mayoría y a sostener precariamente al gobierno hasta el final de su período.
Duque tendría que aceptar, por la tozudez de los hechos, que cuando ganó la elección presidencial, no consiguió las mayorías suficientes para imponer la agenda del uribismo. Estaba visto desde antes de la elección incluso que cualquiera que ganara la pasada elección iba a tener dificultades para mantenerse en el poder y en ningún caso era pensable que pudiera gobernar exclusivamente con su agenda y conformar un gobierno en el que estuviera precariamente representado solo su partido y mayoritariamente sus amigos de colegio, de universidad y el parche del BID.
Los analistas y periodistas extranjeros siempre preguntan: ¿está en riesgo la estabilidad del Presidente?, porque, claro, allá esa sería la manera de resolver el asunto, pero acá la respuesta es no, porque en el congreso hay una enorme mayoría de partidos institucionalistas, que defienden “las instituciones” por sobre todas las cosas, aun así el remedio y el remedo de diálogo nacional, no parecen suficientes para sostener a un gobierno desbordado.
Si como hizo Piñera, el presidente se decide a impulsar algunas políticas de los contrarios, quizás logre llegar al final.
El Presidente no se va a caer, ¿o sí?