CLAUDIA MIRANDA, PSICÓLOGA, DIRECTORA DEL INSTITUTO MILENIO DE INVESTIGACIÓN DEL CUIDADO
¿Por qué el individualismo no es sano para la vejez?
24.04.2021
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
CLAUDIA MIRANDA, PSICÓLOGA, DIRECTORA DEL INSTITUTO MILENIO DE INVESTIGACIÓN DEL CUIDADO
24.04.2021
La directora del primer Instituto Milenio dedicado al tema del cuidado en Chile analiza las características de la vejez y la necesidad de generar políticas de cuidado, pensando en quienes desarrollan esta tarea: mujeres de ingresos bajos y con escasa escolaridad. La experta, por otra parte, explica cómo los múltiples roles que realizan las mujeres pueden significar, en el largo plazo, una mayor protección contra la soledad, pues construyen redes y relaciones que les permiten sentirse protegidas. Los hombres, en cambio, viven una vejez más solitaria, lo que los hace más vulnerables.
Tras más de un año de Pandemia, diversos estudios muestran que las más afectadas por la crisis sanitaria y económica en Chile han sido las mujeres. Les ha costado más recuperar el empleo que a los hombres y su salud mental también se ha visto más golpeada, en particular entre los grupos de menos ingresos.
En esta entrevista analizamos un problema que también las afecta y que se ha agudizado en tiempos de pandemia: las tareas de cuidado de personas mayores o de personas con discapacidades severas.
Se trata de tareas que terminan reduciendo las oportunidades laborales de las mujeres y en muchos casos representan, además, un costo anímico fuerte, sobre todo para quienes asumen ese cuidado de manera informal, es decir, sin entender bien los cómo y por qué de las enfermedades que tienen las personas a su cargo, y cómo ello interactúa con su propia salud mental.
“En todo el mundo, el cuidado se asocia a las mujeres. En Chile, las cuidadoras de personas mayores, en promedio, tienen cerca de 60 años y las llamamos ‘la generación sandwich’, porque son mujeres que todavía están cuidando a sus propias familias y además tienen que cuidar a sus padres y/o madres”, explica Claudia Miranda, sicóloga, PhD, investigadora de MIDAP, quien estudia el cuidado hace más de 20 años y dirigirá el primer centro de investigación destinado a este tema en Chile: el Instituto Milenio de Investigación del Cuidado.
Claudia comenzó a observar las dinámicas de cuidado a partir de su propia experiencia. Primero fue su abuela: una mujer activa, autónoma y muy presente, a quien le diagnosticaron Parkinson alrededor de sus 70 años. Lo que la familia no sabía era que, asociado al Parkinson, podía manifestarse una demencia. Por lo tanto, no advirtieron los primeros cambios, hasta que el deterioro fue más evidente.
“Yo estaba de cumpleaños y mi abuela, que era una gran cocinera, me hizo un queque. Pero en lugar de echarle azúcar, le puso sal”, recuerda Claudia. Tiempo después, la tía de Claudia, que vivía con la abuela pero trabajaba todo el día, llegó a la casa de ambas y encontró un fuerte olor a gas. Entonces los hijos decidieron que alguien tenía que cuidar a la abuela de manera permanente. La mujer tenía cinco hijos: 2 mujeres y 3 varones. Los hombres se preocuparon de su madre ejerciendo otras funciones, pero las candidatas a cuidarla diariamente fueron ellas:
“La candidata siempre es una mujer: una hija, una nuera, culturalmente es así”, explica Claudia.
Sobre las alertas a las que hay que estar atentos, afirma la investigadora: “mi abuela tenía Parkinson y la llevaron al doctor porque empezaron a notar el temblor de las manos. Pero en el caso del Alzhéimer, es diferente, porque no tienes ese problema motor. Ahí hay que estar atentos a otras cosas: ‘los olvidos por ejemplo, no recordar que ya comieron, o repetir mucho los mismos temas”.
Veinte años después, el tema del cuidado la tocó aún más cerca, con el segundo de sus hijos. “Mi hijo nació con acondroplasia, comúnmente llamado “enanismo”, pero luego de una operación en la que hubo una complicación, cuando tenía casi dos años, quedó con secuelas neurológicas permanentes. Mi hijo ahora tiene 6 años, un retraso general del desarrollo y discapacidades múltiples o retos múltiples”, relata.
Su propia historia le enseñó a Claudia dos cosas: que el cuidado es una tarea fundamentalmente realizada por mujeres, y segundo, que entramos a ella, en general, sin muchas herramientas:
“Yo me considero cuidadora aunque no tengo el perfil mayoritario que hay en Chile, porque tengo recursos e ingresos que me permiten contar con más apoyo. Pero la parte emocional y todo lo que hay detrás, que no tiene que ver con los ingresos, es transversal para todos quienes cuidamos de alguien con alguna dependencia o discapacidad. Lo que vive una mamá que cuida a un hijo con discapacidad intelectual o incluso con discapacidad física es distinto a la realidad de una mamá que cuida a un niño que está dentro de la norma. Yo afortunadamente cuento con una persona que me ayuda con mi hijo y que es esencial para su desarrollo. Esto me permite trabajar, pero incluso con ese apoyo, el llevarlo al médico frecuentemente, estar pendiente de los exámenes y pensar qué será de él una vez que su papá y yo no estemos, genera un desgaste”.
Al enorme esfuerzo físico y de recursos, Claudia suma el costo en salud mental que sufren las cuidadoras. Por ello, a la hora de promover políticas públicas sobre el tema, dice que deben abordarse tanto las personas cuidadas como quienes se hacen cargo de esta tarea. Como si los pacientes fueran dos:
-Sabemos que las cuidadoras son mujeres con baja escolaridad y que tienen menos ingresos económicos, y ese perfil a veces se va perpetuando entre las distintas generaciones. Además, si cuidas a una persona dependiente, eso hace que te vayas aislando. Cuando tú sientes que dejaste de hacer lo que hacías, que no puedes trabajar ni tener una rutina de autocuidado, eso genera problemas de salud mental, sintomatologías ansiosas y depresivas.
-¿Cómo se manifiesta eso?
-La sintomatología depresiva tiene que ver con el estado de ánimo, con la energía, con tener una visión de futuro un poco pesimista. La ansiedad, en cambio, se vincula con las preocupaciones. Tienes problemas para dormir, o pensamientos negativos recurrentes, que a veces se fundamentan en evidencia, pero muchas veces también son “rollos” que te armas tú. Entonces sudan las manos y como que se aprieta el estómago. Otro concepto del que se habla mucho es la sobrecarga: la sensación de que tienes que hacer muchas cosas asociadas a cuidar, y no sabes hasta qué punto vas a ser capaz de llevarlas a cabo y con un buen término. A ese estrés constante le llamamos sobrecarga y es algo que experimentan las cuidadoras.
Según Miranda, los desafíos asociados al cuidado son crecientes en Chile, pues ha disminuido la natalidad y hay una mayor expectativa de vida, lo que ha acelerado el proceso de envejecimiento. En cifras concretas, esto significa que, para 2050, “un tercio de la población serán personas mayores”.
-¿Cómo viven las personas mayores en Chile? El documental el Agente Topo, que hoy compite por un Óscar, muestra una vejez triste, solitaria, incomprendida. ¿Es así?
-La vejez es una etapa del ciclo vital que es muy heterogénea, más que cualquier otra. Imagínate, tú tienes a dos niños recién nacidos y probablemente tengan un 90% de cosas en común. En cambio, cuando tienes personas que han vivido 60 años o más, claramente las experiencias de vida y lo que has aprendido, son muy diversas. Entonces más que hablar de una vejez, se habla de “vejeces”. Ahora, dentro de esa heterogeneidad, en cuanto a su funcionalidad, tú podrías dividir a las personas mayores entre dependientes y autónomas. Y aquí vamos a terminar con un estereotipo, porque alrededor de un 80% de los mayores de 60 años en Chile son autónomos. Las personas mayores institucionalizadas, es decir que viven en establecimientos, son las menos.
-¿O sea la mayor parte vive con sus familias?
-La mayoría vive acompañado, no necesariamente con su familia directa, y esto es muy importante, porque el hecho de contar con mayores o menores redes de apoyo y que éstas sean percibidas como útiles, es lo que hace que seas más o menos vulnerable, independientemente de si eres o no autónomo.
-Es decir, ¿que la persona sienta que pueda acudir a alguien?
-Exactamente. El concepto de redes sociales, que es más objetivo, se refiere por ejemplo, a cuánta gente vive conmigo, si tengo o no acceso a atención de salud. En cambio, el apoyo social percibido tiene que ver con la evaluación que yo hago de la calidad de mis redes y eso puede generar un menor o mayor sentimiento de soledad.
-¿Qué datos hay al respecto? ¿Es mayor la vulnerabilidad en algún grupo, por edad, por género, por clase social?
-Sabemos que tanto el apoyo percibido como la participación social te hacen más o menos vulnerable. También sabemos que, de acuerdo a la última Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez, entre un 63 y un 74% de las personas mayores dice que se siente satisfecho con su vida. Entonces, en el fondo, estos indicadores te hacen pensar que independientemente del ingreso económico, la mayoría de las personas mayores están satisfechas con su vida y perciben que tienen gente o redes a las cuales acudir.
-Eso es muy bueno…
-Sí, y aquí hay que tomar en cuenta una cosa: la vejez se va construyendo. Es decir, las redes, por ejemplo, hay que trabajarlas, no es algo que hagas sólo cuando eres una persona mayor. Si todos pudiéramos entender la importancia de cultivar las relaciones satisfactorias, el involucrarse con los otros, con la comunidad, el sentir que eres útil, etc, y trabajáramos en esto durante toda la vida, probablemente llegaríamos a ser personas mayores mucho más satisfechas con nuestra vida.
-Es decir, hay que cultivar nuestro componente de “seres sociales”
-Exactamente. Y esto es muy interesante en una época como la actual. Porque el sistema económico actual nos dice que tenemos que competir, que cada uno cuida su propio huerto. Pero todo eso se derrumba cuando piensas en los determinantes sociales de la salud física y mental, pues somos seres sociales y eso tenemos que desarrollarlo siempre. No es algo que vayamos a hacer solo en la vejez.
-Entiendo que esa es una de las explicaciones para que las mujeres vivan más. Al final de la vida, ese lado más sociable puede terminar también salvándote…
-Sí, eso también tiene que ver con los roles que se han asumido. La vejez tiene toda una historia previa. En el caso de los hombres, su historia en general fue la de ser proveedor, teniendo al trabajo como su máxima instancia de participación social. Pero eso lo vas perdiendo en la vejez y si tus redes sociales se limitaban a ello, también las vas perdiendo. En cambio, las mujeres, por distintas razones, nos desenvolvemos en distintos ámbitos, más aún desde que nos incorporamos al campo laboral y eso nos permite potencialmente desarrollar más redes de apoyo significativas y estar más protegidas frente a la soledad. Sin embargo, esto se puede ver truncado cuando eres cuidadora, por ello es esencial visibilizar e intervenir en el tema.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM) y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.