CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS
Culturas de excelencia: la ciencia más allá del paper y la academia
13.04.2021
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CIPER ACADÉMICO / ANÁLISIS
13.04.2021
En Chile hay 67 centros de excelencia. Esto es: organizaciones financiadas por el Estado, que pueden estar adscritas a más de una universidad y a instituciones no universitarias, cuyo objetivo es la formación de científicos y la generación de innovación y tecnología en diversas áreas. Basada en un estudio etnográfico en uno de estos centros, la columna presenta la idea de “culturas de excelencia” como una forma de llevar la labor científica más allá de las universidades. La investigación académica es solo una de las muchas tareas relevantes que pueden hacer científicas/os y académicas/os, sostienen las y los autores; éstos podrían tener otras alternativas laborales, más conectadas con sus contextos, sin ir en desmedro de la excelencia de sus actividades.
Esta columna está basada en informe «Participación fuerte como estrategia para desarrollar culturas científicas de excelencia en organizaciones de investigación», elaborado a partir de la investigación etnográfica sobre culturas de excelencia en organizaciones de investigación del proyecto anillo referido, en el marco de las actividades del área de Cultura y comunicación del Instituto de Neurociencia Biomédica. Los datos presentados en esta columna son resultado de investigaciones financiadas por los siguientes proyectos: ANID-PIA SOC 180039 “Producción de conocimiento en Chile contemporáneo”, Fondecyt 1190543 “Doing Laboratory Studies in Chile: Re-engaging Science in the Making”, Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica.
TRANSPARENCIA: Los autores y autoras no trabajan, comparten o reciben financiamiento de ninguna compañía u organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Además, no deben transparentar ninguna militancia política ni afiliación relevante más allá de su condición de académico/a investigador/a.
La excelencia es la meta de las más prestigiosas organizaciones de investigación a nivel mundial. Se trata de la demanda por hacer las cosas al máximo nivel de calidad posible, respondiendo a las más altas exigencias éticas, técnicas y creativas. A nivel global, estas exigencias se materializan en la calidad de investigadores, inversión en tecnología de punta, diseño de investigación por curiosidad (blue sky research),[1] implementación de innovaciones, y en la publicación de resultados experimentales en journals de alto impacto.
Chile no se ha quedado atrás en esta materia, como ha destacado recientemente el ministro Dr. Andrés Couve, a propósito del rol y los desafíos de los centros de excelencia durante la pandemia (Couve, 2021)[2]. En la actualidad, el Estado es la principal fuente de financiamiento en investigación y desarrollo (I+D) de excelencia, y desde fines de la década del 90’ ha impulsado la creación de Centros de excelencia, tales como FONDAP, CORFO, FONDEF, Centros regionales e ICM. Solo este último instrumento público ha invertido un total de $141.716.011.960, logrando implementar 101 Centros de excelencia a lo largo del país (Datos ANID PIA SOC 180039).
El concepto de excelencia no es fácil de definir y ha variado con el tiempo (OCDE, 80). Si hace 20 años se asociaba al aumento de los índices de publicación WOS o Scopus, en la actualidad, las crisis sociales, sanitarias y medioambientales, la reinscriben en un contexto más complejo, amplio y de márgenes más difusos
Según un estudio reciente, los actuales Centros Milenio (en total 14 institutos Milenio) han reportado una rentabilidad social promedio de $2.653 millones de pesos.[3] Más importante aún, la inversión en Centros de Excelencia ha contribuido a aumentar la oferta laboral para profesionales, ha diversificado las posibilidades de experiencias formativas y, sobre todo, ha incrementado la productividad científica y tecnológica del país, situando a Chile en el cuarto lugar en producción de conocimiento avanzado en América Latina y dentro de los cincuenta países con más producción académica a nivel mundial (SCIMAGO, 2021).
Pero, ¿cómo se ha entendido la excelencia en nuestro contexto? ¿Qué indicadores definen hoy la excelencia de la producción de conocimiento en Chile? ¿Cuáles son los límites actuales de estos indicadores y hacia qué aspectos o dimensiones es necesario avanzar? En esta columna presentamos la noción de “culturas de excelencia” como una estrategia para fomentar la participación de la actividad científica en distintas esferas de la sociedad, y valorar así sus diversas dimensiones.
El concepto de excelencia no es fácil de definir y ha variado con el tiempo (OCDE, 80). Si hace 20 años se asociaba al aumento de los índices de publicación WOS o Scopus, en la actualidad, las crisis sociales, sanitarias y medioambientales, la reinscriben en un contexto más complejo, amplio y de márgenes más difusos. Además, la creciente desconexión entre dicha noción de excelencia y las necesidades locales evidencia que lo que entendemos hoy por excelencia no siempre es sinónimo de calidad (Vessuri, 2013). No se trata en cualquier caso de un problema meramente semántico, pues lo que entendamos en el futuro próximo por “excelencia” determinará el espacio para la negociación de los intereses y agendas de quienes producen, financian, gestionan y usan conocimiento.
En países como Alemania e Inglaterra, diversas organizaciones de investigación ya abogan por nuevas formas de entender la excelencia. El modelo alemán entiende la excelencia como resultado de una vinculación entre Estado, empresa y universidad, con un énfasis importante durante los últimos años en la participación de nuevas generaciones de profesionales (Lex, 2017), tal como fue planteado en la última Cumbre de investigación celebrada en dicho país. En concreto, en Alemania la excelencia consiste hoy en ampliar y motivar la participación de investigadores en el sector productivo, la educación o la política pública, para construir nuevas formas de confianza, transparencia y vinculación entre la academia, la industria y la sociedad, en vistas de la llamada “industria 4.0” que ya afecta a ese país.
Por otra parte, en Inglaterra la excelencia también es un horizonte que demanda nuevas formas de participación, comprensión y desarrollo. Frente al énfasis que pone la Agencia de investigación e innovación (UKRI) en la investigación por curiosidad y la publicación de sus resultados en prestigiosas revistas académicas, la Dra. Ottolyne Leiser recomienda invertir en “portafolios” de actividades científicas que valoren actividades y resultados diversos: además de investigación de excelencia, también se requiere divulgación de excelencia, transferencias de excelencia y educación interdisciplinar de excelencia. Con este fin, entre 2014 y 2017 la prestigiosa Royal Society, en conjunto con el Nuffield Council de Bioética, realizaron una serie de consultas y mesas de discusión para conocer las percepciones, expectativas y deseos de distintos investigadores en distintas fases de su carrera académica. Con ello, buscaron fomentar la participación de diversos actores del campo científico para desarrollar ejes de acción en materia de excelencia y cultura científica. La evidencia cualitativa que produjeron les permitió identificar los efectos éticos y laborales que los marcos institucionales generan sobre investigadores y personal técnico. Los testimonios analizados permitieron demostrar que las culturas de investigación en Inglaterra deben mejorar los marcos éticos de trabajo y generar más espacios para producir actividades de educación, divulgación, innovación e investigación inspiradas en coyunturas locales y no simplemente en los intereses de la academia, como lo son los efectos de las crisis político-ambientales de escala local y planetaria.
Además de investigación de excelencia, también se requiere divulgación de excelencia, transferencias de excelencia y educación interdisciplinar de excelencia
Mientras los países de los Unión Europea trabajan en modelos económicos y organizacionales para diversificar y actualizar el sentido social y cultural de la excelencia de sus centros de investigación, en Chile la actividad científica sigue teniendo poca presencia en la vida cotidiana de sus ciudadanos, y la investigación sigue pareciendo un quehacer esotérico escondido tras los muros de la academia. Hasta el 2018, las universidades albergaban el 71% de la investigación básica y el 41% de la investigación aplicada.
En el sector productivo, de cada 1.000 trabajadores las y los investigadores representan un 1,1%, y el 44% de las empresas nacionales dedicadas a investigación y desarrollo aún desconocen la actual ley 20.241 en I+D (Encuesta I+D, 2020). Es comprensible, entonces, que nos cueste imaginar otra ocupación que la académica para los/las investigadores/as que viven en nuestro país.
En Chile la actividad científica sigue teniendo poca presencia en la vida cotidiana de sus ciudadanos. La investigación sigue pareciendo un quehacer esotérico escondido tras los muros de la academia
Sin embargo, la actual pandemia ha revelado de súbito la necesidad de liberar a investigadores de estas cuatro paredes: todos, en todo orden de profesión y actividad, nos vimos urgidos por “conocer” algo que no conocíamos. Tuvimos que aprender a detectar, medir y controlar la propagación de un virus nuevo, tuvimos que generar tecnología, transformar nuestros entornos y aprender nuevas formas de convivencia, tuvimos que analizar el impacto de la pandemia en nuestras instituciones y, de paso, también el de nuestros comportamientos en el medioambiente.
Ante este escenario, la recomendación de Ottolyne Leiser resulta pertinente (Leyser, 2020; Nuffield, 2014): reemplazar la noción de investigación de excelencia por la de culturas de excelencia. La noción de culturas de excelencia puede entenderse como el llamado a generar un cambio cultural en las organizaciones de investigación a partir de la diversificación la actividad científica y sus múltiples dimensiones. Frente a la lógica economicista que predomina hoy en la academia y que motiva una cultura de producción orientada a satisfacer demandas y estándares internos a cada disciplina, la noción de culturas de excelencia invita a comprender diversos desafíos sociales y culturales como ejes de acción relevantes para el quehacer científico.
A diferencia de la idea de investigaciones de excelencia, las culturas de excelencia se proponen mejorar la dimensión ética de la producción científica, para poner en valor y considerar el bienestar mental y la seguridad laboral de investigadores en diversas fases de su carrera. Asimismo, la idea de culturas de excelencia implica generar espacios institucionales que incentiven la participación de profesionales de las ciencias en otras clases de actividades y sectores de producción y uso de conocimiento, además de la publicación de artículos en revistas especializadas, donde sus habilidades y conocimientos puedan volverse un beneficio social y cultural aplicado.
Estas son demandas globales, pero que en el caso local encuentran su traducción en los siguientes aspectos que bien podrían contribuir a fomentar más culturas de excelencia: aumentar el valor de la conexión interdisciplinar y aplicada entre especialistas de distintas áreas, para desarrollar productos tecnológicamente eficientes y socialmente comprometidos con nuestros contextos; emplear coyunturas y problemas locales como ejes de investigación y transferencia de conocimientos, para poner habilidades y saberes específicos al servicio de procesos, instrumentos o productos que contribuyan al desarrollo y bienestar social, y por último, instalar la innovación tecnológica y social como una meta legítima en organizaciones de investigación, para motivar así a los sectores productivos a vincularse más con organizacionales de investigación e I+D.
En suma, fomentar culturas de excelencia consiste en generar más mecanismos públicos y privados que fomenten la participación del quehacer científico frente a desafíos globales y locales en nuestra cultura. Aunque estas nuevas exigencias pueden exceder a organizaciones más tradicionales como las universidades, cuya práctica debe enfocarse ante todo en la formación, además de la investigación, bien pueden representar una ventaja comparativa para los Centros de Excelencia.
Frente a la lógica economicista que predomina hoy en la academia y que motiva una cultura de producción orientada a satisfacer demandas y estándares internos a cada disciplina, la noción de culturas de excelencia invita a comprender diversos desafíos sociales y culturales como ejes de acción relevantes para el quehacer científico
¿Cómo podemos diversificar la actividad científica de los Centros de excelencia sin desmejorar sus logros en productividad?
Aunque sus principales indicadores de excelencia tienen que ver con la publicación de resultados en revistas científicas de alto nivel, nos parece que un buen comienzo consiste en identificar, potenciar y sistematizar aquellas capacidades que ya son parte de las experiencias y saberes tácitos de investigadores que integran estos Centros. Al respecto, podemos mencionar Loligo, la iniciativa de educación científica del Instituto Milenio de neurociencia Biomédica (BNI), así como los documentales del Centro de interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso, o la iniciativa científicos de la basura. Otro caso, que transitó del BNI al sector privado, es la Fundación Ciencia Impacta, donde un grupo de profesionales en ciencia decidió profesionalizar sus intereses y habilidades en divulgación científica.
¿Qué tienen en común estas iniciativas? Sin ser objetivos principales de sus respectivas instituciones, lograron generar espacios de trabajo interdisciplinar, situado y motivados por coyunturas locales, que les permitieron desarrollar dinámicas asociativas de trabajo y producción de saberes que son complementarias a las líneas de investigación que las nutren de ideas, habilidades y contenidos. Estas iniciativas científicas en divulgación, educación e innovación social son claros indicios de que la institucionalidad en CTCI puede ajustar y redimensionar los indicadores de sus instrumentos de financiamiento para dar más valor y protagonismo a productos y servicios en materia de formación, vinculación, transferencias de conocimiento y vinculación con realidades locales y sectores productivos.
Las culturas de excelencia se proponen mejorar la dimensión ética de la producción científica, para poner en valor y considerar el bienestar mental y la seguridad laboral de investigadores en diversas fases de su carrera
Con todo, para graduar indicadores y avanzar hacia culturas de excelencia es necesario reconocer la deuda con la incorporación de instrumentos de gestión y organización que sean capaces de descubrir, legitimar y eventualmente profesionalizar las diversas capacidades y talentos de los agentes que conforman estos centros, específicamente, a través de la participación.
Fue en el 2016 cuando Lord Nicholas Stern recomendó al Research Excellence Framework (Stern, 2016) diversificar las formas de participación de la investigación para aumentar su impacto socio-económico, político y cultural. Mayor participación puede contribuir a mejorar la entrega de los beneficios sociales de la investigación y hace que el público sea más consciente de las implicaciones de resultados y avances científicos y tecnológicos. Y, más importante aún, abrir la puerta para la participación de quienes producen investigación es una alternativa concreta y replicable para consolidar culturas de excelencia en el país.
La adaptación de modelos de gestión e incentivo de participación fuerte[4], el uso de metodologías mixtas de organización y cambio cultural, la colaboración entre profesionales de distintas disciplinas y el cuidado en materia de gestión de centros pueden permitir generar culturas de investigación más diversas e integradas a la realidad local, que fomenten el desarrollo de los talentos y las acciones que serán cruciales para afrontar los retos del futuro. Una ventaja de nuestro actual ecosistema de CTCI es contar con diversos modelos de Centros de excelencia y sus respectivos instrumentos de financiamiento. El paso siguiente consiste en evaluar sus indicadores de excelencia a partir de esta nueva noción de culturas de excelencia, que aboga por culturas multidimensionales, situadas e innovadoras. Con ello, por cierto, no se trata solo de actualizar el contenido de un concepto, sino de generar cambios culturales que valoricen y vuelvan productiva la relación entre conocimiento y sociedad. Ahora, entonces, no nos queda más que avanzar, transformando el desafío de la excelencia en una oportunidad.
Edición de Juan Pablo Rodríguez
Cádiz, Bernardita, Juan Felipe Espinosa, Juan Manuel Garrido, Natalia Hirmas, Pedro Maldonado, Nicolás Trujillo. 2021, Participación fuerte como estrategia para desarrollar culturas científicas de excelencia en organizaciones de investigación, Santiago de Chile: Instituto de Neurociencia Biomédica / ANID PIA SOC180039.
Couve, Andrés, 2020, Centros de excelencia en Investigación (entrevista), Diario Financiero. Suplemento, URL: Ver el siguiente enlace.
Encuesta de I+D, 2020, Estudios y Estadísticas, Ministerio de ciencia, tecnología, conocimiento y medioambiente, URL: Ver el siguiente enlace.
Lex, Angelica, 2017, “Germany is a driver of research – let’s keep it that way”, Elsevier Connect, URL: Ver el siguiente enlace.
Leyser, Ottoline, 2020, “The Excellence Question”, Science, Vol. 370, Issue 6519, pp. 886, URL: DOI: 10.1126/science.abf7125
Nuffield Council on Bioethics, 2014, The Culture of Scientific Research in the UK, URL: Ver el siguiente enlace.
OECD, OECD Science, Technology and Industry Outlook. Times of Crisis and Opportunity, 2021, URL: Ver el siguiente enlace.
Plan nacional de Centros de Excelencia, 2020, Ministerio de ciencia, tecnología, conocimiento e innovación.
Scimago, 2021, URL: Ver el siguiente enlace.
Stern, Lord Nicholas, 2016, Building on Success and Learning from Experience An Independent Review of the Research Excellence Framework, URL: Ver el siguiente enlace.
Synthesis consultores, 2019, Evaluación económica de los institutos y núcleos del programa Iniciativa científica Milenio. Informe final URL: Ver el siguiente enlace.
The Royal Society, 2017, Research Culture. Embedding inclusive Excellence, URL: Ver el siguiente enlace.
Vessuri, Hebe, Jean-Claude Guédon, Ana María Cetto, 2013, “Excellence or quality? Impact of the current competition regime on science and scientific publishing in Latin America and its implications for development”, Current Sociology, 62(5):647-665, URL: Ver el siguiente enlace.
[1] Investigación por curiosidad o blue sky research, en inglés, es un término técnico que refiere a toda producción científica que no es conducida por un objetivo específico dado de antemano. Esta noción se suele asociar a la de “ciencia básica”, porque privilegia el desarrollo de resultados y productos imprevisibles, incalculables o inanticipables por cualquier plan o meta que anteceda al proceso mismo de investigación y experimentación. La investigación por curiosidad ha dado lugar a importantes descubrimientos y resultados en la ciencia contemporánea y es hoy un modelo para diversas agencias de financiamiento en I+D a nivel mundial, incluyendo Chile.
[2] Los Centros de excelencia son organizaciones financiadas por el Estado que cumplen diferentes funciones, desde la formación avanzada de nuevos científicos hasta la generación de tecnologías e innovaciones. Pueden estar adscritos a más de una universidad y a instituciones no universitarias. Además, el reciente Plan nacional de Centros de excelencia reconoce la autonomía de estas organizaciones, lo que les permite transformarse en espacios de conocimiento complementarios, y no ya subsidiarios, a las universidades (Plan nacional, 2020).
[3] La rentabilidad social designa el valor que aporta un proyecto u organización en tanto beneficio para la sociedad. Así, la rentabilidad social define la relación costo-efectividad, más allá de la rentabilidad económica de una inversión.
[4] La participación fuerte es una práctica organizacional que permite valorar, emplear y sistematizar la diversidad socio-cultural de las organizaciones y sus miembros (Del Valle, 2009). El instrumento está basado en acciones de co-participación creativa entre los miembros de la organización, participación inspirada en las expectativas, deseos y necesidades respecto a sus propios intereses profesionales y carreras científicas. Al reconocer el potencial y los intereses de los diversos miembros, en las distintas etapas de su carrera, se vuelve posible diseñar acciones que impacten en diversos contextos, generando así oportunidades donde no las había y conocimientos donde hacían falta. (Cádiz et al. 2021) proponen una adaptación de la participación fuerte para organizaciones de investigación y, particularmente, centros de excelencia en Chile.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM) y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.