ROSARIO FERNÁNDEZ, INVESTIGADORA DEL TRABAJO DOMÉSTICO EN CHILE:
“Hablamos poco de la violencia entre mujeres”
06.03.2021
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
ROSARIO FERNÁNDEZ, INVESTIGADORA DEL TRABAJO DOMÉSTICO EN CHILE:
06.03.2021
Rosario Fernández estudia la historia y dinámicas del trabajo doméstico en Chile. En esta entrevista discute los resultados de una de sus investigaciones recientes: la relación que un grupo de mujeres de clase alta tiene con sus trabajadoras puertas adentro. Según Rosario, las empleadoras delegan en las trabajadoras los “momentos de intimidad ingrata” y se reservan “la intimidad feliz”. También analiza la violencia que a veces existe en las relaciones entre mujeres (patrona-empleada, madre-hija, o entre amigas). “Ser mujer no te hace ni feminista ni incapaz de producir violencia”, afirma.
Rosario Fernández estudia el trabajo doméstico[1] y en su investigación trata de contestar preguntas como las siguientes: ¿por qué en el siglo XXI se sigue reproduciendo un trabajo de servidumbre? ¿qué rol cumple esta figura y cómo conversa con procesos actuales como el marzo feminista?
Rosario Fernández es doctora en Sociología e Investigadora postdoctoral del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder[2]. Entre octubre de 2014 y enero de 2015, entrevistó a 20 mujeres, entre los 29 y los 65 años, que vivían en las comunas más ricas de Santiago. Las entrevistadas se definían como dueñas de casa pero trabajaban también fuera del hogar, fundamentalmente en el sector servicios, con ingresos promedio de $2 millones. Además, estaban casadas con hombres profesionales, vivían en casas de al menos 3 dormitorios, y en algún momento de sus vidas habían contratado a una trabajadora doméstica puertas adentro, especialmente en la etapa en que sus hijos eran pequeños.
Esas conversaciones le permitieron a Rosario ir adelantando algunas respuestas en relación la persistencia de la figura de “la nana” entre los grupos de altos ingresos. Una primera explicación es que el costo del trabajo doméstico es muy bajo para las familias, en particular las que tiene muchos hijos, por lo que les es muy rentable económicamente. Segundo, porque la figura de la nana, que mantiene la casa impecable e impecables a los niños, está culturalmente alineada con un estilo de familia que estos grupos valoran: numerosa, feliz, limpia. Tercero, porque las mujeres de clase alta, las patronas, se crean y crecen en oposición a sus nanas; pues las necesitan para llevar adelante sus proyectos personales y profesionales. En el corazón de esa dinámica que se da esencialmente entre mujeres, Rosario identifica una relación contradictoria que a veces es violenta y otras veces de cuidado.
-En el artículo “Trabajo doméstico pagado: la solución perfecta para la familia feliz en Chile” escribes: “el trabajo doméstico produce distinciones de clase, raciales y étnicas al definir ciertos cuerpos como ‘de servicio’ y otros como ‘merecedores de servicio’ haciendo eco con las jerarquías de la sociedad en general”. ¿Por qué hasta el día de hoy mantenemos estas relaciones?
-Las trabajadoras de casa particular cumplen un rol en términos públicos y políticos, que tiene que ver con la generación de un estatus de clase para la familia y las mujeres. Incluso algunas autoras como Elsa Dorlin dicen que las subjetividades de clase y de raza de las mujeres blancas o de clase media, se constituyen no en oposición al marido o al hombre, sino en relación con otras mujeres. Además, hay mucha resistencia de parte de las mujeres a terminar con la servidumbre, porque va a significar una pérdida económica y cultural. Económica, pues es mano de obra barata; cultural, pues con la contratación de otra mujer yo puedo mantener un estilo de vida que, de lo contrario, no tendría. Porque en el actual contexto, sin las nanas, las mujeres profesionales no podrían trabajar o mantener sus hogares.
Entre las tareas que sus entrevistadas asignan a las trabajadoras domésticas figuran: bañar a los niños, limpiar la casa, planchar camisas, atender visitas hasta altas horas de la noche, lavar autos, pasear al perro. De todas estas actividades, concluye Rosario, las familias acomodadas “extraen estatus”.
La investigadora discute conceptos como felicidad, autonomía y modernidad en familias de elite. ¿Qué es la realización para sus entrevistadas? “Un deseo basado en la existencia de una familia, con un marido e hijos felices, educados y con valores cristianos”, describe la investigadora. Junto con una familia como la mencionada, “las empleadoras valoran tener tiempo libre, el cual puede ser dedicado a las actividades del hogar, trabajar profesionalmente, o disponer de tiempo para ellas mismas (ir a la peluquería, juntarse con amigas)”.
Rosa, 39 años, es una mujer entrevistada por Rosario. Y se presenta así: “Para mi es súper importante desarrollarme profesionalmente, no tanto de ser la súper woman en la oficina, pero me gusta cumplir un buen rol allá, soy súper matea y me gusta ser percibida como una galla responsable o alguien que logra los objetivos que se propone. Dentro de la casa es lo mismo, me gusta el éxito. Me encanta que lleguen visitas a la casa y me digan que los niños son los más amorosos, me siento que estoy cumpliendo”.
En un contexto neoliberal, conseguir la felicidad es parte de las condiciones del modelo, plantea la investigadora. Pero como esa felicidad está llena de condiciones, representa una sobrecarga para las mujeres, quienes contratan a una trabajadora doméstica como “ayuda fundamental” y como parte de las exigencias para desarrollar “sus estilos de vida”.
Es el caso Sandra, 47 años, otra de sus entrevistadas: “Las mamás tienen que hacer mucho. No me quejo de mi pega, opté por trabajar, podría ir al gimnasio… Y también porque me gusta. Lo valoro, me encanta lo que hago. Participo mucho en el colegio, son muchos los frentes, tengo que trabajarme el decir que no, las mamás están muy exigidas hoy… Ellas [las trabajadoras] son un aporte en todo lo que es la casa: lavan, planchan, me hacen aseo, cocinan, contestan el teléfono. Cuando llegan los niños, les sacan los cuadernos de la mochila, son un poco secretarias. Cuando llego tengo poco tiempo para estar con cada uno, entonces delego mucho en ellas; las dejo ser, me hacen la lista de supermercados, reciben al gasfíter, confío mucho en ellas.”
La investigación de Rosario Fernández estudia las dinámicas entre patronas y trabajadoras puertas adentro desde tres lentes: raza, clase y género.
Esta aproximación múltiple, dice, le permite identificar las complejidades y contradicciones que cruzan una relación que es particularmente femenina, pues, aunque los maridos existen, quienes llevan la relación con la trabajadora doméstica son las mujeres. “Las relaciones entre empleadoras y trabajadoras están en constante tensión pues mientras este trabajo permite la reproducción de la elite, a su vez devela sus ansiedades respecto a la diferencia de ‘origen’ entre los empleadores y las trabajadoras”, plantea Rosario.
Una primera contradicción está en el proyecto de vida de las empleadoras. Este plan de ser “mujeres modernas, profesionales y autónomas”, dice Rosario, lo llevan adelante sin cambiar prácticas y definiciones tradicionales. Por ello, el papel de la trabajadora doméstica es central, pues “ellas posibilitan la mantención y las apariencias de la ‘familia feliz’ y la autonomía de las empleadoras en los hogares acomodados”, resume la investigadora.
El testimonio de Ana, 57 años, otra entrevistada, es elocuente: “La importancia de la nana es para la relación con tu marido, es para ti, te hace todo el cuento diario, lo hace más llevadero. No andas enojada porque la guagua llora y llega el marido. ‘Isabel, llévese a la niñita’. Ella prepara el aperitivo y se lleva a los niñitos. O en las noches, a las 3 am, ella se llevaba a la niñita llorando”.
Un segundo tema tiene que ver con las relaciones de cercanía y distancia que las familias establecen con las trabajadoras. Aquí hay varias capas de análisis. Por un lado, los testimonios muestran que las empleadoras delegan en las trabajadoras lo que la investigadora denomina “momentos de intimidad ingrata” y se reservan para ellas “la intimidad feliz”.
“Los momentos de relajo -tomar desayuno en la cama- y maternales (tener tiempo con su hija antes de llevarla a la escuela) son situaciones que se vuelven posibles debido a que la trabajadora se despierta temprano y se ocupa de los aspectos menos interesantes (vestir a la niña, preparar las colaciones)”, resume Rosario.
En ese proceso, la familia de clase alta abriría las puertas de su vida íntima a la trabajadora doméstica. Pero al mismo tiempo, las empleadoras marcan fronteras, para mantener una distancia con quien les sabe todo.
-Los niños se quedan con las trabajadoras y ellas los hacen dormir para que los patrones puedan descansar, salir, irse de viaje. Las trabajadoras son las que saben cuando los chicos se enamoran la primera vez, cuando se pelean en el colegio. Pero después esos mismos niños tienen que aprender a rechazar a esta otredad, esta figura que no es de su mundo. Porque además la trabajadora se puede ir… Entonces estamos enseñándole a los niños que el tacto, que el cariño más próximo, después tiene que ser rechazado. Eso es muy fuerte. Además muestra que también en la crianza se reproduce la diferencia de clase y de raza-, plantea Rosario.
-En tu investigación presentas distintos testimonios que muestran cómo las mujeres manejan esas cercanías y distancias. Recuerdo una mujer que relata que cuando la trabajadora llega del sur y le cuenta sus historias -“el niñito que se enfermó y la machi”- su reacción es “mirarla con distancia”. Solo la mira, no le dice nada.
-Sí, son estrategias muy gestuales, del cuerpo. Como están en el ámbito de lo íntimo, no necesariamente es una comunicación directa, muchas veces es un gesto, un no darle un pedazo de la torta… Son gestos súper sutiles pero que uno conoce muy bien, o que yo conozco muy bien en el mundo de las mujeres. Aunque esté estereotipando a las mujeres, en ese mundo de lo doméstico y de lo íntimo hay mucho de lo no dicho, de los secretos familiares, de lo sutil. Las relaciones madre e hija son otro espejo para mostrar eso; por ejemplo la madre que le da a entender a la hija que algo no corresponde, cuando hay un desaprobación con su sexualidad. Por eso que la relación entre la trabajadora y la empleadora no solamente nos habla de diferencia de clase y raza, si no que también sobre cómo nos vinculamos entre mujeres.
-¿Cómo nos vinculamos?
-Creo que las relaciones entre mujeres muchas veces pueden ser de mucha violencia. Uno lo ve en las relaciones madre e hija, o entre amigas. Pero también pueden ser relaciones de mucha nutrición. Dentro del feminismo, por ejemplo, hay vínculos muy significativos pues en el fondo nos sabemos cómplices de una violencia estructural. Y de saber que, si bien vivimos experiencias distintas, tenemos cosas en las cuales podemos dialogar: la violencia de género, los estereotipos. Ahora, en el caso del trabajo doméstico, persiste por un lado este deseo de tener a alguien a tu servicio, y se reproduce una violencia entre mujeres. Pero por otro lado se generan también vínculos entre patronas y trabajadoras que pueden ser muy nutritivos.
-¿Por ejemplo?
-Mira, hay tres escenarios que me llaman la atención. Uno dice relación con la complicidad. Es decir, el haber vivido experiencias de precariedad que no son necesariamente las mismas pero sí dan cuenta de una vulnerabilidad. Por ejemplo, empleadoras que perdieron a sus madres, o han sido migrantes, o han pasado por precariedad económica, tienen otro entendimiento del valor del trabajo que realizan las trabajadoras domésticas. Ahí se genera un diálogo entre personas con distintas precariedades y que son capaces de identificar y otorgar valor y dignidad a la otra. Un segundo escenario apareció en las entrevistas con las patronas, que dicen que se sienten muy dependientes de las trabajadoras. Entonces les piden que se queden más horas y pueden incluso llegar a explotar a la trabajadora, pues son cosas de cuidado que sienten que no le pueden pedir a sus madres, a sus hermanas o sus amigas. Ese nivel de dependencia tiene que ver, en el fondo, con tener a alguien incondicional. Es como un fantasma de una figura de la madre, esa madre sacrificada, que está ahí, que te apaña con el cuerpo: que te enfermas y te toma la temperatura, te toca, te trae la sopita. Eso parece que no lo recibieron necesariamente de sus madres biológicas y muchas por ejemplo, traen a la trabajadora que las crió para cuidar a sus hijos. En esta relación no se eliminan las jerarquías, incluso puede haber explotación y maltrato, pero a la vez hay una dependencia radical, y las patronas se sienten muy vulnerables frente a su dependencia con las nanas. El tercer escenario es uno que las trabajadoras me han contado. Tiene que ver con que muchas de ellas se han quedado en las casas donde trabajan no porque estén contentas, o porque tengan una gran relación con las patronas, sino porque sienten que cumplen una tarea de protección. Por ejemplo, en casos donde las patronas son violentadas por sus maridos o donde sienten que a los niños nadie los toma en cuenta. Entonces estas trabajadoras asumen un rol de protección.
-¿Hasta qué punto el feminismo se hace cargo de esta relaciones contradictorias entre las mujeres? ¿Crees que Las Tesis y su baile contra la violencia de las instituciones toca este tema o más bien el feminismo está en deuda con las trabajadoras domésticas
-Yo creo que el feminismo ha ido muy a la punta en denunciar la violencia. Me refiero al trabajo de Julieta Kirkwood y el feminismo de los 80, que vincula autoritarismo, violencia de Estado, patriarcado y familia. Ese feminismo que vincula política e intimidad fue muy potente en los 80, pues estaba muy a la avanzada. Las Tesis por su parte vuelven a apuntar con todo a que la violencia está en el Estado, en las instituciones y los feminismos y las disidencias en Chile han señalado que tiene que ser un feminismo antirracista, decolonial. Sin embargo yo creo que ahí como que la flecha está mal apuntada. Yo creo que la dificultad está en pensar que el problema son las jerarquías formales, pues hay muchas asimetrías informales, cotidianas, que son igual de peligrosas. Entonces hay temas que se trabajan y discuten poco, como por ejemplo el del trabajo doméstico y las violencias entre mujeres o el ejercicio de la autoridad entre mujeres. En los colectivos o dentro de los feminismos, las funas por ejemplo están súper enfocadas en los hombres, en la violencia sexual, hay una definición de la violencia sexual específica y hablamos poco de la violencia entre mujeres, aunque creo que eso está cambiando, especialmente con los feminismos antirracistas y Queer que justamente cuestionan la categoría “mujer”. Indagar en las relaciones entre trabajadoras y empleadoras nos permite seguir pensando las diferencias de clase, raza, etnia y sexualidad, y que ser mujer en sí no te hace ni feminista ni incapaz de producir violencia hacia otres. También pensar el ejercicio de la autoridad entre mujeres nos permite comprender cómo se gestionan las asimetrías de poder entre ellas.
[1] Entre sus publicaciones sobre el tema, figuran: “Feminismos en las revueltas” (capítulo publicado en el libro “Hilos Tensados”) y “El cerco y sus irrupciones: lecturas a partir del trabajo doméstico pagado” (capítulo publicado en el libro “Nación, otredad, deseo: producción de la diferencia en tiempos multiculturales).
[2] Actualmente realiza un proyecto donde indaga en el ejercicio de la autoridad entre empleadoras y trabajadoras.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM) y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.