CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
Balance y perspectivas del Frente Amplio de Uruguay, en la hora de la derrota
13.02.2021
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
13.02.2021
En el aniversario 50 del Frente Amplio uruguayo, esta columna revisa los logros y errores de este importante referente de la izquierda latinoamericana, que fue derrotado en las presidenciales del año pasado. Hoy el FA carece de un rumbo estratégico claro, de discurso convincente y de una generación de líderes de recambio, argumenta el autor.
El autor es politólogo y coautor del libro “La Era Progresista. El gobierno de izquierda en Uruguay: de las ideas a las políticas” que en 2004 previó la llegada de los gobiernos del Frente Amplio. Pasajes de esta columna fueron publicados en El Observador, de Montevideo.
El 5 de febrero de 2021 el Frente Amplio celebró los cincuenta años de su creación. Los frenteamplistas vivieron este momento con sentimientos encontrados. Por un lado, a medio siglo de su conformación, pueden decir con orgullo que el FA sigue siendo el partido político más importante del país. Por otro lado, no pueden disimular la desilusión generada por la derrota sufrida en las elecciones nacionales del año pasado, y tampoco el dolor por la muerte de Tabaré Vázquez, su líder más influyente durante los últimos treinta años. Desde el punto de vista académico, la fecha ofrece una buena oportunidad para realizar un balance de su obra de gobierno y discutir sobre desafíos y perspectivas.
A pesar de los problemas que se fueron acumulado especialmente a partir de 2015 en diversos planos, el saldo del esfuerzo realizado por los sucesivos elencos de gobierno frenteamplistas a lo largo de tres mandatos consecutivos (2005-2020) es positivo en cuatro dimensiones: (i) crecimiento económico, (ii) igualdad social, (iii) derechos humanos y (iv) desarrollo institucional.
La derrota fue tan dura que al FA todavía le cuesta reaccionar. Pasó de casi 49% de los votos en 2014 a 39% en 2019. El retroceso se confirmó un año más tarde: perdió 3 de los 6 gobiernos departamentales
La derrota fue tan dura que al FA todavía le cuesta reaccionar. Pasó de casi 49% de los votos en 2014 a 39% en 2019. El retroceso se confirmó un año más tarde: perdió 3 de los 6 gobiernos departamentales. A la contundencia del mensaje de las urnas se le sumó que el gobierno de coalición liderado por el presidente Luis Lacalle Pou, gracias a su muy buena gestión de la pandemia, todavía sigue gozando de altos niveles de apoyo en la ciudadanía. Atrapado entre el duelo de su derrota y los éxitos del nuevo gobierno, sin un liderazgo claramente definido, el FA sigue sin poder trazar un rumbo estratégico claro y sin formular un discurso opositor convincente.
El tema del liderazgo siempre es decisivo. Hasta la fecha, el FA ha tenido dos grandes generaciones de líderes. La primera de ellas es la de los fundadores, que tuvo al General Líber Seregni como su figura más emblemática. Las tres personalidades fundamentales de la segunda generación de líderes fueron Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori. A ellos les correspondió el mérito de haber convertido al FA en el partido más importante del Uruguay, y de haber gestionado el gobierno durante 15 años. Aunque Mujica y Astori todavía se mantienen activos, el FA está precisando con urgencia la consolidación de una nueva generación.
Tomando nota de la caída del PBI y de la agudización de los problemas sociales, los líderes emergentes del FA proponen que Uruguay utilice la palanca del Estado para reactivar la economía, e instale una Renta Básica para los hogares pobres
Algunos de los líderes llamados a tener un protagonismo muy importante durante los próximos años son Carolina Cosse (ingeniera, electa Intendenta de Montevideo con el apoyo del ala izquierda del FA), Yamandú Orsi (profesor, reelecto Intendente de Canelones, uno de los favoritos de José Mujica), Mario Bergara (economista, senador de centroizquierda) y Oscar Andrade (dirigente sindical y senador comunista). A los nuevos líderes les corresponde liderar la autocrítica (proceso que se viene anunciando pero que avanza poco) y definir una estrategia para ejercer la oposición y reconquistar el gobierno. Dado que están llamados a competir entre sí por el liderazgo del partido y la candidatura presidencial, no hay que esperar que tengan exactamente el mismo discurso. De hecho, no es difícil advertir diferencias incluso entre quienes ocupan cargos similares (entre los intendentes Orsi y Cosse, por un lado; entre los senadores Bergara y Andrade, por el otro).
Más allá de matices y vaivenes en relación al tono óptimo del discurso opositor, los líderes emergentes coinciden en cuestionar tanto la estrategia económica del gobierno como sus políticas sociales. Tomando nota de la caída del PBI y de la agudización de los problemas sociales, proponen que Uruguay utilice la palanca del Estado para reactivar la economía, e instale una Renta Básica para los hogares pobres. De todos modos, el gobierno no les facilita la tarea: a pesar de su orientación general liberal y de su énfasis en la austeridad, la coalición liderada por Luis Lacalle Pou parece dispuesta a utilizar, al menos, por un tiempo algunos atajos de inspiración keynesiana, y a seguir gastando dinero en políticas sociales.
Al FA le cuesta demasiado, además, asumir sus errores y fracasos. Tiende a explicar su derrota electoral de un modo demasiado simple, como si la decisión de los electores tuviera que ver con hipotéticas fallas de comunicación del progreso realizado, o con (hipotéticas o no) operaciones políticas de los medios de comunicación opositores
Al fin de cuentas, cuando la competencia política es intensa, ningún partido puede gobernar sin atender los desafíos de sus rivales. La política uruguaya ofrece muchos ejemplos en este sentido. Sin ir más lejos, para mantenerse en el poder, el FA debió ser más centrista e lo que la mayoría de sus dirigentes hubiera querido. La coalición de gobierno enfrenta el desafío simétrico. Cuanto más acertada y pragmática sea la gestión del gobierno de Lacalle Pou, más complejo será el desafío político para la nueva generación de líderes frenteamplistas
En el plano de los conceptos, el FA tiene un reto todavía más importante. Le cuesta demasiado admitir que sus importantes logros como partido de gobierno no pueden explicarse sin los aciertos de quienes lo precedieron. De hecho, entre las políticas públicas de la Era Progresista y las de los años anteriores, hay más continuidad y que cambio, como suele pasar en regímenes pluralistas. Al FA le cuesta demasiado, además, asumir sus errores y fracasos. Tiende a explicar su derrota electoral de un modo demasiado simple, como si la decisión de los electores tuviera que ver con hipotéticas fallas de comunicación del progreso realizado, o con (hipotéticas o no) operaciones políticas de los medios de comunicación opositores, o con decisiones sobre candidaturas. El FA también tiende a subestimar a sus rivales, especialmente a la nueva elite gobernante. Por último, y no por ello menos importante, algunos de los sectores del FA parecen empezar a recorrer una pendiente complicada: tienden a construir un universo político en términos de amigo-enemigo. De fortalecerse esta tendencia, ya no sería un problema solamente para la izquierda y la nueva generación de líderes. Lo sería también para la democracia uruguaya.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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