CIPER ACADÉMICO / LIBRO
Toqui. Guerra y tradición en el siglo XIX
06.02.2021
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
CIPER ACADÉMICO / LIBRO
06.02.2021
En este extracto, contenido en el segundo capítulo del libro Toqui, el historiador Fernando Pairicán explora cómo los mapuche se insertaron en la confrontación entre realistas y republicanos durante la Independencia chilena. Su eje está en el levantamiento mapuche que tuvo lugar durante 1819-1825 (la llamada Guerra a Muerte), y en el ascenso de su líder político: el toqui Mañilwenü. El autor analiza en detalle las razones que llevaron a una parte del pueblo mapuche a hacer alianzas con los realistas, mientras que otra optó por el bando republicano. La insurrección fue una decisión política extrema que los mapuche tomaron porque no se respetaron los límites firmados en los siglos XVII y XVIII, y da cuenta de una forma de concebir la política y la guerra que solo es apreciable si se invierte el enfoque historiográfico tradicional; esto es, si se mira la historia desde el Fütalmapu hacia el valle central, sostiene el autor.
Varvarco es un valle emplazado a la altura de Neuquén. Por su dinámica agrícola, sus conexiones a varios pasos cordilleranos y su aislamiento, fue un vasto enclave monarquista. Mapuche, criollos y mestizos habitaron este micro mundo de adeptos al Rey. Muchos de los que habitaron en Varvarco estuvieron con él por su voluntad, por convicción y por las circunstancias. Como dice Carla Manara “queda claro la existencia de un conjunto multiétnico que coincidía en su rechazo al dominio y centralismo de los grupos liberales”[1]. Era el territorio de los Pincheira, hijos de un capataz de hacienda del valle Central.
A principios de enero invadieron San Carlos. Como fue habitual en la alianza hispano-mapuche, mientras los indígenas se dirigieron sobre el poblado maloneando las casas y a sus habitantes, los hispanos se enfrentaron a los ejércitos republicanos. Ante esta nueva embestida, el capitán Justo Muñoz armó una milicia con los campesinos, y marcharon a una legua fuera del poblado. Fue una pésima decisión, ya que no pasó mucho tiempo hasta que fueron totalmente derrotados, y forzados a retroceder hasta la misma plaza. Arrinconados, enviaron un emisario que cabalgó hacia Chillán en busca de apoyo.
Victoriano O’ Carroll, comandante de los dragones, salió rumbo al poblado apenas enterado de la noticia. No alcanzó a marchar una legua, cuando se encontró con los kona, que destruyeron su defensa. Vencidos los republicanos, los mapuche se dirigieron hacia el centro del poblado para incendiarlo. Solo el aviso de la llegada de refuerzos evitó que la destrucción fuese completa, y se replegaron hacia el interior de su propio territorio.
Los republicanos no se dieron por vencidos. O ’Carroll no dejó de perseguir la retirada de sus enemigos hasta alcanzarlos en Monte Blanco, en las cercanías de San Carlos, sobre el Bío-Bío. Turbado por la reciente derrota, sin reflexionar, sobreestimando sus propias capacidades militares y, tal vez, desconociendo el arte de la guerra de las sociedades tradicionales, atacó la retaguardia mapuche. Percatados del ataque, Mañilwenü ordenó voltear, y esgrimieron “con furia sus lanzas”. Solo los refuerzos encabezados por el capitán Manuel Labbé evitaron que la derrota republicana terminase en un desastre[2].
El 5 de enero de 1820, el repique de las campanas de la iglesia de Chillán avisaban a la población que el malon había concluido, y los republicanos se reunieron para celebrar con luminarias y petardos. Pero Andrés de Alcázar, no tenía ánimo para celebraciones y, al igual que Ramón Freire, ideó una manera distinta para lograr vencer a los españoles: entablaría un diálogo con Mariluan. El ñidolongko recibió una vez más la visita de Cayumilla, enviado por Alcázar. Mariluan escuchó las propuestas de los republicanos y dio su punto de vista: “no podía dar su palabra tan luego, que quería consultar con la costa; y que no era regular que habiendo muerto tantos españoles y hecho otros daños, sentarse con tanta facilidad”[3].
Ramón Freire durante esos días meditó un ambicioso plan: invadir por dos flancos las tierras indígenas, uno de ellos, encabezado por él mismo, penetraría a las tierras lafkenche desde Concepción, mientras que Alcázar ingresaría por el centro, a la altura de Santa Juana, hacia el refugio de Vicente Benavides. Parte de este plan buscaba profundizar la división en los mapuche, lo que se haría atrayendo nuevos liderazgos a su bando. Como dice Vicuña Mackenna en su libro Guerra a muerte: “Alcázar, en su calidad de comandante general de fronteras, y por la experiencia que tenía de esas guerras, se había preocupado de un plan que en su concepto era el único que podía dar a aquélla un término definitivo. Apaciguar a los indios, o por lo menos ensañarlos los unos contra los otros”. Había que llevar “la guerra al corazón de la Araucanía”[4].
Kolüpi jugó un rol central en este nuevo episodio. En la medida que fueran ingresando las dos columnas, levantaría en contra de Mariluan a los mapuche con el fin de reducir sus movimientos y ahogarlo por tres flancos. El proyecto apuntaba a destruir a Mañilwenü en sus mismas tierras. Con esa estrategia, una división de mil cien hombres cruzó al territorio mapuche. Una parte de ella quedó a cargo de Thompson en San Carlos de Purén, mientras que el grueso se reunió en Tolpán, sobre el río Renaico, junto a los kona de Kolüpi, Meliñir, Kayümilla y Koñompillan.
Los kona de Mariluan, hicieron creer a los republicanos que abandonarían a su líder una vez iniciados los combates. Jamás sucedió. Al contrario, comenzaron a combatir en las mismas líneas de los republicanos, a los que no les quedó más que romper filas, hacer sonar la trompeta para anunciar la retirada y subir hacia el cerro Tolpán. Durante cuatro días se prolongó la resistencia. Alcázar decidió emplazar a una altura considerable uno de sus cañones para defenderse y avisar a sus refuerzos de su posición. Los mapuche, utilizando una táctica de escalamiento a baja altura, comenzaron a rodear por los cuatro costados el refugio de Alcázar. Fue en ese momento que Lorenzo Kolüpi, visualizando que pronto quedarían encerrados, propuso romper el cerco en busca de auxilio. Él mismo tomó su caballo y descendió galopando a toda velocidad junto a un grupo de militares chilenos y konas. Percatándose Mariluan de ese movimiento, ordenó lacearlos con boleadoras, atrapando a una parte considerable de chilenos y mapuche criollos. Kolüpi de todas formas rompió el cerco y llegó en la noche del 13 de enero de 1820 al refugio en busca de auxilio.
Pedro Andrés de Alcázar logró huir de su propio encierro. Cruzó el río Bío-Bío con sus tropas, dejando en San Carlos de Purén a una parte de su ejército para el resguardo del poblado. Avisado Vicente Benavides de esta movilización, envió a fusileros para apoyar a los mapuche y sumarse al triunfo. Pero el experimentado Alcázar, evitando una nueva emboscada, puso a Salazar, y luego a O’Carrol con los dragones, los cazadores de Coquimbo y una batería de tres cañones, a descubierta. En la retaguardia, el escuadrón de Cauquenes era apoyado por las milicias de la frontera.
No se sabía hasta el momento que un nuevo toqui mapuche ascendía ante el declive de Mariluan. Su nombre: Mañilwenü. Fue este líder quien dirigió a algunos kona que atacaron a las tropas republicanas con su habitual táctica: golpear y huir. Como reconoció Alcázar en su mensaje a Freire: “allí se emprendieron varios ataques, pero el enemigo huía cuando le convenía y cuando no, atacaba”[5]. Los republicanos comenzaron a replegarse, cruzando al norte del río Bío-Bío, apoyados por fusileros que desde unos botes dispararon cada vez que los mapuche intentaron atacar. “El coraje de los araucanos creció cuando al final de este episodio llegaron algunos fusileros enviados por Benavides, que se hallan al corriente de lo que sucedía”[6]. Pero los mapuche, ese día, “parecían brotar de la tierra”. Alcázar, luego de deliberar con O’Carrol y Merino, decidió emprender la retirada y evitar la derrota[7].
El estreno de Mañilwenü no dejó indiferentes a los criollos. Tomás Guevara reconoce que ahora era éste quien dirigiría a “las indiadas contra los invasores del suelo de sus padres”. Alcázar asumió su derrota y comenzó su repliegue hacia Los Ángeles. Mientras se reabastecía de provisiones, informó a Ramón Freire de su expedición, asumiendo su retroceso en la arena militar. Aquello no impidió que el coronel se dirigiera en dirección a Santa Juana y el 20 de febrero de 1820 a Concepción.
Ningún bando podía decirse victorioso. Ante el empate, Alcázar sugirió a Freire, el 26 de febrero, pactar con los bandos mapuche y empezar a recuperar los protocolos de los tiempos coloniales: “mejor me parece que las dádivas y agasajos los hagan reducirse, que importa mucho más transar a que se gasten mil pesos que una guerra sorda que invenciblemente apura el Estado, y aniquila a sus vecinos”[8].
Ambas fuerzas se encontraban debilitadas, sin recursos ni víveres. Mientras Ramón Freire decidió viajar a Santiago para resolver el asunto directamente con O’Higgins, Vicente Benavides enviaba a Juan Manuel Pico, uno de los principales líderes de la resistencia española en Chile y futuro aliado de Mariluan, al Perú en busca de refuerzos. Los acontecimientos latinoamericanos desempatarían los hechos en la frontera indígena. La balanza se inclinaría en favor o en contra del mundo mapuche según el resultado de las campañas militares que llevaban adelante Simón Bolívar, José de San Martín y el Mariscal José Antonio de Sucre; de su derrota dependía el triunfo restaurador mapuche del orden colonial.
El Virrey Pezuela de su puño y letra escribió una carta para Vicente Benavides: “No me es posible significar a usted el sentimiento con que he leído la enérgica descripción que me hace, en sus oficios del 8 de marzo último, de las miserias y fatigas que sufre la benemérita división de su mando”[9]. Como gesto de apoyo y lealtad, el Virrey enviaba un bergantín con fusiles, sables, lanzas, cartuchos, pólvora, piedras de chispa, papel y dos mil pares de zapatos para las resistencias monarquistas. Aprovisionado, Pico viajó en dirección al golfo de Arauco con su cargamento. Con su llegada comenzaba la última etapa de la restauración colonial en el territorio mapuche.
Pico atracó en Arauco el 15 de junio de 1820. Para proteger su desembarco, Benavides juntó a los liderazgos mapuche, que desinformaron a los fuertes republicanos, haciéndoles creer en una posible invasión. El 22 de junio, “el primer estallido de la naciente borrasca fue a reventar en la planicie que rodea a la indefensa Chillán”.[10] Los restauradores del orden colonial tuvieron un punto a favor en esta guerra: no defendían poblados ni habitantes. Sabiendo aquella debilidad, idearon un plan estratégico que les brindó una de las victorias más importantes de la guerra, luego del triunfo en Rancagua en 1814. Para lograrlo, era prioridad acabar con Ramón Freire, el arquitecto del poder republicano en la frontera. Manuel Pico pensaba que la debilidad de Freire era su lealtad con sus subordinados, por lo que decidió atacar a sus hombres de confianza, que custodiaban los fuertes militares. Cruzó el río Bío-Bío por Santa Juana y destruiría Yumbel, mientras que Benavides haría lo mismo con San Pedro. Ambos líderes suponían que Freire saldría a socorrer a sus soldados, y en aquel momento, Mariluan cruzaría a la altura de Colcura para atajar a Freire en San Pedro y poner fin a su vida.
Con ese plan, a principios de septiembre, estaban creando una especie de manifiesto. Señalaban que en poco tiempo cruzarían el río Bío Bío con toda la respetable División de su mando, milicias, habitantes en estas fronteras y cuatro mil Naturales valientes, para hacer una invasión que asegure aquellas ideas y nuestra subsistencia, no solo en la Provincia, sino sobre la Capital, protegiendo el desembarco, del Ejercito, que debe hacerlo por aquellas inmediaciones”. Apenas lleguen “a vuestra noticia de que estas tropas han verificado su pasada”, la sublevación debía acompañar a los ejércitos de Rey y “los aliados fieles y valientes Naturales[11].
Las fuerzas monarquistas, y las “naturales” lideradas por Mañilwenü, convergieron el 18 de septiembre de 1820. El coronel Pico, cruzó con su caballería en dirección a Yumbel y a las nueve de la mañana observó a sus enemigos dirigirse hacia Rere. Cerca de cuatrocientos dragones y kona embistieron sobre las tropas de O’Carrol, derrotándolas y obligándolas resguardarse en su fuerte militar. Sin defensas, la plaza de Yumbel fue ocupada.
Pico se convirtió en la obsesión del alto mando militar del ejército de la frontera. Los mapuche criollos, conocedores del terreno, rastrearon sus huellas y llevaron a las fuerzas republicanas al campamento del segundo liderazgo español; no se percataron del inminente ataque, ya que preparaban su rancho en la madrugada. Apenas escucharon la embestida, los monarquistas ordenaron su resistencia, Pico dividió en dos columnas a sus dragones, avanzó hacia el enemigo, y con una muy buena puntería —señalan en un informe enviado a Freire—, supieron desgastar a sus enemigos. En ese momento, Mañilwenü se aproximó con sus kona a toda velocidad por la retaguardia, pero el oportuno aviso a los altos mandos republicanos evitó que, ese día, la táctica de envolvimiento dejase a los criollos encerrados bajo tres fuegos.
Obsesionados con llegar a la victoria, Pico y Mañilwenü tampoco dejaron descansar a los ejércitos en su retirada, “donde el terreno lo permitía, piquetes de ambas divisiones se acometían con rápidos choques para replegarse inmediatamente a sus filas”. Desgastadas ambas fuerzas por las permanentes escaramuzas, decidieron entablar combate en los valles de Pangal, en las cercanías de Yumbel, con trescientos fusileros y lanceros mapuche encabezados por Mañilwenü.
Observando el terreno, Pico, el ferviente sacerdote Ferrebú y Mañilwenü se reunieron y acordaron repetir el mismo plan de la batalla anterior. Atacarían primero por dos flancos y, una vez iniciada la batalla, Mañilwenü con sus konas atacarían por la retaguardia a toda velocidad. Ferrebú lideró el ataque desde la izquierda. Manuel Pico realizó el mismo movimiento desde la derecha, encerrándolos en dos frentes, mientras que Mañilwenü los bordeó en una circunferencia el desenvolvimiento de la batalla en Pangal. Hecha la encerrona, “con mucha valería” y con un estruendoso afafan, los indígenas aparecieron por la retaguardia de los chilenos, no dejándoles más opción que romper filas y quedando la mayor parte de los republicanos en posesión de las lanzas mapuche.[12]
Enterado Freire de la derrota, el 23 de septiembre de 1820 ordenó a Alcázar replegarse a Chillán, y cruzó por el vado de Tarpellanca en dirección a Yumbel. Pico y Benavides se reunieron dos días después avisados de este movimiento e invadieron Los Ángeles con un total de dos mil cuatrocientos efectivos. Se encontró con poca resistencia, ya que el éxodo hacia Chillán comenzó apenas llegaron las noticias de la derrota militar a oídos de los pobladores. Los mapuche siguieron las huellas de la diáspora e intuyeron que el cruce lo harían a través del paso fronterizo del río Laja. Así ocurrió, y se movilizaron por caminos interiores, escondiéndose en el bosque. Muy pronto apareció Andrés de Alcázar, que ordenó construir balsas con los troncos de árbol y decidió cruzar la frontera vadeando el río. Silenciosos, los monarquistas los dejaron navegar hasta llegar a una distancia en que sus disparos pudieran asesinarlos. Cuando esto ocurrió, se dejaron ver con sus armas, lanzas y con Benavides sobre su caballo desde la otra banda del río. La derrota republicana era total.
Alcázar decidió resistir y esperar refuerzos. Ordenó desembarcar en un islote cercano, construyó trincheras y apostó sus cañones. La única posibilidad de sobrevivencia era que el mismo sonido de los disparos permitiera que los refuerzos ubicaran su posición y pudieran ir a ella. Mapuche y monarquistas fabricaron canoas, seguramente con troncos de los árboles de Isla Laja, los pusieron sobre el agua y comenzaron a navegar hacia la isla, rodeándola por distintos puntos, mientras que Alcázar ordenaba disparar los cañones, sabiendo que las municiones se agotarían pronto con la intensificación de los disparos, lo que ocurrió a las diez horas de transcurrida la batalla. Alcázar no imaginó que Thompson se encontraba camino a Concepción, y no viviría para saber que este sería procesado por un tribunal militar por dejarlo abandonado en la batalla. Ante ese escenario, se rindió. El desarme comenzó apenas llegaron los liderazgos monarquistas y mapuche a tierra. En aquel momento, las diferencias entre los proyectos de la alianza se evidenciaron tanto como los códigos políticos entre un ejército con horizontes modernos y otro con una ideología tradicional. Para Vicente Benavides y Manuel Pico, lo correcto era realizar un intercambio de prisioneros, o bien, exigir la rendición a Ramón Freire.
Para los mapuche la lógica de la guerra fue otra. Entendieron la debilidad militar de un enemigo sin liderazgos, y las posibilidades de vencer eran cada vez más altas. Mañilwenü, reunió a sus principales kona. Pocos meses después, comunicó a sus aliados que todos los mapuche leales a Lorenzo Kolüpi, su principal enemigo al interior de las tierras mapuche, debían ser ejecutados, y forzó así a Benavides a quebrar el protocolo monárquico de respeto a los vencidos de guerra, pues de no hacerlo dejaba abierto un flanco de debilidad con sus aliados mapuche. Según Tomás Guevara, la muerte de los kona de Kolüpi fue “la señal de la matanza. Benavides hizo morir a sable i lanza, cerca de la casa en que se hallaba, a los paisanos más conocidos por las ideas republicanas”[13].
Como ocurrió durante la Guerra de Arauco, cuando fue capturado Pedro de Valdivia en la noche de navidad de 1553, y luego Martín García Oñez de Loyola durante el gran levantamiento encabezado por Pelantaru en 1598, Mañilwenü decidió ejecutar a Andrés de Alcázar. Sin uno de los principales líderes de los ejércitos republicanos, las tropas se debilitarían, y podrían, según él, negociar un nuevo marco político para la restauración del orden colonial.
En silencio, Alcázar observó cómo su tropa fue muriendo. Era el ritual de la derrota. Ante sus ojos, vio desfilar amarrados sobre sus caballos a sus subordinados. Los mapuche los colocaron en una larga fila, en un sendero rodeado de lanceros que empuñaron sus dagas sobre los cuerpos de los prisioneros en su largo camino a la muerte. Luego, fue el turno del líder republicano, y asumió el longko Catrileo de Purén, principal enemigo de Kolüpi en esas tierras, la tarea de ejecutarlo. Con su lanza, construida de un grueso coliwe, traspasó el cuerpo del viejo militar criollo. Seguramente Mañilwenü reflexionó que, con su muerte, decaería uno de los pilares de la resistencia republicana, y con ello su propio proyecto. En un corto plazo fue así, como sostiene Vicuña Mackenna, la pérdida de la provincia de Concepción abría “las puertas de la capital, por cuarta vez durante la guerra de la independencia, al invasor realista”[14].
Ramón Freire se enteró de los hechos por Thompson, quien llegó a las pocas horas sobre su caballo. No fue bien recibido, Freire lo acusó de traición, ordenando a sus subordinados que lo engrillaran para trasladarlo a la prisión de Talcahuano para ser procesado por un tribunal de guerra por abandono a sus superiores. El líder de los ejércitos republicanos en el sur envió una carta privada a Bernardo O’Higgins, pidiendo ya no solo recursos, sino apoyo militar: “yo no encuentro otro arbitrio sino el que usted en persona venga volando, si es posible, con el regimiento de cazadores y toda la demás caballería, víveres y caballos que pueda por el pronto, que yo en el momento que sepa la pérdida de la plaza de Los Ángeles me pondré en marcha para las orillas del Maule[15].
Vicente Benavides, aprovechando el vacío de poder, ocupó Hualqui a pocos kilómetros de Concepción, y con ese movimiento, la diáspora republicana fue general. Freire volvía a escribir a Bernardo O’Higgins que “pronto se divisaría desde las torres de la orgullosa Santiago el humo del campo de los bandidos de Arauco”[16]. Pocas horas después, observó cómo Vicente Benavides llegaba a Concepción el 2 de octubre de 1820 desde las torres en Talcahuano. Envió un emisario a Santiago, y con ese mensaje el Director Supremo comprendió la magnitud de la derrota. Pidió facultades extraordinarias al Senado y organizó una Segunda División de Operaciones del Sur, a cargo del coronel Joaquín Prieto, también futuro presidente de Chile.
La decisión de Mañilwenü de eliminar a Alcázar provocó un giro en las posiciones políticas de los republicanos. Ramón Freire, ahora con el apoyo de Prieto, combinaría sus esfuerzos y movimientos, dándoles confianza a los poblados criollos para “hacerles detestar la horrorosa conducta de los malvados, que como hordas de asesinos y de bárbaros todo lo devoran y aniquilan”. Escrita esa arenga, el ministro de Guerra José Ignacio Zenteno del Pozo y Silva, asesor de José de San Martín hasta su nombramiento por O’Higgins como ministro, aprobó la colonización del territorio mapuche como acto de castigo por la insurrección. En un oficio señaló: “hará entender y prometerá a nombre del gobierno a toda su división, y especialmente la obra ultra Maule, que todos los terrenos pertenecientes a los indios, todos los dineros, alhajas, animales y demás bienes muebles y semovientes de los enemigos de ésta y la otra banda de Bío-Bío quedan desde luego cedidos en posesión y propiedad a los valerosos que a costa de sus esfuerzos lo ganaren”[17].
Meses después, Benavides envió en dirección al Perú a un hombre de su confianza para comunicar al virrey de los hechos sucedidos, y lograr refuerzos para emprender una ofensiva general sobre sus adversarios. En una de ellas, daba cuenta de los hechos sucedidos en Pangal e Isla Laja, aclarando al virrey que se había visto “presionado a mandar pasar por las armas a dichos oficiales […] Los fieles naturales que llevaba en mi compañía pedían fuertemente las cabezas de aquellos obstinados insurgentes que los habían inferido tantos perjuicios para escarmiento de las reducciones que la seguían, y a quienes no convenía disgustar”.[18]
Como veremos más adelante, lo que la historiografía fronteriza ha llamado “colonización espontánea” respondió a una decisión política y militar en respuesta a la victoria de Mañilwenü. La Guerra a Muerte, a consecuencia del triunfo de Pangal, derivó en una guerra de exterminio en la mente de los republicanos. Es nuestra interpretación de las órdenes dictadas por José Ignacio Zenteno a Joaquín Prieto y Manuel Bulnes, en su manifiesto: “las familias de los partidos de ultra-Maule evidentemente enemigas de la libertad americana, adictas a los españoles, a Benavides y a los bárbaros serán arrancadas de aquellos pueblos y remitidas con escolta de milicias a esta capital; donde se les dará el destino conveniente. Se encarga mucho la ejecución de este artículo al comandante en jefe, quien cuidará que ni una mujer, ni un solo niño pertenecientes a las familias enemigas, queden en aquellos lugares”[19].
[1] Manara, Carla. “Movilización en las fronteras. Los Pincheira y el último intento de reconquista hispana en el sur americano (1818-1832). En Sociedades de Paisajes Áridos y semiáridos. Revista Científica del Laboratorio de Arqueología y Etnohistoria de la Facultad de Ciencias Humanas. Año II, Vol. II, junio 2010. p 41.
[2] Guevara. Op.Cit. p 334.
[3] Alcázar a Freire. 5 de enero 1820. Citado en Araya, Rodrigo. p 63.
[4] Vicuña Mackenna. Op.Cit. p 181 y 188.
[5] Alcázar a Ramón Freire, 18 de febrero de 1820. Citado en Vicuña Mackenna, p 192.
[6] Guevara, Op.Cit. p 345.
[7] Vicuña Mackenna, Benjamín. Op.Cit. p 192.
[8] Alcázar a Freire. Los Ángeles, 26 de febrero de 1820. Citado en Araya, Rodrigo. p 64.
[9] Citado en Vicuña Mackenna, Benjamín. p 235.
[10] Vicuña, Mackenna. p 245-251.
[11] “Proclama del subdelegado de Partido de Cauquenes a los abitantes de aquella juridiscción”. Plaza de Arauco, 1 de septiembre de 1820. Archivo Vicente Benavides, Ministerio de Guerra, Vol. 52, foja 7.
[12] Décadas después, en octubre de 1861, el general José María de la Cruz, por entonces el principal aliado chileno de los mapuche, rememoró el episodio de esa batalla como un “corral de sables y lanzas”. Sorprendidos los ejércitos republicanos, “los indios lancean sin descanso, cebados en los rendidos, en este campo llano hacen funcionar el arma tan segura para ellos, como sus lanzas, las boleadoras, que enredan las patas del caballo y lo derriban”. Benjamín Vicuña Mackenna y Tomás Guevara. Citados.
[13] Guevara. p 378.
[14] Vicuña Mackenna, Benjamín. Op.Cit. p 295-300.
[15] Carta citada en Benjamín Vicuña Mackenna. Pie de página 329.
[16] Vicuña Mackenna, Benjamín. Op.Cit., p 331.
[17] Documento en Benjamín Vicuña Mackenna. Citado. p 812.
[18] Carta de Vicente Benavides al Virrey Pezuela. 12 de noviembre 1820. Archivo Vicente Benavides, Ministerio de Guerra, Vol. 52, foja 11.
[19] Ibíd.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Observatorio del Gasto Fiscal y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.