CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
Temor frente a la vacunación por COVID en Chile: cómo se justifica y cómo superarlo
30.01.2021
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
30.01.2021
Vacunarse es una conducta compleja, motivada socialmente y que va más allá de la responsabilidad individual, sostiene esta columna. Para que las personas quieran vacunarse tienen que entender los riesgos y beneficios. Para ello es clave contar con información clara, transparente, trabajar de cerca con los medios de comunicación y escuchar más a los expertos, sugieren.
Hace más de un año que se notificó el primer caso de COVID-19 en China. En Chile han fallecido más de 18.000 personas y se han contagiado más de 706.000 por causa del COVID-19. Sabemos que la tasa de contagios seguirá aumentando mientras no se logre controlar la pandemia, más aún considerando que la población puede exponerse a una nueva variante del virus, que parece ser más contagiosa.
Frenar la pandemia y retomar nuestras vidas requerirá que al menos un 70% de la población esté vacunada[1]. Alcanzar este porcentaje permitiría detener los contagios y proteger a todas aquellas personas que no se pueden vacunar. Sin embargo, para alcanzar esta meta enfrentamos dos desafíos: primero, debemos disponer de un número suficiente de vacunas y una logística adecuada que permita su correcta distribución; segundo, dado el carácter voluntario de la vacunación, las personas deben estar dispuestas a hacerlo.
En esta columna nos centramos en este segundo desafío. Argumentaremos que el escenario actual requiere de una estrategia de comunicación de riesgo en salud que esté basada en la evidencia disponible. Esto implica considerar los factores psicológicos y sociales que la determinan, el rol del contexto en que este comportamiento ocurre, así como las acciones que pueden promover esta conducta entre las personas.
La literatura sobre vacunación ha descrito estrategias efectivas para promover esta conducta, que no se reducen a la simple entrega de información. Estas medidas incluyen facilitar su acceso a las personas, implementación de recordatorios, y capacitación a equipos de salud para comunicar la importancia de las vacunas y abordar dudas y preocupaciones, entre otras[2],[3]. Sin embargo, en el contexto del COVID-19 puede que estas estrategias no sean suficientes pues nos enfrentamos a desafíos adicionales.
Las vacunas disponibles son nuevas y han recibido una aprobación de emergencia. Aún no sabemos por cuánto tiempo protegen a las personas ni si será necesario volver a vacunarnos. Por otro lado, si bien dispondremos de vacunas desarrolladas por diferentes laboratorios y con distinta eficacia, es difícil acceder a información específica y comprensible sobre cada una de ellas. En el contexto actual las personas recurren a la información que tienen disponible para evaluarlas, tomando la procedencia como sinónimo de calidad. Un ejemplo de ello es el reciente rechazo a inmunizarse con la vacuna desarrollada por Sinovac por parte de algunos funcionarios del Hospital Regional de Temuco, quienes no confían en la vacuna desarrollada en China.[4]
Se ha señalado que algunas vacunas tienen más de un 90% de efectividad versus otras que están más cercanas al 50%. Lo que no se comunica es que porcentajes cercanos al 50% son suficientes para mitigar los efectos de un potencial contagio
También debemos manejar las expectativas. Vacunar a un número mayor al 70% de la población no es una tarea simple. Necesitamos disponer de un gran número de dosis, definir y transparentar qué grupos serán los primeros en recibirla, y comunicar las explicaciones que fundamentan esta decisión. Se debe establecer una logística para su distribución, la cual puede diferir y ser más compleja en función de las necesidades de almacenamiento y transporte para cada vacuna. Es necesario comunicar y manejar los posibles efectos secundarios que cada una de ellas pueda tener, y promover que las conductas necesarias para evitar contagios se mantengan, incluso habiendo recibido la vacuna.
Finalmente, es importante aclarar que las personas que se hayan vacunado deben seguir manteniendo las otras conductas de cuidado: lavado frecuente de manos, distanciamiento físico y uso de mascarillas. La vacuna contribuirá a controlar la pandemia, pero tomará bastante tiempo para lograrlo. La OMS estima que recién a finales de 2021 llegaremos a alcanzar un número de personas vacunadas que sea suficiente para que podamos comenzar a retomar una vida relativamente normal[5]. Y estas estimaciones no consideran los problemas en su producción y distribución que ya se están presentando.
Desde la psicología de la salud, la vacunación es considerada una conducta. Hemos aprendido mucho sobre los determinantes de esta conducta, a partir de los estudios que buscan comprenderla y también como respuesta a la presencia de grupos “antivacunas”. Si bien estos grupos son más bien pequeños, al promover la no vacunación han contribuido a que enfermedades cercanas a estar erradicadas, vuelvan a emerger alrededor del mundo, como ocurrió en 2013 y 2019 en Nueva York, donde hubo un brote de sarampión en grupos de personas con tasas de vacunación menores a las requeridas[6].[7]
Sabemos que si las personas perciben que el riesgo de contagiarse y de sufrir las consecuencias de la enfermedad es alto, estarán más motivadas para vacunarse. Además, cuando la expectativa de resultados es alta y favorable, es más probable que las personas nos involucremos en un comportamiento y persistamos en este, de modo tal que si las personas esperan que las vacunas los “protejan” o ayuden a prevenir el contagio, la conducta irá en esa dirección, y por lo tanto, implementarán las conductas necesarias para lograr vacunarse[8].
Pero al mismo tiempo sabemos que si se percibe que los riesgos asociados con las vacunas son importantes, las personas tendrán una menor disposición vacunarse[9] [10] [11]. Es aquí donde el qué y cómo de la información que se entrega cobra gran importancia.[12] Una campaña de vacunación debe conectar una conducta (vacunación) con un resultado positivo, exponer tanto sus beneficios como los potenciales efectos adversos, y destacar los riesgos de no vacunarse.
La manera en que la información se presenta en los medios y en redes sociales es particularmente importante. Dado que el conocimiento sobre la efectividad de las vacunas solo es compartido por un grupo reducido de especialistas, la difusión de esta información de parte de especialistas de otras disciplinas contribuye a desinformar respecto de las vacunas y su efectividad. En contextos de incertidumbre como el actual, al cual se suma un mar de información sobre el cual es difícil navegar, debemos ser aún más estrictos respecto de las fuentes y expertos que son consultados[13],[14]. El riesgo de entregar información poco precisa e incluso incorrecta, y así desinformar a la población y mermar la confianza que la ciudadanía puede tener en la ciencia, es significativo si son consultadas fuentes menos expertas.
Se tiende a pensar que las conductas en salud se explican únicamente desde un punto de vista individual, atribuyéndose, por tanto, el cumplimiento o incumplimiento de cierto comportamiento a una característica personal como, por ejemplo, responsabilidad individual o conciencia/inconciencia. Esta explicación es simple y no da cuenta de los componentes sociales que determinan la conducta de las personas. Los psicólogos de la salud sabemos que para comprender por qué la gente se comporta de la forma en que lo hace, hay que ampliar la mirada y considerar otras variables, como las normas sociales y creencias socialmente compartidas, entre otras.
Es ampliamente aceptado por cientistas sociales que la forma en que las personas perciben que otros individuos se comportan, influye en la conducta propia. Es más, frecuentemente tendemos a comparar nuestra conducta con la de otras personas, y en muchas ocasiones adoptamos conductas similares para evitar ser rechazados o aislados socialmente[15].
Existen dos tipos de normas que pueden influir en la conducta de las personas[16]. La primera de ellas es la “norma descriptiva” y la segunda la “norma prescriptiva”. La norma descriptiva alude a las creencias que las personas tienen sobre cuán frecuentemente una conducta de salud se ejecuta en la sociedad en general o entre familiares, amigos y cercanos (por ejemplo, la gran mayoría de los chilenos se vacuna en forma regular). A su vez, la norma prescriptiva se refiere a las creencias que las personas tienen sobre lo que otros esperan deba hacerse en relación a conductas de salud (por ejemplo, se espera que al menos el 70% de los chilenos se vacunen).
Una campaña de vacunación debe conectar una conducta (vacunación) con un resultado positivo, exponer tanto sus beneficios como los potenciales efectos adversos, y destacar los riesgos de no vacunarse
Esto nos permite reconocer la relevancia que tiene la influencia social normativa y la influencia social informativa, para explicar la adopción de la conducta de vacunación. En el caso de la influencia social normativa, nos referimos al tipo de influencia en que las personas adoptan un comportamiento motivados por el deseo de ser aceptados por un grupo y cumplir con la norma. De esta manera, si una persona percibe que su grupo de pares o personas significativas decide vacunarse, es probable que la persona lo haga, incluso si es que no estuviera muy convencida de hacerlo. La motivación principal para adoptar la conducta es el deseo de ser socialmente aceptado. Por esta razón, los mensajes debieran ser diferentes para distintos grupos que reconozcan estos “distintos referentes”.
En el caso de la influencia social informativa, las personas adoptan un comportamiento asumiendo que es el correcto (cómo me debo comportar). Este tipo de influencia es particularmente importante cuando no se tiene una norma sobre qué conducta seguir. En el caso de las vacunas contra el COVID-19, por tanto, este tipo de influencia es especialmente relevante pues solo a través de una información correcta sobre los beneficios y posibles riesgos de la vacuna (y no vacuna), será posible establecer una norma social positiva en torno a la vacunación. Además de destacar a quienes se vacunan y evitar darle espacios a quienes se resisten a hacerlo. En el segundo caso, promovemos la norma de no vacunación.
Chile, a diferencia de otros países, reporta una buena tasa de vacunación. El año pasado las personas hicieron filas para vacunarse contra la influenza. Aunque esto pudiera no gustarle a los detractores de las vacunas, habla de una población que valora y confía en ellas. ¿Cuál es el problema entonces? Además de una información poco clara y deficiente, el problema es que existe una profunda desconfianza hacia las autoridades que entregan dicha información, cuestión que se podía apreciar previo el estallido social de 2019 y que al día de hoy se mantiene.
La OMS es clara en sus recomendaciones:[17] es prioritario definir los objetivos de la comunicación (por ejemplo, aumentar la intención de vacunarse), explorar y hacerse cargo de las dudas de la población antes y durante el proceso de vacunación, y mitigar activamente el efecto de la desinformación o fake news. Para eso, es fundamental anticiparse, y conocer y abordar las preocupaciones y motivaciones de distintos grupos que son parte de una misma población.
Es importante que los mensajes que se transmitan sean específicos para diferentes grupos poblacionales, pues el mensaje para jóvenes no puede ser el mismo que para adultos o personas mayores. Más importante es comunicar con transparencia. Por ejemplo, se ha señalado que algunas vacunas tienen más de un 90% de efectividad versus otras que están más cercanas al 50%. Lo que no se comunica es que porcentajes cercanos al 50% son suficientes para mitigar los efectos de un potencial contagio (porcentajes similares a vacunas contra la influenza[18]), y que estas diferencias obedecen a distintos mecanismos de acción y no a una cuestión de calidad.
Pero para que esta información persuada a la población, es fundamental que las personas confíen en aquellos que emiten el mensaje. La confianza va de la mano de la credibilidad, y sabemos que fuentes creíbles persuaden más. Es necesario, entonces, que quienes asuman el compromiso de comunicar sean rostros que gocen de confianza y credibilidad por parte de la gran mayoría de los chilenos. Se sabe que en tiempos de crisis, médicos y profesionales del área de la salud tienden a ser evaluados positivamente por las personas, y son reconocidos como autoridades legítimas a quienes seguir en materias de salud.
Para finalizar hacemos algunas recomendaciones que creemos pueden promover la vacunación y la mantención de las conductas para evitar contagios por la pandemia.
Esta columna fue editada por Juan Pablo Rodríguez.
[1] La OMS señala que no se sabe con exactitud qué tasa de vacunación debemos alcanzar para asegurar esta “inmunidad de rebaño”, es un porcentaje que está estimado en base a la experiencia que han tenido con vacunas para virus similares. Ver el siguiente enlace.
[2] Brewer NT, Chapman GB, Rothman AJ, Leask J, Kempe A. Increasing vaccination: putting psychological science into action. Psychol Sci Public Interest. 2017;18(3):149–207
[5] Weinstein ND, Kwitel A, McCaul KD, Magnan RE, Gerrard M, Gibbons FX. Risk perceptions: assessment and relationship to influenza vaccination. Health Psychol. 2007;26(2):146–51.
[6] Brewer NT, Chapman GB, Gibbons FX, Gerrard M, McCaul KD, Weinstein ND. Meta-analysis of the relationship between risk perception and health behavior: the example of vaccination. Health Psychol. 2007;26(2):136–45.
[7] MacDonald NE, SAGE Working Group on Vaccine Hesitancy. Vaccine hesitancy: definition, scope and determinants. Vaccine. 2015;33(34):4161– 4.
[8] Sadique MZ, Devlin N, Edmunds WJ, Parkin D. The effect of perceived risks on the demand for vaccination: results from a discrete choice experiment. PLoS One. 2013;8(2):e54149.
[12] Brewer NT, Hall ME, Malo TL, Gilkey MB, Quinn B, Lathren C. Announcements versus conversations to improve HPV vaccination coverage: a randomized trial. Pediatrics. 2017;139(1):e20161764.
[18] Ver el siguiente enlace..
[19] COVID-19 vaccine deployment: behaviour, ethics, misinformation and policy strategies, 21 October 2020. London: The Royal Society and the British Academy; 2020 (Ver el siguiente enlace.).
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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