CIPER ACADÉMICO / LIBRO
“Debe ser un niño que tiene rabia, que tiene como un dolor con la sociedad”
29.01.2021
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
CIPER ACADÉMICO / LIBRO
29.01.2021
En este texto, que forma parte del libro “Saltar el Torniquete”, cuatro investigadores examinan cómo cambian las percepciones sobre los jóvenes urbanos, en tres momentos: antes del 18/O, en las semanas siguientes al estallido y durante la pandemia. Para ello realizan entrevistas grupales a personas de distintos estratos sociales y distintas ciudades y las hacen conversar sobre lo que piensan de una imagen: un joven al que presentan como un estudiante de 16 años, de Pedro Aguirre Cerda y de una familia que gana en promedio $200.000. ¿Qué fantasmas, prejuicios, ideas, esperanzas despierta ese muchacho? Las ideas varían con el tiempo. “Luego de haber sido elevado al nivel de un héroe popular en los estratos medios y bajos, o como personaje incluso de temer en los sectores altos, ahora el joven urbano es regresado a su edad e infantilizado”, escriben los autores y autoras.
Este trabajo describe en un lenguaje coloquial, cómo es el habla del ciudadano de a pie, la percepción y resignificación de la figura del joven de sectores urbanos chilenos en tres momentos distintos, en un plazo de un año: antes del estallido de octubre de 2019, durante las semanas siguientes de revuelta y finalmente durante la pandemia de coronavirus. Este texto se propone comprender la evolución de las emociones y opiniones que genera la imagen de un joven marginal según el punto de vista de personas de distintos estratos sociales y ciudades, entrevistadas grupalmente en esos tres momentos.
En términos de metodología, se realizaron tres rondas de grupos focales en agosto y septiembre de 2019, es decir, antes del estallido de octubre en Santiago, con las mismas personas durante las semanas que siguieron al estallido en Santiago en noviembre y en Puerto Montt en diciembre de 2019; y luego, de nuevo, pero de manera virtual, con las mismas personas durante la pandemia de covid-19 en mayo y junio de 2020. Los grupos focales abarcaron a 54 personas de estrato social alto, medio y bajo, hombres y mujeres. El proyecto en el cual se enmarca este texto busca conocer las representaciones que los individuos hacen de su propia posición social en Chile y en qué medida esto funda la justificación subjetiva de la desigualdad social.
Como soporte para la conversación con los participantes en los grupos, usamos viñetas de personas características de la sociedad chilena.[1] En este texto, nos centramos en lo que los participantes señalaron acerca de la viñeta de un joven de sector urbano.[2] La diversidad, complejidad y variabilidad de las realidades juveniles (Zarzuri y Ganter, 2018) se refleja como en un espejo donde son vistas por los participantes en los grupos. La foto de la viñeta corresponde a un personaje ficticio y cada grupo de participantes le puso un nombre distinto.
Resulta interesante observar que la percepción del joven fue diferente dependiendo de la región de residencia: mientras en Santiago le dieron nombres como Jonathan, Martín o Byron, participantes de Puerto Montt lo identificaron como un joven urbano de origen indígena y chilote, con nombres como Matías Nahuelhuaique. Incluso algunos lo nombraron Matías Catrileo, joven mapuche urbano asesinado por carabineros en una comunidad indígena el 2008. En las citas a continuación, dejamos el nombre que le pusieron los participantes en cada grupo.
Refiriéndose a los jóvenes urbanos de estrato bajo, antes del estallido, muchas veces los participantes en los grupos de Santiago los tildan de “flaites” en un sentido amplio, como “forma de ser” y “forma de expresarse”. Se trata de un estereotipo en la sociedad chilena, por oposición al “cuico” (Jordana, 2018), como existe en muchas sociedades donde las desigualdades se expresan en binomios (Tilly, 1998). En todos los grupos sociales entrevistados, la connotación de “flaite” se asocia con una actitud agresiva, ostentosa e incluso a la delincuencia. Es en general calificado como “lumpen”, “encapuchado” y visto como parte de un grupo marginal y violento en la sociedad chilena, sin ahondar mayormente en las razones de sus comportamientos, en una sociedad excluyente y violenta. En cambio para los participantes de los estratos más bajos, la descripción del joven incluye un sentimiento de reconocimiento, como un miembro del grupo, así como un sentido compartido de pertenencia a la “población”, de venir “de un más abajo”. Un trabajador de la construcción señala: “La calle es la que te forja. (…) Si estás desde cabro chico en la calle tienes que aprender a pelear, a todo. Andar la defensiva”.
Con el estallido del 18 de octubre de 2019 y las constantes protestas que siguieron hasta marzo del 2020, cambia abruptamente la imagen del joven urbano entre los participantes de los grupos focales. Corresponde a un fenómeno conocido en una sociedad adulto-céntrica como la chilena, donde los jóvenes son visibilizados o invisibilizados en el transcurso del tiempo en función de ideas, intereses y contextos externos a ellos (Duarte, 2015).
Las mismas personas entrevistadas en los últimos meses de la época de “normalidad”, que ignoraban a los jóvenes o los veían como marginales, tienden a resignificar positivamente su visión de ellos tras el estallido, junto con su rol como componente de la sociedad, sobre todo en los estratos medios y bajos. La agresividad descrita en la etapa anterior ahora es comprendida como rabia: “rabia por el sistema”, “tiene rabia por la educación”, “hacia el gobierno”, “enrabiado de lo que ve que hacen los carabineros”. Se caracteriza esta rabia como una emoción acumulada por ser un grupo estigmatizado, que ya no es una expresión anómica e irresponsable de violencia, sino la respuesta a la violencia estructural de la falta de oportunidades.
Incluso el uso de la violencia encuentra una justificación luego del estallido, como lo señala una dueña de casa de un grupo de estrato bajo: “Y he visto a estos niños y sí, igual siento que han sido agresivos, pero han sacado la cara por mucha gente que no lo ha hecho, han hablado por mucha gente que no sé, quizás nos dará flojera hacerlo”. Incluso otra participante, manipuladora de alimentos señala que este joven está “muy frustrado y quizás es cierto, por las oportunidades que, a él, no se le han presentado, el poder estudiar, el poder trabajar en un buen trabajo, donde se sienta cómodo, donde el patrón no sea abusivo”.
En los estratos más altos, en cambio, algunos participantes consideran que el joven es portador de un sentimiento aún más devastador para el orden social, como señala un rentista: “Él es el con más odio. Obviamente es una persona joven que se deja llevar por líderes. (…) Entonces va germinándose ese odio”. Agrega: “Aparte del odio que tienen estos niños, no le tienen miedo a nada”.
En términos de proyección de valores, la mayor parte de los participantes, tanto en Santiago como en Puerto Montt, reconocen el rol destacado de los jóvenes en el conflicto, ocupando el último espacio de rebelión posible, lo único infranqueable hasta el momento. Como señala una dueña de casa de un grupo de estrato bajo: “Pero esos cabros fueron a evadir el metro, a romperlo, a quemarlo, porque era lo único que no se podía evadir, porque las micros se evadían igual. (…) Pero en el Metro uno sí o sí tiene que pagar; claro, los cabros fueron a romper lo que no se podía evadir”. Un artesano lo plantea en términos de gratitud: “Ellos [los jóvenes] fueron los iniciadores. (…) El estallido, digamos, lo que está pasando, fue originado por ellos, fueron la base, así que, por ende, tenemos que estar súper agradecidos de ellos, porque es una juventud bien aperrada”.
La resignificación del rol del joven urbano incluso va más allá entre algunos participantes: asociándolo a la primera línea o a la lucha contra la represión policial, un técnico de enfermería en un grupo de estrato medio plantea que el joven no solo está libre de miedos, sino que ayudó a los mayores a sacudir sus propios temores: “Él está luchando por todo nomás, además que la tienen más clara, no tiene miedo. No como nosotros los adultos que tenemos miedo. (…) Ellos no, como que son libres todavía”. Reflexionando sobre su propia generación, agrega: “Son traumas que de repente quedan y uno teme, teme porque también no quiere pasar por lo mismo, pero yo creo que este cabro chico, yo creo que ellos son valientes, van a la lucha y están con sus pensamientos totalmente claros”. Esta apreciación, señalada por una mayoría de participantes, indica una liberación emocional (Flam, 2007) de los mayores, al pensar que se puede desafiar el orden existente, cuando históricamente habían vivido la represión o evitado el conflicto, sobre todo en los estratos bajos y medios.
Desde el estrato alto, si bien se señala la falta de respeto de los jóvenes y que “ya no obedecen a nadie”, con susto de cómo evolucionará la situación (los grupos en Santiago fueron realizados tres semanas después del estallido en una capital aún convulsionada), un gerente afirma, sin embargo, que nos “han revolucionado a todos nosotros, a los viejos, a la gente no tan vieja, a él, a todo el mundo”. Muchos participantes repiten que este joven, ahora protagonista de las protestas, “la tiene clara”, muy lejos de la visión de apatía o de falta de educación que acarreaba la misma viñeta antes del estallido, asumiendo que en realidad los jóvenes son críticos, informados y con convicciones políticas.
A dos meses del inicio de la pandemia, entrevistamos a las mismas personas en Santiago y Puerto Montt, usando de nuevo la viñeta del joven. Una vez más, la percepción de ese personaje del entorno urbano cambia fuertemente, siendo relegado de vuelta a la “normalidad” anterior al estallido y a la falta de esperanzas. En efecto, con la pandemia y la movilización nacional truncada, la figura del joven urbano es analizada con desazón. La mayor parte de las descripciones lo vuelve a ubicar en la pobreza, por la pérdida de empleo de sus familiares. Se señala repetidamente que con seguridad no tiene clases en línea y que ha perdido el año escolar. Un microemprendedor de frutos secos de Puerto Montt dice: “Yo pienso (…) como que lo ha afectado (…) que ha perdido clases, que no ha podido ir a su empleo, aunque sea informal y que han bajado sus ingresos, en eso él siente que lo ha afectado, a lo mejor tiene que estar cuidando más a su familia o a sus seres queridos que son mayores y por eso y también como por las restricciones que hay, ha tenido que dejar de salir de su casa a trabajar o a estudiar”. Una ejecutiva de banco de estrato medio cierra: “O sea, en resumidas cuentas, él lo está pasando horrible”.
Los participantes están divididos respecto de si el joven ha mantenido su capacidad de protestar. Como señala un ingeniero de estrato alto: “Está mal, Jonathan está hasta posiblemente infectado sin saberlo o está en su casa o está viendo cómo vive con su canasta del gobierno, o está en las calles protestando porque su familia no tiene para comer”. Un arquitecto de estrato alto agrega: “No creo que esté protestando. Creo que está haciendo esfuerzos para traer algo de plata para su familia, para él, y buscando de igual forma con cuarentena o sin cuarentena dónde generar dinero”.
Como se aprecia en la frase anterior, aparece en el contexto de pandemia un elemento nuevo: en general, los participantes describen la vivencia del joven en la crisis sanitaria y social como estrechamente vinculada a su núcleo familiar como comunidad más próxima. No fue el caso de los discursos de antes y durante el estallido, donde se señalaba su pertenencia a un sector marginal, pero a la vez se subrayaba que se diferenciaba del mismo por su violencia o su valentía, según la mirada de los participantes. En el contexto posterior de crisis sanitaria y social, el rol del joven está anclado al bienestar económico, emocional y de salud de la familia. Una dueña de casa de un grupo de estrato medio señala: “Pero él sabe en su interior que le va a costar el doble y va a tener que buscar nuevas herramientas e inclusive a lo mejor dejar de estudiar. ¡Imagínese! Vamos más al extremo, porque va a tener que ayudar a su familia y si no, trabajar el doble porque la familia lo necesita”.
Si bien no es el aspecto central del discurso de los participantes, aparece con la crisis sanitaria una nueva arista en torno al joven urbano, que dice relación con la probable inmadurez en su comportamiento al reunirse con amigos o ir a fiestas. Se nota un claro cambio de protagonismo, aunque la mayor parte de los participantes describen al joven en la pandemia como espectador y víctima de la agudización de las desigualdades en el contexto de la crisis sanitaria. Una dueña de casa de un grupo de estrato bajo dice: “Ya no puede luchar solo con el coronavirus y seguramente ha estado viendo cómo sus padres también están siendo afectados; entonces también está teniendo en este momento temor. (…) Yo me acuerdo de la conversación anterior de él, igual tiene cierto sentido de responsabilidad, un sentido de responsabilidad social y por lo tanto con la familia también”. En ese sentido y al contrario de lo que se señalaba durante el estallido, al ser espectador no tiene capacidad de acción, pues se encuentra atado a las circunstancias y no le queda más que cumplir la norma. Sin embargo, los participantes mantienen la opinión de que el joven urbano se hace una idea crítica de lo observado a nivel racional y emocional, ya que tendría una predisposición particular para notar cómo se vive la pandemia a nivel distributivo y político. Una dueña de casa de un grupo de estrato medio lo lamenta: “Me da mucha pena los jóvenes que, en ese momento, pensaban que iban a solucionar un montón de cosas, cuando lo conversamos (…) en noviembre y hoy día, digamos, siento que es como volver a cero, o sea no teniendo nada y más encima mostrando más todavía la evidente situación económica y social que hay en este país”.
Luego de haber sido elevado al nivel de un héroe popular en los estratos medios y bajos, o como personaje incluso de temer en los sectores altos, ahora el joven urbano es regresado a su edad e infantilizado. Con la pandemia es visto como un niño enojado, según lo expresado por un cirujano-dentista de Puerto Montt: “Debe ser un niño que tiene rabia, que tiene como un dolor con la sociedad”. Una dueña de casa del grupo de estrato bajo puntualiza: “Estamos hablando de Byron, que es un niño, ante todo, a pesar de que él anteriormente, decíamos que él igual participaba en las protestas y todo…”. Una arquitecta de estrato alto recalca en tono maternal: “Al final es un niño chico y no sé, con poco miedo yo creo, como que no le ha tomado tanto el peso a lo que está pasando, eso creo yo”.
La evolución de la representación de los jóvenes es característica de una situación de crisis sociopolítica en que las percepciones se desarrollan al mismo tiempo que acontecimientos aparentemente incontrolables. En el estallido, el joven urbano genera un remezón emocional y cognitivo, cambia la dirección de la brújula moral y es percibido como el precursor de un cambio en los criterios de justicia social. Pasa del “flaite” marginal al héroe popular, pero la posibilidad de cambio impulsada por los jóvenes en el 2019 se ve fuertemente truncada producto de la pandemia. En dicho escenario, las prioridades se modifican y es recurrente en los últimos grupos focales un deseo de retornar pronto a la normalidad, transitando de la “vida digna” a la “vida segura”, donde el joven manifestante, sin miedo ahora, retorna a su lugar en un mundo real de necesidades, obligaciones y escasez económica, aunque sin haber perdido su sentido crítico y capacidad de movilización en una crisis inacabada.
Agradecimientos
Proyecto Fondecyt Regular 1190436 y Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, coes (anid/fondap/15130009).
Duarte, C. (2015). “Estudios juveniles en Chile: ‘devenir de una traslación ’”. En P. Cottet (ed.) Juventudes: metáforas del Chile contemporáneo. Santiago: ril Editores, 23-46.
Flam, H. (2007). “Emotions Map: A Research Agenda”. En H. Flam, y D. King (eds.) Emotions and Social Movements. Nueva York: Routledge, 29-50.
Jordana, C. (2018). Les mots des inégalités. Représentations et stéréotypes des classes sociales à Santiago du Chili. Paris: ehess (tesis doctoral).
Mac-Clure, Ó., Barozet, E., Barozet, E., Ayala, M. C., Moya, M. C., y Valenzuela, A. M. (2019). “Encontrar la posición de uno mismo en la sociedad: una encuesta basada en viñetas”. Revista Brasileira de Ciencias Sociais 34(99).
Tilly, C. (1998). La desigualdad persistente. Buenos Aires: Manantial.
Zarzuri, R., y Ganter, R. (2018). “Giro cultural y estudios de juventud en el Chile contemporáneo: crisis de hegemonía, mediaciones y desafíos de una propuesta”. Última Década 26(50): 61-88.
Material web adicional
“Escuchando a los chilenos en la pandemia: ¿Qué pasó con las emociones que emergieron el 18/O?”, Óscar Mac-Clure, Emmanuelle Barozet y José Conejeros, CIPER 17 de agosto de 2020. Esta columna ha sido replicada en inglés y portugués en openDemocracy, 7 de septiembre de 2020.
“Las clases sociales en Chile y su rol en la doble crisis del estallido del 18/O y la pandemia”, Emmanuelle Barozet, La Diaria-Transnational Institute, Uruguay, 03 de agosto de 2020.
“Escuchando a los chilenos en medio del estallido: liberación emocional, reflexividad y el regreso de la palabra “pueblo””, Óscar Mac-Clure, Emmanuelle Barozet, José Conejeros y Claudia Jornada, en CIPER, 2 de marzo de 2020
[1] Más detalles sobre la metodología de investigación en Mac-Clure et al., 2019.
[2] Entre las demás viñetas incluidas en la metodología, generó amplio diálogo una figura femenina de estrato bajo, trabajadora de casa particular.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Observatorio del Gasto Fiscal y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.