Todo lo que siempre quiso saber sobre el TPP-11 (pero nunca se atrevió a preguntar)
26.01.2021
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26.01.2021
¿Por qué hay sectores que quieren aprobar con urgencia el TPP-11? ¿Qué pasa si se aprueba antes de la nueva Constitución? En esta columna de opinión, el economista José Gabriel Palma responde estas preguntas. Disfrazado de acuerdo comercial, dice Palma, el tratado en realidad busca proteger a las grandes corporaciones de eventuales reformas contrarias a sus intereses. Por eso, sostiene que aprobarlo ahora sería como poner una camisa de fuerza al debate constitucional para asegurar que las cosas se sigan haciendo como conviene a las corporaciones: “No solo sería una burla al proceso constituyente, sino también un insulto a la democracia. Es construir un país ingobernable, donde todos vamos a salir perdiendo”.
Créditos foto de portada: Migrar Photo
Pocos temas han generado tanta controversia desde el retorno a la democracia como el TPP-11. La razón es simple: expone el problema cardinal de las políticas públicas: ¿cómo sincronizar dos lógicas distintas, la del desarrollo nacional y la del capital globalizado (nacional y extranjero)? La hipótesis de trabajo desde el ’73, tanto en dictadura como en democracia, es que ambas lógicas son indistinguibles. Si uno todavía cree eso, a pesar de toda la evidencia en contra, entonces (fuera del tema de la soberanía nacional) el TPP-11 no es mayor problema; sino, el asunto es más complejo.
En relación con el cobre, por ejemplo, el supuesto desde las reformas ha sido muy simple: ¿para qué cobrarles royalty a las mineras cuando lo mejor que ellas pueden hacer por el bien común es seguir ganado plata a destajo? Si hasta Codelco, una empresa pública, financia al Consejo Minero desde su creación en 1998, el cual reúne a las grandes corporaciones mineras privadas, y es el principal lobista contra un royalty de verdad… Como decía García Márquez, para realismo mágico en América Latina basta con mirar alrededor.
Poco importa que durante el (mal llamado) “súper-ciclo” las corporaciones del cobre repatriaron utilidades (en moneda constante) más que todo lo que costó el Plan Marshall de la posguerra (1); o más que todos los ahorros provisionales que tenían antes del retiro del 10% los más de 10 millones de chilenos forzados a cotizar en las AFPs (2).
Y se llevan eso por molestarse en hacer cosas como el concentrado de cobre, un mineral con un contenido de apenas un 30% de metal, resultado de una flotación rudimentaria del mineral bruto pulverizado. Y de paso, el equivalente al 70% de los barcos que salen con ese mineral (más de mil) sólo llevan basura (escoria de mineral), generando en su transporte una de las mayores contaminaciones ambientales perfectamente evitables del mundo (3). Eso también transforma a dicha basura (escoria) como nuestro principal producto de exportación por volumen. ¡Qué mejor reflejo de aquello en lo que se transformó nuestro “modelo”!
Como durante el “super-ciclo” se hizo tan aberrante lo que se llevaban las mineras, no quedó otra que pretender colocar un royalty; pero se colocó un royalty sólo para seguir sin royalty… Recolecta menos del 1% de las ventas del cobre, pero como se dieron a cambio granjerías fiscales para compensar eso, la recaudación neta terminó en algo no significativamente distinto de cero. Todos felices, menos el desarrollo y bienestar nacional.
Como cada día es más evidente que las lógicas del desarrollo nacional y la del capital globalizado son esencialmente diferentes (4), las grandes corporaciones nacionales y extranjeras, y sus devotos, ahora buscan en el TPP-11 un seguro (tipo credit default swap) para que en la creciente disyuntiva entre ambas lógicas, sea la del capital globalizado la que prevalezca. ¡De eso se trata el TPP-11! En el caso del cobre, es que nunca se pueda implementar un royalty de verdad o, para ser más preciso, que, si se hace, hay que devolverlo entero como compensación.
Esto significa que, como la necesidad de un replanteamiento del modelo comienza a tomar tanta fuerza en el “sentido común” de la gente (el 80% del plebiscito indica eso), el TPP-11, como la caballería en un buen western, llega al rescate del interés corporativo que quiere más de lo mismo.
No puede quedar más en evidencia que el leitmotiv del tratado es forzar ese “más de lo mismo”, ya que en lo fundamental lo único que hace es penalizar de sobremanera el cambio; busca extender la esperanza de vida a lo viejo, a lo que ya se desvanece por su ineficiencia y falta de legitimidad. También dificulta que lo nuevo adquiera credibilidad, pues complica de sobremanera su implementación. Y ahí, en ese interregno donde lo viejo (por mucho que lo apuntale el TPP-11) igual se desvanece, pero lo nuevo no logra nacer ―interregno que he llamado nuestro “Momento Gramsciano” (5) ―, nos seguimos hundiendo en el pantano.
Por eso, especialmente si el tratado y sus camisas de fuerza se aprueban antes de la nueva Constitución, no solo sería una burla al proceso constituyente, sino también un insulto a la democracia. Es construir un país ingobernable, donde todos vamos a salir perdiendo.
Si el tratado y sus camisas de fuerza se aprueban antes de la nueva Constitución, no solo sería una burla al proceso constituyente, sino también un insulto a la democracia. Es construir un país ingobernable, donde todos vamos a salir perdiendo
Pero, poco parece importarle eso a una oligarquía (económica y política) atrincherada en lo viejo; como su exit strategy, de necesitarla, ya está muy bien planeada en paraísos fiscales, departamentos en Palm Beach y la diversificación geográfica de sus inversiones, ahora puede gritarle al viento desde el acantilado, a lo Luis XV, “después de mi, el diluvio” (6).
Cómo explicarle a una elite capitalista ―cuya tajada del león (por recolectar la fruta que está al alcance de la mano) depende de no entender―, que lo nuevo tampoco es tan terrible. Lo único es que tendría que vivir de utilidades operativas (en lugar de rentas) y por hacer algo socialmente útil (en lugar de actividades como especular, depredar y apropiarse de las rentas de los recursos naturales), para lo cual va a tener que invertir una proporción elevada de su tajada en la nueva torta. En otras partes del mundo, especialmente en algunos países del Asia emergente, como en Corea y Taiwán, pasa eso, y se generan juegos cooperativos entre Estado, elite capitalista, burócratas y trabajadores (en lugar de nuestros juegos más bien tipo suma-cero).
O explíquele eso al político o economista “renovado”, que cree que ya su única misión en la vida es buscar reconocimiento por lo que hizo en el pasado; o al burócrata que negocia el TPP tomando en cuenta que en nuestro entorno iberoamericano es fundamental saber cuál es su lugar.
Como quizás diría Vargas Llosa, con esa trilogía ―una elite que prefiere vivir del valor creado por otros, políticos y economistas pegados en el pasado, y burócratas sonámbulos― se jodió Chile.
Tampoco ayuda que tanto político e intelectual de izquierda crea y predique (a lo “nueva” social democracia europea) que la salida va solo por el lado de transformar la agenda social, pues meterse en la económica es demasiado esfuerzo (podría complicar el tweet).
Como nos decía Hirschman, mientras más tiempo se insista en una política ya obsoleta (en el “más de lo mismo”, que hace mucho tiempo dio lo que podía dar y luego se transformó en contraproducente), es más probable que se dé lo que él llama “efecto rebote”. Del “más de lo mismo” al “más de lo contrario”.
¿Por qué será que en cuanto a lo ideológico, y tanto más, en la tradición iberoamericana manda la inercia? Manda esa propiedad que poseen los cuerpos de oponerse a un cambio de su estado de reposo o movimiento en el que se encuentran; en nuestro caso, el del reposo, en el del Asia emergente, en el del movimiento. Y todo indica que en nuestra América solo podemos lograr el cambio ―esto es, vencer la resistencia ofrecida por el status quo a la alteración de su estado en reposo― si estallamos y nos damos una vuelta “en U” para buscar lo opuesto, multiplicando todo por “menos 1”. Transformando eternamente lo que era “virtud” en “vicio” y “vicio” en “virtud”. Y todo indica que de seguir postergando el cambio vamos para allá, a seguir de opuesto en opuesto. Con una imaginación social tan pobre, no solo se corroe nuestra economía, sino también nuestra democracia.
Quizás lo único que habría que agregar a lo anterior para explicar lo que es el TPP-11, es que en esto (como en casi todo lo que pasa en Chile) hay también un problema generacional: existe toda una generación de empresarios, políticos, economistas y burócratas (los “duros para jubilar”) que hacen todo lo posible por evitar que una nueva generación les demuestre que era perfectamente factible hacer todo aquello que ellos se pasaron la vida insistiendo en que era “impensable”. No hay cosa que el pasado de moda odie más que ser expuesto en su intranscendencia. Este fue uno de los mayores impactos del debate sobre el retiro del primer 10%.
Lo que define este tratado es que lo comercial no es más que la vitrina, el envoltorio o carnada, para hacer que todo lo que viene disimulado adentro (obstáculos al cambio) sea vendible ―de hecho, hasta en número de páginas solo una parte pequeña del largo texto del tratado se refiere al comercio (7). Esto es especialmente relevante para Chile, país que ya tiene tratados comerciales con los otros 10 países del acuerdo (y también con Estados Unidos, en caso de que Biden retorne al TPP-11).
Lo que es relevante para Chile en el TPP-11 son otros asuntos. Aquí van cinco:
1)El primero, y algo cuya única explicación es “y qué tanto, si ya lo hacemos”, es que este tratado cede soberanía por secretaría, pues generaliza el tener que aceptar que los litigios entre corporaciones (extranjeras y chilenas) y el Estado salgan de las cortes profesionales del país y se trasladen a cortes de fantasía [ISDS], donde los abogados de corporaciones son jueces y partes en ellos (Capítulo 28). Incluso, Jacinda Ardern, luego de referirse a estas cortes en la forma más derogatoria posible (usando jerga nueva-zelandesa las llamo “a dog”) (8), al firmar el tratado dijo tajantemente: «Estamos trazando una línea en la arena —no firmaremos ningún acuerdo futuro que contenga estas cláusulas [ISDS]» (9). Además, ya está renegociando esa parte del tratado en forma bilateral con algunos países miembros.
Algo que poco se menciona es que las corporaciones que más salen ganando con el TPP-11 y las ISDS (pero han estado calladitas en todo el debate) son las corporaciones chilenas “internacionalizadas”, pues ellas van a poder demandar al Estado chileno en estas cortes por asuntos de política y regulación doméstica.
2) Lo siguiente es que el TPP-11 agrega a nuestros tratados comerciales ya existentes un capítulo (muy controversial) sobre comercio electrónico (Capítulo 14).
Este tratado cede soberanía por secretaría, pues generaliza el tener que aceptar que los litigios entre corporaciones y el Estado salgan de las cortes del país y se trasladen a cortes de fantasía
3) También hace lo mismo con cláusulas nuevas que restringen los requerimientos indirectos de contenido local (Capítulo 3).
4) El cuarto es que restringe las actividades de las empresas públicas (Capítulo 17). Se podrán crear, pero no pueden competir con las privadas, las que son tan delicadas que (a diferencia de la pymes) hay que darles todo tipo de protección. Estos tres últimos aspectos del tratado no estaban ni siquiera incluidos en el ya limitante tratado comercial con Estados Unidos.
5) El quinto está dirigido a restringir aun más el rol del sector público en la vida económica. Y lo poco que se mejoró esto en la renegociación del tratado después de la salida de Estados Unidos (sólo 22 de las más de mil provisiones del tratado pudieron ser mejoradas), igual quedó en la versión final del tratado, pues dichas cláusulas solo fueron “suspendidas” hasta nuevo aviso. Esto es, se pueden reintegrar en cualquier minuto y sin necesidad de renegociación. Eso es como dejar un jugador en la banca, quien puede entrar a la cancha en cualquier minuto.
En este sentido, y como se ha insistido, “la estructura reglamentaria del TPP-11 coincide con las actuales leyes estadounidenses” (10). El TPP-11 se trata de eso: de que el resto del mundo también tiene que ajustarse ―de facto y de jure― a los caprichos de quienes tengan capturada a la clase política de ese país. La mayor diferencia entre republicanos y demócratas es que en el caso de los primeros son las industrias viejas y contaminadoras del pasado (como el carbón, petróleo y plantas nucleares), mientras que para los últimos son las finanzas y el Silicon Valley.
Este tratado le da a las multinacionales el “derecho” a demandar a los estados por el “costo moral” que les podría significar haber tenido que demandarlos. Hasta Ionesco debe sentirse reivindicado en su tumba (el teatro del absurdo en un mundo que ya no tiene significados).
Para la mayor parte de la prensa internacional todo esto es obvio. Para el New York Times, por ejemplo, “la prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses corporativos, y no el promover el libre comercio, la competencia, o lo que beneficia a los consumidores” (11). El Financial Times, por su parte, desnuda la razón real por la que Estados Unidos inventó esto: “El TPP excluye China. Tamaña omisión. Eso es precisamente su razón de ser” (12). The Economists confirma este punto y agrega que en lo comercial “… [The] opening up Japan as the big prize” (13). Esta es pelea de perros grandes. A nadie le importa los intereses de los chihuahuas.
También, para economistas como Stiglitz, tratados como el TPP-11 exageran de sobremanera los beneficios comerciales (14).
En Chile hay tres bandos en el TPP: el empresariado junto el gobierno, la derecha y sus infaltables aliados en la centro- “izquierda”; un gran grupo heterogéneo de organizaciones y personas tratando de evitarlo y, por último, un grupo de parlamentarios, políticos y economistas “progresistas” que ahora miran con “cara de yo no fui” (como diría Rubén Blades).
Los primeros son los mismos del “rechazo” y que ahora quieren ganar por secretaría: usar el TPP-11 para amarrar de facto la nueva Constitución a las peores prácticas de la Constitución de Pinochet. Ya intentaron hacerlo forzando la “discusión inmediata” en el Senado, pues, para que la trampa funcione mejor, el TPP-11 debe ser aprobado antes que la nueva Constitución. Así (diga lo que diga), ésta quedaría sujeta a las normas y jurisprudencia del TPP.
Los que se oponen al tratado insisten en que dar esos ‘derechos’ (…) sería incluso un retroceso al oscurantismo neoliberal en el que estamos empantanados. Y que dichos ‘derechos’ no tienen nada que ver con el capitalismo, ni con el sano funcionamiento de mercados competitivos
¿Por qué les costará tanto transparentar el TPP-11? Será porque quedaría en evidencia que de lo que realmente se trata es de reducir substancialmente el rango de maniobra de los gobiernos (el policy space) en una amplia gama de materias, y así dificultar al extremo que se busque ―como en tantos países del Asia emergente― nuevas formas de autonomía nacional y estrategias alternativas de desarrollo.
Por su parte, los que se oponen al tratado insisten en que dar esos “derechos”, los cuales ni siquiera estaban en la Constitución antidiluviana de Pinochet, sería incluso un retroceso al oscurantismo neo-liberal en el que estamos empantanados. Y que dichos “derechos” no tienen nada que ver con el capitalismo, ni con el sano funcionamiento de mercados competitivos. Además, que contradicen la teoría económica que los sustenta, como la necesidad de tener el mayor espacio posible de maniobra para hacer política económica y regulatoria, y así poder enfrentar las innumerables fallas de mercados, las “manías perpetuas” de los mercados financieros internacionales (15), las crisis económicas, el cambio tecnológico, etc. Lo fundamental para el desarrollo es tener (y usar) dicha flexibilidad para poder moverse en ese espacio sin tener que pedirle permiso a nadie, y sin tener que pagarle compensación a nadie.
Entre los “derechos” que adquieren las corporaciones con el TPP-11 resalta la defensa a la así llamada “expropiación indirecta”: cualquier cambio (por lógico, necesario y democrático que sea) que pudiese afectar “las expectativas razonables de retorno a la inversión corporativa” (16). De pasar eso, hay pagar compensación.
Por supuesto: qué son las “expectativas razonables” lo definen las corporaciones y sus abogados y lobistas, quienes no solo escribieron los borradores de los capítulos cruciales del tratado (cosa que nuestros burócratas niegan mintiendo) (17), sino que también van a poder actuar como jueces y partes en las cortes de entelequia. Y solo las corporaciones pueden demandar a los estados, pero no al revés, por desastroso que sea el actuar de las corporaciones.
También se insiste en un concepto de propiedad intelectual ya obsoleto, pues se ha transformado en un obstáculo ―en lugar de un incentivo― a la creación de conocimiento (18).
A su vez, el actual gobierno se niega a firmar el Acuerdo de Escazú (protección del medio ambiente) por “soberanía”, pero no tiene problema para aprobar el TPP-11, el cual ciertamente hace eso en una gama muy amplia de materias.
Además, el tratado vulnera los derechos de los pueblos ancestrales (¡qué novedad!); tampoco garantiza el acceso a semillas a los pequeños agricultores; impacta en el precio de los remedios; restringe la regulación financiera y la de los derechos laborales, pues el tratado solo reconoce cinco, entre los cuales no están el de huelga, indemnización, vacaciones pagadas y el pre y posnatal.
Y los “derechos” corporativos se dan sin ninguna obligación recíproca. En lo del resguardo al medioambiente, por ejemplo, solo se “alienta” a las corporaciones “a que adopten voluntariamente su responsabilidad social en dicho aspecto” (artículo 201.10) y a que adopten el uso de mecanismos “flexibles y voluntarios para proteger los recursos naturales y el medio ambiente en su territorio” (201.11). Eso sería todo.
Y si bien se podrán crear empresas públicas, se restringe enormemente su funcionamiento, pues no se les vaya a ocurrir competir con las corporaciones privadas y así exponer sus ineficiencias y rentismo.
Como ya decíamos, si se aprueba el TPP-11 en el período entre el plebiscito (y su 80% por el cambio) y la aprobación de la nueva Constitución, sería el peor insulto posible a la democracia, pues el 20%, con Allmand a la cabeza (y con la misma cara de rabia que tenía la noche del plebiscito cuando entraba a La Moneda), se reiría del 80% que pidió cambio constitucional (19). Con el TPP-11 lo deprivaría de facto a tenerlo.
Ese es todo el apuro: si se firma antes, el TPP manda; si se firma después (ojalá que tampoco se haga entonces), al menos sería la nueva Constitución la que manda.
De recuperarse las cuotas pesqueras regaladas a perpetuidad, y en forma corrupta, por los mismos que hoy quieren aprobar el TPP-11 (dime con quien andas TPP y te diré quien eres…) después de aprobar el TPP-11 pero antes de la nueva Constitución, habría que pagar miles de millones de dólares por recuperar lo que se llevaron gratis. Pero si la nueva Constitución deja en claro que lo actual es inconstitucional antes que se apruebe el TPP-11, las pesqueras no podrían argumentar que dicho cambio afecta sus “expectativas razonable” de retorno a su inversión, pues sus expectativas ya tendrían que ser otras.
Un problema inmediato que nos pondría el TPP-11 es que obstaculizaría lo más urgente que tenemos por delante: reestructurar para reactivar (20). Como es la defensa de lo viejo, lo tecnológicamente atrasado, lo contaminante, lo puramente especulativo, lo depredador y lo que vive de extraer el valor creado por otros y de la expropiación gratuita de la renta de los recursos naturales ―esto es, de todo lo que forma parte de un modelo ya agotado e incapaz de generar crecimiento de la productividad―, obstaculiza lo más necesario para reactivar la economía: la búsqueda de nuevos motores del crecimiento de la productividad, como la industrialización de las materias primas y el green new deal (el transformar lo verde en eso, vía convertir la agricultura en orgánica y la generación de energía en algo limpio y sustentable). Esto es, ¡el TPP-11 llegaría en el peor momento posible!
En especial para Chile, lo comercial en el TPP-11 no es más que una cortina de humo para aprobar otras cosas. Tampoco intenta armonizar políticas e instituciones entre sus miembros, sino que rigidiza las diferencias, lo cual es la antítesis de cualquier tratado comercial.
Quizás lo que más nos diferencia con el Asia emergente es que allá las tensiones entre la lógica del desarrollo nacional y la del capital globalizado normalmente se resuelven “avanzando”, mientras que acá la mayor parte de la energía se desperdicia tratando de parar el tiempo. Y así nos queda bien poco para movernos hacia adelante.
¿Estamos realmente dispuestos a rigidizarnos como país en el pantano en el que estamos con esta nueva camisa de fuerza, el TPP-11, el cual no es más que “el put” de las multinacionales? ¿Y a hacer de la nueva Constitución una farsa en tantas materias y de esta manera seguir construyendo un país atrasado e ingobernable? Y solo para que pueda continuar ese tipo específico de “libre”-mercado (libre para extraer el valor generado por otros), al cual el Papa Francisco llama “el estiércol del diablo”, “una dictadura sutil” y que “además saquea a la naturaleza”. Esto “… resulta de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera… Así se establece una nueva forma de tiranía…” (21).
En contraste absoluto al TPP-11 y la actual Constitución de Pinochet, nuestra nueva Constitución tiene que ser lo que yo llamo “habilitadora” (22). Esto es, que no se case con ningún «modelo» específico de desarrollo, por seductor que este pudiese ser, sino que cree espacios para que dentro de ella se pueda implementar una amplia gama de posibles estrategias de desarrollo.
Sería también una que se adecua a todos los principios económicos existentes, incluso a los de la teoría económica neoclásica, la que en teoría (pero ciertamente no en la práctica, pues se confunden medios con fines) inspira a aquellos que defienden el modelo económico actual. Aquella que demuestra que en el mundo real lo que uno verdaderamente necesita es espacio de maniobra. Si hasta las medidas tomadas para paliar la pandemia, tanto por el gobierno (congelar las tarifas de electricidad) como por el parlamento (el retiro del 10%), nos hubiesen dejado expuestos a compensaciones millonarias. Para qué decir si se reduce la jornada de trabajo, sube el salario mínimo, la reforma de pensiones, tributaria y tanto más.
Hasta las medidas tomadas para paliar la pandemia, tanto por el gobierno (congelar las tarifas de electricidad) como por el parlamento (el retiro del 10%), nos hubiesen dejado expuestos a compensaciones millonarias. Para qué decir si se reduce la jornada de trabajo, sube el salario mínimo, la reforma de pensiones, tributaria ¡y tanto más!
Lo que sí la nueva Constitución debería hacer inconstitucional son tratados como el TPP-11, pues impone rigideces artificiales a nuestra vida económica que son antidemocráticas (obstaculizan a futuras mayorías a llevar a cabo sus programas) y saca los conflictos que involucren al Estado de las cortes profesionales chilenas.
Podría alguien explicarle a los del Rechazo, incluida nuestra elite, sus devotos y los burócratas involucrados en las negociaciones del TPP-11, que para un país como Chile la libertad es la búsqueda de autonomía (lo cual es tan cierto para una nación como a nivel individual). Y que también por eso (aunque no solo por eso), la nueva Constitución debe dar el derecho de que todas las personas tengan al menos el ingreso suficiente como para salir de la pobreza; algo que para una economía con un ingreso promedio de US$15 mil es muy barato (algunas estimaciones lo ponen en menos de 2% del PIB).
Como en tantas otras ocasiones, Freud nos ayuda a entender el problema de fondo del TPP-11: “Es innegable que nuestra civilización contemporánea favorece al extremo la producción de hipocresía. Uno podría aventurarse a decir que ella se construye sobre tal hipocresía…”. Si Estados Unidos hubiese tenido antes de la pandemia el nivel de desigualdad que tenía cuando Reagan fue electo presidente (que ni siquiera era tan bueno…), el 1% más rico hubiera ganado US$ 2 billones menos de lo que ganaba (¡una cifra mayor que el PIB de Brasil!). Mientras que, si en ese momento hubiese tenido la misma inversión como porcentaje del PIB que cuando Reagan fue electo, sus corporaciones, hoy básicamente rentistas, invertirían más de US$ 1 billón por año por sobre lo poco que hacían. Con razón ese tipo de corporación ahora exige que entuertos como el TPP las protejan. ¿Capitalismo? ¡De qué capitalismo me hablan!
El problema fundamental del actual modelo neoliberal, ya en su etapa senil, es que no hay muchas formas de remodelar la estructura de un “sistema” con tan poca entropía, pues hay pocas formas de rediseñar su estructura (para así poder avanzar en el tiempo) si uno no puede cambiar sus fundamentos: que los que están en la cima continúen apropiándose de una parte tan grotesca de la renta y de la riqueza por hacer el tipo de cosas que hacen, dándole además un destino poco productivo a ese ingreso, y todo eso en democracia. Es inevitable que requiera de andamiajes como el TPP-11 para seguir en pie.
(10) Ver el siguiente enlace..
(11) New York Times, 25 de marzo del 2015. «Trans-Pacific Partnership Seen as Door for Foreign Suits Against U.S.».
(12) Financial Times. «Round two in America’s battle for Asian influence».
(13) The Economist, 13 de noviembre del 2014. «America’s big bet».
(16) Ver el siguiente enlace..
(17) CIPER Chile, 12 de agosto del 2019. «Experto negociador contratado por el gobierno reconoció que texto del TPP fue dictado por transnacionales».
(18) Ver el siguiente enlace..
(19) El Mostrador, 12 de enero del 2021. «Las hipocresías del TPP-11».
(20) Ver el siguiente enlace..
(21) El Economista, 10 de agosto del 2015. «EUA pudiera representar un público difícil para el Papa Francisco».
(22) El Mostrador, 23 de octubre del 2020. «Por una Constitución “habilitadora” en lo económico».