CIPER ACADÉMICO / RESEÑAS
Política maquiavélica para nuestro tiempo
23.01.2021
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CIPER ACADÉMICO / RESEÑAS
23.01.2021
Se lee a Maquiavelo “cuando la zozobra parece inevitable”, escribe el historiador Patrick Boucheron en su último libro. En esta atenta lectura, la politóloga Camila Vergara argumenta por qué el realismo, la irreverencia y el compromiso de Maquiavelo con la libertad del pueblo pueden llevarnos a un puerto seguro.
Aunque 2020 seguro se sintió apocalíptico, es razonable pensar que aún no hemos tocado fondo. La amenaza de desastres climáticos y guerras por recursos naturales, la construcción de murallas y campos de refugiados, la riqueza exorbitante que poderosos oligarcas acumulan diariamente junto a la pobreza y la precariedad de la mayoría, no desaparecerán con vacunas o nuevos presidentes. En medio de todo esto, no es de extrañar que Nicolás Maquiavelo haya vuelto a nuestra lista de lectura. En su nueva biografía del secretario florentino, Machiavelli: The Art of Teaching the People What to Fear (Maquiavelo: El arte de enseñarle al pueblo qué temer), el historiador francés Patrick Boucheron nos recuerda que siempre hay interés en Maquiavelo en tiempos turbulentos “porque él es un hombre que filosofa cuando hace mal tiempo. Si lo estamos leyendo hoy, significa que deberíamos estar preocupados. Ha vuelto: despierta”.
Nacido en 1469 en Florencia, Maquiavelo es una figura central en el canon occidental de la filosofía política. Aunque es más conocido en la imaginación popular como la mente maestra de El príncipe (1513), que muchos consideran una especie de guía práctica a la House of Cards para tomar y mantener el poder político, nos perdemos lo que es crucial en Maquiavelo cuando reducimos su pensamiento político a la tesis simplista de que el ‘fin justifica los medios’. No es este incomprendido consecuencialismo lo que es digno de mención en la filosofía de Maquiavelo; lo que realmente hace que su escritura sea tan radicalmente distintiva es su perspectiva materialista basada en la clase. Provenía de un hogar empobrecido y su filosofía trastocó las jerarquías naturalizadas y las ideas hegemónicas que las reproducen. John Adams lo describiría correctamente como el fundador de una “filosofía plebeya” que reunió fuertes argumentos para adoptar un control popular sobre el gobierno.
Aunque los Maquiavelo parecen haber tenido un pasado ilustre y el padre de Nicolás, Bernardo, se formó como abogado, las deudas heredadas excluyeron efectivamente a la familia de la riqueza, los privilegios y el poder político. Vivían en un palazzo deteriorado en la Via Romana y dependían principalmente de los rendimientos de su granja ubicada en las afueras de Florencia. Esta relativa privación material dejó una huella en el joven Nicolás, lo que anclaría su filosofía política en un punto de vista plebeyo, dando voz a los reclamos de quienes quieren vivir libres de la dominación oligárquica. En su carta de dedicación en El príncipe, Maquiavelo se describió a sí mismo como parte del pueblo, “un hombre de baja y humilde posición” que, dado su lugar “bajo en la llanura”, podía discernir claramente la naturaleza de los que están en lo “alto de las cimas de las montañas”.
A pesar de su modesta crianza, Maquiavelo recibió una buena educación y heredó, además de las deudas de su padre, su preciada biblioteca. Al crecer en una república oligárquica controlada por los Medici —financieros que poseían el banco más grande de Europa— descubrió que, para alguien como él, sin conexiones con la elite, la carrera en el sector público estaba clausurada. Pero cuando los Medici fueron expulsados del poder en 1494 después de perder la guerra contra el rey Carlos VIII de Francia, surgieron nuevas posibilidades. En 1498 Maquiavelo fue nombrado secretario del segundo canciller de Florencia, a cargo de las fuerzas militares de la república. Durante los catorce años que sirvió al estado florentino, escribió informes sobre asuntos exteriores y algo de poesía, viajó como enviado diplomático y estableció un ejército ciudadano para reemplazar un costoso y peligroso sistema de defensa que se basaba en soldados mercenarios pagados mediante préstamos de la oligarquía financiera. Pero su trayectoria política se acabó abruptamente cuando los Medici regresaron al poder en 1512. Maquiavelo fue destituido de su cargo, juzgado por conspiración, torturado, encarcelado y luego relegado a la vida privada en el campo, lo que le dio tiempo para escribir su más famosas y trascendentales obras —no sólo El príncipe, sino también los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1517) y El arte de la guerra (1519 )— desde el punto de vista de una praxis política forjada en tiempos convulsos.
Como parte de su visión de una historia consciente de sí misma y socialmente comprometida, Boucheron ofrece un Maquiavelo que es un “explorador”: alguien capaz de pensar desde un territorio desconocido y peligroso y, por lo tanto, alguien que necesita ser leído “no en el presente sino en tiempo futuro”. El análisis prospectivo de Boucheron está anclado en el pasado, en sus estudios de la relación entre el poder político y las transformaciones urbanas en el Milán del medioevo, y apunta a ampliar los límites de la interpretación histórica.
En su libro anterior, Léonard et Machiavelli (2008), Boucheron combinó la historiografía y la literatura, imaginando un encuentro entre Leonardo de Vinci y Maquiavelo a partir de rastros escasos y fragmentarios de sus probables encuentros. En este nuevo libro también adopta un formato híbrido en un “intento de armonizar el estilo” con el “arte de pensar” de Maquiavelo, fusionando poesía y política. El resultado es una serie de íntimas fotos instantáneas de la vida y obra de Maquiavelo. No solo son estas imágenes precisas (aunque el libro no cita fuentes), sino también intrigantes y lúdicas. Cada uno de los treinta capítulos tiene solo tres páginas y viene emparejado con una imagen evocadora, desde retratos de Maquiavelo, Lorenzo de Medici y el fray Girolamo Savonarola, hasta una copia de la dedicatoria original de Maquiavelo en El príncipe y una imagen de su tumba en la Basílica de Santa Croce.
Publicada originalmente en francés, la introducción a la edición en inglés de The Art of Teaching the People What to Fear, escrita en junio de 2019 y para lectores en los Estados Unidos, comienza con el tema del miedo en la política y un número de la revista Time con Trump en la portada. Boucheron argumenta que Estados Unidos había entrado en un “momento maquiavélico” —“la comprensión naciente de la insuficiencia del ideal republicano”— como consecuencia de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y que hoy, bajo la “América Trumpista”, una fusión de política y ficción ha permitido perfeccionar las técnicas de dominación, estableciendo “un desprecio general por la ‘verdad real del asunto’”. Refiriéndose a 1984 de George Orwell, Boucheron ve a los Estados Unidos como capturado por una máquina de propaganda que ha socavado la realidad y el sentido común: “ese sexto sentido del que habló Maquiavelo, el conocimiento accesorio que la gente tiene de lo que los domina”. Dada la omnipresente falta de realismo en la política estadounidense actual, está claro que esta república le parecería a Maquiavelo un orden corrupto, no porque unos pocos poderosos rompan las reglas o porque una facción intente socavar la integridad de las elecciones, sino porque el pueblo ha sido “engañado o forzado a decretar su propia ruina”. Quizás entonces la parte más importante de la sabiduría de Maquiavelo para nuestro tiempo es que las repúblicas tienden a volverse oligárquicas, dando a los pocos poderosos control indirecto sobre el gobierno.
En los primeros cinco capítulos de su libro, Boucheron combina detalles biográficos y las diversas interpretaciones de la obra de Maquiavelo. Para ilustrar la amplia gama de interpretaciones y la animosidad general hacia las enseñanzas del secretario florentino, él hace referencia a la descripción tendenciosa de Maquiavelo que hace Émile Littré en el siglo XIX, como un autor que teoriza “la práctica de la violencia y la tiranía usada por los mezquinos tiranos de Italia” y como una figura que se refiere a “cualquier estadista que carezca de principios”. Boucheron también disipa una errada atribución: fue el jesuita Giovanni Botero y no Maquiavelo quien inventó el concepto de “razón de estado”, la idea de que el estado no tiene otra ley que la de la autoconservación. La sección termina con un capítulo crucial sobre la fuente del pensamiento materialista de Maquiavelo: el poema de seis libros De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas) del romano Lucrecio, que viene a romper el neoplatonismo al discutir un “mundo que no tiene creador, donde la naturaleza se reinventa constantemente así misma.” Al igual que el peligroso poema de Lucrecio “que desvía” y “descarrila al mundo y lo derriba de sus bisagras”, los libros de Maquiavelo son aliados en la revolución.
Una segunda sección analiza el encuentro de Maquiavelo con la realidad política en Florencia y su papel como diplomático. Boucheron sostiene que fue el fracaso del régimen del fray Savonarola contra la vanidad y el exceso lo que llevó a Maquiavelo a involucrarse con los temas del liderazgo, el uso de la fuerza y los estados de emergencia, “para así retomar el plan político en el punto donde [Savonarola] lo había dejado.” Durante su tiempo en la diplomacia, Maquiavelo “pudo observar, discutir y comparar” el funcionamiento interno del poder en diferentes estados, aprendiendo “acerca de la velocidad necesaria para tomar decisiones, el arte de sorprender al mundo que lo rodeaba y la crueldad requerida de un gobernante en la conducción de la política”. Debido a que “siempre se sentiría decepcionado por los estadistas que conoció”, estaba libre del embotamiento intelectual que es inevitable en aquellos que “se fascinan con una figura poderosa” y renuncian a su inteligencia. Lo más cerca que estuvo de respaldar a un líder fue con Cesare Borgia, hijo ilegítimo del Papa Alejandro VI y brillante comandante militar. Pero después de la muerte del Papa y el consecuente fracaso de Borgia para asegurar su control sobre la Romania, Maquiavelo lo pone como un ejemplo de la debilidad que les sobreviene a quienes dependen de los demás en lugar de sus propios recursos.
La caída de Maquiavelo y su obra más famosa, El príncipe, se analizan en la tercera sección. Para Boucheron, el elemento más revolucionario en la obra de Maquiavelo es su realismo, su compromiso con “describir con precisión cómo suceden las cosas y dejarles a otros la tarea de ‘redactar las consiguientes reglas de acción’”. Boucheron lee así El príncipe como un ejercicio de tipología en el que Maquiavelo clasifica los principados que han sido “conquistados, por la fuerza, por la astucia o por la suerte: aquellos principados, en efecto, que caen bajo el dominio de audaces héroes de la fortuna, nuevos príncipes”. En cuanto a las “reglas de acción” de Maquiavelo, escribe Boucheron, “no tienen otro fin que su utilidad: usarlas o no según la necesidad”. Por lo tanto, un nuevo príncipe, como un “virtuoso sin escrúpulos de su propia conservación”, siempre debe esperar “lo peor de aquellos a quienes gobierna”. Incluso un nuevo príncipe poderoso, respaldado por el apoyo del pueblo, no puede estar seguro; las conspiraciones y la traición vienen con el territorio. Para Maquiavelo, depender únicamente del amor de quienes te apoyan es una receta para el desastre.
La siguiente sección, “Política de la escritura”, parte desde trabajo político de Maquiavelo para luego centrarse en su vida privada y sus escritos teatrales. Por ejemplo, Boucheron ofrece un análisis de La mandrágora (1524), una obra en la que un plebeyo, Calimaco, con la ayuda de un fraile, seduce a Lucrecia, la joven esposa de Nicia, un noble senil. Para Boucheron, el drama es una alegoría política en la que los Medici le roban la libertad a una Florencia corrupta. Boucheron persigue aún más el tono picaresco y lúgubre de Maquiavelo siguiéndolo desde el escenario teatral hasta el burdel. Juzgando en silencio, empareja la correspondencia de Maquiavelo con su esposa, Marietta Corsini, con quien tuvo cinco hijos, con una carta a su amigo Luigi Guicciardini en la que describe “su ‘desesperado bache’ con una prostituta vieja y atrozmente fea”. Tratando de permanecer en un espacio indeterminado, Boucheron intenta trastocar su propio juicio reconociendo que “presentar obscenidad es hacer visible lo que normalmente ocurre fuera de la vista” y que esto significa ser “portador de malas noticias”. Esto convierte a Maquiavelo no solo en un “explorador” de territorios peligrosos, sino también en “un personaje desagradable” que rompe las nociones tradicionales de moralidad. Incluso si Boucheron parece incómodo con la deplorable conducta sexual del secretario florentino, elige quedarse en esta zona incómoda, negándose a huir de los rasgos repugnantes que acompañan al genio de Maquiavelo.
Dejando atrás la casa y el burdel, Boucheron dedica la siguiente sección, “Repúblicas de desacuerdo”, a un análisis de los Discursos sobre los primeros diez libros de Tito Livio y su “enérgico intento de derivar de los materiales de la historia un arte práctico de libertad”. Desde el punto de vista de la política democrática, esta es la sección más interesante de este breve libro. Boucheron describe la república como un gobierno que tiene en cuenta la opinión popular, develando a Maquiavelo como un partidario del pueblo. “El pueblo puede gobernar”, escribe Boucheron, porque «es capaz de verdad. La gente sabe lo que quiere o, más exactamente, sabe lo que no quiere: ser dominado. A través de este conocimiento, la gente llega a la verdad, que es la verdad de la dominación».
En este marco, las leyes favorables a la justicia no son el resultado de procedimientos legislativos adecuados, sino más bien el resultado del conflicto, producto de la resistencia del pueblo contra la dominación.
Al analizar la fuerza de las repúblicas, Boucheron hace una observación que parece crucial para comprender los regímenes populares contemporáneos que han caído o se han corrompido debido a su propia reacción a la conspiración y la rebelión. Si tomamos el caso de Hugo Chávez en Venezuela, quien fue elegido por una mayoría aplastante con una plataforma redistributiva, y quien sobrevivió a un golpe de estado oligárquico tres años en su presidencia, las ideas de Maquiavelo nos permiten comprender el proceso de acción y reacción política y sus efectos imprevistos en la fuerza relativa del régimen posterior al golpe. Pensando con Maquiavelo, Boucheron concluye que «los golpes fortalecen el estado que se supone que debe socavar. Y así… al hacerse más fuerte, el Estado se debilita… las conspiraciones dan al príncipe motivos para temer, y el miedo le da motivos para protegerse, y protegerse a sí mismo le da motivos para dañar a los demás, de lo que surge el odio y, con bastante frecuencia, la ruina del príncipe».
Profundizando en la relación entre violencia fundacional y política en el pensamiento de Maquiavelo, Boucheron afirma que “los golpes revelan lo que los estados normalmente mantienen oculto, que es su violencia constituyente”, y cuando esta violencia se ejerce y se expone, la fuerza del estado, paradójicamente, disminuye. Un golpe fallido obliga a un nuevo príncipe a fortalecerse y ejercer violencia preventiva; esta demostración de fuerza debilita inevitablemente los cimientos de cualquier buen régimen, incluso si esto asegura su supervivencia.
Aunque la violencia puede ser necesaria, esto no significa que Maquiavelo pensara que el fin justifica los medios. Como señala Boucheron, el secretario florentino nunca escribió esas palabras que lo hicieron tan infame. De hecho, respaldar este lema sería contrario a su filosofía política. Como dice Boucheron, debido a que la “filosofía de la necesidad de Maquiavelo se basa en el principio de la inestabilidad de los tiempos y la imprevisibilidad de la acción política”, el final no puede más que permanecer desconocido. Esta visión concuerda con el pensamiento de Maquiavelo, pero posiblemente lo que permanece desconocido no es el fin en sí mismo —entendido como la causa final de la acción política— sino más bien el éxito de la aventura. Maquiavelo afirma que el objetivo de un nuevo príncipe es sentar las bases republicanas que permitan a los plebeyos vivir en libertad, libres del dominio de la oligarquía. Solo un orden constitucional duradero justificaría medios ilegales y violentos. Sin embargo, dado que en el momento de la fundación no hay forma de saber si el nuevo orden podrá perdurar, la acción ilícita solo puede justificarse ex post facto, una vez transcurrido un tiempo considerable. No hay medios justificados e irreprochables en tiempo presente, solo los necesarios.
En la sección final de este retrato biográfico, Boucheron analiza los últimos años de Maquiavelo y lo describe como un “historiador público” a quien la academia Florentina le encargó que escribiera “la crónica oficial” de la ciudad-estado. Siguiendo su enfoque realista de la política, en su Historia de Florencia (publicada póstumamente en 1532), Maquiavelo describió no solo “el alcance total de la lucha, la discordia, la enemistad que se desarrolló en la política de su ciudad”, sino también la difícil situación de los plebeyos, haciendo visible lo que habitualmente se excluye de los registros oficiales. Al referirse a la revuelta de los ciompi (trabajadores de la lana), la que derrocó al gobierno en 1378 e instaló brevemente un régimen revolucionario plebeyo, Maquiavelo incluye un discurso de un obrero rebelde anónimo en el que afirma la igualdad radical entre nobles y plebeyos, “hechos por la naturaleza en la misma forma.” Presentado a tiempos como un explorador filosófico y un tipo desagradable, Maquiavelo ahora termina como historiador público, escribiendo una historia destinada a “dar igual dignidad a los ciompi y a los Medici, al darles audiencia a los que no tienen voz, al decir en términos claros que esto sucedió, esto fue posible”. Al documentar la insurrección popular y sus voces, al darle espacio en la historia oficial, Maquiavelo fue un pionero para los historiadores de la historia social que intentan capturar narrativas multifacéticas y democratizar el conocimiento al incorporar a la gente común a la trama principal de los registros históricos.
Maquiavelo murió repentinamente en 1527, aproximadamente un mes después de que Roma fuera saqueada, los Medici fueran derrocados y un levantamiento popular restaura la república en Florencia. Sus obras fueron publicadas pocos años después en tres volúmenes, autorizados por el Papa Clemente VII. Pero la bendición de la Iglesia no duraría mucho. Tres décadas más tarde, después de que los “jesuitas orquestaron lo que equivalía a una campaña anti-maquiavélica en Italia”, sus obras fueron prohibidas. Poco después su nombre se transformó en un ‘-ismo’ que se convirtió en sinónimo de tiranía, y sus enseñanzas devinieron lentamente en “una niebla invisible”.
Boucheron termina el libro mostrando cómo esta niebla se ha acumulado en charcos e incluso vertientes, cada vez que se lee a Maquiavelo “cuando amenaza una tormenta” —desde los jacobinos durante la Revolución Francesa hasta Antonio Gramsci, Louis Althusser y los lectores de hoy. Como un “despertador” cuyo pensamiento puede arremeter, como un río embravecido, contra las fortalezas que contienen “la opacidad de la representación, lo que hoy llamaríamos la fatiga democrática”, Maquiavelo parece un buen compañero para estos tiempos convulsionados en los que el orden institucional está siendo cuestionado en los Estados Unidos y la devastación económica de la pandemia amenaza con prolongarse hacia los próximos años. “Cuando la zozobra parece inevitable”, escribe Boucheron, el realismo, la irreverencia y el compromiso de Maquiavelo con la libertad del pueblo pueden llevarnos a un puerto seguro.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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