MARIANE KRAUSE, PSICÓLOGA E INVESTIGADORA ASOCIADA DEL INSTITUTO MILENIO PARA LA INVESTIGACIÓN EN DEPRESIÓN Y PERSONALIDAD:
“Las mujeres pobres concentran la sintomatología depresiva en Chile”
30.12.2020
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MARIANE KRAUSE, PSICÓLOGA E INVESTIGADORA ASOCIADA DEL INSTITUTO MILENIO PARA LA INVESTIGACIÓN EN DEPRESIÓN Y PERSONALIDAD:
30.12.2020
Un 48% de quienes tienen síntomas de depresión de mediana y alta gravedad acceden a un tratamiento, explica Mariane Krause. La mayoría de las afectadas son mujeres pobres y aun cuando la depresión forma parte de las enfermedades garantizadas por el GES, hay barreras prácticas y de trato que impiden que las usuarias puedan recibir la atención que necesitan.
Los estudios a nivel mundial muestran que la depresión está asociada con la pobreza. Es decir, los grupos más deprimidos son los de menos recursos, pues enfrentan muchas más exigencias e inseguridades. Otra característica de la depresión es que impacta más a las mujeres que a los hombres, en una relación de 2 a 1 ó 3 a 1, como máximo. En el caso de los grupos de menores ingresos en Chile, esa relación es mucho más alta. Por cada hombre pobre deprimido, hay 5 mujeres en esa condición. Son ellas las que “concentran la sintomatología depresiva” en Chile, explica Mariane Krause, psicóloga e investigadora asociada del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP).
En 2006 la depresión se sumó al sistema de Garantías Explícitas en Salud (GES), justamente para llegar a esas mujeres. Pero aunque se produjo un avance, éste ha sido más lento y precario de lo esperado. Un estudio realizado por Mariana Krause y cuatro investigadores que entrevistaron a usarias del sistema público de salud, presenta testimonios de mujeres que experimentan dificultades a la hora de acceder a un tratamiento sicológico; se sienten maltratadas por el sistema y poco acogidas por sus terapeutas. De hecho, menos de la mitad de quienes tienen síntomas de depresión de mediana y alta gravedad acceden a un tratamiento real, explica Mariane.
La depresión afecta fundamentalmente a mujeres pobres entre los 35 y los 50 años en Chile; “mujeres en una edad media, muchas de las cuales tienen hijos escolares o mayores”, describe Mariane. Es un grupo que producto del Covid-19 ha estado particularmente sobreexigido, por el cuidado de los hijos y el trabajo en la casa.
-Durante la pandemia, hombres y mujeres pobres han estado particularmente sobrecargados y estresados, ¿por qué la depresión afecta más a las mujeres?
-Dos encuestas nos entregan distintas explicaciones. La encuesta Bicentenario analiza, entre otras cosas, la Pandemia desde una perspectiva de género y muestra que las mujeres pobres se ven más afectadas que los hombres pobres por la inequidad en los roles de género y la falta de redes interpersonales. Los hombres, a causa de su mayor inserción laboral, tienen mucho más contacto con otras personas. Por otro lado, en el módulo sobre salud y bienestar de la encuesta del COES, se ve que las mujeres están en una situación mucho peor en términos de soledad y percepción de apoyo social. Todos estos factores explican su mayor nivel de depresión. Es sobrecarga con soledad, con falta de inserción laboral y apoyo social.
-¿A qué te refieres con falta de apoyo social?
-Al apoyo de personas cercanas, ya sea por condiciones habitacionales o familiares. O sea, si me pasa algo, tengo alguien que me va a ayudar… Hay un retroceso sucesivo de ese apoyo, porque se han ido desmoronando las comunidades y por este mensaje individualista persistente al que estamos sometidos. Los estudios muestran que la inserción laboral protege de los problemas de salud mental. Es decir, las mujeres que están insertas laboralmente, están en mejores condiciones que las que se dedican exclusivamente a las labores de la casa. El problema es que en Chile, durante las últimas décadas, ha habido un debilitamiento de los vínculos comunitarios. Históricamente, a nivel de barrio, las más activas siempre han sido las mujeres, entonces ese retroceso en el vínculo con los vecinos, en entender el mundo como más nosotros que un yo… Esta lógica individualista que se instala producto de la sociedad de mercado atenta contra uno de los amortiguadores más importantes de las mujeres: sus vínculos interpersonales. En ese sentido, la inserción laboral puede suplir un poco, pero no alcanza.
-Tú has estudiado las experiencias de mujeres pobres que atienden su depresión en el sistema público de salud, ¿cómo es ese proceso?
-Identificamos dificultades en dos áreas: la entrega del tratamiento y las barreras de acceso, que tienen que ver con el contexto de las personas. En cuanto a lo primero, el problema es que los tratamientos son breves, entre 8 y 10 sesiones. Eso es poco para una depresión grave. En Uruguay, por ejemplo, garantizan 25 sesiones. Otro tema son las lagunas. Las personas van a una sesión, después dejan de ir, y luego van a otra. A eso se suma la rotación de los profesionales. Esto es bien fatal porque uno establece una relación personal con su psicólogo o siquiatra, y no se puede estar cambiando a cada rato.
-¿Cuáles son las barreras por el lado de las mujeres de menos recursos?
-Hay muchas barreras. Gente que no llega a las sesiones porque no calzan los horarios; o porque llegar a una sesión tiene costos económicos, por la movilización; y de estigmatización, porque no se atreven a decir que van a ir al psicólogo. En Chile todavía existe mucho este estigma social de que ‘ah estai con el cable pelao’. Entonces hay muchas condiciones que se confabulan, tanto por el lado del usuario o usuaria como del sistema de salud.
-¿Cómo es el acceso al GES? ¿hay una utilización plena de esta garantía por parte de las beneficiarias?
-No. La misma encuesta del COES muestra que un 48% de las mujeres accede. Es decir, de aquellas personas en la población que tienen síntomas de depresión de mediana y alta gravedad, sólo un 48% accede a un tratamiento real.
-En las entrevistas que realizan, algunas mujeres se quejan del trato que los profesionales les dan y la asimetría en las relaciones: ‘yo me siento una paciente frente a un doctor’, dicen las entrevistadas ¿Qué pasa con los terapeutas? ¿hay también ahí un aprendizaje pendiente en cómo tratar a las personas que consultan, cómo acogerlas, y hacer que continúen su tratamiento?
-El gran pendiente es lo que llamamos un tratamiento culturalmente sensible. Es decir, si estoy tratando a alguien que llega por problemas de salud mental, debo indagar en sus condiciones contextuales; preguntar para entender a la persona en su contexto. Porque nos quedamos cortos, suponemos cosas y entonces se implementa un tratamiento como lo aprendiste en la universidad y ahí quizás no se tenían en cuenta los contextos socioculturales. Eso puede llevar a que te equivoques de estrategia o bien entregues indicaciones que no son posibles de cumplir para la persona.
-¿Cuánto dura una sesión en el sistema público? ¿Hay tiempo para indagar?
-Debiera durar entre 50 minutos y una hora, como en el sistema privado; pero sé que en algunos lugares atienden media hora.
-Ahora, la gente lo que cuestiona también es el trato de los terapeutas y del sistema en general…
-Sí. En Chile es super fuerte el maltrato hacia personas de menores ingresos y también hacia los migrantes. Entonces cuando digo que necesitamos terapias culturalmente sensibles, también me refiero a que como profesionales tenemos que hacernos cargo de que somos un país que implícitamente discrimina.
-¿Qué cambios hay que implementar para que las mujeres afectadas por depresión puedan acceder a los tratamientos y nos hagamos cargo de este tema en términos sanitarios?
-Hay que abordar la depresión no solamente desde lo asistencial. Creo que el gran tema es proteger el estatus de las mujeres en la sociedad chilena: la equidad de género, su inserción laboral. Eso hay que favorecerlo, validarlo. De esa manera hacemos mucha prevención.
-¿Estamos hablando de las mujeres pobres?
-Claro, porque ya sabemos que la depresión se concentra en ellas. Hay que validar a las mujeres en sus roles, darles muchas más oportunidades de inserción y vinculación. En términos de tratamiento creo que hay que ser mucho más creativos: ir hacia las personas en lugar de sentarse en tu box de atención para que lleguen en un horario que a ti te acomoda.
-¿Cómo se relaciona esta necesidad de validación y protección con el movimiento feminista? ¿Las tesis, el estallido social, el protagonismo del movimiento feminista conversa de alguna manera con estas mujeres deprimidas?
-Conversan, pero es difícil saber cuánto en este momento. Yo alcancé a ir a la calle el 8 de marzo de 2020, estuve en la marcha, y era un ambiente eufórico, maravilloso, pero de ahí se nos vino encima la pandemia… Yo creo que el movimiento feminista le hace muy bien a Chile, no solamente a las mujeres, porque se visibilizan muchas cosas en simultáneo. Además, la salida de las mujeres a la calle genera una sensación de empoderamiento muy importante y el sentirse así, muestran los estudios, es un tremendo antídoto para los problemas de salud mental.
-Pero esta mujer que tu caracterizas, que se siente sola y es pobre, ¿puede sentirse interpelada, empoderada por las jóvenes feministas que marchan? ¿Crees tu que es un movimiento que las representa?
-Es que la mujer pobre que se siente sola en la casa empieza a agarrar vuelo con esto y también sale a la calle. No eran solamente mujeres abc1 las que marchaban; las mujeres pobres se sienten validadas y respaldadas por un movimiento social y se atreven también a tratar de cambiar ciertas condiciones de su vida o a denunciarlas. Hay estudios internacionales y nacionales que relacionan el empoderamiento con salud mental. Al mismo tiempo se producen cambios institucionales y sociales, entonces por ejemplo ahora distintas instituciones tienen oficinas de género y los maltratos sutiles en el mundo laboral ya no son tan obvios…
-Sicológicamente ¿cómo podríamos explicar la contribucuón del movimiento feminista? La sociología pondría el acento en la redistribución de poder, la antropología en la identidad y el cuestionamiento al patriarcado…
-Una mirada más sicológica diría que el movimiento feminista da la sensación de que tienes poder, influencia y puedes cambiar las condiciones. Otra cosa muy importante es que te hace sentir que no estás sola…
-El marzo feminista fue de alguna manera interrumpido por la Pandemia, ¿cómo ha sido este año para las personas? ¿Cómo iremos a salir de este proceso desde una perspectiva de salud mental?
-En MIDAP se están estudiando los efectos psicológicos de la cuarentena y el distanciamiento social en un grupo específico de personas, a quienes se le ha hecho un seguimiento durante seis meses. Los resultados muestran que en un principio aumentaron los síntomas y el malestar sicológico, pero los participantes han repuntado. Las mujeres, a diferencia de los hombres, están siendo más resilientes en término de salud mental. Ahora, si a eso le agregas la labor de las mujeres en la organización de la subsistencia en contextos de pandemia, eso también es relevante para la salud mental: el sentir que estás haciendo algo en tu barrio, que estás apoyando a otros, permite revertir ese desarrollo individualista que estábamos teniendo. Yo estoy en general más optimista que pesimista, porque la pandemia visibilizó las inequidades, no sólo en estudios sino que en los medios. Por ello creo que puede producirse una toma de conciencia de la sociedad en general, y de los hombres en particular, de esta situación.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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