CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
¿Tiene razón de ser el Frente Amplio después del estallido?
26.12.2020
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
26.12.2020
¿Cuáles son las causas de la crisis del FA? ¿por qué el 18-O no le otorgó la oportunidad de conducir un proceso político abierto precisamente en torno a un conjunto de demandas políticas y sociales que forman parte de su ethos? Según el autor, las respuestas a estas preguntas no residen en los eventuales déficits políticos de sus dirigencias ni en su incapacidad para llegar a acuerdos. El problema es la crisis que afecta a los partidos contra los cuales el FA nació, agrupados en el “duopolio” Nueva Mayoría y Chile Vamos. Tras el 18/O el antagonismo entre los bandos se diluyó y el FA perdió sentido pues aún carece de una identidad.
Este artículo forma parte de las conclusiones preliminares del Proyecto FONDECYT 1191491, actualmente en curso, cuyo título es “¿Hacia un nuevo campo político?: organizaciones y discursos políticos emergentes en el Chile actual”
El 18/O aceleró la lenta y progresiva descomposición del campo político chileno y su sistema de partidos, afectado, desde hace décadas, por una fuerte crisis de representación y legitimidad. El Frente Amplio (FA), coalición de partidos y organizaciones que irrumpió con éxito en 2017, no ha estado ajeno a esta crisis. Renuncias y alejamientos orgánicos e individuales recientes han puesto en cuestión su sobrevivencia como conglomerado político. Esta es una situación paradojal si consideramos que el FA surgió precisamente con el objetivo de superar el esquema binominal –“el duopolio”- y el modelo económico-social –“Neoliberalismo”- y que, en consecuencia, tiene una fuerte sintonía con las demandas sociales expresadas en el estallido.
¿Cuáles son las razones de esta aparente paradoja? En este artículo reflexiono en torno a esta “crisis del FA”, interrogando sus alcances, naturaleza y su futuro. A partir de una descripción de sus orígenes, sostengo que lo que ha sido identificado como “la crisis del FA” es parte del proceso de radical reconfiguración del campo político chileno, que en el caso específico de esta coalición se expresa como agotamiento de una identidad y cultura política basadas más en su oposición al orden sociopolítico hegemónico, que en un proyecto futuro de sociedad.
Contrario a lo que suele sostenerse, el surgimiento del FA está lejos de constituir el mero efecto de un fenómeno generacional resultante de la politización de segmentos juveniles que deciden su incorporación a la política[1]. Si bien resulta indudable la influencia de esta dimensión generacional, no es menos cierto que su surgimiento constituye también una expresión de continuidad con la trayectoria de lo que se conoció como la “izquierda no comunista extraparlamentaria”, espacio configurado por el sino de la derrota de la lucha antidictatorial y el éxito de una transición que terminó por relegarla a décadas de marginalidad y testimonialismo.
Conformado por una multiplicidad de colectivos y orgánicas de alcance territorial y sectorial acotado, normalmente de corta vida, con una muy episódica participación en espacios institucionales, este espacio fue trazando poco a poco un acumulado de experiencias y prácticas que tiempo después tendrán su oportunidad de visibilización.
Considerado lo anterior, El FA aparece ya no solo como invención y ruptura sino que también como herencia y continuidad de una experiencia militante de décadas. Una experiencia que inicia, por ejemplo, con el surgimiento a inicios de los noventa de “La Surda”, colectivo heredero de la larga tradición de la izquierda revolucionaria chilena y que se propuso abrir un campo de acción en los ámbitos estudiantil, de pobladores y sindical; con colectivos de izquierda que, surgidos en espacios universitarios, deciden conformar la Unión Nacional Estudiantil (UNE); con los intentos de organización de un vasto campo de antiguos militantes comunistas y de izquierda en torno al colectivo Nueva Izquierda, en 2005; con activistas culturales y poblacionales que, por años, ensayaron fórmulas diversas de politización; con estudiantes de la Universidad Católica que aceleran sus procesos de politización y emergen al activismo fundando, en 2008, la Nueva Acción Universitaria (NAU); con partícipes del vasto universo “libertario” que, tras años de activismo inorgánico, inician a fines de los noventa un proceso de unificación derivado en la conformación primero del Congreso de Unificación Anarco Comunista (CUAC) y luego de la OCL (Organización Comunista Libertaria), en una deriva que los irá desplazando desde la acción contestataria hacia la necesidad de la organización y estrategia política.
Son estas y otras muchas trayectorias y experiencias de activismo político las que, en una medida importante, se encuentran presentes en la conformación del FA: militantes de “La Surda” que tiempo después participarán de la fundación del Partido Igualdad o de los colectivos Izquierda Autónoma y Movimiento Autonomista, tres de las organizaciones fundantes de esta coalición; miembros de diversos colectivos de izquierda que con el correr de los años derivarán en la fundación del Partido Poder, organización que más recientemente -junto a Izquierda Autónoma- conformó el partido COMUNES; miembros del colectivo NAU que, junto a independientes de izquierda, deciden la formación de Revolución Democrática; militantes de la UNE que, egresados de la universidad y junto a militantes provenientes de otras organizaciones de izquierda radical, deciden fundar Nueva Democracia, organización que junto a Izquierda Libertaria, Movimiento Autonomista y SOL, formó más recientemente parte de la creación del partido Convergencia Social; y por último, militantes Humanistas, surgidos desde fines de los ochenta y cuyo acumulado político constituyó uno de los puntales del surgimiento del FA.
El FA se vio enfrentado al desafío de formar parte de aquello que al mismo tiempo impugnaba
Lejos de ser expresión exclusiva de una “ruptura” generacional, así, el FA emerge también como resultado de una acumulación de experiencias y de una lógica de “ensayo y error” que, dado el contexto sociopolítico de los últimos años y en base a una indudable capacidad para aprovechar las oportunidades, pudo emerger hacia la política-institucional. Expresivo no solo de “lo nuevo”, el FA es también el resultado de múltiples identidades preexistentes y de un camino largo de militancias atravesadas por un conjunto de contradicciones y tensiones entre la lucha sectorial y política, lo contestatario y lo institucional, la radicalidad y la amplitud.
Tal es probablemente la mayor expresión del éxito inicial del FA: ser capaces de constituir una plataforma orgánica unitaria, convertirse en lugar de encuentro de una diversidad de tradiciones políticas, trascender al liderazgo de turno y representar una opción viable de cambio político. Junto al innegable impulso de la fuerza generacional, existe en esta coalición un acumulado de luchas sociales y sectoriales transmitidas transgeneracionalmente, de discretas pero enriquecedoras experiencias electorales, de reflexiones y elaboraciones político-programáticas que, en la coyuntura de 2017, participaron de lo que sin dudas constituyó una de las experiencias político-electorales más exitosas de las últimas décadas.
A contrapelo al mismo tiempo que empujados por la larga experiencia de fracasos y tropiezos de un espacio que, cual Sísifo, intentaba una y otra vez levantar una alternativa política, el gran mérito de los y las militantes del FA radicó en su capacidad para generar un piso común a partir del cual hacer efectiva la ventana de oportunidad abierta el 2017, producto de la incapacidad del gobierno de la Nueva Mayoría de ofrecer una alternativa electoral que lograra movilizar a la ciudadanía en torno a la continuidad de su oferta reformista.
Toda identidad política se encuentra configurada no solo por los elementos que la componen sino que también por su opuesto, un otro antagónico que, por oposición, le otorga a dicha identidad su necesaria unidad y razón de existencia[2]. En el caso del FA, y en ausencia de una identidad común, dicho opuesto estaba conformado por el así llamado “duopolio”, es decir, por el conjunto de actores políticos que ocuparon una posición hegemónica desde el retorno a la democracia en 1990. Tanto la Nueva Mayoría como Chile Vamos constituyeron el espejo a partir del cual el FA produjo su identidad y potencia. Gracias a su existencia y a su indistinción es que tradiciones políticas tan disímiles como las arriba mencionadas alcanzaron su razón de ser y su comunidad de propósito, expresada con tanta claridad durante la coyuntura electoral de 2017.
Pero esta comunión en torno al adversario común representado por el establishment político-institucional ya no resultaba tan clara cuando era el propio FA el que lograba un lugar en dicha institucionalidad. Desde aquel momento, el FA se vio enfrentado al desafío de formar parte de aquello que al mismo tiempo impugnaba, y de convivir con aquellos actores constitutivos, por oposición, de su propia identidad. Articular militancia territorial y poder institucional, traducir la impugnación en propuestas y convertir el malestar social en proyectos de ley constituyeron, así, dilemas que aquejaron a esta coalición desde el mismo día de su ingreso, el 11 de marzo de 2018, a la institucionalidad política. Mantener la frescura de lo nuevo habitando los viejos salones de la institucionalidad constituía una tarea difícil de enfrentar.
Pero no es sino hasta el 18-O cuando estos dilemas terminaron por afectar frontalmente a una coalición cuya identidad, paradójicamente, dependía de la fortaleza de su otro antagónico. Este acontecimiento alteró radicalmente tanto los temas de la agenda política como la posición de los actores y su ubicación en el campo, visibilizando e incrementando las profundas diferencias existentes al interior de una coalición cuya virtud había sido hasta ese entonces, precisamente, la de su amplitud.
El gran mérito de los y las militantes del FA radicó en su capacidad para generar un piso común a partir del cual hacer efectiva la ventana de oportunidad abierta el 2017
¿Cuáles son las causas de esta crisis del FA?; ¿por qué el 18-O no le otorgó la oportunidad de conducir un proceso político abierto precisamente en torno a un conjunto de demandas políticas y sociales que forman parte de su ethos? La respuesta a estas preguntas no reside en los eventuales déficits políticos de sus dirigencias, ni en sus falencias programáticas, ni en la incapacidad para producir acuerdos en un marco de diversidad coalicional. Todos estos factores, si bien intervinientes, se encuentran a mi juicio subordinados a la disolución de la potencia hegemónica del así llamado “duopolio”, es decir, a la profunda crisis del espacio político constituido precisamente como el otro antagónico en torno al cual el FA constituyó su identidad diferencial.
Diluida la fortaleza hegemónica del “duopolio”, entonces, la unidad en torno a la lucha contra todo lo que éste representaba -un modelo económico, una práctica política, un modelo de gobernabilidad- se iba disolviendo. Ya no se trataba solo de “oponerse al duopolio” ni de constituirse como “alternativa de cambio” respecto a un orden político en situación de colapso hegemónico, divorciado del sentido común y en estado terminal como efecto de la protesta social. Se trataba, ahora, de definir un trayecto compartido en un estado de cosas marcado por la incertidumbre y con el “pie forzado” de su participación en la institucionalidad política impugnada, sin distinciones, por la ciudadanía.
Es en este marco en que comenzaron a adquirir protagonismo las diferencias que se desplegaban con toda su fuerza en una coalición carente de un claro otro antagónico. Primero como respuesta a la firma del Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución y luego como rechazo al “giro a la izquierda”, diversos actores y organizaciones que participaron de la fundación del FA decidieron alejarse y construir nuevas plataformas políticas. Para algunos muy “estrecho” mientras que para otros “demasiado amplio”, para unos muy “centrista” mientras para otros “muy cercano al PC”, el FA era finalmente víctima de la debacle coyuntural del orden social y político contra el cual se constituyó.
En las entrevistas individuales y colectivas realizadas a militantes de los diversos partidos del FA[3] en el marco de la investigación que actualmente nos encontramos desarrollando, la pregunta por la identidad que los y las constituye tiene como respuesta una pluralidad de referencias que van desde la adscripción al amplio espacio de “la izquierda” hasta trayectorias político-identitarias más específicas como el “autonomismo”, el “anarquismo”, el “socialismo”, el “feminismo”, el “liberalismo”, el “territorialismo”, lo “libertario” o, incluso, “el comunismo” o el “populismo”.
Esta diversidad de trayectorias capaces de confluir en un marco coalicional amplio es el mayor logro de un referente político que fue capaz de incorporarse exitosamente a la disputa político-institucional, logrando fracturar la hegemonía de un campo político cuyo estado de descomposición es innegable. Un logro que, en lo fundamental, se tradujo en una gran capacidad para traducir la profunda diversidad doctrinaria, cultural, política y de trayectorias de sus participantes en una oferta político-programática consistente.
Sin embargo, la presencia de una “identidad frenteamplista” trascendente a la particularidad de sus elementos no es posible de verificar. Más allá del rol aglutinador asumido en un primer momento por el “duopolio”, el cemento unificador del ethos frenteamplista estuvo lejos de producirse durante el corto período que fluctúa entre su fundación en enero de 2017 y la crisis del 18 de octubre de 2019. A diferencia de organizaciones políticas que, como el Partido Comunista o incluso la UDI pueden acudir en contextos de crisis a su trayectoria, identidad y ethos construido tras décadas de existencia, el FA no encontró un recurso identitario al cual acudir.
Ante la crisis, y mientras algunas organizaciones políticas optaron por parapetarse en la fortaleza de sus identidades, el Frente Amplio se vio enfrentado en definitiva a la necesidad de producir unidad política sin un ethos compartido al cual apelar, toda vez que ahora la oposición al “duopolio”, “la crítica al modelo” y la politización del malestar pasaban a ser un activo ciudadano y ya no la marca identificatoria de una coalición política. Sometida al imperativo de producir una -imposible- ecuación estratégica que pudiera interpretar a la diversidad de voces que la conforman y sin poder apelar a una identidad originaria, la fractura a dos tiempos de esta coalición pasó a ser una consecuencia lógica.
Mantener la frescura de lo nuevo habitando los viejos salones de la institucionalidad constituía una tarea difícil de enfrentar
Bajo estas condiciones, ¿es posible pensar en un Frente Amplio con futuro? En este artículo, hemos querido hacer referencia a la deriva de una coalición política que emerge a partir de una eficaz articulación entre innovación y tradición que, a poco andar y pese a su acelerado éxito en el cumplimiento de sus objetivos, ha debido hacer frente a una profunda crisis atribuible no solo a factores inherentes a su dinámica sino que, fundamentalmente, generados por la radical alteración de las condiciones socio-políticas generadas en Chile a partir del 18-O.
La crisis del actual orden social y político generada a partir de los eventos de octubre, en este sentido, constituye paradojalmente la condición de éxito al mismo tiempo que de crisis de un frente-amplismo sometido ahora a la tarea de reinventarse, en un contexto en que su participación en la institucionalidad política parece contradecir su originario impulso impugnador. Más que una cuestión doctrinaria, programática o generacional, en definitiva, se trata de la necesidad de construir, en el camino, una tradición a partir de la cual refundar una identidad capaz de ponerse por sobre las trayectorias políticas y militantes que conforman a esta coalición política. El éxito de esta tarea depende no solo del talento político de sus protagonistas y de la capacidad para ajustarse a una coyuntura altamente crítica, sino que también, y como siempre, de la inefable contingencia inherente a la política.
Editado por Juan Pablo Rodríguez. Sociólogo de la Universidad de Chile. Doctor en sociología por la Universidad de Bristol, Inglaterra.
[1] Sobre la interpretación del FA como un fenómeno generacional, véase Cristobal Bellolio, “Juego de generaciones. Apuntes sobre el nuevo paisaje político chileno”, Estudios Públicos, 154, 2019.
[2] Desde la perspectiva de la Teoría de la Hegemonía, estrategia analítica sumamente provechosa para el estudio de las identidades políticas, a este “otro” necesario para la conformación de las identidades políticas se le da el nombre de “exterior constitutivo”. Sobre esto, véase Ernesto Laclau, La Razón populista, Buenos Aires, FCE, 2005.
[3] En total, hemos realizado 35 entrevistas individuales y 12 entrevistas grupales a militantes y dirigentes de partidos y organizaciones del Frente Amplio.
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