ES VIUDA DE CARABINERO CAÍDO EN SERVICIO EN 2003
Carabineros despide a funcionaria civil: su hijo perdió un ojo por disparo de perdigones en manifestación
03.12.2020
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ES VIUDA DE CARABINERO CAÍDO EN SERVICIO EN 2003
03.12.2020
Después de 14 años de trabajo, Jimena Jemenao fue desvinculada por un “trastorno ansioso depresivo”, por lo que ya no es considerada apta para el empleo, según suscribieron los tenientes coroneles (s) Cristián Matus, presidente de la Comisión Médica Central, y Hernán Guzmán, en representación del ex general director Mario Rozas. Su hijo perdió un ojo por perdigones disparados por un piquete en octubre de 2019 y ahora arriesga quedar ciego por un desprendimiento de retina causado por otra afección. Ella es viuda de un motorista de Carabineros que falleció en un accidente en 2003, cuando trasladaba detenidos.
Jimena Jemenao (43 años) dice que el mundo se le vino abajo cuando le avisaron que un carabinero había disparado a corta distancia a los ojos de su hijo mayor, Hernán Rodríguez (21). Recuerda que fue un dolor idéntico al que la paralizó hace 17 años, cuando la llamaron para comunicarle que su esposo, motorista de Carabineros, había muerto en un accidente carretero mientras trasladaba a dos detenidos en la comuna rural de Pirque.
“Fue el mismo sentimiento. Mucho miedo y angustia, aunque con el tiempo apareció la rabia”, detalla a CIPER desde su casa en Bajos de Mena, uno de los sectores más pobres de la zona sur de la capital.
Allí, rodeada por sus hijos de 21, 16 y 8 años, reclama que en todos estos meses jamás recibió apoyo de la policía uniformada, la institución donde ella trabajó los últimos 14 años. Se desempeñaba como archivera civil en la Prefectura Santiago Cordillera desde 2010. A partir de la lesión que sufrió su hijo —cuenta— los teléfonos permanecieron silentes y la relación laboral, en medio de recriminaciones mutuas, acabó con el envío de una resolución en la que le confirmaron su despido inapelable por no estar apta para el empleo.
¿La razón? Padece “un trastorno ansioso depresivo”, el que le sobrevino después de que su hijo perdiera su ojo derecho, a causa del impacto de los perdigones disparados durante una manifestación. Su estado emocional siguió complicándose, debido a que ahora el joven está en riesgo de perder la visión del ojo que salvó ileso, debido a una afección que sufría desde antes y que puede provocar desprendimiento de retina.
Atrás —fustiga Jimena— quedaron los días en que los oficiales de la institución, encabezados por el entonces general director Alberto Cienfuegos, le prometieron apoyo perpetuo frente al ataúd embanderado de su esposo. El carabinero Hernán Rodríguez falleció el 23 de noviembre de 2003, en la misma semana en que ambos celebraron su quinto aniversario de matrimonio y esperaban su segundo hijo. Ella tenía un embarazo de siete meses (ver foto).
Todo lo que Jimena logró construir después de quedar viuda de un carabinero caído en servicio se derrumbó el 22 de octubre de 2019 (ver foto), cuando su hijo de 21 años se transformó en uno de los primeros mutilados oculares tras el inicio del estallido social producto de disparos con escopetas antidisturbios percutados por Carabineros. Entre octubre y diciembre del año pasado, la policía uniformada descargó más de 1,8 millones de perdigones sobre manifestantes (ver reportaje “Carabineros revela que disparó 104 mil tiros de escopeta en las primeras dos semanas del estallido social”).
“Ese día —recuerda Hernán Rodríguez Jemenao— salí con un grupo de amigos. Iban el Charly, el Vicho, la Vary y el Marcelo. Queríamos colgar unos lienzos con las demandas que se pedían en las protestas. Uno decía ‘No más Sename’ y el otro, ‘Liberen el agua’”.
Según relata, eran cerca de las 18:00 cuando fue herido, una hora antes del toque de queda impuesto por el gobierno. Ellos, dice, llegaron tranquilos y desplegaron las pancartas en la estación de metro Protectora de la Infancia, en Puente Alto, la que había sido quemada días atrás. “Pero entonces, de repente, apareció la fuerza de represión y tuvimos que salir volando. Daba miedo. Se sentía un nerviosismo en el aire, había gente corriendo. Ellos disparaban y la gente caía al piso”, evoca.
En medio de aquel caos, él arrancó hacia la calle Luis Matte, donde un carabinero le apuntó y disparó, de frente. “Me mareé, me desorienté, pero vi a una niña y le pedí que me ayudara. Ella me tiró adentro de un pasaje y llegó gente que parecían paramédicos, personas que estaban protestando también” (ver video).
Ante la emergencia, los vecinos consiguieron una ambulancia y lo trasladaron en minutos al Hospital Sótero del Río. Hernán, en medio de los llantos por el dolor, decidió no llamar a su madre, para no preocuparla. Ella, sin embargo, intuyó la tragedia, conforme avanzaron las horas sin tener noticias de su hijo.
“Tuve un mal presentimiento. Como a las once de la noche me llamó una amiga suya y me dijo ‘tía, le dispararon a Hernán’. Había toque de queda y yo no sabía cómo salir, porque no tengo auto (…) Se me vinieron mil cosas a la cabeza. No sabía cómo lo iba a encontrar”, revive Jimena.
Al día siguiente, ella llevó a su hijo al Hospital Salvador, donde le sacaron las esquirlas que había en su ojo, producto de la fractura de uno de los perdigones que impactó su cuerpo. “Fueron tres a cuatro meses de recuperación, con antibióticos y controles médicos. Me sentía mareado y me dolía la cabeza”, cuenta Hernán.
Su madre relata que desde aquel día tuvo que dejar de trabajar, para acompañar a su hijo en los viajes al hospital. “Fui a dejar mi licencia médica y me empezaron a criticar. ‘Yo primero soy madre y mi hijo no es ningún delincuente’, les dije. Me afectó mucho todo lo que sucedió. Yo a él lo crié de niño, porque mi esposo es un mártir de la institución”, alega Jimena.
Para entonces, en la antesala de la marcha multitudinaria del 25 de octubre, había ya 30 personas con trauma ocular producto de perdigones disparados por Carabineros. A fin de año sumarían 360. “La verdad es que al principio me sentía culpable, pero después, cuando empezaron a salir otras personas con trauma ocular, entendí que era un derecho manifestarse”, acota Hernán.
Jimena admite que esos días sintió que le quitaron una venda de sus ojos. “En la UTO (Unidad de Trauma Ocular del Hospital Salvador) vi muchos casos y yo no lo podía creer. Llegaban todos los días heridos, con perdigones en sus ojos”.
Para Hernán, en tanto, la situación médica se complicó. “Con los meses, me explicaron que mi retina se había dañado y que quedaría con una visión de quince por ciento para toda la vida en mi ojo derecho. Fue una situación traumática, nunca pensé que iba a vivir algo así. Ha sido difícil, he estado con sicólogos”.
En ese contexto, según Jimena, se agudizaron sus problemas laborales en Carabineros. “No recibí ninguna ayuda emocional, pese a que ellos sabían lo que había sucedido”, reclama. Su jefe jamás la contactó, lamenta. “A mí —insiste— me discriminaron por lo que le sucedió a mi hijo. Yo jamás había tenido una licencia como ahora, en los 14 años que trabajé en la institución”.
La Comisión Médica Central de Carabineros resolvió en julio que su salud no era apta para mantenerse en su cargo de archivera, debido al trastorno ansioso depresivo que la aquejaba. La decisión se ajusta a las normas que se aplican a los funcionarios del sector público. Jimena, sin embargo, apeló y en agosto, a su pesar, le ratificaron la medida (ver documento).
Ella sigue creyendo que es una injusticia. “Decidieron echarme y tiraron la resolución en otra casa. No fueron capaces de llamarme (…). Soy el sustento de mi familia. Hernán ahora no puede trabajar. No voy a bajar los brazos, aunque tenga que hablar con el general director nuevo. Lo que hicieron conmigo fue una injusticia. Si no me querían tener en la unidad, me pudieron trasladar ¿Cómo dejaron una carta certificada con mi despido en una dirección donde ya no vivo?”.
Su hijo apunta que lo sucedido con su madre ni siquiera les ocurre a quienes han disparado contra civiles y hasta ahora siguen impunes, como su propio agresor. “Si no fuera por el retiro del diez por ciento de la AFP, estaríamos muy mal”, añade. “Ellos no se hacen cargo de lo que hicieron, de que atacaron”, ahonda Hernán.
“Tengo mucha rabia por lo que le hicieron a mi hijo y por dejarme sin trabajo”, remata Jimena.
El despido, además, coincidió con el hecho de que su hijo sufrió un desprendimiento de retina en su ojo izquierdo, el que había salvado del ataque. “Me hicieron un láser y no funcionó. Hace tres semanas me operaron, para acomodarme la retina de mi ojo bueno. Ahora estoy en reposo, tratando de salvar la visión”, relata Hernán.
La operación de su glóbulo sobreviviente, sin embargo, no fue cubierta por el Programa Integral de Reparación Ocular (PIRO) que el Misterio de Salud diseñó para otorgar “atención médica, estética y funcional, además de apoyo psicológico” a las personas que fueron agredidas por fuerzas policiales y militares durante la ola de manifestaciones iniciadas en 2019.
Y fue en ese momento, reitera Jimena, que llegó la confirmación de su despido, cuando su hijo arriesgaba perder su segundo ojo. “Yo llamé, con mi hijo recién operado, y me dijeron no, ya no perteneces a Carabineros. Quedé en shock”, recuerda.
“Mi pena más grande, mi dolor más grande, es lo que le sucede a mi hijo. Él tenía problemas a la vista y nosotros estábamos esperando a que cumpliera 21 años para operarlo. Toda la vida esperando para operarlo y le dispararon. Esa es mi mayor pena”, prosigue.
La investigación judicial recién comienza. “Al principio, me dio medio hacer la denuncia en la Fiscalía”, reconoce Hernán. A su juicio, la falta de apoyo es demoledora. “Ha pasado un año y no hay una reparación del Estado contra quienes sufrimos este ataque. Muchos son niños, recuerdo uno de 14 años… ¿Cómo no sienten o empatizan con nosotros? Nos cambió la vida. Ahora tengo que sacar una credencial de discapacidad y tengo 21 años”, subraya.
“Yo estaba estudiando, para terminar cuarto medio. Y estaba trabajando, pero sin contrato. Mi idea era estudiar ilustración, porque me gusta dibujar”, ahonda.
Jimena dice que no se rendirá. “Perdí mi trabajo, pero a mí no me cortan las manos. Tengo 43 años y trabajaré en lo que sea para sacar a mi familia adelante, como lo he hecho desde los 26, cuando quedé viuda”.
“Tengo pena, dolor, rabia. Yo no me merecía algo así. Ellos siempre con puras mentiras. Yo estoy segura de que el nuevo director general no sabe lo que pasó. Lo voy a hacer, no me voy a quedar callada. No hubo ninguna ayuda, ni una visita de un jefe. Voy a luchar hasta el último, quiero que todo el mundo se entere de cómo son con las viudas de carabineros. Me dieron vuelta la espalda, fue una decepción total”.