MANUAL PARA ENTENDER LA PERMANENTE CRISIS POLÍTICA PERUANA
Crisis política en Perú V: elecciones en tiempos de política post-partidaria
20.11.2020
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
MANUAL PARA ENTENDER LA PERMANENTE CRISIS POLÍTICA PERUANA
20.11.2020
“Crisis de representación” es la pandemia que se inició en Perú (nuestro Wuhan) y se ha expandido por América Latina corroyendo los partidos políticos, abriendo una fractura de desafección con la ciudadanía y sus sentires. A través de la disección de la crisis política peruana, el autor repasa los efectos del colapso del sistema de partidos en la región. Y también revisa los posibles “remedios” que no son tales. En esta última columna de la serie, Meléndez concluye que, en esa óptica, la “alternativa más cruel —y acaso la más real—, es aprender a vivir con el virus de la crisis de representación y acostumbrarnos a la política de la ‘distancia social’ y la ‘inmunidad de rebaño’”.
¿Have you ever seen the rain?
Creedence Clearwater Revival
Hace aproximadamente 30 años una “pandemia política” empezó sigilosamente a expandirse por América Latina. No tiene un nombre preciso, pero solemos llamarle “crisis de representación”. Los “síntomas” son conocidos: partidos políticos que repentinamente pierden simpatizantes y electores, políticos que abandonan las tiendas partidarias para convertirse en “independientes”, movimientos políticos “prometedores” que apenas sobreviven una campaña electoral, individuos movilizados o indiferentes, pero de espaldas a los partidos.
Este malestar de la ciudadanía frente a los sistemas partidarios comenzó en Perú a inicios de los años noventa y produjo la caída de su entonces embrionario sistema de partidos. Los países andinos parecieron contagiarse rápidamente de este “virus”: la caída del bipartidismo venezolano a fines de los noventa; el entierro a inicios de siglo de las clases partidarias tradicionales en Ecuador y Bolivia; los cuidados intensivos que atravesó el bipartidismo colombiano. Perú fue el Wuhan de aquel virus, aunque otras “cepas” aparecieron en diversas partes del orbe, como en Italia y Guatemala, por señalar solo dos ejemplos.
Una salida probable: “fortalecer la representación política con independencia de los partidos, rediseñando distritos electorales que dialoguen más de cerca con la dinámica social, económica y cultural que ha transformado la sociedad peruana”.
Según Peter Mair, los partidos políticos, desconectados socialmente, han perdido su significado, al punto de que se muestran incapaces de sostener la democracia como la conocemos (ver Ruling The Void: The Hollwing of Western Democracy. Cambridge: Cambridge University Press, 2013).
Todo parece indicar que no hay marcha atrás, por lo menos en aquellos países donde el mal cundió. Juan Pablo Luna comparte cifras que grafican la gravedad de la situación predominante en la región: en 40 años se han formado más de 300 partidos políticos en América Latina, de los cuales solo 5 o 6 parecen haber desarrollado cierta “inmunidad”, es decir, las razones de la sobrevivencia por lo menos hasta ahora.
No exagero cuando digo que cientos de científicos políticos —científicos, al fin y al cabo— hemos dedicado libros y papers a encontrar la “vacuna” para dicha pandemia política. Algunos más atrevidos, más cerca del “chamanismo” politológico que de la ciencia social, han ensayado “remedios caseros” en formato de reformas políticas sofisticadas. Aunque en la práctica, pretenden “curar” el virus con cloro. Es momento de aceptar la cruda realidad: hoy por hoy, no hay remedio para los partidos políticos caídos en esta desgracia.
Muchos esfuerzos de reforma —desde la cooperación internacional y hasta bien intencionados legisladores— han obrado por fortalecer partidos políticos, confundiendo el fin con el medio. Esas estructuras corporativas y jerarquizadas, con vínculos estrechos con la sociedad civil, son periódico de ayer; al menos, en las arenas del post colapso partidario. El enfoque debería ser distinto: cómo fortalecer la representación política, a pesar de la debilidad partidaria sin pretender resolver esta última. De otro modo nos metemos en líos inútiles de gasfitería electoral, como diseñar primarias o internas como mecanismos de selección de candidatos, o establecer requisitos de financiamiento de campañas para partidos que, en la próxima elección, seguramente no estarán para exigirles cuentas.
Lo real es que existe una gran escasez de recursos políticos organizativos e ideacionales para una política post colapso del sistema partidario, como es el caso peruano, arquetipo extremo de debilidad institucional[1]. Así, brillan por su ausencia las articulaciones sociales y políticas que permitan construir organizaciones (y resolver problemas de acción colectiva), y las ideas-fuerza o mínimos esbozos programáticos que permitan a las élites políticas distinguirse entre sí ante al electorado (y resolver problemas de selección social).
Juan Pablo Luna comparte cifras que grafican la gravedad de la situación predominante en la región: en 40 años se han formado más de 300 partidos políticos en América Latina, de los cuales solo 5 o 6 parecen haber desarrollado cierta ‘inmunidad’
En medio de ese páramo de recursos políticos, las agrupaciones políticas han intentado, en el mejor de los casos, buscar sustitutos para enmendar estas deficiencias. Organizaciones creadas sin fines políticos (sean universidades privadas o bandas criminales) se han convertido en el sostén de plataformas políticas. Reflejos conservadores (como discursos xenofóbicos o desalojos de ambulantes) sirven como proyección de imágenes de “mano dura”.
Sin embargo, ninguno de estos esfuerzos sustitutorios ha sido la solución a la construcción de vibrantes organizaciones partidarias. Por un lado, los partidos-empresa-universidad (como Alianza para el Futuro) ni los partidos evangélicos-milenaristas (como FREPAP) sobrepasaron el 10% de los votos válidos en las elecciones de congresales de 2020. Por otro lado, los personalismos que asoman en la contienda electoral con el discurso “mano dura” como “atajo cognitivo” (el ex general de Ejército Daniel Urresti o el alcalde del barrio popular limeño de La Victoria, George Forsyth) atraen simpatías, pero episódicas, no estables. De las aproximadamente 24 organizaciones partidarias que saldrán en búsqueda del favor popular en los comicios generales de abril de 2021, no asoma una con su combinación funcional de recursos organizativos e ideacionales.
En anteriores campañas, identidades partidarias positivas como negativas (fujimorismo versus anti-fujimorismo, aprismo versus antiaprismo) lograron constituirse en eficientes atajos comunicacionales que alinearon las competencias políticas. La caída estrepitosa de las preferencias a favor de estos partidos —debido a su presunto involucramiento en casos de corrupción—, supone, por ahora, desplazar a un segundo plano la identidad negativa (“anti”) como recurso para la movilización. Es así como la posibilidad de “anti”-candidatos que capitalicen animadversiones de rivales políticos estigmatizados, disminuye y son reemplazados por “mini”-candidatos que apenas acumulan capitales y mínimos niveles de recursos políticos como los descritos. El resultado es un escenario de alta fragmentación política que incentiva que cada “mini”-candidato insista en el proyecto individual, sin necesidad de construcción partidaria de largo plazo, ya que la posibilidad de pasar a segunda vuelta aumenta con la pululación de estas mini-candidaturas.
De las aproximadamente 24 organizaciones partidarias que saldrán en búsqueda del favor popular en los comicios generales de abril de 2021 en Perú, no asoma una con su combinación funcional de recursos organizativos e ideacionales
No existen incentivos para que políticos ambiciosos construyan organizaciones partidarias y adopten líneas doctrinales elaboradas. Y, difícilmente serán creados por reformas políticas, dado que la realidad informal supera cualquier ánimo de institucionalidad, como señalé en la columna anterior. Por ello, una salida probable —a modo de hipótesis— consiste en fortalecer la representación política con independencia de los partidos. Eso conduce, por ejemplo, al rediseño de distritos electorales que dialoguen más de cerca con la dinámica social, económica y cultural que ha transformado la sociedad peruana en las últimas décadas. Con políticos más cercanos a sus electores, más representativos, se crea una primera base para, luego, innovar agrupaciones políticas más de acuerdo con nuestros tiempos y desafíos.
Pero la pandemia se sigue expandiendo, como ha advertido Juan Pablo Luna para el caso chileno (ver “En Vez del Optimismo. Crisis de Representación Política en el Chile Actual”. Catalonia, 2017). La alternativa más voluntarista es persistir en trabajar en “medicamentos” que refuercen los organismos políticos con “anticuerpos” ante la desafección ciudadana. La más cruel —y acaso la más real—, es aprender a vivir con el virus de la crisis de representación y acostumbrarnos a la política de la “distancia social” y la “inmunidad de rebaño”.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Observatorio del Gasto Fiscal y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.
[1] Ver al respecto Cyr, Jennifer. 2017 The Fates of Political Parties. Cambridge: Cambridge University Press.