CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
Políticas públicas sobre el tiempo
14.11.2020
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
14.11.2020
El tiempo, ese concepto abstracto, se manifiesta prácticamente e introduce tensiones en las sociedades, pues dependiendo de características estructurales (el tipo de sociedad en la que vivimos) e individuales (edad, género, clase social) las personas experimentan la necesidad de apurar o vivir más lentamente ciertos procesos sociales. “La discusión política no solo debe quedarse en una crítica a priori de la aceleración de la vida en la sociedad actual, sino que ponderar los distintos aspectos distinguiendo cuáles de ellos efectivamente vale la pena desacelerar, de aquellos que justamente requieren ir más rápido”, plantean el autor y la autora.
(Este artículo sintetiza los hallazgos de la investigación titulada “Temporal Regimes. Politics, Materiality, Technology” que ha sido financiada por la Christoph-Martin-Wieland Stiftung para estudios doctorales en el Max Weber Center de la Universidad de Erfurt (2017-2020).
Créditos foto de portada: Migrar Photo
El debate sobre los ritmos de la vida social y política ha estado creciendo durante las últimas décadas. Las fricciones en diversos países y por diversos motivos han hecho que las demandas no satisfechas por cambios sociales decanten en conflictos que se aglutinan a lo largo de todo el mundo. La academia se ha hecho cargo del debate sobre los conflictos que involucran al tiempo de los procesos sociales, el cual es sin duda un aspecto que atañe también a la política (Osborne 1995; Auyero 2012). Los estudios sociales del tiempo muestran cómo un aspecto de la vida que parece a veces tan abstracto y conceptual está plenamente acoplado a esferas científicas, económicas o jurídicas que actúan bajo formas concretas que miden el tiempo, a la vez que lo distribuyen o legislan de diversas maneras.
Esto lleva a preguntarse por las políticas del tiempo en aspectos tan cotidianos de la vida como las definiciones para horas de sueño, los más eficientes husos horarios para invierno o verano, o la delimitación del tiempo de las jornadas laborales y de estudio para adultos y jóvenes, así como tiempos de pre y posnatal, proyección de la población hacia el futuro o los años de vida como expectativa de vida. En paralelo, los tiempos sociales también pueden conducir a desacoples intergeneracionales, por ejemplo, debido a la falta de marcos de sentido compartidos entre grupos etarios con gustos, estilos e incluso modismos cada vez más cambiantes, lo que desafía la convergencia de horizontes de sentido compartidos. El tiempo entonces lejos de ser una categoría abstracta está materializado tanto individualmente (lo notamos en las marcas que deja en nuestros propios cuerpos, modos de vestir, e comportarnos) como socialmente en prácticas y políticas que constituyen formas de distribución del tiempo en etapas de vida (definiendo grupos etarios: infancia, adultez, vejez), la asignación de instituciones al cuidado de cada etapa: jardines y escuelas para infantes y adolescentes, universidades para jóvenes, asilos para la vejez). A su vez es también objeto de racionalización a través de la proyección de la población y sus expectativas de vida a ciertos años plazo; así como también de distinción social cuando las personas de bajos recursos deben esperar en servicios de atención, salud o posiciones de trabajo, mientras que el tiempo de las autoridades y el poder no puede ser dilatado (Torres 2018).
Las sociedades de capitalismo tardío son sociedades de aceleración, lo cual significa que sus frecuencias de cambio son más altas y que esto repercute en ritmos de vida más frenéticos a nivel individual, especialmente en contextos urbanos
Dentro de las formas concretas que adquiere el tiempo en las sociedades modernas, los y las teóricos/as sociales han acuñado el concepto de aceleración para describir una de las tendencias centrales de la experiencia temporal moderna (Rosa 2013; Wajcman 2017). Según esta teoría las sociedades modernas se caracterizan por poseer las estructuras necesarias para un incremento de las tasas de cambio en la forma de una aceleración de los ritmos de vida, a través de la constante innovación tecnológica y cultural, así como del permanente crecimiento de la economía. Entonces, las sociedades de capitalismo tardío[1] son sociedades de aceleración, lo cual significa que sus frecuencias de cambio son más altas y que esto repercute en ritmos de vida más frenéticos a nivel individual, especialmente en contextos urbanos.
La disyuntiva está entonces en si los procesos sociales deben acelerarse o más bien ralentizarse desde un punto de vista político, tanto para dar una cierta forma a la sociedad, como para evitar o paliar sus derivas patológicas.
En Chile podemos ver este proceso de aceleración claramente en los acelerados conflictos que dieron lugar al estallido social de 2019 (Stehrenberger & Torres 2019). La urgencia de los cambios a la Constitución (Heiss 2017), una nueva legislación para el cultivo y cuidado de los recursos naturales (evidente luego de las crisis hídricas por privatización), la reforma al sistema de pensiones, así como también el clamor de la calle por un cambio cultural e institucional en el trato de pueblos originarios, de género y de grupos LGTBI+. Todos estos ejemplos dan cuenta de cambios que ya no pueden esperar o en los que el tiempo ya se agotó, por lo que se hace necesario ir más rápido.
No obstante, a contrapelo de las demandas colectivas por acelerar los cambios sociales, conviven también demandas por una ralentización de la vida que no responden necesariamente a fuerzas conservadoras opositoras al cambio social, sino a movimientos incluso progresistas que son críticos de una forma de vida basada en el crecimiento constante de la economía (capitalista) o el estilo de vida sin pausa (como tecnología del yo). Al interior de este último grupo, Yves Citton (2019) distingue 3 formas de ralentización bajo las respuestas críticas a la vida acelerada. La primera es la individual, en donde se buscan actos que salven el tiempo personal y ayuden al equilibrio psicológico, tales como no mirar la bandeja de correos electrónicos regularmente, meditar o “escaparse” en lecturas y música. La segunda es la institucional: esta facción prefiere hacer hincapié en la exigencia de reglamentos institucionales antes que en el llamado a decisiones individuales, lo cual puede traducirse en prohibiciones de apertura de negocios los domingos, o mediante una regla que imponga una multa por la demanda de trabajo en horario extra laboral. Y la tercera, la más débil desde el punto de vista político a nuestro modo de ver, es el de aquellos que teniendo tiempo deciden ralentizar todo aquello que sea posible, incluso a costa del fastidio de otros/as (por ejemplo, al aprovechar la ocasión en un torniquete de metro para discutir con aquellos y aquellas que se encuentran allí, respecto a dónde realmente se quiere ir, con quién y por qué.)
Con estos casos queremos mostrar que en la sociedad actual conviven diversas temporalidades según las cuales se prioriza tanto la aceleración en el caso de los movimientos por el cambio, como la desaceleración en los ritmos de vida personales. La discusión política entonces no solo debe quedarse en una crítica a priori de la aceleración de la vida en la sociedad actual, sino que ponderar los distintos aspectos de la vida social distinguiendo cuáles de ellos efectivamente vale la pena desacelerar, de aquellos que justamente requieren, por el contrario, ir más rápido. En este sentido se puede incluir la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales como ejemplo de una política que contribuye a reducir el ritmo de vida frenético para trabajadores que deben trasladarse en muchos casos varias horas desde el hogar a su lugar de trabajo (tornando de hecho deseable una aceleración en los trayectos a través de medios de transporte más eficientes y mejor conectados), mientras que otros fenómenos como el cambio constitucional (en curso) o la reforma al sistema de pensiones (en discusión), así como también un cambio cultural en pos de mayor igualdad de género, muestran la necesidad de avanzar más rápido en su materialización. Estos son entonces los potenciales tanto alienantes como emancipadores de la aceleración y ralentización de procesos sociales (Montero & Torres 2020).
Este juego de aceleraciones y desaceleraciones en la vida social es también posible percibirlo a propósito de la actual pandemia producida por el COVID-19. Muchas veces se repite el slogan de la desaceleración tanto de la economía, el crecimiento y los ritmos de vida como resultados de la expansión global del virus. Si bien esto es indudable, es también cierto que en varios casos esto no es así. Tanto en el mundo de las esferas que no ‘pararon’ durante la pandemia (especialmente en salud y alimentación) como en la vida de las personas que ya no solo debían cuidar de las labores domésticas habituales sino ahora también cuidar de niños/as y además trabajar desde casa, el ritmo de vida no solo se mantuvo, sino que de hecho aumentó. A un nivel global, además, los flujos de datos y usos de tecnologías de la información también se incrementaron como resultado de la mayor presencia de personas en frente de sus laptops o dispositivos móviles para trabajar o comunicarse a distancia. En Alemania por ejemplo ha comenzado a estudiarse cómo la crisis del COVID-19 ha acelerado el proceso de digitalización de la sociedad (Deustche Welle 2020).
Es entonces posible afirmar que, si bien existe una tendencia general a la aceleración de los ritmos de vida en las sociedades contemporáneas, esto no ocurre siempre y con la misma intensidad. Muchas veces es necesario identificar las diferentes temporalidades que en ella transcurren: el ritmo de la ciudad versus el campo, la juventud versus la vejez, así como también distribuciones y experiencias de tiempo por clase social y género (Basaure et al. 2018). Veremos ahora esto último brevemente en el caso chileno.
Los movimientos sociales y de protesta promueven una demanda rápida y veloz, violenta o eruptiva en cierto sentido, que predeciblemente puede ser poco entendida y tolerada por grupos etarios longevos sin militancia o despolitizados, que llevan un ritmo de vida reposado acorde a un mayor cansancio vital y difícilmente acelerable
Como breve muestra de los datos sobre tiempo social disponibles en Chile, la Encuesta Nacional Sobre Uso del Tiempo [ENUT] (2015) muestra las diferencias en cuanto a género y grupo etario. La última ENUT reveló que el factor cultural sigue segregando por género: en un día de la semana las mujeres dedican en promedio casi seis horas al trabajo no remunerado, incluidas las tareas domésticas y el cuidado de personas; mientras que los hombres contribuyen menos de la mitad (2 horas y 45 minutos). Adicionalmente, según Andrea Encalada (2015), los dos quintiles de menores y mayores recursos, son los que presentan mayor “pobreza de tiempo” entendida como la percepción de escasez de tiempo para realizar las actividades de la vida cotidiana (laborales, domésticas, de ocio y esparcimiento). Mientras en el caso del quintil de mayores recursos la escasez está asociada a elección, ya que se decide trabajar más horas en el trabajo remunerado y se percibe la falta de tiempo como símbolo de reconocimiento, en el caso de los quintiles económicamente más pobres es por necesidad, realizando más labores de trabajo no remunerado y desplazándose más tiempo en trayectos desde y hacia el trabajo. Además, el 32% de la población de la capital no tiene ni siquiera dos horas de ocio al día. De hecho, la brecha indica que los santiaguinos sólo dedican 35 minutos de tiempo libre en promedio por día. Asimismo, el 8% no tiene suficiente tiempo para dormir y, lo que es peor, casi uno de cada cinco encuestados declara faltarle tiempo durante el día para cubrir necesidades fisiológicas tan básicas como alimentarse o ir al baño, fundamentalmente debido al tiempo que debe destinar a actividades domésticas y laborales.
La teoría de la aceleración social propone que uno de los puntos centrales de una experiencia frenética del ritmo de vida es la escasez o pobreza de tiempo en la medida que se percibe constantemente una imposibilidad de alcanzar a cumplir con las actividades de la vida cotidiana, lo que se puede traducir en un “estar en deuda” con lo que se “debe” hacer y por lo mismo se vuelve necesario “correr” o esforzarse el doble para cumplir con lo necesario (Rosa 2013).
Esta escasez de tiempo se distribuye socialmente de manera desigual y es por eso que resulta útil distinguir sus diversas formas. Aún cuando la escasez de tiempo pueda resultar en ocasiones una experiencia compartida transversalmente en diferentes clases sociales, no es lo mismo “correr” durante un tiempo para terminar la carga de trabajo y así poder materializar el viaje de vacaciones a El Caribe, que hacerlo para cumplir con dos trabajos al día y luego llegar a casa para seguir con las labores domésticas necesarias para la mantención del hogar, la familia o el cuidado personal.
Resulta evidente entonces que es una tarea de la discusión pública abordar las “políticas del tiempo”, especialmente cuando se constata con información detallada la realidad de una “pobreza de tiempo” multifactorial en la sociedad actual.
Los indicadores que descubrió Encalada (2015) encienden entonces las alarmas y confirman que el tiempo, al igual que el dinero, es un elemento a considerar en los indicadores formales de pobreza y bienestar. Con un análisis comparativo de los informes sobre los usos del tiempo se pueden aportar similitudes y diferencias de las prácticas de la población, así como esbozar políticas públicas en sintonía con esos resultados.
En este contexto no solo vemos que no existe solo una temporalidad en la sociedad, sino que también estas poseen impulsos contrarios a la aceleración. Existen de hecho no solo oasis de desaceleración de la vida social, sino también impulsos críticos que dependen de edades e intereses concretos como por ejemplo en relación a edad o localización.
Volviendo entonces a los conflictos que hoy configuran un impulso acelerador en Chile expresado en los movimientos sociales y diversos conflictos actuales, es importante destacar que ellos son acompañados a su vez por demandas en el sentido opuesto. Nuevamente, según la última ENUT (2015), las mujeres trabajadoras que además tienen hijos/as muestran como uno de sus anhelos primordiales la posibilidad de tener más tiempo para descansar, para sí mismas o disfrutar más con su familia (solo un 36.6% se declara satisfecha con la cantidad de tiempo libre; en los hombres este número asciende a 42,8% lo cual no denota una diferencia muy significativa). Esto implicaría que alrededor de 1/3 de la población, independiente del género, siente que el tiempo no le alcanza entre la distribución de labores domésticas y laborales. Es en este sentido que aparece con fuerza un llamado a la ralentización de sus vidas.
Por otras razones, algo similar ocurre con el caso de la tercera edad. Según la misma encuesta los/as ancianos/as perciben particularmente los cambios frenéticos de la vida actual cuando deben actualizarse regularmente a nuevas tecnologías, a cambios urbanos y demográficos, o incluso a trámites de la vida cotidiana cuando cambian su forma de operación. La adaptación en esta etapa de la vida se ve muchas veces truncada por problemas físicos y mentales que se acompañan en algunos casos de una falta de actualización e inducción en el uso de las herramientas tecnológicas que facilitarían la aclimatación a los cambios, por ejemplo, en relación al pago online de pensiones, servicios de salud o trámites del registro civil. En paralelo, la tercera edad es la etapa de vida que dedica más tiempo a actividades de ocio como la lectura (66,6% versus un promedio de 44% para grupos etarios menores a 66 años), dando cuenta de un estilo de vida asociado con la pausa y la posibilidad de distribución del tiempo. Es entonces posible concluir sin mucho error que la vida acelerada demanda una energía que se acopla muy bien con la juventud, mientras que difícilmente lo hace con la vejez, relegándola u obligándola a “subirse o quedar fuera” de varios procesos de integración.
Los movimientos sociales y de protesta promueven una demanda rápida y veloz, violenta o eruptiva en cierto sentido, que predeciblemente puede ser poco entendida y tolerada por grupos etarios longevos sin militancia o despolitizados, que llevan un ritmo de vida reposado acorde a un mayor cansancio vital y difícilmente acelerable. Esto representa desde un punto de vista empírico y con implicancias sociales y políticas evidentes un ejemplo de la falta de sincronía entre diversos tiempos sociales, lo cual ha sido teorizado en las ciencias sociales bajo el concepto de la no-simultaneidad de lo simultáneo [Ungleichzeitigkeit des Gleichzeitigen] (Koselleck 2004; Basaure 2018).
Se hace evidente a la luz de los datos anteriores que la respuesta a la pregunta por acelerar o ralentizar tiene tanto un nivel estructural-macro como un nivel más específico-local. Entonces, la esfera institucional puede bien absorber las demandas sociales en pos de materializar las soluciones necesarias, mientras que a un nivel más local se requiere un mayor énfasis en los ritmos de vida personales y de articulación de comunidad. Esto lo muestra claramente la evidencia mencionada respecto a la percepción de aceleración por género y edad. En ambos casos la construcción de redes de apoyo que surgen desde los entornos barriales, vecinales y/o familiares es clave para no dejar a nadie a solas con el frenesí de una vida que no para, especialmente en los cascos urbanos.
Desde luego, y sin el afán de agotar la discusión sobre las posibles vías políticas de contención a las consecuencias de una vida acelerada y de cambios sociales necesarios que no ocurren a la misma velocidad, resulta evidente distinguir entre aquello que requiere urgencia de aquello que puede y debe ser tratado en función de los diversos tiempos sociales. Seguramente aspectos de comunicación cotidiana, o demandas tales como el reconocimiento del Wallmapu, el cambio en el sistema de pensiones, el marco constitucional (ambos unidos en varios sentidos) o una reforma a carabineros parecen muestra de aquello que efectivamente no puede esperar.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), el Observatorio del Gasto Fiscal y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.
Citton, Yves (2019). “Ralentizar o acelerar. Algunos dilemas de las izquierdas del siglo XXI”. Revista Nueva Sociedad N° 279, enero-febrero: 159-171
Basaure, Mauro (2018). “Non-simultanity of the Simultaneous” Krisis. Issue 2: Marx from the Margins: 125-127
Basaure, M. Sánchez, B. y Vera, C. (2018). “Desigualdad como Tiranía del Tiempo. Una indagación teórica y empírica del caso chileno”. Documento de Trabajo COES N° 32: 1-49.
Deutsche Welle. “Corona beschleunigt den digitalen Wandel” DW Global Media Forum. 6 Octubre 2020.
https://www.dw.com/de/gmf-corona-beschleunigt-den-digitalen-wandel/a-55176964
Encalada, Andrea. (2015) Definiendo la Pobreza Desde una Óptica de Tiempo, El Caso de Santiago de Chile. Economía y Negocios. Repositorio U. De Chile.
Heiss, Claudia. (2017). “Legitimacy crisis and the constitutional problem in Chile: A legacy of authoritarianism”. Constellations 24(3): 470-479.
Instituto Nacional de Estadísticas Chile (2015) Encuesta Nacional Sobre Uso del Tiempo. Santiago de Chile. Disponible aquí.
___________________________ (2009). Encuesta Experimental sobre Uso del Tiempo en el Gran Santiago. Santiago de Chile.
Koselleck, Reinhart (2004) Future Past. On the semantics of Historical Time. Columbia University Press
Montero, Darío & Torres, Felipe (2020). “Acceleration, Alienation, and Resonance. Reconstructing Hartmut Rosa´s Theory of Modernity.” Revista Pléyade 25: 155-181
Rosa, Hartmut (2013). Social Acceleration. A New Theory of Modernity. Columbia University Press.
Stehrenberger, Cécile & Torres, Felipe (2019). “Chile Has Woken Up”. Decolonize Erfurt. Disponible aquí.
Torres, Felipe (2018). “Tiempo Histórico. Una Promesa de aceleración”. Isegoría (WoS/Scopus) nº 59: 553-571
Wajcman, Judy (2015). Pressed for Time. The Acceleration of Life in Digital Capitalism. University of Chicago Press.
[1] Fundamentalmente aquellas de ingresos medios o altos, y miembros de la OECD como Chile.