CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
La filosofía moral y nuestras reacciones ante el contagio de Trump
02.11.2020
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
02.11.2020
“El otro día, al enterarse del diagnóstico de Covid-19 del presidente Trump, mi hija de 7 años me preguntó: ‘Mamá, ¿estás contenta de que Trump se haya contagiado de coronavirus?’”. Con esta escena íntima la filósofa Sasha Mudd reflexiona sobre la moralidad de desearle mal a alguien. ¿Es incorrecto haber tenido ese deseo y estar decepcionado de que Trump se recuperara de COVID tan rápido?
El presidente Trump ha usado su rechazo a la pandemia de coronavirus como un pilar central de su campaña. Jactándose de su rápida recuperación de la enfermedad, Trump continúa rechazando la gravedad del virus como una forma de amplificar su bravura autoritaria, el cual es el corazón de su campaña nacionalista. En América Latina hemos visto la misma película con Jair Bolsonaro en Brasil, cuyo manejo político de la pandemia y de su propia infección con COVID-19 siguió un patrón similar. Ver a Trump mentir sobre cómo Estados Unidos ha vencido una pandemia que actualmente se dispara por tercera vez, me hizo pensar que hubiese pasado, si como muchas esperaban, la enfermedad lo hubiera afectado de manera más grave. ¿Es moralmente incorrecto haber tenido este deseo y estar decepcionado de que Trump se recuperara de COVID tan rápido? El otro día, al enterarse del diagnóstico de Covid-19 del presidente Trump, mi hija de 7 años me preguntó: «Mamá, ¿estás contenta de que Trump se haya contagiado de coronavirus?»
Soy una filósofa moral, pero me costó mucho encontrar una respuesta. La pregunta exige que nos enfrentemos no sólo al significado moral de la enfermedad del presidente, sino también a nuestras complejas y controvertidas reacciones a ella.
El diagnóstico de Trump generó un torrente inmediato de júbilo y schadenfreude (placer derivado del sufrimiento del otro) en los medios sociales. Fue seguido por un intento igualmente rápido y feroz de contener esta reacción. Joe Biden y Barack Obama, entre otros políticos demócratas, ofrecieron oraciones para el presidente y su esposa, mientras que los columnistas de izquierda se apresuraron a desearles una pronta recuperación. Muchos fueron más allá, amonestando a los que se regocijaban con la desgracia del presidente, sugiriendo que esa aparente mezquindad no era más que un síntoma más de la podredumbre moral que ha llegado a consumir nuestra cultura política.
Aunque estoy de acuerdo en que el júbilo por la enfermedad del Sr. Trump es moralmente preocupante, también me parece justo preguntar si ciertas reacciones menos celebratorias pero aún positivas a su enfermedad son totalmente condenables y carentes de mérito moral.
Es generalmente aceptado que la actitud mendaz e imprudente del Sr. Trump hacia el coronavirus, incluyendo su desprecio por las propias pautas de salud pública de su gobierno, ha ayudado a conducir de manera indirecta pero predecible a la muerte de cientos de miles de estadounidenses. Esto sin mencionar a los individuos que él directamente y tal vez a sabiendas puso en peligro una vez que se enteró de su propio diagnóstico. A la luz de estas catastróficas fechorías, ¿fue moralmente erróneo querer que el Sr. Trump sufriera las consecuencias de su propia cruel imprudencia?
Las reacciones ambivalentes a la condición médica del Presidente Trump se hacen más comprensibles cuando apreciamos que los principios morales válidos están a menudo en tensión entre sí y pueden llevarnos en diferentes direcciones. Condenar el placer que su desgracia ha producido es ciertamente correcto desde una perspectiva moral, pero también hay razones morales válidas para considerar su enfermedad como algo potencialmente positivo. Juzgar el significado moral del combate del Sr. Trump con el Covid-19 – y nuestras reacciones ante éste – no es una tarea fácil.
Los mismos principios morales fundamentales – la vida es sagrada, todas las personas merecen ser tratadas con dignidad y respeto- hacen que esté mal tanto poner en peligro a los demás como desear el sufrimiento y la muerte a cualquier persona. Apelamos a estos principios al objetar el regocijo y la alegría que invadieron Twitter tras el diagnóstico del Sr. Trump. Desde esta perspectiva, no importa cuán moralmente corrupto pueda ser, ni los daños que haya infligido a otros, ya sea de forma consciente o inconsciente, directa o indirectamente. Todo esto no tiene importancia cuando consideramos que el presidente es una persona con dignidad o, como dicen más a menudo los columnistas, «un hombre con una familia». Según esta línea de pensamiento, no deberíamos desear ver al Sr. Trump luchando por su vida en un respirador, sin importar lo que haya hecho, y tenemos razón al preocuparnos por las actitudes que parecieran violar este principio.
Ahora, si bien es cierto que la vida es sagrada y que debemos honrar la dignidad de todas las personas, inclusive la del Sr. Trump, la sociedad también tiene un interés moral legítimo en ver a los malhechores enfrentarse a las consecuencias de sus actos. El sentido de que la justicia requiere el castigo por los errores es profundo y no es lo mismo que la mera sed de venganza o un deseo empatista.
Por el contrario, el castigo juega un papel importante en cualquier ecosistema moral sano. Cuando se ha roto el orden moral, el castigo por las injusticias ayuda a reparar los desgarros del tejido social y a reforzar la validez de las expectativas morales que fueron violadas. Imaginar la enfermedad del Sr. Trump como un castigo metafórico por sus fechorías ayuda a satisfacer a nivel de fantasía una necesidad legítima de ver que se haga justicia. Puesto que el Sr. Trump contribuyó a la enfermedad y muerte de tantos estadounidenses, es comprensible que muchos se sientan satisfechos al verle obligado a enfrentarse a un daño al que ha expuesto a tantos otros.
La complejidad moral se hace aún mayor cuando consideramos que desde un punto de vista puramente consecuencialista, hay razones para considerar la potencial incapacidad del Sr. Trump como el mejor resultado moral. Más famosamente asociado con el utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill, el consecuencialismo es la posición filosófica que afirma que lo que es moralmente correcto es lo que hace al mundo mejor en el futuro. Si uno cree que el Sr. Trump ha desencadenado una tremenda cantidad de sufrimiento y muerte por su mala gestión de la pandemia del coronavirus y que es probable que siga causando daño a esta escala, se puede hacer un argumento consecuencialista de que su rápida recuperación del Covid-19 no sería el mejor resultado moral.
El argumento consecuencialista, aunque repugnante desde el punto de vista de la dignidad humana, nos dice que un mundo en el que el Sr. Trump es incapaz de causar daños sería moralmente mejor que un mundo en el que sigue causando daños libremente. Este enfoque filosófico de sopesar los resultados morales entra en conflicto con el principio de la dignidad humana individual y no ofrece una pauta fácil para reconciliar estas poderosas pero opuestas formas de pensar sobre lo que es mejor.
Entonces, ¿dónde nos deja esto?
¿Pueden los que se alegran de la desgracia del Sr. Trump reclamar el campo de la virtud moral? No tan rápido.
Aquellos que consideran al Sr. Trump como el enemigo pueden simplemente desear verlo sufrir. Tal deseo puede estar totalmente desvinculado de las preocupaciones por la justicia o del atractivo moral consecuencialista de un mundo en el que está demasiado enfermo para hacer una campaña efectiva. Por estas razones tenemos razón en ser escépticos sobre la reacción de aquellos. Además, el principio de la dignidad humana nos dice que incluso el presidente, por todo el mal que ha hecho, merece nuestra buena voluntad.
Así fue como le expliqué el dilema moral a mi hija de 7 años: estoy triste porque el Sr. Trump se enfermó porque en general el sufrimiento es malo, y no quiero que nadie sufra, pero por otro lado creo que debería sufrir consecuencias por el daño que ha hecho. Esta respuesta pareció bastante satisfactoria en su momento, pero dejó fuera una importante distinción.
Lo que no intenté explicar es que el castigo que representa el combate de Trump contra el Covid-19 es meramente simbólico, un sustituto del castigo real que merece, que es necesariamente de carácter social. El Sr. Trump merece ser castigado en las urnas y que se le haga responsable de cualquier posible delito en un tribunal de justicia.
Una versión de este artículo fue publicado originalmente por el New York Times el 9 Octubre, 2020.
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