CIPER ACADÉMICO / ENTREVISTA: KATHYA ARAUJO, SOCIÓLOGA, PSICÓLOGA Y DIRECTORA DEL NUMAAP
“El modelo con el que la elite controlaba la sociedad ha dejado de funcionar”
31.10.2020
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
CIPER ACADÉMICO / ENTREVISTA: KATHYA ARAUJO, SOCIÓLOGA, PSICÓLOGA Y DIRECTORA DEL NUMAAP
31.10.2020
Kathya Arajuo lleva décadas investigando cómo se tensaron y se agrietaron las relaciones sociales chilenas en el esfuerzo por modernizar el país. Esa modernización trajo mejoras económicas, sin duda, pero el costo ha sido agobiante para la mayoría. Por prestar oídos a esas voces en sus investigaciones de comienzos de los 2000, Araujo está en la breve lista de los cientistas sociales que anticiparon el estallido social. En esta entrevista explica cómo una sociedad que hasta el 17 de octubre se disputaba los espacios a codazos y parecía imbuida de la lógica neoliberal, terminó haciendo causa común contra el sistema. Explica la relevancia que tuvo en esto la juventud, que amplió sus horizontes en universidades que actuaron como incubadoras de la crítica. Sobre lo que viene, Araujo nos recuerda que la gran marcha del 25 de octubre de hace un año fue una gran fiesta: pero todos fueron a fiestas distintas. La variedad de agendas, necesidades y propuestas de solución que emergieron ahí, representa un enorme reto para la ciudadanía y las elites. Cree que lo esencial para lo que viene es tener “la imaginación y la creatividad para hacer de este momento uno de una gran conversación nacional”.
(Transparencia: Kathya Araujo es directora del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP organización que hace aportes económicos al proyecto CIPER Académico)
El 25 de octubre será recordado como el día en que los chilenos y chilenas terminamos de enterrar la constitución de 1980. Sería un error, sin embargo, olvidar ese otro 25 de octubre, el de 2019, cuando la llamada “marcha más grande” llenó las calles del país (más de un millón de personas se reunieron solo en Santiago). Si el 18/O nos sorprendió con su estallido de rabia, el 25 mostró cuan extendida era la decepción. Las calles se llenaron de “manifestantes primerizos”, como ha descrito una investigación del COES, personas de distintas clases y edades, la mayoría alejadas de los partidos. Fue esa pacífica y contundente masa la que consolidó la idea de que estábamos en un momento constituyente. Y ese momento nos trajo hasta hoy.
No deja de ser sorprendente ese masivo 25 de octubre, con su mensaje de “nos costó encontrarnos, no nos soltemos”. Al fin y al cabo, llevábamos cuarenta años de políticas neoliberales, incentivados a mirar a los otros como competidores y a culpar al pobre de su situación. No era irracional esperar que esos comportamientos se hubieran asentado en la subjetividad de los chilenos.
Pero eso no ocurrió. No al menos, como los defensores de estas políticas sostenían. Kathya Araujo, directora del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder (NUMAAP), lleva décadas estudiando la sociedad chilena, examinado como se tejen nuestras relaciones y se construyen las formas de pensar. La ruptura de las personas con el modelo se venía arrastrando desde hace tiempo, explicó a CIPER.
En su libro Habitar lo Social, publicado en 2009 muestra que ya entonces el modelo económico estaba causando demasiado dolor a los ciudadanos. Observa un “brutal abandono de sectores populares” de parte de las autoridades; y estima que Chile corre el riesgo de un estallido de violencia inorgánica. El trabajo de campo de ese libro se hizo entre 2003 a 2006, años en que el modelo era sólido y pujante. Pese a eso, dijo la investigadora, “veías mucha gente con enorme decepción y mucha impotencia respecto a las promesas de igualdad y de derecho que hacía el sistema. Los que investigábamos el mundo del trabajo y del endeudamiento, percibíamos la irritación y el desgaste de las personas y eso te llevaba a decir bueno, va a pasar algo”.
Han sido individuos comunes y corrientes, como tú y yo, los que han pagado el precio de esa modernización. Los grandes y medianos empresarios también contribuyeron, pero la retribución por su trabajo fue suficientemente buena para resarcir sus esfuerzos (…) La modernización chilena se consiguió a costa de situaciones laborales precarias y con altos grados de endeudamiento.
En el libro Desafíos Comunes (2012), escrito con Danilo Martuccelli, observaron que esa crítica traspasaba la ideología y las clases sociales. Personas de izquierda y derecha, de sectores medios y populares se sentían desgastados por el esfuerzo de mantener sus vidas. Sin entender la antigüedad y lo transversal de ese agotamiento “es muy difícil comprender la marcha del millón de personas del 25 de octubre. Ella no es el resultado de que alguien se saltó un torniquete o enfrentó a Carabineros”, dijo a CIPER la investigadora. “También las clases acomodadas estaban superadas por el esquema de apariencias que terminaba endeudándolos”.
¿De dónde viene tanto agotamiento? Araujo explica que la llamada “Modernización del país”, que mejoró la vida de muchas personas, se construyó inequitativamente sobre las espaldas de los sectores medios y populares.
-Han sido individuos comunes y corrientes, como tú y yo, los que han pagado el precio de esa modernización. Los grandes y medianos empresarios también contribuyeron, pero la retribución por su trabajo fue suficientemente buena para resarcir sus esfuerzos.
-Al revisar su historia, la mayoría de las familias chilenas seguramente ve que están mejor que sus padres. ¿Por qué eso no compensa el esfuerzo? Algunos creen que la crisis se debió a que las expectativas de las personas excedieron la capacidad del sistema.
– Claro, algunos piensan que lo que pasó es que todas las promesas de la modernización se pararon y entonces básicamente son expectativas mayores de lo que realmente la sociedad puede entregar. Esa es la idea que plantea, por ejemplo, Carlos Peña y varios investigadores que asocian el 18/O con la disminución del crecimiento. Pero me parece que hay suficiente evidencia para mostrar que eso no es así. Entre otras cosas porque el ciclo de movilizaciones que termina en el 18/O es antiguo. Por otro lado, ya en 1998 el PNUD mostraba que algo estaba pasando (ver Las paradojas de la modernización). Yo recogí ese malestar también en el trabajo de campo que hice entre 2003 y 2006 para el libro Habitar lo social (2009) Era una época de bonanza y la gente solo te decía “aquí hay puro abuso”. Por supuesto, que también mejoraron sus condiciones de vida: creció enormemente el número de electrodomésticos en las casas, las vacaciones se volvieron un horizonte para muchos, etc. El problema es que uno no puede separar el consumo de la relación capital/trabajo; y esta relación se volvió brutal. Es decir, los salarios eran bajos y la riqueza generada se repartía con niveles de desigualdad enormes. Eso terminó construyendo la percepción de injusticia. Creo que el principal error de Carlos Peña es que piensa que la experiencia en el mercado per se te vuelve más autónomo. Pero eso es cierto sólo si el mercado no tiene letra chica en todos lados y no sientes que todo el tiempo te están engañando y abusando. Entonces lo que pasó es que las personas aumentaron su capacidad de consumo, pero también se elevaron los mínimos dignos para estar en el mundo. Y los salarios no subieron suficientemente. Entonces el desarrollo, la modernización chilena se consiguió a costa de situaciones laborales precarias y con altos grados de endeudamiento.
En el libro Desafíos Comunes, los investigadores también retratan cómo la idea del mérito, que la daba un sentido y un relato al esfuerzo de las familias, comenzó a volverse decepcionante. Aunque la idea de mérito ha recibido muchos cuestionamientos (ver la serie de Matías Cociña (2013) o la entrevista a Shamus Khan 2018)), Araujo sostiene que las familias chilenas cargaron esa palabra con un sentimiento de justicia. El mérito les ofrecía la posibilidad de romper las estructuras jerárquicas y las lógicas del privilegio de nuestra sociedad; les ofrecía un camino para obtener seguridades y comodidades, pero sobre todo un trato igualitario.
-El mérito se instaló como un sentimiento de que por fin había alguna posibilidad de cambio. Pasó lo mismo con la ilusión del mercado; muchos pensaron que era posible ir avanzando hacia mayor igualdad gracias a la educación, al crédito, al plasma, etc.
Pero los investigadores constatan que “la experiencia del mérito la vivían como experiencias de permanente decepción. Todo lo que se ve es cómo los ricos o los de la clase dirigente se lo llevan todo”, lo que incluye empleo y retribuciones por el esfuerzo.
La sensación de impotencia duró largo tiempo. Recién en sus investigaciones de 2015 y 2016 Araujo comenzó a notar que se expandía la idea de que el modelo no era algo imposible de cambiar.
Entre los factores que cambian la perspectiva de los chilenos Araujo enumera la crítica internacional que recibe todo el sistema luego de la crisis de 2008; el éxito que empiezan a tener las organizaciones sociales en sus movilizaciones como la de los pingüinos en 2006 y los universitarios en 2011; la aparición en los medios de un discurso vinculado a la ecología que nos dice que podemos tener otra vida. Y, por último, “el aumento del nivel educativo de la población con la llegada de jóvenes a la educación superior universitaria.”
Este último factor, dice Araujo, fue central. Pero resulta paradójico, pues esta llegada masiva se debe a la creación del Crédito con Aval del Estado, el famoso CAE, mecanismo que trajo importantes ganancias para los bancos y fuerte endeudamiento para los estudiantes. ¿Cómo pudo esa experiencia frustrante traer esperanza a las familias? La investigadora explica que, pese al desastre económico, la experiencia de la universidad amplió el horizonte de lo posible para esos jóvenes: “se vincularon con otros jóvenes y con otras ideas y la universidad se transformó en una verdadera incubadora de la crítica”.
Esa crítica de los jóvenes se alimenta de que “han sido testigos de cómo este modelo ha desgastado a sus padres. Y, por lo tanto, tienen un rechazo muy grande al modelo”.
Estos y otros procesos, explica la investigadora “comenzaron a recomponer lentamente los principios que los chilenos obedecemos en la vida en común y que guían nuestras interacciones sociales”. Araujo ilustra ese proceso con los testimonios que obtuvo en una investigación sobre la lucha por el espacio y el tiempo en las calles de Santiago.
-Una cosa que me fascinó fue que de pronto los jóvenes te decían que se hacían los dormidos en el metro o en la micro, porque estaban tan cansados como el señor de 40 o 50 que quería sentarse. ¿Por qué se iban a parar si ellos tenían igual cansancio? Ellos decían “la vieja grita, pero me hago el dormido porque yo también tengo trabajo”. Eso es lo que yo llamo una recomposición: las lógicas con las que nos habíamos estado tratando en la vida en común empezaron a desordenarse.
En esa disputa por el asiento Araujo ve una alegoría de la disputa por la organización de la vida social ¿A quién le toca el asiento? A la mujer de 40 o al chico de 17. Al hombre de 60 pero que está en buenas condiciones y que está saliendo de su casa o al trabajador de 35 que está desde las 5 de la mañana trabajando.
-Como no concordábamos sobre los criterios básicos, la vida social se irritó cada vez más. Y estábamos tratando de volver a armar nuevos principios y lógicas sociales cuando nos encontró el estallido-, explica Araujo.
-¿Cómo se explica que una sociedad cada vez más irritada, que debe disputar los pocos asientos con los otros, confluya en marchas masivas con esos mismos otros, como si hubiera una comunidad debajo? Es un poco contradictorio eso.
-Uno no puede pensar que porque alguien apoya las movilizaciones esté de acuerdo con los otros en cada aspecto de la forma en que se ve el mundo. Lo que hubo y sigue habiendo es que esta es una sociedad en que tienes que empujar como en el metro en las horas punta. En ese sentido la movilización de más de un millón de personas la veo como una enorme fiesta. Pero hay que tener cuenta que la gente fue a fiestas distintas.
La investigadora sostiene que en Chile la autoridad tiene un miedo muy grande a los subordinados. Cree que debe anularlos, ponerlos en su lugar a través de exigir obediencias maquinales: ‘no me preguntes nada, solo hazlo, con que me obedezcas es suficiente’, es el mensaje
-¿Como Lollapalooza, con distintos recitales y ambientes?
Exacto, pero con una idea común y transversal que es “que cambie esta cuestión que me desgasta y asfixia”. No sé qué otro vinculo puede cruzar a todos los grupos. Por ejemplo, las personas que piensan que hay que mejorar las pensiones no necesariamente piensa que el Estado debe tener la potestad. Pero hay gente que fue a esa fiesta pensando en que todo tiene que ser estatizado. Fueron a fiestas distintas, unidas por la idea de que “esta cuestión ya no va más”. Pero no todo el mundo está claro en lo que hay que cambiar. Para unos es repintar, para otros que hay que desarmarlo y volverlo a armar.
-Pensando en el proceso que viene, que ya no se trata de disolver un poder sino de construir otro, como dice Juan Pablo Luna, ¿cómo crees que pueden confluir todas esas fiestas en un texto común o al menos aceptable para la mayoría?
Juan Pablo Luna tiene toda la razón. Entramos en otra secuencia a partir de este 25 de octubre y eso requiere de todos y todas, otros rendimientos, y en este punto los partidos políticos y la institucionalidad en general está muy exigida. Pero también la ciudadanía. Es una enorme responsabilidad. El reto, por supuesto, es hacer que ésta no sea una oportunidad para repetir gestos de tutela y exclusión. Lo esencial es la imaginación y la creatividad para hacer de este momento uno de una gran conversación nacional. Tenemos que inventar procedimientos de conversación constantes y plurales que acompañen la discusión sobre la constitución, procesos de información y consulta informal a los y las ciudadanas. Tenemos que empezar a construir nuestra vida política, pero de manera real, fuera de la sombra de la clausura y el elitismo y la tutela. Es una enorme oportunidad. Pero el desafío es también recordar que no dejamos de estar en un momento contencioso, solo que hemos decidido por amplia mayoría llevar ese momento por vías institucionales. Conflictos y disputas son parte de este horizonte. No va a ser simple. Estamos poco entrenados para aceptarlos y vivir con ellos. La idea de orden con conflicto es quizás una de las más extrañas para el sentido común compartido.
-A no ser que uno piense que espontáneamente las personas se van a poner de acuerdo, las elites políticas, los partidos, debieran servir para negociar políticamente un ritmo común. ¿Qué piensas sobre el rol de las elites en estos años y particularmente después del 18/O?
– Las elites económicas y políticas que no pudieron o no quisieron ver lo que ocurría en la sociedad chilena, han recibido un verdadero golpe de realidad desde octubre del 2019 y muchos han reaccionado a ello. Pero, me parece, que otra parte ha actuado con un grado de soberbia muy grande. Es como si dijeran, ¿qué me va a decir las ciencias sociales, la sociología, el pueblo? si yo sé lo que es el bien para el pueblo. Sienten que estaban haciendo crecer al país y que solo pasaron por un periodo de dificultades, pero “sus ideas” siguen siendo las correctas. Creo, además, que el gran problema de las elites es que han organizado su poder político a partir de la clausura y la tutela. Son grupos que son bastante endogámicos, en un nivel que incluso espanta a los neoliberales de otros países que vienen de visita.
-El que sólo hayan ganado en sus tres comunas es una muestra de eso, ¿no?
-Yo tendría mucho cuidado con esto. Guste o no el 78% del Apruebo es también el voto de personas que optaron antes por la derecha y que probablemente seguirán votando por ella en el futuro. Por otro lado, el 22% del Rechazo no le pertenece solamente a la derecha radical: hay muchas razones y motivaciones detrás de ese voto, y es contraproducente hacer a esta facción la poseedora de ese capital político. El país es plural, debe serlo y debemos respetarlo. Estigmatizar no es una buena práctica, en ningún sentido. Estamos en vías de reconstruir las bases de nuestra convivencia, y eso significa tratar, en tiempos revueltos, de construir aliados, no adversarios. En vez de poner toda nuestra atención en los que votaron rechazo en las famosas tres comunas, quizás es más útil destacar al 40% del Apruebo y entender qué pasa allí, para empezar a buscar acuerdos.
-La politóloga María Victoria Murillo decía que hay pocos países en Latinoamérica que tengan elites tan estables como la chilena, que se remonta a la independencia.
-Si. Eso no es frecuente y nos habla de responsabilidad, pero también de mecanismos para mantenimiento del poder extremadamente poderosos y antiguos. Una de las herramientas que les sirvió a las elites para eso fue la construcción de un poder tutelar, que está también detrás del éxito que tuvo la iglesia católica por mucho tiempo. El poder tutelar te ofrece hacer el bien por ti; te trata como un menor de edad. Las elites chilenas ofrecieron la imagen de elites responsables -no digo que no lo sean, sobre todo cuando la comparas con elites como la peruana… – pero esa imagen también sirvió para asegurar el mantenimiento de espacios de poder y la exclusión de grandes sectores de la sociedad.
Ese mecanismo, dice la investigadora, se potencia con el estilo autoritario que domina las relaciones sociales en Chile: “es un elemento nocivo que se mete en todos lados, en las instituciones y en las relaciones sociales”. Araujo piensa que mientras no se cambie ese estilo autoritario las instituciones difícilmente podrán llevar a la práctica una constitución más democrática o que garantice derechos.
Ese estilo autoritario se deriva de “un miedo muy grande a los subordinados”, explica. La autoridad no confía en los subordinados y cree que debe anularlos, ponerlos en su lugar a través de exigir obediencias maquinales: “no me preguntes nada, solo hazlo, con que me obedezcas es suficiente”, es el mensaje.
-El 18/O eso no funcionó. Tal vez eso los hizo sentir que era un ataque extraterrestre… nunca los habían desobedecido tanto.
-Claro, el problema que tuvo la elite es que la fuerza tampoco fue suficiente. Entonces su modelo de controlar la sociedad a través de anular a los otros ha dejado de funcionar. Tendrán que encontrar otras vías como la búsqueda de acuerdos y consensos.
Esto último implica un desafío mayor para la sociedad chilena. Para llegar a acuerdos y consensos es necesario pasar por el conflicto y en Chile, dice Araujo, no sabemos procesar los conflictos de poder.
-El cuerpo social está atravesado por la convicción de que tenemos que hacer una especie de demostración permanente de nuestros recursos de poder. Si dos personas se conocen lo primero que van a juzgar es dónde estudió cada uno, donde trabaja, más o menos cuánto gana el otro; y si entramos en conflicto, diré que ‘mi tío es coronel de Carabineros o si no, diré que conozco unos patos malos, así que te puede ir pésimo conmigo’. Pienso que tenemos mucho miedo al conflicto porque estamos convencidos de que el otro no va a parar y va a aparecer la violencia. Es el famoso “pasar a llevar” que lo que implica es la idea de ser arrasado. No todas las sociedades hacen eso. Estoy pensando en la sociedad argentina, donde los conflictos tienden a ser cara cara, más explícitos como decía Guillermo O’Donnel , y se enfrentan ahí mismo.
Para la investigadora, uno de los peores momentos de la elite política en este último año fue cuando luego del 18/O se justificó diciendo en que no vio venir el estallido.
-Esa fue una cosa grave. Porque se entiende si eres un ciudadano común y que te dedicas a otra cosa, pero si eres el responsable del Estado, tendrías que saber que ahí estaba pasando algo.
Tenemos que empezar a construir nuestra vida política, pero de manera real, fuera de la sombra de la clausura y el elitismo y la tutela. Es una enorme oportunidad. Pero el desafío es también recordar que no dejamos de estar en un momento contencioso. Conflictos y disputas son parte de este horizonte.
-Esto resulta llamativo. Este gobierno está dominado por economistas e ingenieros, gente que dice que analiza datos y hace políticas basada en evidencia. Esa experticia se usaba mucho para menospreciar el trabajo de cientistas sociales; pero sirvió de poco en el 18/O. Estoy pensando en los ministros Juan Andrés Fontaine o Felipe Larraín que claramente no entendían que estaban haciendo bromas en un polvorín. Tal vez la experticia económica se queda corta para entender la complejidad social.
– Efectivamente en este periodo los economistas e ingenieros han ejercido cierto nivel de monopolio en los debates y no solamente acá. Las sociedades modernas tienen una confianza muy grande en el dato duro y en las encuestas. Recuerdo que en Habitar lo social (2009), uno de los resultados que presentaba fue el sentimiento de crítica a Carabineros que había en los sectores populares. Pero las encuestas marcaban, en cambio, una alta aprobación de esa institución. Y cada vez que presentaba esos resultados me decían que no entendía nada. Creo que ingenieros y economistas le hicieron el juego a la idea de que se puede entender la vida social con grandes porcentajes y a través de indicadores con pretensión de objetividad. Pero hay un mundo de sentidos que esas cifras esconden, aun cuando esté bien hecho el instrumento. Creo que todos hemos contribuido a esta mala comprensión de lo social: los economistas e ingenieros con su mirada más bien procedimental; y también las ciencias sociales con una especie de creencia en el dato duro cada vez mayor. Eso se alimenta con una prensa para la cual las cifras son más interesantes. Chile se acostumbró a vivir con cifras y encuestas y en ello se ha perdido el debate de fondo, de ideas. Entonces los datos te decían que los chilenos estaban mejor que antes, que eran felices, pero ¿por qué está tanta gente en la calle? Creo que ha habido una cosa muy poco virtuosa en este reinado del dato, de la cifra, y en el abandono de procesos, dinámicas, lógicas que son más complejas, y que toman más tiempo entender que una encuesta.
Esta lógica, dice la investigadora, ha afectó mucho a la burocracia, la que se dedicó a hacer cosas que parecían eficientes, pero que carecen de sentido. Da como ejemplo cómo se solucionó el déficit de horas en salud mental
-En vez de invertir más lo que hicieron fue acortar los tiempos de atención. Eso tiene sentido en el mundo ingenieril y en la lógica economicista de eficiencia. Pero 15 o 20 minutos de atención, no sé, no tienen sentido desde lo que importa: la salud mental. Yo creo que hay tres problemas de las políticas públicas en el Estado. Uno es, como lo explicó Teresa Matus en la presentación del libro Hilos Tensados, el problema de la evaluación: si las políticas no se evalúan no se aprende del pasado. Pero hay dos problemas más. El primero, es necesario darle sentido a las políticas que se hacen; y segundo, que hay que pensar en largo plazo. Las intervenciones del Estado hoy se piensan para meses y en meses. La temporalidad implica pensar profundamente en las consecuencias que va a tener lo que haces. Me parece que la burocracia estatal ha terminado actuando para responder a números sin sentido, sin una idea verdadera de futuro, sin una reflexión que tome su tiempo y que piense en las consecuencias a largo plazo que te permitan tener políticas públicas más razonables.
-Uno de los fenómenos que produjo el estallido fue que redefinió la violencia. Las pensiones y los salarios bajos comenzaron a ser descritos como violencia; y, por otra parte, sobre todo los manifestantes más jóvenes comenzaron a incorporar la violencia en la acción política. Hay encuestas que muestran que para grupos jóvenes quemar una micro o hacer una barricada no es violencia. ¿Qué piensas de esto?
-Ese es un tema que estamos investigando ahora, pero me gustaría partir cuestionando si es correcto llamar a todo “violencia”. Un primer cuidado lo tendría con no banalizar la palabra violencia. Hoy, oyes a personas que dicen “es muy violento lo que haces” y se refieren a que nos les prestas atención porque te distrajiste. No entiendo por qué cosas que antes eran claramente injusticias ya no basta con llamarlas así y hay que llamarlas violencia. Yo creo que injusticia es una palabra suficientemente grande; también “abuso” o “explotación”. Y si no te pongo atención, eso es una descortesía, pero no es violencia. Cuando alguien dice “me sentí violentada porque no tomaste con la suficiente atención mis palabras” estamos despotenciando las marcas sociales que fijan el límite de lo inaceptable
-¿Ves eso en el discurso de género?
También ahí. Y hay un debate dentro del feminismo respecto a en qué medida el utilizar el concepto de violencia para cosas tan distintas no está despotenciando la propia cuestión de la violencia. Creo que ahí hay que tener mucho cuidado porque lo que parece muy bien políticamente un día puede tener consecuencias muy grandes luego. Creo que deberíamos potenciar palabras como injusticia, abuso, explotación, hacerlas suficientemente inaceptables como para que valgan, o sea que sean suficiente contendores para que no lleguemos a la violencia física. Creo que ahí hay una reflexión que hay que hacer.
Araujo asocia lo que ha ocurrido con la palabra “violencia” con una disputa semántica donde la derecha avanza y la izquierda retrocede sin estar muy consciente de a qué está renunciando.
-Si hay algo en que está ganando la derecha hace ya un buen tiempo es en una apropiación semántica. La izquierda renunció a la idea de injusticia y explotación, en vez de revalorizarlas; perdió la idea de socialdemocracia… y hasta perdió la música tipo canción protesta de la época de Víctor Jara que ahora usa Renovación Nacional.
Uno de los conceptos más importantes que la izquierda ha perdido es el de la meritocracia.
-Me parece que la izquierda ha renunciado a la idea del mérito, en vez de diputarla. Los latinoamericanos siempre salimos adelante con mucho esfuerzo propio, eso no es nuevo. Lo que pasa es que el neoliberalismo valorizó ese esfuerzo, lo dignificó y lo hizo funcionar casi como un anzuelo para la integración. Hoy, en vez de desechar la idea del mérito, yo haría un esfuerzo de apropiármelo, arrebatárselo a los neoliberales, porque el mérito abrió la expectativa de que las lógicas de privilegio se acaben.
-¿Crees que la derecha se ha logrado apropiar del feminismo también?
Eso es más difícil, porque hay mucha historia. Y hay una cosa generacional muy importante. Además, hay que considerar que el feminismo es un movimiento que no ha parado de tener logros. Alan Touraine, que ha trabajado mucho sobre el movimiento obrero, dice que el feminismo es el movimiento más exitoso del siglo XX y yo estoy de acuerdo. Ha conseguido en Chile entrar en el estado en los 90, con grandes disputas internas y grandes costos, porque abandonó las bases; pero luego logró convertirse, sin ser nunca orgánico, en un verdadero éxito cultural. Tan exitoso que hoy, para decirlo provocativamente, se volvió políticamente correcto y antes no lo era. En algún momento habrá que sacarlo de ahí para que siga vivo, pero por el momento está muy bien porque ha sido una manera de instalarse como un hecho cultural. Igual como el 18 de octubre y el 25 de octubre, el feminismo ha instalado un hecho cultural que no se puede borrar con facilidad.
En este último punto la investigadora ve un signo de nuestro tiempo. Le parece que hoy la política está pasando sobre todo por la cultura, por movimientos que no son orgánicos, como los grupos feministas, o los distintos grupos que acudieron al 18/O o al 25 de octubre. “La política está pasando por este lugar donde se alteran las expectativas, las convicciones, los horizontes de lo posible, lo admisible, etc. Si yo fuera cientista política haría un esfuerzo por estudiar sistemáticamente lo que está pasando ahí”.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
CIPER/Académico es un espacio abierto a toda aquella investigación académica nacional e internacional que busca enriquecer la discusión sobre la realidad social y económica.
Hasta el momento, CIPER Académico recibe aportes de seis centros de estudios: el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), el Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) de la Universidad Diego Portales, el Observatorio del Gasto Fiscal y el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP). Estos aportes no condicionan la libertad editorial de CIPER.