SERIE: PERSONAS COMUNES EN MOVILIZACIONES EXTRAORDINARIAS (II)
La política de la calle de cara al plebiscito
19.10.2020
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SERIE: PERSONAS COMUNES EN MOVILIZACIONES EXTRAORDINARIAS (II)
19.10.2020
La segunda parte de la serie de columnas de opinión Personas comunes en movilizaciones extraordinarias ahonda en el manifestante primerizo que inundó las calles desde el 18/O. Se los describe como personas sin conexión con la política partidista; y aunque son votantes regulares de centro izquierda, no reconocen a ningún líder como referente. La legitimidad que le atribuyen a las manifestaciones se deriva, justamente, de que no son convocadas por nadie y los participantes son los protagonistas. Y por ello el ‘horizonte político’ de estos manifestantes es “seguir en la calle bajo el clamor urgente de un cambio de ‘las cosas’”, escriben los y las autoras. El texto rescata la voz fresca de la calle que habla del abuso como “peonizar” a las personas y que miran la constitución como una oportunidad de refresh. Estos manifestantes quieren cambios, pero “la amplitud de la tarea, las incertidumbres de los tiempos actuales y la falta de conducción política les hacen difícil visualizar cómo se logrará ese cambio”, describe el artículo.
Sobre la base de entrevistas con personas comunes y corrientes que se movilizaron desde el 18/O, en la columna anterior argumentamos que las multitud espontánea y plural que inundó las calles fue conformando una nueva subjetividad política. Retratamos la experiencia de los primerizos en la política de la calle, o “primo-manifestantes”, cuya identificación con la protesta no descansa en militancias políticas, sino en el propio proceso participativo, que abre un nuevo ciclo institucional este domingo 25.
A pocos días de este inédito plebiscito, esta segunda columna profundiza en la compleja relación de estos manifestantes con el sistema político y el proceso constituyente. A partir de 48 entrevistas semiestructuradas realizadas entre mayo y septiembre de este año, analizamos sus experiencias en la movilización para comprender el proceso de politización reciente. Se trata de personas de diversas edades y estratos socioeconómicos, de Santiago, Valparaíso-Viña y Concepción. Si bien no se vincularon desde partidos políticos u organizaciones sociales, fueron actores recurrentes de la política de la calle hasta la llegada de la pandemia. Ahora, siguen muy pendientes del proceso y participando desde las redes sociales.
Aunque no son militantes de la política tradicional y son muy críticos del gobierno y los partidos, no se trata de personas completamente ajenas a la política institucional. De hecho, la mayor parte de los entrevistados ha votado regularmente, preferentemente por candidatos de centro izquierda o de izquierda, si bien no les reconocen como referentes; así lo cuenta Ernesto, diseñador de Maipú de 31 años, “Pero más allá de la politización, de cómo ponerte un color cachai, para mí por ejemplo todo esto que es como de izquierda – derecha, comunismo – socialismo, neoliberalismo, ¡ya pasó ya!”.
La llegada de estos manifestantes a la protesta sí se vincula con un “No Más” a la clase política. Como explica Diego, un estudiante de historia, hay demasiados “políticos que no han sabido llevar a cabo políticas para el pueblo, para la gente, sino que siguen la línea de sus intereses personales e intereses políticos propios. Creo yo que la clase política está bastante viciada”.
La lejanía de quienes supuestamente los tienen que representar, e incluso la certeza de que ningún partido actual los puede interpretar, es un rasgo común a los manifestantes primerizos. La gran mayoría coincide en el diagnóstico sobre la profunda crisis de representación que acompaña al estallido: “Para mí la política es como no creíble, porque mientras la persona que se postula para ser político, para ser algo, ofrece al pueblo miles de cosas, pero ‘a la hora de concretamente cambia todo el contexto, porque viene la letra chica”, según Mónica, de 53 años, ayudante parvularia de la comuna de El Bosque. Incluso algunos relatan que quienes fueron sus referentes en 2011 han perdido hoy su liderazgo, como cuenta Martín, estudiante en comunicación visual de Santiago: “para el 2011 teníamos a Vallejos, a Jackson, a Boric, nos representaban, pero como para estas protestas, como que no.”
Los manifestantes primerizos son personas conscientes de su fuerza para exigir justicia social, pero es muy temprano para calificarlos como un ‘nuevo actor’.
Los entrevistados, sin embargo, no avanzan una interpretación política de esta crisis, ni reconocen o buscan conformar nuevos liderazgos. Tampoco relatan intentos de reclutamiento de parte de ninguna organización. Su horizonte político consiste en seguir en la calle bajo el clamor urgente de un cambio de “las cosas”. Sandra, dueña de casa de Valparaíso de 52 años, describe estas expectativas así: “Y eso se ve, se siente y todos decimos «Chile despertó» y las cosas van a cambiar, tienen que cambiar, aunque la gente trate de poner paños fríos, de ofrecer una cosa u otra cosa. La gente va a cambiar: nadie quiere volver a lo de antes, nadie”.
Sus demandas de cambio y modelos de sociedad aluden a un orden que articula una ampliación de derechos y protección social, con el respeto por las libertades individuales, “un socialismo individualista”, lo llama Ernesto, diseñador de Maipú. Teniendo como referencia países como Canadá, Alemania o Nueva Zelanda, son formulaciones que en este momento no cuentan con referentes ideológicos, ni tampoco demasiada consistencia, pero que muestran la búsqueda de una fórmula política en clave de justicia social.
Otros investigadores han advertido que la crisis de representación política está a la base del estallido (Luna, 2019). A pesar de la sensación de pertenecer a un nuevo colectivo, estas protestas no han conducido a la creación de referentes políticos, pese a los intentos que ha habido. Tampoco han permitido que algún grupo existente capitalice confianza o liderazgo. Más bien, las movilizaciones se han sostenido por la horizontalidad, la reciprocidad y el compañerismo (ver columna 1). Nuestros entrevistados se ven todos como “bases manifestantes”, sin dirigentes.
Esta horizontalidad desconcierta a quienes buscan conducir el conflicto, al no existir ni voceros ni interlocutores del movimiento. Sin embargo, al observar un marco temporal más amplio, se puede comprender el desacople como el punto de llegada de un proceso en etapas sucesivas que se inició en los años 1990 (Espinoza, 2013). Poco más de una década después del fin de la dictadura, nuevas
manifestaciones populares surgieron en el marco de un proceso que entre otros elementos se caracterizó por: el deterioro del acuerdo que posibilitó la llamada Transición a la Democracia, el cambio generacional y la comunicación mediante redes sociales y la masificación del acceso a la educación superior.
El desacople de las manifestaciones sociales con la política tradicional (Luengo, 2020) se hizo evidente con la autonomización de los movimientos sociales desde al menos 2006, para desligarse progresivamente de todos los partidos políticos a partir de las manifestaciones universitarias de 2011 (Somma y Bargsted, 2015). Así, antes del hito que significó el 2011, se fue acumulando descontento con los representantes políticos por las dificultades que las personas tenían para cumplir con el mantra del éxito y la meritocracia, y muchos de manera más dramática para llegar a fin de mes.
Por su parte, la ola feminista del 2018 ratificó la importancia de la calle como medio de protesta, mediante la ocupación de los espacios públicos. Las jornadas de protestas que precedieron el 18/O y el estallido mismo sumó un nuevo desacople, esta vez con las organizaciones sociales que hasta ese momento habían logrado representar o promovido los movimientos de protesta, como lo evidenció la dificultad que enfrentó la Mesa de Unidad Social para instalarse como vocera del movimiento.
Estos “nuevos” manifestantes se mueven de manera espontánea sin recurrir al elemento que ha sido generalmente indicado por los especialistas como central para su éxito: recursos organizacionales previos, duraderos y comunes al grupo (Tarrow, 2004). Por el contrario, su uso de las redes sociales es instrumental, pues les sirve para coordinarse con los cercanos. Algunos entrevistados no habían tenido ninguna experiencia previa en organizaciones sociales o políticas, mientras que otros sí habían participado esporádicamente de espacios locales, como colectivos feministas, animalistas o ambientalistas. Todos señalan que se unieron a la protesta de octubre de 2019 por decisión propia, sin mediar convocatorias partidarias o de organizaciones sociales. Producían sus propios carteles y generalmente iban acompañados de amigos o familiares igualmente independientes. Como relata Fernando, diseñador instruccional de 33 años, de Concepción: “Yo salía con mi bandera gay, salía con mi bandera chilena, mi sobrino es mapuche, su papá es mapuche, así que le ponía su bandera mapuche, lo tomaba en hombros, salía con la vuvuzela, yo con el djembe, mi hermana al lado, mis amigos al otro lado también”.
La legitimidad de este tipo de participación política descansa en que los participantes son los protagonistas. En ese sentido, la revuelta es una movilización inédita no solo por la masividad y la amplitud de las demandas, sino también porque su forma, carente de liderazgos y de organicidad, es precisamente lo que le da legitimidad, como relata una secretaria de 50 años, residente de un sector popular de Valparaíso: “Ahora era muy distinto, ahora no era ir a escuchar un grupo, a escuchar un discurso; eso también me impresionaba, que no había un líder, no estábamos siguiendo a nadie. Creo que el cambio es ése, es atreverse a manifestarse sin estar resguardado de un partido político, de una agrupación colectiva, o de un líder. Creo que ése es un gran cambio. No sé si este cambio es, o va a ser, positivo o no, pero siento que ese es un gran cambio”. Este afán de horizontalidad y de rechazo a una posible dirigencia parece indicar que estas personas no serían una “masa disponible” para un proyecto populista, la cual es una de las hipótesis que se baraja cuando existe una ruptura intensa del orden social y una crítica fuerte a la clase política.
No se trata de un fenómeno puramente local. Este tipo de movilizaciones que descansa en una baja organicidad y sin demanda de representación ha irrumpido a nivel global, como en Francia, Hong Kong y Argelia, entre otros, congregando gran interés en ciencias sociales en los últimos años por su capacidad disruptiva en sistemas políticos con baja legitimidad (Chabanet y Royall, 2014).
Mirando hacia el debate constituyente, el principal desafío post 25 es cómo hacerse cargo de esta nueva subjetividad política, más organizada a partir de la experiencia de exclusión y abuso que de un proyecto de sociedad
El estallido del 18/O amplió al conjunto de la sociedad no solo la percepción de que algo andaba mal, sino que la rutina política no podía resolver el problema y que los descontentos contaban con la calle para hacerse escuchar. Paradójicamente, los entrevistados se sienten en un terreno pantanoso al discutir el futuro, ya que están más o menos conscientes de los límites a este tipo de movimiento, por carecer de representantes. También ronda la desinformación, entre primo-manifestantes. Álvaro, estudiante de mecánica de 21 años en Pedro Aguirre Cerda indica: “La verdad no me he informado mucho sobre los temas como del Acuerdo. Siento que en ese lado estoy bien débil y debiera leer igual más sobre lo que vendría siendo una nueva constitución”.
La reflexión de Ignacia, una artista visual de Ñuñoa representa muchas de las entrevistas realizadas. Sus respuestas sobre el proceso que se viene son menos articuladas en comparación a los relatos sobre las manifestaciones, ya que es algo sobre lo que recién ha comenzado a pensar: “Yo creo que como gesto y como todo lo de la constitución… De hecho, que se haga el plebiscito, primero que nada, como que es muy importante porque también, siento que va a ser un “no fue por nada”, cachai”.
Sin duda cargados de la angustia que ha traído la pandemia y matizados los entusiasmos del 18/O, muchos entrevistados señalan que irán a votar, pero con la sensación de un salto hacia algo desconocido. En palabras de Bruna, estudiante de teatro de Valparaíso: “Y ese es el miedo que me pasa, que no quiero como entrar y decepcionarme de este grupo político, que creo que es tan importante y a la vez ese es como el miedo que me da”.
Así, entre los entrevistados, se evidencia cierta ambigüedad frente al proceso constitucional. Por un lado, se observa el gran descrédito que tienen de la política institucional, y por tanto la dificultad para imaginar representantes válidos en el proceso. Incluso algunos tienen certeza a priori de que no formarán parte del proceso: “Entonces tampoco tenemos como injerencia en eso, o sea, tengo entendido que, si bien dependiendo de lo que salga de la votación, va a haber una convención mixta o va a haber una convención constituyente. Pero, creo yo que, yo al menos como persona común y corriente no voy a tener participación en eso. Creo yo que, sí o sí va a ser una clase política la que va a tomar el mando de este plebiscito”, detalla Diego, de San Miguel.
Pero, por otro lado, todos valoran el cambio constitucional e indican que participarán del plebiscito. Algunos incluso señalan su interés por sumarse como facilitadores en los locales de votación. Otros proyectan expectativas en el proceso constituyente, que podría dar lugar a la recuperación del poder soberano en el pueblo, como señala Ernesto de Maipú: “Entonces puta sí y me encanta, me encanta que por fin estemos hablando de cambiar una constitución que se hizo bajo una dictadura y hecha para tener a la gente común como peones, la AFP te «peonisa» los tipos de contratos que tenemos también te peonisa, la educación te peonisa, tenemos como esta estructura que esta súper centrada en las riquezas de algunos y el resto es como carne para la picadora”. Vemos entonces que los primo-manifestantes enfrentan con ambivalencia el escenario constituyente, teniendo más claridad de lo que ya no quieren más, que de lo que quieren proyectar.
El cambio de constitución estaba en el horizonte de los manifestantes, como para gran parte de la población chilena (Auditoría de la Democracia, 2019; Radiografía del Cambio Social COES, 2020), pero los descoloca que sean mismas instituciones contra las cuales se movilizan las que hayan tomado las riendas del proceso. Esta situación genera confusión y dilemas, pues no logran combinar su motivación cívica con la insatisfacción de la situación presente, y su valoración de otras formas de democracia y orden social.
Ignacia, de Ñuñoa, expresa positivamente el sentimiento de incertidumbre y ambigüedad que invade a estos manifestantes al hablar del proceso constitucional: “No estoy tan metida en lo que es la constitución heavy, pero igual creo que es necesario, porque creo que han pasado muchas cosas y el mismo hecho del contexto en cómo se hizo me parece que no representa a nadie. Me encantaría como un refresh, siento que acá Chile necesita un refresh pero así con urgencia, como que lo haga. Ya el hecho que podamos votar me importa, o sea que salga lo que salga, pero incluir a la gente realmente en su labor o en sus cosas”.
Las ambivalencias se expresan en las dificultades que la gran mayoría tiene para identificar quienes podrían representarlos en la futura convención constitucional. Como expresa Daniel, trabajador independiente, de 41 años, de Maipú, se trata de “un camino, es un comienzo para parar lo que se lleva haciendo ya hace muchos años, pero me asusta de todas formas quién la vaya a redactar, a quiénes vamos a elegir y a dónde vamos a llegar. Básicamente es algo que no puede dejarte de asustar, es difícil, una constitución es algo serio. (…) Entonces, elegir a alguien o el tener un buen referente político, no sé, no lo tengo y me asusta, esa es la parte que más me asusta de todo este movimiento, quiénes van a ser”.
Estas ambigüedades se remontan también a la evaluación que los primo-manifestantes hacen del acuerdo del 15 de noviembre de 2019, cuando en realidad la meta del movimiento era la renuncia del presidente Piñera. Para los entrevistados, el acuerdo constitucional no es un hito que marque su experiencia en el estallido y tampoco lo consideran una respuesta a sus demandas. De hecho, las manifestaciones siguieron luego del acuerdo, y si el entrevistador no formulaba una pregunta al respecto, éste no aparecía en la conversación.
La amplitud de la tarea, las incertidumbres de los tiempos actuales y la falta de conducción política les hacen difícil visualizar cómo se logrará el deseado cambio. Quienes salieron a protestar imaginaron que ello finalmente se podía producir mediante la protesta. Sin embargo, las esperanzas de que el plebiscito o una nueva constitución vayan a resolver sus problemas no son claros. Pedro, de 34 años, sonidista en Independencia señala: “sí, yo creo que la base está en un cambio a la constitución, pero sé que el cambio como tal no va a ocurrir… Una vez que se cambie la constitución los problemas no van a desaparecer, eso es obvio. Pero siento que ese ya es el primer paso para que las cosas vayan cambiando de a poquito por último y que de aquí en 30 años cuando mi hija ya sea mayor, viva en otro Chile”.
Jorge, de Quilicura, recuerda que la demanda principal es la ampliación de derechos sociales: “El tema del cambio constitucional y esas cosas, pucha, pueden que cambien algunos factores, (…) Yo creo que el país puede cambiar siempre y cuando el político cambie el pensamiento. Yo creo que el pensamiento político que tiene el país es muy ligado a la economía. Entonces cuando empiecen a escuchar un poco más (…) realmente las necesidades de la gente, yo creo que ahí puede cambiar”.
Los manifestantes primerizos son personas conscientes de su fuerza para exigir justicia social, pero es muy temprano para calificarlos como un «nuevo actor». La movilización conflictiva define una subjetividad política, que surge de constatar la vacuidad de la mediación o representación. Ad portas del plebiscito, abundan la desconfianza, la incertidumbre y las ambivalencias. Los manifestantes salieron a la calle decepcionados de ver que la clase política (por quienes, en muchos casos habían votado) no contribuía a resolver sus problemas. Pero de pronto esos mismos políticos tomaron la iniciativa abriendo el proceso constitucional. Mirando hacia el debate constituyente, el principal desafío post 25 es cómo hacerse cargo de esta nueva subjetividad política, más organizada a partir de la experiencia de exclusión y abuso que de un proyecto de sociedad.
Agradecimiento:
Conicyt Fondap 15130009 (“Personas ordinarias en movilizaciones extraordinarias. Escucha Activa 2.0: politización y deliberación entre las y los manifestantes de Santiago y regiones en el marco de la crisis sociopolítica y el proceso constituyente”). Agradecemos además a todas las personas entrevistadas.
Chabanet, D., Royall, F.(eds.) (2014) “From Social Movement Analysis to Contentious Politics”, in Chabanet and Royall (ed) From Silence to Protest: International Perspectives on Weakly Resourced Groups. Farham, UK, Ashgate: 1-18.
Espinoza, V. (2013). «Local associations in Chile: social innovation in a mature neoliberal society», en: Moulaert, F., MacCallum, D., Mehmood, A. y Hamdouch, A. (eds.) International Handbook of Social Innovation: collective action, social learning and transdisciplinary research. Cheltenham, UK Edward Elgar Publishing.
Somma, Nicolás, Bargsted, Matías (2015). «La Autonomización de la Protesta en Chile», En Cristian Cox y Juan Carlos Castillo (eds.), Socialización Política y Experiencia Escolar: Aportes Para la Formación Ciudadana en Chile. Santiago de Chile, Ediciones UC, pp. 209-240.
Tarrow, S. (2004). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Madrid. Alianza
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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