CIPER ACADÉMICO / ENSAYO
Chile en su “Momento Gramsciano” (y las limitaciones de una salida tipo nueva socialdemocracia europea)
19.10.2020
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CIPER ACADÉMICO / ENSAYO
19.10.2020
¿Cuál es el mayor desafío que debemos enfrentar en el plano económico en la nueva Constitución? El destacado economista José Gabriel Palma lo analiza en detalle a partir del análisis de por qué colapsó el pensamiento progresista latinoamericano. Apelando a la concepción de Foucault sobre la relación entre el poder y el conocimiento, despedaza el rol de los “expertos” a los que llama “guardia pretoriana del neoliberalismo” y los argumentos de los que postulan para Chile la “nueva” socialdemocracia europea: bajo la apariencia de subsidiar a los más pobres, los grandes receptores de “protección social” son los grupos de altos ingresos. Y detalla los tótems que deben eliminarse, entre ellos, el rol del “Banco Central independiente”.
Chile, al igual que el resto de América Latina, está atrapado en dos pandemias, la nueva (el Covid-19) y la vieja: nuestra perenne falta de imaginación en materias de política económica. Mientras la primera hace estragos, la segunda nos hunde cada día más en las arenas movedizas de la inercia (ver análisis del autor).
Y si seguimos destruyendo hábitats y arruinando ecosistemas, otros virus estarán esperando para saltar de animales a humanos. La continua destrucción de la Amazonia no es más que la próxima crisis sanitaria en espera de su gran oportunidad.
Mientras tanto, la pobreza, la indigencia y el desempleo proliferan. La ONU estima que en América Latina el número de pobres aumentará al menos en 45 millones por la pandemia (ver informe Cepal). Pero casi todas las grandes fortunas siguen expandiéndose como en los mejores tiempos (ver aquí). Y el coronavirus no es el único desastre que afecta de sobremanera a los más vulnerables; el impacto del calentamiento global hace lo mismo.
La pandemia también ha transparentado todo tipo de desigualdades: mientras que en Ñuñoa las dos razones principales para pedir permiso de circulación en cuarentena eran ir a un supermercado y pasear mascotas, en La Pintana éstas eran asistir a funerales y visitar a familiares en recintos penales. Además, la baja cobertura de internet en esta última comuna (apenas 13%), ha estado forzando a la gente a salir, aunque hubiesen podido trabajar o estudiar a distancia.
'La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo se está muriendo y lo nuevo no logra nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas dañinos'. Antonio Gramsci
No es la primera vez que una pandemia impacta a América Latina más que a ninguna otra región del mundo. Como nos recuerda José Bengoa, de todas las pandemias la peor fue la de comienzos de la Conquista española, donde pestes como la viruela, el sarampión y el tifus diezmaron a la población indígena. Si nuestro Padre de la Patria no marchó hacia Santiago después de su gran victoria contra Pedro de Valdivia en Tucapel, fue porque la peste -y no los españoles- aniquilaban sus tropas.
Al impacto del coronavirus se suma la tensión social ya manifiesta en el estallido de octubre de 2019. Tampoco ayuda a esta incertidumbre que los experimentos políticos alternativos de la región, desde los de extrema derecha hasta los que mal imitan a lo peor de la vieja izquierda, compiten por cuál es el más desastroso.
Todo esto nos lleva al impasse en el cual estamos empantanados, al que llamo nuestro “Momento Gramsciano” ―donde lo viejo se desvanece y lo nuevo no logra nacer (para un análisis detallado, ver aquí). Ya titulaba recientemente una columna de opinión “Como si las brujas de Macbeth nos hubiesen profetizado: ‘vivirán empantanados entre un modelo neoliberal que perdió su legitimidad y discursos alternativos que no logran generar suficiente credibilidad”.
Frente a este impasse, algunas voces de la derecha quieren abrir espacios aprendiendo de la socialdemocracia europea, y así, con suerte, conjugar la reactivación económica con un mínimo de protección y paz social. Hasta Juan Sutil, presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), contradiciendo todo lo que dicha asociación empresarial ha predicado por generaciones, ahora llama a que “Chile tiene que avanzar hacia un modelo socialdemócrata europeo”. Y el presidente de la Sofofa, luego de reconocer que la pandemia lo hizo redescubrir el Chile que no querían ver, dice lo mismo. Incluso ya se publican “Manifiestos socialdemócrata” para evitar que “… futuros gobiernos [vayan] de estallido en estallido”. El ministro de Hacienda expresó una opinión similar, y el principal candidato de la derecha, Chicago Boy y alguna vez el delfín de Pinochet, ahora se define como “socialdemócrata”, y “por un nuevo Estado más fuerte, [que] garantice los derechos sociales”.
Algunos en la “nueva” izquierda se molestan porque ven en esto un atropello a sus derechos de propiedad intelectual. Quizás, lo que realmente temen es que esto exponga lo tímido de lo que venían haciendo…
Como la explosión del descontento generó tal crisis político-institucional, ahora cunde la ansiedad ―y en muchos el pánico― de que se vuelva a algo inmanejable apenas regrese algo de normalidad. Según un respetado analista de derecha, el mayor temor […] no es el coronavirus, que cobrará muchas vidas, pero pasará […] Tampoco es la inminente debacle económica, que finalmente también se recuperará […] [El] mayor temor […] es ese grupo social inmanejable, que se [salió] …de las normas de vida en común.
Hasta Juan Sutil, presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), contradiciendo todo lo que dicha asociación empresarial ha predicado por generaciones, ahora llama a que 'Chile tiene que avanzar hacia un modelo socialdemócrata europeo'.
Además, el agotamiento del actual modelo extractivista-dual ―cuya fecha de vencimiento ya está más que pasada―, y la improbabilidad de que este modelo sea capaz de reactualizarse endógenamente, hace poco probable repetir el dinamismo que nos sacó de la crisis de ’82 (ver en repositorio U. de Chile y en researchgate.net).
El susto a que haya una salida desordenada lleva a muchos a idealizar la “nueva” socialdemocracia europea como mecanismo que nos permita salir del pantano, y en forma manejable. El problema es que, si bien hay mucho que admirar a la socialdemocracia europea en su “versión posguerra”, esto no es así ahora en su “versión 2.0”.
En la primera, y aún antes del fin de la guerra (como en Bretón Woods), ya estaba claro: la única salida efectiva a aquel desastre era reestructurar para reactivar. Esto implicaba una nueva agenda económica y social, íntimamente articuladas, para que se potencien. Ahí estuvo la fuerza de la socialdemocracia posguerra y la debilidad de la “versión 2.0” (por la ausencia de lo primero).
En la primera, inspirándose en Roosevelt y Keynes, la agenda económica tenía dos objetivos principales: en el desarrollo de la demanda, y siguiendo el volumen 1 de la Teoría General (donde Keynes analiza la posibilidad de un déficit generalizado de demanda), se buscaban nuevos mecanismos de coordinación internacional y nuevas instituciones para poder asegurar niveles adecuados de demanda efectiva. En lo productivo, también inspirado en el New Deal y La Teoría General, pero esta vez el capítulo 12, donde Keynes analiza cómo las decisiones de inversión deben tomarse inevitablemente con gran incertidumbre, para lo cual no hay una respuesta racional, y que las convenciones que se utilizan para pretender que se sabe lo que se está haciendo están sujetas a revisiones drásticas, lo que da lugar a la inestabilidad económica. Lo que se buscaba era “disciplinar” al empresariado y así orientar la inversión hacia actividades de alto potencial de crecimiento de la productividad, en especial manufacturas, para lo cual era esencial que cada país coordinase su inversión en dicha dirección.
El susto a que haya una salida desordenada lleva a muchos a idealizar la 'nueva' socialdemocracia europea como mecanismo que nos permita salir del pantano, y en forma manejable.
Y lo social se inspiraba en dos ideas fundamentales: la “protección social” es altamente positiva para el dinamismo económico; y la única forma de generar baja desigualdad de forma sustentable era con una agenda social anclada en la económica; esto es, que la distribución de ingreso deseada se generase directamente en el mercado (en el espacio de la producción), dejando a impuestos y transferencias un papel menor.
La implementación de ambas agendas llevó a tres décadas de crecimiento sostenido, con desempleo e inflación mínima, y baja desigualdad. Incluso en los Estados Unidos de la guerra a Reagan, el ingreso del 40% más bajo creció más rápido que el del 1% más rico. Éste es el periodo de más largo dinamismo que ha tenido el capitalismo desarrollado en su historia, algo que no tenía precedentes ni ha tenido continuidad.
Una forma de visualizar la resaca neoliberal de los ‘70 es desde la siguiente perspectiva: el éxito de la “herejía” rooseveltiana-keynesiana despertó el poder destructivo del fundamentalismo en aquellos que veneraban el “libre-mercado” irrestricto. Y así fue como la “pureza de la fe” entró en conflicto con la complejidad de lo real, aquella donde el keynesianismo centraba su análisis. El miedo para un neoliberal era que el keynesianismo estaba destruyendo la creencia misma en el libre-mercado, y en la perfecta “racionalidad” de sus agentes, amenazando con un retorno a un caos primitivo en lo analítico, que iba a destruir la comprensión y eliminar el significado.
Este temor puso en juego el instinto de destrucción, pues lo peor de la herejía rooseveltiana-keynesiana (y de la estructuralista en la periferia) eran sus indiscutibles éxitos en reestructurar y reactivar la economía mundial después de la guerra, tanto en el Norte como en el Sur.
Pero el absolutismo en la idea de la supremacía del libre-mercado hacía que lo que importaba no era lo que se leía (por ejemplo, Adam Smith), sino la forma en la que se leía; no era lo que se pensaba, sino la forma de pensar; no era lo que se creía, sino cómo se creía. En este fundamentalismo se perdía la distinción entre el “yo creo que esto es así” y el “esto es así”; entre la búsqueda de la verdad y “la Verdad”; entre lo que se cree y lo que es cierto. Y lo que se cree saber se convierte en un hecho. Pero la única forma en la cual el conocimiento puede aparentar ser tan completo y evidente es a través de la teorización dogmática o la revelación religiosa. Sólo así se puede tener la ilusión de una simetría perfecta entre las creencias y la realidad.
Por eso, el desafío para los neoliberales no era superar creativamente al keynesianismo, sino borrar todo vestigio de su existencia. Cuando al ideólogo de las reformas neoliberales en Brasil le preguntaron por su inspiración, respondió: “deshacer 40 años de estupidez [besteira]”. Pues, hoy en día “o se es neoliberal o se es neoidiota (neoburro)”. Esta actitud de “deshacer estupideces” ―de multiplicar todo por “menos 1” ―, fue lo que llevó a dichas reformas neoliberales, como en el Chile del grupo duro de los Chicago Boys, a que casi todo terminase en “destrucción no creativa”. Ya sabemos lo que pasó en Brasil, y en Chile el ingreso por habitante al año siguiente a cuando Sergio de Castro fue dado de baja como ministro de Hacienda: fue incluso más bajo que el existente un año antes de que comenzaran sus siete años como zar económico, demostrando que la arrogancia no es buen sustituto del conocimiento.
El desafío para los neoliberales no era superar creativamente al keynesianismo, sino borrar todo vestigio de su existencia.
Lo anterior abre tres preguntas: cómo fue posible que un discurso fundamentalista se expandiera por el mundo occidental como una pandemia; esto es, por qué en momentos complejos discursos simplistas se pueden hacer tan atractivos. Por qué el Asia emergente es inmune a estos atontamientos. Y cómo fue que el pensamiento progresista latinoamericano colapsara en la forma en que lo hizo; por qué su excesivo “economicismo” anterior lo dejó sin piso cuando abandonó su agenda económica.
Era bien poco probable que hacer política económica de esta manera “revanchista” fuese algo eficiente. Tampoco debería sorprender el papel que asumió la disciplina económica, y cómo se transformó en intolerante con ideas alternativas (aquellas que no glorificaban la perfecta racionalidad de los agentes económicos, ni la eficiencia absoluta de los mercados libres). Por eso las experiencias exitosas, pero heterodoxas, de Asia emergente se tenían que ignorar. Según el psicoanalista Ron Britton, existe una relación inversa entre la expectativa de comprender lo real y la intolerancia con la disidencia. En economía, a menos expectativas, más intolerancia.
La concepción de Foucault de la relación entre el poder y el conocimiento, particularmente el papel de la “disciplina” económica en la democracia —como una forma de poder que disciplina imponiendo formas específicas de conocimiento—, es de gran ayuda para entender el papel de los “expertos” en todo esto: ser la guardia pretoriana del neoliberalismo. Su rol patético en lo del retiro del 10% de las AFP, cuando competían por la predicción más apocalíptica (“Chile se va a incendiar”, dijo una economista de la Universidad Católica), es un ejemplo paradigmático. Pero como ya llevan tanto tiempo gritando “¡Lobo!, ¡lobo!”, nadie les hizo caso.
En cuanto a la agenda social de la “nueva” socialdemocracia, por haber absorbido indiscriminadamente el discurso económico neoliberal, se disoció de la nueva agenda económica pro “libre-mercado”, a diferencia de la posguerra donde ambas estaban estrechamente articuladas. Si bien la agenda social sigue inspirada en la de la posguerra, la nueva agenda económica ahora intenta construir un futuro que es el opuesto al de su proyecto anterior. Por eso la asimetría entre las dos.
En Chile, por ejemplo, eso fue lo que también pasó con la Democracia Cristiana: con Eduardo Frei Montalva (presidente de Chile 1964-1970), la agenda económica se articulaba con la social, pues reforma agraria y chilenización del cobre iban de la mano con programas de “promoción popular”, potenciándose. Con el presidente Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), en cambio, se buscaba básicamente lo mismo en lo social (aunque con más consultores), pero lo opuesto en lo económico. Como ambas agendas eran contrapuestas, se emasculaban. Además, ambas ignoraban cómo una nueva revolución tecnológica y orden económico internacional hacían necesario repensar todo en forma creativa y no seguir pegados en el pasado, buscando mecánicamente lo mismo en uno, y lo opuesto en lo otro.
Pero en eso no estamos solos; en Europa pasó lo mismo. El caso alemán es paradigmático: lo que ha pasado en su distribución del ingreso-mercado (antes de impuestos y transferencias) lo dice todo.
Gráfico 1
Alemania y Chile: ‘Gini-Mercado’, 1960-2017. La “Cerrada de Brechas al Revés” (o el Reverse Catching-up) de la Nueva Socialdemocracia Europea con América Latina
Es notable cómo la elección de Reagan y Thatcher, y la caída del Muro, desencadenaron en la OCDE esta “cerrada de brechas al revés” con el trópico, «bananizando» de su desigualdad-mercado. El Consenso de Washington prometía “convergencia” en todo el mundo, y no solo en ingreso, sino también en instituciones, en desigualdad, etc. Si bien se dio la convergencia en la distribución-mercado, ¡ésta sucedió en la dirección opuesta!
La diferencia entre la agenda económica socialdemócrata de la posguerra y la pro-neoliberal es que la primera buscaba generar dinamismo económico vía “disciplinar” el capital, cosa que la única forma de ganar plata fuese haciendo algo socialmente útil. En su versión ‘2.0’, en cambio, la teología neoliberal los convenció de que lo único que había que hacer para generar dinamismo económico era tener a los ricos contentos.
El impacto nocivo que tuvo esto en áreas como la distribución-mercado queda a la vista. Y mientras el Gini-mercado saltaba en un tercio, la inversión caía en igual proporción (colapsaba del 30% del PIB a 20%), volviéndose similar al nivel promedio de América Latina desde 1980; y esta obsesión por “latinoamericanizar” la inversión pasó a ser un fenómeno generalizado en la OECD. Mientras tanto, el crecimiento de productividad se derrumbó del 5% anual a casi cero, nuevamente, al promedio latinoamericano desde 1980. Esto es, al mejor estilo criollo, mientras mayor era la proporción del ingreso que se apropiaba el 10% más alto, menor era la proporción de ese ingreso que volvía a la economía en forma productiva.
También Estados Unidos ya está más desigual en su distribución-mercado que México (Ginis de 50.8 y 46.6); y con un presidente al que solo le faltan los lentes oscuros y la capa blanca para parecerse a un pequeño Mussolini de república bananera. Si Estados Unidos tuviera el mismo nivel de ingreso que ahora, pero la desigualdad de cuando Reagan fue electo, el 1% superior ganaría US$2 billones menos de lo que gana; ¡una cifra mayor que el PIB de Brasil! Mientras tanto, el salario real promedio por hora de trabajo está estancado desde entonces.
Según el psicoanalista Ron Britton, existe una relación inversa entre la expectativa de comprender lo real y la intolerancia con la disidencia. En economía, a menos expectativas, más intolerancia.
No debería, entonces, extrañar cuando el Papa Francisco dice que este tipo de “libre-mercado” es el «estiércol del diablo»; “una dictadura sutil», y que, “además saquea a la naturaleza”. Esto “… resulta de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera… Así se establece una nueva forma de tiranía…”.
La vida en la OECD socialdemócrata ya no es tan fácil como parece, pues ahora uno no solo tiene una familia, sino también una oligarquía que mantener. Ya es hora de decirles: “¡Bienvenidos al Tercer Mundo!”.
Más que por su intento de absorber elementos del neoliberalismo económico —después de todo, sobre gustos no hay nada escrito—, mi crítica a la “nueva” socialdemocracia es por su incapacidad de hacerlo en forma creativa. Para Gramsci toda ideología hegemónica tiene que absorber elementos de ideologías contrapuestas; pero tiene que hacerlo en forma imaginativa, articulándolos con la esencia de la propia ideología. Esto es, para que un consenso pueda permanecer como hegemónico los grupos dominantes tienen que hacer concesiones ideológicas a los grupos subordinados, pero sin poner en peligro su dominación. Esto fue lo que hizo a la perfección la derecha económica después del Plebiscito de 1988, y donde falló la “Concertación” durante la transición.
Lo que le sucedió fue que la “nueva” socialdemocracia (allá y acá), en lugar de hacer ese esfuerzo integrador de imaginación, lo hizo en forma floja, a veces oportunista, y sin creatividad, dejando que la ideología económica neoliberal simplemente remplazara a su anterior. El resultado fue una ideología económica insípida y desarticulada con su agenda social. Y no había nada inevitable en esto, como tampoco en el absurdo deterioro de la desigualdad-mercado. La comparación entre Alemania y Corea lo dice todo.
Gráfico 2
Alemania y Corea: la Desigualdad-Mercado vs. la del Ingreso Disponible, 1960-2016
No debería, entonces, extrañar cuando el Papa Francisco dice que este tipo de 'libre-mercado' es el 'estiércol del diablo'; 'una dictadura sutil', y que, 'además saquea a la naturaleza'. Esto '… resulta de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera…'
Si bien Alemania y Corea llegan al mismo puerto (igual distribución del ingreso disponible), Corea lo hace casi de inmediato en el mercado; Alemania, en cambio, sigue un camino tortuoso. Mientras deja que su distribución-mercado empeore en 14 puntos-Gini, ahora tiene que implementar una política distributiva de esfuerzos faraónicos para poder llegar a donde Corea llega sin mayor esfuerzo, pues en este último las agendas económica y social empujan en la misma dirección (mientras que, en Alemania, hacia las antípodas).
Por eso, la “nueva” socialdemocracia europea cae en otro tipo de “falla distributiva”, diferente al del gran aumento de la desigualdad mercado per se (lo cual es una falla distributiva en sí). Esta nueva “falla” se relaciona con la brecha, cada vez menos sostenible, entre la desigualdad mercado y la de ingresos disponibles, y su inevitable plétora de distorsiones, costos de transacción e incrementos de deuda pública.
De hecho, los requerimientos directos en la Unión Europea socialdemócrata para protección social representan en promedio 40% del gasto público (el equivalente a 16% del PIB); y si se agregan salud y educación pública, se llega a dos tercios del total del gasto público ― ¡el equivalente a 25% del PIB! Esto es, en Alemania uno de cada cuatro euros que se generan de valor agregado se tiene que destinar a “protección social”, para así revertir la absolutamente innecesaria y gigantesca desigualdad-mercado. ¡Este es el costo económico de la asimetría entre sus dos agendas!
La 'nueva' socialdemocracia en lugar de hacer un esfuerzo integrador de imaginación, lo hizo en forma floja, a veces oportunista, y sin creatividad, dejando que la ideología económica neoliberal simplemente remplazara a su anterior. El resultado fue una ideología económica insípida y desarticulada con su agenda social.
Jorge Bergoglio da en el clavo: «Un cierto liberalismo cree que es necesario primero producir riqueza [para algunos], no importa cómo, para después promover alguna política redistributiva por parte del Estado» (uno de sus asesores me contó que le había pasado mis trabajos sobre desigualdad). Parte de la clave está en el “no importa cómo”, pues si al menos importase “el cómo” (sin distorsionar mercados), no se produciría tamaña asimetría entre ambas agendas, ni se necesitaría el (innecesario) costo sideral de redistribuir. Corea, en cambio, solo necesita invertir 11% del PIB en gasto social para llegar a la misma distribución para la cual Alemania tiene que gastar más del doble. Por eso Corea se da el lujo de recaudar 15 puntos porcentuales menos del PIB en impuestos que Alemania, y además tener, aún así, una inversión pública que es el doble de la alemana.
Esto es lo que me lleva a decir que el estado de bienestar de la “nueva” socialdemocracia alemana terminó de facto siendo un subsidio a la gran desigualdad-mercado, pues ésta no sería políticamente posible sin el esfuerzo titánico (y perfectamente evitable) de redistribución posterior. Aparentemente es para subsidiar a los más pobres, pero en realidad los grandes receptores de “protección social” son los grupos de altos ingresos. En 2008, por ejemplo, en Estados Unidos y Europa se gastó US$1 billón en rescates bancarios y se inyectaron US$15 billones en “QE”. Por eso, el estado de bienestar socialdemócrata ha terminado siendo un Robin Hood posmoderno: le “roba” a los ricos para darle a los más ricos.
De hecho, Corea llega a un Gini de 30 en su ingreso disponible (o un Palma ratio apenas superior a 1) gastando lo mismo que Chile en protección social (11% del PIB); pero nosotros, con ese mismo gasto, apenas llegamos a un Gini de 45 (o un Palma ratio de 2.8). Así, Chile subsidia la desigualdad por partida doble (como en Alemania): permite que se distorsionen los mercados a gusto para llegar a una distribución-mercado que no tiene nada que ver con un “mercado” de verdad, pero no se gravan esos ingresos como para al menos llegar a una distribución del ingreso disponible más civilizada.
Después del estallido social, es precisamente esta (ineficiente) asimetría entre las dos agendas de la “nueva” socialdemocracia europea lo que la hace atractiva a dirigentes empresariales y políticos pro statu quo en Chile. Son aquellos que, con un poco más de visión de futuro, están dispuestos a pagar (al menos algo) del costo de dicha agenda social para poder salir más ordenadamente de la crisis. Además, ellos tienen “un as bajo la manga”: en este mundo financiarizado, en lugar de tener que pagar nuevos impuestos para financiar dicha protección social, siempre se puede aumentar la deuda pública. Por eso, para el empresariado una salida de este tipo sería una situación win-win: no se tocaría el modelo rentista neoliberal y bonos públicos financiarían la tan necesaria paz social y mínima equidad. ¡Cómo no se les había ocurrido antes!
Así se podría cuadrar el círculo: grandes agentes podrían continuar manipulando indiscriminadamente los mercados productivos y financieros en su favor, lo que incluye seguir extendiendo el “mercado” hacia ámbitos hasta ahora inconcebibles e inaceptables de la vida social (generando algunas de las actividades más ineficientes del mercado), y en lo social, un mayor gasto deficitario facilitaría la paz social.
Cuando a la señora Thatcher le preguntaron en una de sus últimas entrevistas cuál había sido su mayor logro político, respondió: “La transformación del Partido Laborista en el ‘Nuevo’ Partido Laborista”, el de Blair y Brown. Pinochet (bueno, si hubiese tenido materia gris) podría haber dicho exactamente lo mismo respecto de la “nueva” izquierda chilena. Un buen ejemplo de cómo los neoliberales lograron “fabricar consentimiento” en el sentido Chomsky.
Como decía Foucault, el neoliberalismo no es un conjunto de políticas económicas, sino una nueva tecnología de poder; ¡y es precisamente esa tecnología la que hoy hace aguas! Pero lo nuevo, aún no logra nacer.
Por su parte, lo que ahora propone Joaquín Lavín, Mario Desbordes y Cia. ―por distinto que esto sea respecto a su posición original a la Chicago― tiene todo el sentido del mundo desde la perspectiva actual de su ideología y de los intereses actuales de quienes representan; mientras que los reclamos airados de las Matthei y los Allamand y Cia. (ya muy) limitada, solo hacen sentido desde la perspectiva del poder destructivo (y autodestructivo) del fundamentalismo. Éste decía que las reformas neoliberales tenían, sí o sí, que debilitar el poder de los trabajadores y del Estado creando un entorno institucional (artificial) en el que la vida para ellos sería siempre altamente inestable y permanentemente insegura. En este escenario, un agente móvil y maleable (como el gran capital) podría lograr un dominio inigualable (¡en la jungla, el capital es el rey!).
Lavín, Desbordes y Cia. tienen la sabiduría de reconocer que el “equilibrio Nash” que se había logrado antes en torno a la estrategia «pura» de la élite ―obtenida vía convencer a la mayoría de que no tenía sentido desafiar esta estrategia, pues en un conflicto los jugadores de altos ingresos tenían todas las de ganar―, ya no es más sustentable, pues en la realidad post estallido social el país ya se movió a otro juego, uno mixto e inestable, debido a que la oposición popular ahora cree (y con fuerza) que en este momento sí tiene todo el sentido del mundo desafiar dicho “equilibrio Nash”. Es decir, la mayoría (empujada por la juventud) ya perdió el susto, y comenzó a desafiar el acuerdo político post plebiscito del ‘88 entre la dictadura y la Concertación, que intentaba consolidar los componentes distributivo y económicos asociado con la estrategia «pura» de la oligarquía (logrados en dictadura).
Como decía Foucault, el neoliberalismo no es un conjunto de políticas económicas, sino una nueva tecnología de poder; ¡y es precisamente esa tecnología la que hoy hace aguas! Pero lo nuevo, aún no logra nacer.
Lo más atractivo para la derecha no-troglodita es que una alternativa socialdemócrata “renovada”, junto con ofrecer un mínimo de paz social y algo de igualdad, les permitiría mantener los aspectos “Buchanan” de su modelo (tan bien aterrizados por Jaime Guzmán). La Constitución de Pinochet y sus “leyes de amarre” son un ejemplo paradigmático ― ¡y la razón fundamental de por qué hay que cambiarla!-.
Para Buchanan, los que realmente necesitan “protección social” son los dueños del gran capital, pues sus derechos de propiedad solo se pueden garantizar mediante límites constitucionales al cambio. Buchanan veía a la sociedad en forma obsesivamente paranoica, como en eterno conflicto entre “creadores” (empresarios) y “secuestradores” (todos los demás y quienes tendrían constantemente asediados a los primeros). En su obra advierte recurrentemente del peligro de “parásitos” y “depredadores” al acecho de innovadores.
Solo un estallido social de la magnitud del de octubre de 2019 pudo forzar al establishment a aceptar la posibilidad (solo la posibilidad) de ceder en algo en los elementos buchanianos de la Constitución de Pinochet.
Bajo esa nueva influencia buchaniana, la “nueva” izquierda latinoamericana no escatimó en mea culpas por su pasado supuestamente “depredador” (reformas agrarias, nacionalizaciones, etc.), estando ahora de acuerdo con barreras constitucionales que defiendan irrestrictamente los derechos de propiedad de los “creadores” —sin importar para nada la forma bien poco ‘creativa’ en la cual muchos de estos “innovadores” habían adquirido sus activos, como en piñatas de empresas públicas y de recursos naturales durante las increíblemente corruptas reformas neoliberales, a las cuales tenían acceso sólo los cortesanos del régimen (al respecto, ver análisis; este segundo y un tercero: ¿Cuánto habrá que esperar para que los Chicago boys asociados respondan por el botín que algunos se llevaron?).
Por su parte, fenómenos como el TPP-11 sólo se entienden desde esta perspectiva buchaniana de “protección corporativa absoluta”; lo comercial del tratado era solo el anzuelo para que picaran los ingenuos, y para darle piso a los mandarines que negociaban cual zombis ―y sin ninguna capacidad de pensamiento crítico―, y a los políticos oportunistas ‘progresistas’ que querían con esto aparentar ser “hombres de Estado” para facilitar aventuras presidenciales (ver El TPP-11 y sus siete mentiras de democracia protegida a corporaciones protegidas). Si el estallido social se hubiese demorado solo una semana más, ¡el TPP ya sería ley de la República! (No hay que olvidar que por ahora solo duerme a la espera que el Senado lo resucite).
La nueva Constitución debería impedir varios aspectos de este tipo de ‘tratados’, como el sacar de Chile la resolución de conflictos ―y pasarlos a cortes de fantasía, donde abogados de corporaciones son jueces y partes; eso no es más que ceder soberanía por secretaría. También debería ser inconstitucional que un tratado de este tipo amarre, como camisa de fuerza, a nuevas generaciones a un tipo específico de políticas económicas, pues cualquier cambio futuro de este tipo que afecte la rentabilidad corporativa, por democrático, razonable y necesario que sea, pasa a ser “expropiación indirecta”, sujeta a compensaciones millonarias.
De hecho, muchas de las medidas tomadas hasta ahora para paliar el efecto de la pandemia hubiesen sido imposibles en la práctica si el tratado estuviese en vigor (como el retiro del 10% de las AFP; el no corte de servicios básicos; los créditos públicos ‘blandos’, etc.), pues hubiesen abierto las compuertas a compensaciones millonarias a AFP, empresas de servicios, bancos, etc.
Este es el problema fundamental del actual modelo neoliberal, ya en su etapa senil: no hay muchas formas de remodelar la estructura de un “sistema” con tan poca entropía, pues hay pocas formas de rediseñar su estructura (para así poder avanzar en el tiempo) si uno no puede cambiar sus fundamentos: que los que están en la cima continúen apropiándose de una parte tan ridícula de la renta y de la riqueza, y por hacer más de lo mismo rentista, extractivo, depredador, especulativo y del tipo-traders. De ahí la absoluta rigidez estructural del “modelo”, y lo atractivo de la alternativa “nueva socialdemocracia europea”, pues le permite paliar lo social sin tocar lo económico, y así le da un nuevo hálito de vida a un modelo que ya perdió toda legitimidad.
Otro tótem de ineficiencia a desmenuzar es el de un Banco Central 'independiente' (independiente de la voluntad popular), que solo considere asuntos monetarios asociados al control de la inflación y a evitar crisis financieras (como el actual, y a diferencia del FED en EE. UU.), y que asuma que el crecimiento es 'problema de otros' cuando desde una perspectiva keynesiana lo fundamental es la coordinación de todas las políticas económicas
La ironía de la historia es la magnitud de la voltereta del cambio ideológico: si primero fue la socialdemocracia la que se impregnó ideológicamente del naciente neoliberalismo —ayudando con eso a generar un consenso hegemónico quizá sin precedentes en la historia moderna de la región—, ahora es el neoliberalismo, en su etapa senil, el que trata de asimilar la agenda social de la nueva socialdemocracia europea para poder sobrevivir. Recuerda a la aristocracia francesa tratando de salvarse del tsunami vía concesiones tardías.
En este sentido, lo que más caracteriza a nuestro “momento Gramsciano” es nuestra falta de imaginación social. Como ya he comentado, los analfabetos del siglo XXI no son aquellos que no saben leer o escribir, ni aquellos que no saben aprender, sino aquellos incapaces de “des-aprender” y “re-aprender” en este mundo cambiante.
El gran problema en lo que se viene por delante es que, si los “nuevos analfabetos” logran el tercio del mecanismo constituyente, estamos condenados a seguir empantanados en nuestro “Momento Gransciano”, y a seguir hundiéndonos en las arenas movedizas de la inercia y en la violencia.
En resumen (y tomando de Freud), algo fundamental en la tarea de construir una nueva Constitución (y sociedad) es desbancar los tótems y tabús que los neoliberales nos dejaron incrustados en el “sentido común” (perspectiva Gramsci) del país. Por ejemplo, el tabú a tener un royalty de verdad para poder recuperar las rentas de todos nuestros recursos naturales (a diferencias de la hipocresía del royalty del cobre de Lagos e Eyzaguirre, que no recauda ni el 1% de las ventas del cobre). También destronar el tótem de las AFP (el 10% ya dio el primer paso); el tabú que demoniza al Estado productivo; el tótem que idealiza al Estado “subsidiario” (llamado así porque su rol fundamental es subsidiar y subsidiar al gran capital); desnudar el tabú que dar prioridad al medioambiente obstaculizaría el desarrollo productivo, siendo que “lo verde” es la mejor oportunidad que tenemos (junto a la industrialización de los recursos primarios) para desarrollar nuevos motores sustentables del crecimiento de la productividad.
Algo fundamental en la tarea de construir una nueva Constitución (y sociedad) es desbancar los tótems y tabús que los neoliberales nos dejaron incrustados en el 'sentido común' (perspectiva Gramsci) del país.
Otro tótem de ineficiencia que hay que desmenuzar es el de un Banco Central “independiente” (independiente de la voluntad popular), que solo considere asuntos monetarios asociados al control de la inflación y a evitar crisis financieras (como el actual, y a diferencia del FED en Estados Unidos), y que asuma que el crecimiento es “problema de otros” cuando desde una perspectiva keynesiana lo fundamental es la coordinación de todas las políticas económicas (es la diferencia a que un auto lo maneje (democráticamente) una persona, a que una esté a cargo del acelerador, otra del freno, otras del embriague y otra más del manubrio…). También hay que desbancar el tabú que impide hacer algo que pudiese molestar a la élite capitalista, por necesario que sea, pues, reza el tabú, para que funcione el capitalismo hay que tener a los ricos contentos. También hay que remecer al tótem pagano que venera a la doctrina fridmanian del «shareholder capitalism», que prioriza la maximización de las utilidades corporativas a corto plazo por sobre todo lo demás (incluido el propio interés de la firma en el largo plazo, el de sus empleados, clientes, el de la sociedad en general, ¡y para qué decir la naturaleza!); y al tabú de que ya no se pueden recuperar los recursos naturales regalados en dictadura y en democracia; y así.
De esta manera podremos tener una Constitución que abra espacios para la implementación de una amplia gama de políticas económicas, en lugar de tener una antidemocrática, deliberadamente hecha a la medida de un modelo específico, y en desmedro de otros, cualquiera sea la voluntad popular que haya detrás de ellos.
Como dice la canción, tenemos razones puras, tenemos por qué pelear, tenemos las manos duras, tenemos con qué ganar.
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