CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
De la desafección al estallido social
14.10.2020
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
14.10.2020
Este artículo plantea que en los ‘90 se instaló en Chile una desafección hacia la política, la que se transformó en malestar como consecuencia de distintos factores ¿El más importante? Que la elite ninguneó las señales de frustración y crecientes demandas sociales de una mayoría de la población. Luego, la desafección se volvió “un sentido común extendido”; y cuando ello ocurre, “el sistema político formal entra en un proceso de descomposición”. Este proceso estaría en los orígenes del 18-O, propone el autor.
El 46% de participación en las elecciones parlamentarias de 2017 confirmó la existencia de una cultura de desafección política. Este alto nivel de abstención electoral se correlaciona con el escaso interés que la población viene manifestando durante más de dos décadas hacia la política institucional, pero también con otros síntomas que subyacen a este comportamiento. Los principales son la alta desconfianza en las instituciones (públicas y privadas) y en otras personas, y la baja participación en organizaciones política y sociales. Asimismo, la presencia de estos síntomas indica que la desafección no es solo política, sino también comunitaria (Morales, 2008)[i].
Este fenómeno parece contradictorio con la gran movilización social que se vivió a partir del 18 de Octubre de 2019, al describir una ciudadanía alejada y a la vez incapaz de ejercer poder. Sin embargo, desafección y estallido están muy conectados. Sobre todo, si se atiende a que la desafección llegó al estado de malestar en los últimos diez años. Entonces el estallido social tiene en la enajenación política una de sus causalidades.
Ahora bien, para entender adecuadamente la conexión entre ambos fenómenos, se requiere conceptualizar la desafección y conocer su secuencia, además de establecer cuáles son sus posibles efectos en el significado y funcionamiento de la democracia.
En general, la desafección en las actuales democracias se ha vinculado a la frustración de la ciudadanía ante los resultados de la política (Paramio, 1999)[ii]. Una de las definiciones más aceptadas sobre este fenómeno es la que ofrecen Montero, Gunther y Torcal (1998)[iii]. Para estos autores, la desafección sería un conjunto de sentimientos difusos que llevan a las personas a ver los asuntos políticos como algo lejano, carentes de importancia y sentido. Unos sentimientos negativos que provocan un comportamiento de molestia o rechazo hacia el proceso de toma de decisión política y sus principales actores.
Cuando la desafección se convierte en una estructura de comportamiento político y un sentido común extendido, entonces el sistema político formal entra en un proceso de descomposición.
Una primera explicación del origen de la desafección estaría en la percepción de pérdida de confianza, decepción o falta de honestidad en la relación que los actores e instituciones del sistema político entablan con la ciudadanía. Hay que tener en cuenta que no es necesariamente un acto reflexivo. Por ejemplo, si la ciudadanía asume como una verdad que el sistema político es indefectiblemente corrupto o que se gobierna en favor de los más ricos, a pesar de que los datos no confirmen esta opinión, la desafección se acrecentará. Aquí el ciudadano/a opera a través de un filtro de información subjetivo.
Lo anterior no implica de por sí que la desafección desemboque automáticamente en acciones contra el sistema político. Este es un sentimiento que se expresa en un primer momento mediante la enajenación de los individuos ante el proceso de toma de decisiones. En otros términos, las personas asumen que no se puede influir en el devenir de la sociedad hasta desvincularse del debate político. Es tanto una sensación de frustración como de impotencia, ya que se asume la imposibilidad de cambiar el curso de las cosas. Y si el esfuerzo no se ve recompensado, lo más probable es que deje de existir (Mardones, 2014)[iv].
Ahora bien, cuando la desafección se convierte en una estructura de comportamiento político y un sentido común extendido, entonces el sistema político formal entra en un proceso de descomposición. Esto no pasa de un día para otro, sino que tarda un tiempo prolongado en solidificarse. Cuando ocurre, y además entronca con una crisis social, el sistema político colapsa. Se convierte en una supernova. Esto es, se contrae hasta su mínima expresión para luego expandirse hasta estallar. Parafraseando a Mayol (2020)[v], se produce un Big Bang, pero en términos políticos.
De acuerdo con Montero, Gunther y Torcal (1998: 25)[vi], la desafección política se puede medir “trazando una línea continua desde un polo positivo basado en sentimientos de cercanía al sistema político, que pasa a través de puntos intermedios caracterizados por cierto desapego respecto a elementos significativos del régimen, y que alcanza un polo negativo definido por una hostilidad completa hacia el sistema político y un consecuente alejamiento de éste”. De este modo, desconfianza, desinterés, rechazo, hostilidad y distanciamiento del sistema político representan distintas etapas de un proceso paulatino de desafección.
Si la desafección se desarrolla como un proceso, entonces se podría decir que ésta tiene grados o niveles. Atendiendo a las diferentes pautas de comportamiento político, tanto institucional como extrainstitucional, que se pueden observar en distintos regímenes democráticos, existirían al menos tres niveles de desafección: bajo, medio y alto. El primero responde a un comportamiento de distanciamiento crítico de un grupo que es más bien minoritario que no llega a deslegitimar el sistema político[vii] (1 a 20 por ciento). El segundo responde a una mezcla entre crítica y alienación que expone un grupo significativo de ciudadanos hacia el sistema político (20 a 35 por ciento). El tercero es el más peligroso, ya que implica que un grupo mayoritario pasa desde la alienación a un retraimiento generalizado que deslegitima el sistema político (sobre el 40 por ciento). En este último nivel se puede producir una crisis total en el funcionamiento de un sistema democrático, especialmente en su dimensión representativa.
Desconfianza, desinterés, rechazo, hostilidad y distanciamiento del sistema político representan distintas etapas de un proceso de desafección.
Por su parte, Gamson (1968)[viii] planteó una secuencia relacionada con la desafección. Esta se inicia con el descontento con el gobierno de turno, a lo que sigue la desconfianza hacia las instituciones políticas, llegando a una completa alienación respecto al sistema político. Retomando la idea de los niveles de desafección, esta secuencia iría desde el distanciamiento hasta la alienación. ¿Pero, qué sucede cuando la alienación se convierte en hartazgo y resentimiento? Pues en ese momento emerge el tercer nivel de desafección (estructural) que puede conducir a la irrelevancia del sistema político. Esto es, las instituciones pierden su calidad de continente normativo y los actores políticos quedan vaciados de capital simbólico.
En Chile este fenómeno tuvo un comienzo silencioso, pero constatable. La disminución de inscripciones de los jóvenes en el registro electoral desde mediados de la década del noventa fue un primer aviso al cual los partidos y representantes políticos no pusieron atención. A éste se fueron sumando los efectos propios de la ideología dominante, que mezcló la vieja cultura de la hacienda (solo el esfuerzo personal permite surgir en la vida) con altos grados de desigualdad y segregación social, política y económica. Con ello, se impuso la idea de que los asuntos públicos eran irrelevantes, en tanto que lo importante era el éxito individual y el aumento de la capacidad de consumo. Se instaló la percepción mayoritaria de que nada de lo que ocurriera en el sistema político era relevante para la vida de nadie, por lo que los eventos electorales dejaron de tener valor. Esto último se convirtió en una profecía autocumplida cuando el sistema político demostró ser inmune a la protesta y demandas sociales mayoritarias.
Los variados sentimientos de desafección pueden llegar a cuestionar el funcionamiento y valor simbólico de la democracia, especialmente en el rol asignado a los representantes políticos. En este sentido, el capital altamente valórico de la democracia se ve disminuido cuando la ciudadanía constata que la élite gobernante no responde a sus demandas. Y aún más cuando la opinión de dicha élite es de menosprecio[ix].
Así, uno de los efectos de la desafección en la democracia tiene que ver con la pérdida de confianza de la ciudadanía en los gobiernos y partidos. Como apunta Paramio, esto es especialmente sensible en un sistema de partidos que tiende al bipartidismo, donde los cambios de signo en el gobierno no ayudan en la resolución de los problemas sociales. Debido a ello, una parte importante de la ciudadanía deja de creer en las promesas electorales y en que los programas propuestos sean aplicados. En otras palabras, surge la frustración entre los electores ante el incumplimiento de las expectativas (Paramio, 1999)[x].
En nuestro país el error de diagnóstico respecto a la lejanía que exhibía la ciudadanía respecto a los políticos fue tan notorio, que las diferentes demandas sociales que se fueron instalando cada vez con más fuerza no solo fueron desatendidas, sino que también ninguneadas. Incluso, tras las masivas y permanentes manifestaciones del año pasado las élites políticas tradicionales no han dejado de expresar una profunda nostalgia por una de las causas de esa desafección, el consenso bipartidista que gobernó Chile desde la transición hasta 2018[xi]. Esta mirada sesgada de su propia responsabilidad política es la que vincula la desafección con la explosión social de 2019.
En síntesis, como lo demuestran los datos de Latinobarómetro[xii], Chile se ha caracterizado por una desafección estructural. Al trazar esa imaginaria línea continua desde un polo positivo a un polo negativo, encontramos que Chile se ha situado un largo tiempo en un punto cercano al de hostilidad. Todos los indicadores veían apuntando a que chilenos y chilenas mantenían una posición de rechazo al sistema político y a sus élites; muy alejados de un comportamiento proclive a la participación democrática. No obstante, este malestar estructural tuvo una vía de escape tras el 18 de Octubre, gracias a la creatividad y organización desde la identidad como pueblo y una acción política no tradicional que dan sustento a un inédito proceso constituyente. La solidificación de este proceso es la única garantía de que el retorno de lo político-popular permita recuperar nuestra alicaída democracia.
[i] Véase Morales, M. (2008). Evaluando la confianza institucional en Chile. Una mirada desde los resultados de LAPOP. Revista de Ciencia Política, 28(2), 161-186.
[ii] Véase Paramio, L. (1999). Cambios sociales y desconfianza política: el problema de la agregación de preferencias. Revista Española de Ciencia Política, 1, 81-95.
[iii] Véase Montero J. R., Gunther, R y Torcal, M. (1998). Actitudes hacia la democracia en España. Una recapitulación. Revista Española de Investigaciones Sociológicas, (64), 7-40.
[iv] Véase Mardones, R. (2014). La encrucijada de la democracia chilena: una aproximación conceptual a la desafección política. Papeles Políticos, 19(1), 39-59.
[v] Véase Mayol, A. (2020). Big Bang. Estallido social 2019. Santiago de Chile: Catalonia.
[vi] Véase Montero J. R., Gunther, R y Torcal, M. (1998). Actitudes hacia la democracia en España. Una recapitulación. Revista Española de Investigaciones Sociológicas, (64), 7-40.
[vii] Este nivel de desafección encaja con la definición utilizada por Torcal (2001), en cuanto a que le atribuye a este fenómeno un comportamiento de distanciamiento y alienación del régimen político sin llegar a deslegitimarlo.
[viii] Véase Gamson, W. (1968). Power and Discontent. Illinois: Dorsey Press.
[ix] Un ejemplo reciente de esta actitud elitista es la argumentación que el Gobierno, sus parlamentarios y los principales grupos empresariales chilenos dieron para rechazar el retiro excepcional del 10% de los fondos de las AFP. Se dijo que la medida era errada, populista, sin sentido y contraria a la opinión de los “expertos”. En otras palabras, dijeron que el 85% de la ciudadanía que apoyó esta medida no sabía lo que pedía.
[x] Véase Paramio, L. (1999). Cambios sociales y desconfianza política: el problema de la agregación de preferencias. Revista Española de Ciencia Política, 1, 81-95.
[xi] El ingreso de nuevas fuerzas políticas al Congreso, como el Frente Amplio, modificó la vieja lógica de una coalición en el Gobierno y una coalición en la oposición. Pero este cambio fue tardío, ya que quienes venían instalados en la desafección permanecieron mayoritariamente en ella.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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