CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
Ruido. ¿Por qué los partidos no escuchan al Chile actual?
08.10.2020
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CIPER ACADÉMICO / OPINIÓN
08.10.2020
El estallido social llegó sin que los partidos lo anticiparan, lo entendieran y pudieran conducirlo. Un año después, sus estructuras son “un cúmulo de caudillismos incapaces de leer al nuevo Chile”, escriben los autores. A partir de las polémicas inscripciones de los candidatos a alcaldes y gobernadores, el texto analiza algunas trabas con que se tropiezan estas organizaciones. Por ejemplo, siguen pensando en clave de izquierda y derecha, lo que está muy lejos “del tipo de conflicto que irrumpe inorgánicamente en el estallido”. Sin pretender justificarlos, también muestra que en toda América Latina los partidos establecidos se degradan sin que aparezcan nuevas alternativas. El análisis se detiene particularmente en el Frente Amplio, “una fuerza política que carece de definiciones claras y unitarias”. Los autores explican que las luchas fraccionales de ‘lotes’, sumadas a “la inmadurez organizacional” generan un complejo frente interno que dificulta negociar con otros. Aún más grave: el FA “carece de penetración organizacional en la sociedad y no entiende, ni pudo anticipar, las claves del estallido de octubre. Lo que sí tiene, cada vez menos, es un poco de la legitimidad de ‘lo nuevo’” escriben los autores.
La semana pasada, producto de la inscripción de primarias para alcaldes y gobernadores, los partidos políticos volvieron a demostrar que sus estructuras están reducidas a un cúmulo de caudillismos incapaces de leer al nuevo Chile. Como si no existieran problemas de toda índole en el país, la oposición regaló un triste espectáculo de declaraciones y recriminaciones mutuas, luego de no conseguir acuerdos para el proceso eleccionario que se avecina. En pocos días, la prensa y las redes sociales explotaron con frases dignas de un culebrón venezolano.
Por un lado, la ex Nueva Mayoría ofreció una retahíla de recriminaciones que dicen mucho más del ofendido que de la ofensa. Heraldo Muñoz declaró sentirse “como novio abandonado ante el altar”, mientras su correligionario Felipe Harboe expresaba su resentimiento con un: “vienen por nosotros”, más digno de María Antonieta y Luis XVI vivenciando el asedio de las huestes revolucionarias que de un líder democráticamente electo. Ignacio Walker, volvió por sus fueros y se despachó con una serie de tweets en los que invitó a comparar el legado de la Concertación con la debacle argentina; sugiriendo así que la caída del pacto de primarias y la irresponsabilidad de los “verdaderos adversarios” de su sector dejaba al país al borde del pobre y contaminado Río de la Plata.
Por otro lado, distintas vocerías del Frente Amplio también se sumaron al espectáculo. En apenas unas horas hubo quienes criticaron abiertamente la falta de acuerdos de unidad con toda la oposición (Pablo Vidal y Natalia Castillo). Castillo, por ejemplo, calificó el desenlace de “papelón”, y manifestó la necesidad de buscar la unidad para la constituyente. Otros, enfrentados al vendaval de recriminaciones, reafirmaron el ideal de la unidad mientras intentaban instalar, sin éxito aparente, una versión razonable de “la ida al SERVEL” (Catalina Pérez, Fernando Atria).
También hubo otros que explicaron su disposición para una unidad condicionada a un compromiso programático y ético explícito (Alondra Arellano), así como también hubo quienes criticaron a sus correligionarios por el solo acto de sentarse a negociar.
Estas diferentes visiones se traducen, de modo transparente, en la práctica política del Frente Amplio chileno. Es una fuerza política que carece de definiciones claras y unitarias; carencia que no solo se manifiesta entre partidos, sino en luchas fraccionales y de “lotes” al interior de las distintas organizaciones políticas que lo componen. A pesar de las caricaturas lanzadas en las redes sociales sobre los comunicados de prensa o la supuesta “superioridad moral” con la que se sentaron a negociar, lo cierto es que con esta interna a cuestas y tal grado de inmadurez organizacional, es bien complejo representar y sentarse a negociar con otros.
Finalmente, en una tercera escena menos comentada del culebrón, la DC y el PC oficializaron su divorcio. Este último, obnubilado por una candidatura presidencial que solo puede prosperar si logra desprenderse del lastre partidario, negoció fuerte y tuvo que hacer abandono de hogar, luego de haber invertido sus mejores años en la Nueva Mayoría. La DC se quedó con la casa, los muebles, y el despecho. Desde fuera la casa se ve ruinosa. A esa casa llegó Marco, cual hijo pródigo.
A pesar de sus matices y diferencias, buena parte de los argumentos que se han esgrimido en medio de todo este ruido parte de supuestos equívocos. Tan equívocos como generalizados. Nos parece útil, por tanto, problematizar aquí los más frecuentes.
Los supuestos a) y b) se plantean, generalmente, combinados: dado que el sistema premia la unidad, la centro-izquierda pierde si compite dividida ante una centro-derecha unida. No obstante, ni juntos, ni separados, los supuestos a) y b) tienen sustento. Por un lado, nada en el sistema electoral que rige las elecciones de alcaldes y gobernadores regionales premia automáticamente la unidad. Las de alcaldes son elecciones uninominales de mayoría simple, mientras que las de gobernadores regionales, incorporan un sistema de doble ronda en la medida que ninguna candidatura logre el 40%+1 de los votos en la primera vuelta. En este último caso la unidad podría ser relevante para acumular fuerzas y lograr vencer en la primera vuelta. No obstante, el sistema electoral no opera de forma aislada. Por un lado, también es relevante observar cómo se están perfilando candidatos alternativos a los partidos y los apoyos que logran de los alcaldes en ejercicio. Por otro lado, no sólo coordinan las elites partidarias, sino también los electores. Y no necesariamente lo hacen, como plantea el supuesto b, en clave ideológica.
El supuesto b) asume que las preferencias del electorado están ideológicamente estructuradas y que operan con transitividad lineal. Es decir, que un votante “de centro-izquierda” votará solo por los candidatos que le proponga su bloque. Y que lo hará disciplinadamente en función de los resultados de la primaria. De acuerdo a esto, un votante de Comunes en cuya región haya ganado la primaria una candidata de la DC, necesariamente tendrá que asumir que aquella candidata es siempre preferible a una candidatura de la centro-derecha y al resto de las candidaturas que finalmente participen de la elección. Asumir algo así es no entender cómo funciona la política en Chile, desde hace años. La polarización ideológica de la elite política, que sigue pensando en clave de izquierda y derecha, es muy diferente al tipo de conflicto que irrumpe, inorgánicamente en el estallido: ese conflicto es fruto del hastío con “las instituciones que funcionan” y con los sesgos sistemáticos que ese funcionamiento produce a través de la estructura social. Ese hastío se proyecta y se encarna en los actores políticos tradicionales.
Por esa misma razón, los alcaldes y alcaldesas a los que les va bien en sectores populares, los que ganaron legitimidad y visibilidad con el “estallido”, son un grupo transversal en términos ideológicos y partidarios. Lo que tienen en común es un liderazgo fuertemente centrado en su persona (eventualmente en su equipo y su gestión) y mucho trabajo y conexión territorial. La gran mayoría no se parece, ni en su estilo ni en su discurso a las dirigencias de los partidos por los que compiten.
El supuesto c) (la elección primaria ordena y disciplina a los bloques), deriva parcialmente del b. Los socios compiten en la primaria, cada uno con su estructura de liderazgos y movilización local, y luego de dilucidada la candidatura unitaria, esas estructuras se ponen a disposición de quien triunfe en la primaria. Naturalmente, la chance de ganar una elección y acceder a cargos que abren acceso a otros cargos y recursos disciplina a las estructuras políticas. No obstante, el trasvasije no es automático, ni está garantizado. Piense por ejemplo en la diferencia en la movilización de estructuras políticas de base en el contexto de la primera y segunda vuelta electoral del ciclo de elecciones de 2017. ¿Cuánto se movieron a nivel local las estructuras partidarias en la segunda vuelta, una vez electo el Congreso y dilucidadas las dos candidaturas presidenciales en pugna? Esperar que las estructuras se disciplinen y movilicen, en función de compromisos entre socios nuevos, desconfiados, y programáticamente distantes tiene mucho de quimera. Tampoco es que las “estructuras” de cada cual sean muy potentes en la actualidad. Una candidatura llamativa del lado de enfrente, o una mala candidatura del lado propio, las deja inmóviles. Más aún, en un contexto de voto voluntario.
El supuesto d) (las dirigencias de los partidos mandan) era ya problemático antes del 18-O y podía atribuirse al “filtro-burbuja” en que viven y operan los liderazgos nacionales de los partidos hace años. Tal nivel de homofilia los hace pensar que un pacto de dirigencias nacionales, sin fundamento orgánico, tiene no obstante la capacidad automática de alinear a las dirigencias partidarias en el plano local y regional. Desde hace tiempo se ha analizado el poco control que los partidos poseen sobre los personalismos locales, así como la altísima dependencia de los partidos respecto a la capacidad de esos personalistas de movilizar votantes en “sus” territorios.
Pero ni el Frente Amplio puede darle sintonía con lo 'nuevo' y legitimidad a la ex Nueva Mayoría, ni el aparato territorial de los viejos partidos le sirve al Frente Amplio para establecer vasos comunicantes con sectores populares que le son extraños, porque también le son extraños a los líderes nacionales de esos viejos partidos
El caudillismo parlamentario y la autonomía política de los alcaldes, han generado un tipo de política subnacional muy difícil de controlar para las cúpulas partidarias. Testimonio de aquello es la irrupción progresiva de independientes, que se desenganchan de partidos y liderazgos que a nivel local son más un lastre que una ventaja. Los liderazgos nacionales que negociaron las primarias, parecen no entender que no es lo mismo hablar de descentralización y autonomía regional cada vez que se les cruza un micrófono que ser consecuente con la idea en su práctica política. Así, parecen no comprender que sus decisiones cupulares tienen limitaciones significativas para disciplinar a los propios.
Un ejemplo claro es el del ex Intendente Rodrigo Díaz Worner, quien meses antes renunció a la DC para postular a Gobernador Regional del Biobío sin pasar por el partido. Así, al mismo tiempo que los partidos de la ex Nueva Mayoría anunciaban sus candidatos a primarias, el ahora independiente recibía el apoyo de diez alcaldes (San Pedro de la Paz, Penco, Coronel, Lebu, Mulchén, Nacimiento, Florida, San Rosendo, Santa Bárbara y Alto Bio Bío) cuatro de ellos aún militantes de la Democracia Cristiana. ¿Cuánto se devaluaron el tan ansiado pacto y el “triunfo” DC en pocas horas?
El supuesto e) (la unidad tiene que ser electoral; por tanto, sin primarias, no hay unidad) implica que la unidad de la oposición solo puede construirse y depende únicamente de un pacto electoral. Aunque estamos acostumbrados a razonar de esta manera, en el fondo es evidente que la unidad no se declara, sino que se construye en el tiempo. Y esa es una construcción difícil, conflictiva, frustrante, con deserciones y purgas de lado y lado. Aunque tras una elección dividida en 2017 el gobierno actual hizo todo lo posible por unirlos, la unidad por la negativa tiene sus límites. Aunque no hay atajos, la unidad tampoco requiere necesariamente pactos electorales. América Latina es la cuna del “presidencialismo de coalición” (compiten electoralmente, pero cooperan entre elecciones para otorgar gobernabilidad y avanzar con mínimos comunes programáticos). No hay píldora mágica para la unidad. Y en el peor de los casos, el pacto de primarias no era esa píldora ni el único tratamiento disponible.
El supuesto f) (lo que le falta a la ex Nueva Mayoría lo tiene el Frente Amplio, y viceversa; por tanto, “juntos son más”) se basa en fundamentos matemáticos sólidos (1+1=2). Pero la política no es una ciencia exacta y una operación tan simple puede en realidad terminar generando un resultado en que la suma de las partes es menos que el todo. Desde la ex-Nueva Mayoría parecen asumir que el Frente Amplio puede rejuvenecer su oferta. La operación “enchulado” acarrea así la promesa de recuperar la legitimidad perdida. Y mientras los más arrogantes y paternalistas prometen enseñar “a los cabros” cómo funciona realmente la política, los más ilusos sueñan con una centro-izquierda que mediante esta unidad, termine sintonizando con las claves del estallido de Octubre. Otro recurso a la transitiva sin anclaje en la realidad.
Por un lado, el Frente Amplio es casi tan “sistémico” como los viejos partidos; y al igual que sus socios potenciales está plagado de luchas fraccionales y personalismos. Además, carece de penetración organizacional en la sociedad y no entiende, ni pudo anticipar, las claves del estallido de octubre. Lo que sí tiene, cada vez menos, es un poco de la legitimidad de “lo nuevo”. El problema es que precisamente eso es lo que terminaría perdiendo de pactar entusiastamente con la ex-Nueva Mayoría. Más que rejuvenecer con el Frente Amplio, la ex- Nueva Mayoría le extirparía al Frente Amplio su única gracia; mientras termina de inocularle “los vicios” del sistema.
Como el Frente Amplio, por su parte, es internamente consciente de lo limitado de su aparato territorial más allá de Ñuñoa, Providencia, y un puñado de comunas con núcleos de militancia activa desperdigados por Chile, los pragmáticos calculan que para ganar la próxima elección hace falta parapetarse en el aparato territorial que la ex Nueva Mayoría “les dice” tener. Lo que no se dice es que esa organización partidaria está en crisis hace años, asediada por liderazgos y caudillismos independientes que, como ya argumentamos, se le descuelgan en cualquier momento.
En definitiva, presos de un enamoramiento fulgurante, cada uno proyecta en el otro lo que le falta, imaginando una vida en que juntos se constituyen en interpretes legítimos del nuevo Chile. Pero ni el Frente Amplio puede darle sintonía con lo “nuevo” y legitimidad a la ex Nueva Mayoría, ni el aparato territorial de los viejos partidos le sirve al Frente Amplio para establecer vasos comunicantes con sectores populares que le son extraños, porque también le son extraños a los líderes nacionales de esos viejos partidos. Así, el plan de vida en pareja muta rápidamente en un escándalo por RRSS, tan estridente como patético, que los hunde a ambos. Pero nótese que lo que los hunde no es la incapacidad de oficializar su matrimonio, de ponerle un sello con las primarias. El problema es otro, y es más grave
La democracia representativa funciona mal sin partidos políticos estables, programáticos, con raíces en la sociedad. Es un dato de la causa. No obstante, históricamente los partidos no surgieron por generación espontánea, ni por diseño de unos iluminados. Los partidos son fruto de la agencia de emprendedores políticos (en clave de Maquiavelo, dependen de la virtud y fortuna de sus liderazgos) y de un contexto histórico determinado. El contexto y el liderazgo le imprimen un ADN, con el que luego evolucionan o involucionan, en base a la interacción con su competencia, su estructura interna, su acción de gobierno, y los cambios sociales, políticos y económicos a los que deben adaptarse.
Que la democracia funcione mejor con partidos con las características descritas no quiere decir que la democracia y la sociedad actual constituyan un medio propicio para la construcción de ese tipo de partidos. Considerando 17 países de América Latina, Luna y Munck estiman que los sistemas de partido con que cada país inicia su redemocratización en los años 1980 y 1990 tenían en promedio 6,3 partidos obteniendo asientos en los congresos de la región. El mismo dato, para las elecciones más recientes en cada país indica un promedio regional de 9 partidos obteniendo bancas. Si bien el aumento no parece dramático, su efecto en procesos de coordinación legislativa es significativo. Un dato más elocuente tiene que ver con la suerte del sistema de partidos “tradicional”, el que los autores definen como aquel formado por los partidos mayoritarios con que se inicia el período democrático. En promedio, a nivel regional, esos partidos obtenían en la primera elección democrática 82% de los escaños de las cámaras bajas. En la última oleada de elecciones, dicho promedio fue de 36%. En 11 países los partidos tradicionales obtuvieron menos del 50%, y en 5 de esos 11, menos del 10%. Chile presenta una tasa de caída de los partidos tradicionales comparativamente muy menor, pasando de casi el 100% de los escaños a un 79.3% en 2017.
Mientras se erosionaban los partidos tradicionales, América Latina asistió a un proceso de incesante creación de nuevos partidos políticos. Steven Levitsky, James Loxton, y Brandon Van Dyck (2016) calculan que entre 1975 y 2015 en toda la región surgieron 307 partidos. Considerando como criterios mutuamente necesarios de éxito la obtención de al menos 10% de los votos en 5 elecciones consecutivas y la sobrevivencia del partido al retiro de su liderazgo fundacional, los autores encuentran 11 casos de “éxito” y 244 (¡80%!) de fracaso rotundo. Entre los 11 casos exitosos se encuentran: el PT, el PSDB y el PFL (Brasil), la UDI, RN y el PPD (Chile), ARENA y el FMLN (El Salvador), el PRD (México), el FSLN (Nicaragua) y el PRD (Panamá). Otros 51 partidos son clasificados como “incompletos”, porque no cumplían con una de las dos características requeridas. De esos 51, Levitsky et al clasifican a 39 como partidos en fase declinante y 12 como “promisorios” (entre ellos están el MAS en Bolivia, el PSUV en Venezuela, el PAC en Costa Rica, el PRO en Argentina).
Aún si tomamos los partidos clasificados como “exitosos” al 2015, es posible plantear que la estimación de Levitsky et al resultó, a la luz de los hechos, muy optimista. Los tres partidos brasileros siguen presentes en la vida política de Brasil, pero el sistema fue recientemente conmovido por los escándalos de corrupción y la irrupción de Jair Bolsonaro. En El Salvador, Nayib Bukele abandonó el FMLN (del que había sido alcalde) y fundó un vehículo personalista, GANA, con el que efectivamente ganó las elecciones desplazando del gobierno a su propio partido, dejándolo con un 11% de los votos. ARENA, por ahora, sobrevive. En México, AMLO dejó el PRD que había fundado, para crear MORENA, el nuevo vehículo con el que llegó a la Presidencia de México. El FSLN, aunque nominalmente en pie, ha devenido, según múltiples análisis, en un aparato patrimonialista del matrimonio Ortega y su red de poder. Además de ARENA, sobreviven el PRD de Panamá y los tres partidos chilenos cuyas características Ud. conoce bien.
En síntesis, América Latina ha vivido en décadas recientes un período de “destrucción” y debilitamiento de los partidos establecidos, el que ha estado asociado también a un aumento significativo de la fragmentación parlamentaria y a una desnacionalización del sistema de partidos. Ese proceso de destrucción no ha propiciado la aparición de alternativas. Los intentos por generar nuevos partidos fracasan mucho más de lo que prosperan. Y los intentos por salvar a los viejos partidos, tampoco han sido muy exitosos.
Las pocas experiencias de construcción exitosa de partidos nuevos, cómo argumentan claramente Pérez, Piñeiro y Rosenblatt (2019) para el caso del Frente Amplio en Uruguay requieren de una construcción lenta, en contacto permanente con el territorio y las bases sociales, y abierta a dinámicas de incidencia de esas bases en los procesos internos de la organización. El FA exitoso también comparte con el PT, el FMLN, el PRO, e incluso la UDI (la de los 1990s y 2000s) una fuerte inserción en el plano municipal. Desde allí crecen lento, expandiendo poder territorial y proyectando “marca” a nivel nacional. Perder elecciones los hace más fuertes en términos internos y más consistentes en términos programáticos. Cuando llegan a negociar con otros conglomerados, pueden imponer condiciones porque lo hacen habiendo construido unidad y representatividad interna, así como poder a nivel territorial. Esto último lo logran vertebrando organizaciones y grupos de interés afines. El MAS boliviano, es una excepción relevante a esta regla, porque crece más rápido y en base a alianzas con distintos movimientos sociales. Pero el MAS, según retrata Santiago Anria (2018) en un libro reciente, debe ser entendido más como un partido-movimiento que como un partido político. Su historia es indisociable de su capacidad de articular, con una alta dosis de virtud y fortuna, y mediante estrategias diferentes pero complementarias, un conjunto heterogéneo de movimientos pre-existentes.
América Latina ha vivido un período de 'destrucción' y debilitamiento de los partidos establecidos, el que ha estado asociado también a un aumento significativo de la fragmentación parlamentaria. Ese proceso no ha propiciado la aparición de alternativas.
¿Qué pasa con los partidos que pactan y crecen rápido? En general, aunque lleguen al gobierno, terminan rápidamente olvidados y gobernando mal. ¿Se acuerda Ud. del FREPASO y la Alianza en Argentina y de cómo terminaron? ¿Recuerda haber escuchado de Fernando Lugo y su Alianza Patriótica por el Cambio en Paraguay? ¿Escuchó hablar del Partido Sociedad Patriótica y su alianza con el movimiento Pachacutik y el Movimiento Popular Democrático que llevaron al poder a Lucio Gutiérrez en Ecuador? También en Ecuador, Rafael Correa fundó su propio vehículo electoral y llegó rápido, en un contexto de crisis de representación. Lo hizo sin legisladores propios. A poco andar fue abandonado por el movimiento indígena que lo había apoyado, y terminó nominando a un delfín para su sucesión. El delfín, dio un giro programático significativo a la agenda impulsada por Correa durante su mandato. Lo mismo le pasó a Álvaro Uribe y su Partido de la U con Juan Manuel Santos, quien llegó de la mano de Uribe a dar por tierra con la doctrina Uribista de la “seguridad democrática”. Y volvió a pasarle a Uribe, con su nuevo Partido de Centro Democrático e Iván Duque. Es decir, aún manteniendo su ascendencia electoral, quienes crecen rápido y con estructuras personalistas, parecen terminar bastante lejos de dónde querían llegar.
A la luz de esta evidencia comparativa podemos pensar que Chile es todavía “el oasis” de los partidos políticos de América Latina. Argumentar aquello es compatible con incorporar los supuestos que analizamos arriba. Alternativamente, como hemos sugerido en notas previas en CIPER, se puede pensar en una interpretación alternativa: en términos de su crisis de representación, Chile es un caso atrasado en la región, y hoy está viviendo procesos políticos y sociales que otros países latinoamericanos han vivido en los años 1990s y 2000s.
¿Qué supone nuestro breve periplo comparativo para el análisis de la disyuntiva de la centro-izquierda chilena de hoy? En primer lugar, sugiere que en procesos como el que vive Chile, la agencia de los actores establecidos del sistema tiene poco peso. Pueden empeorar las cosas cometiendo errores, o enlentecer el desenlace, con algún liderazgo que interprete bien el momento. Pero la dinámica del sistema apunta hacia un proceso de descomposición de partidos. En segundo lugar, supone que el sistema combina la presencia de algunos partidos que en términos funcionales están muriendo, con una serie de intentos torpes, apurados y arrogantes por reemplazarlos. Muchos de esos intentos, terminarán abortados o vegetando. Alguno puede prosperar, sobre todo a corto plazo, pero las claves de ese “éxito” son difusas. En tercer lugar, la perspectiva comparativa sugiere que las tensiones internas del Frente Amplio chileno respecto a si pactar o no pactar son típicas de este proceso. Y las dudas para un lado y para otro son entendibles.
En definitiva, el Frente Amplio está tensionado entre el pragmatismo de quienes priorizan ganar a como de lugar en la próxima elección, porque consideran que derrotar a la derecha es prioridad, y quienes priorizan la coherencia y un proceso lento de crecimiento, aunque eso arriesgue la irrelevancia electoral en el corto plazo. Esta última apuesta es arriesgada: perfectamente puede pasar que la irrelevancia termine siendo permanente. En ese sentido hay que reconocer que la trayectoria de ese otro Frente Amplio que algunos quieren emular porque ha logrado adaptarse y reproducir el activismo original, es también fruto de otra época en que los partidos pesaban más en la sociedad. ¿Por qué, entonces, no hacer caja ahora?
En suma, puede que tengan razón quienes argumentan que el momento es ahora y que sin unidad no hay mañana. También pueden terminar teniendo razón quienes señalan que pactar con un grupo de liderazgos desgastados es bastante parecido a recibir el beso de la muerte. En procesos como éste el desenlace es abierto y termina dependiendo de dinámicas estructurales que usualmente barren con los actores tradicionales. También juegan la virtud y fortuna de quienes intentan llenar el vacío.
Lo paradojal de la situación es que en las próximas elecciones locales y regionales es bien probable que una centro-izquierda dividida termine cediendo espacio a una centro-derecha unida. Pero ello no ocurrirá por las razones que tanto se han argumentado estos días. Ganarán quienes tengan candidatos bien insertados en el territorio, con liderazgos pragmáticos, y bastante díscolos con las dirigencias partidarias. La única sabiduría de esas dirigencias será la de generar una estructura de incentivos que reduzca el riesgo que el partido pierda liderazgos importantes en cada zona y con ellos sus cuotas de poder electoral. Lo harán sin poner muchas condiciones y volcando recursos para movilizar y limar asperezas en la “estructura” local.
Los resultados electorales son por supuesto muy relevantes. Basta sopesar cuanto nos penan hoy los resultados electorales de 2017. Pero en la sociedad contemporánea, resultado electoral no necesariamente equivale a poder político. Tememos (y era previsible, ver columna Presidenciales 2017: El que gane, probablemente perderá) que los resultados del 2017 también le penan incluso a los ganadores de la elección, porque confundieron su éxito electoral y a las “grandes mayorías” con haber conseguido un capital de poder político y legitimidad. Hace tiempo es evidente que los partidos pueden seguir ganando elecciones, pero lo hacen como etiquetas vacías. Y por eso mismo, cada vez obtienen y agregan menos poder, aunque se queden con los cargos.
¿Por qué dedicarle tanto espacio a escribir sobre el ruido generado por un incidente que consideramos menor (la teleserie vivida en la inscripción de primarias para alcaldes y gobernadores)? La razón para hacerlo de todos modos no es la peripecia de los partidos, sino la de sus posibles efectos sobre el proceso constituyente. Da la impresión que los partidos políticos ven en el proceso constituyente su salvación. Desde esta perspectiva, se entiende que raudamente hayan presidencializado la agenda política actual. El timing electoral y el vacío de poder presidencial en el que estamos colocan incentivos adicionales para ello. Por tanto, es dable esperar que en su desesperación por asirse de algo que les permita figurar terminen también instrumentalizando el proceso constituyente.
Y pueden hacerlo, no solo porque las reglas del proceso constituyente los favorecen, sino también porque en un contexto donde el poder está fragmentado y atomizado, por débiles que sean sus liderazgos y sus estructuras, aún terminan alcanzando. Pero ganar cupos en la constituyente no necesariamente equivaldrá a construir y agregar poder. Si siguen operando desde supuestos errados respecto a su situación y si persisten en sacar cuentas alegres en base a dichos supuestos, arriesgan terminar frustrando, rápidamente, la única posibilidad aún abierta para avanzar hacia más y mejor democracia.
Anria, Santiago (2018). When Movement Become Parties. The Bolivian MAS in Comparative Perspective. Cambridge University Press.
Luna, Juan Pablo y Gerardo Munck (nd.). Introduction to Contemporary Latin American Politics: The Quest for Democracy and Citizenship Rights. Cambridge University Press.
Levtisky, Steven; James Loxton, y Brandon Van Dyck. (2016). “Introduction: Challenges of Party Building in Latin America.”, en Levitsky et al 2016: Challenges of Party Building in Latin America. Cambridge University Press.
Pérez, Verónica, Rafael Piñeiro, y Fernando Rosenblatt. (2019). How Party Activism Survives. Uruguay’s Frente Amplio. Cambridge University Press.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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