COLUMNA DE OPINIÓN
Reconocimiento del Pueblo Chango, la incómoda aparición de un pueblo fantasma
11.09.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
11.09.2020
“La aparición de un fantasma siempre genera inquietud en los que estamos vivos”, escribe el autor de esta columna. En este texto narra cómo distintas familias y comunidades de changos que reclamaban ser reconocidos como tales, recibieron por respuesta del estado: “los changos no existen”. Una serie de proyectos extractivistas en la costa desde Coquimbo a Antofagasta, que amenazaban la forma de vida de las comunidades “detonó la demanda identitaria”, explica el autor.
Hace más de 15 años se me acercó Astrid Mandel[1], una joven estudiante de antropología, para mostrarme los datos que había recopilado sobre la caleta Chañaral de Aceituno y una familia que decía ser descendiente del último constructor de balsas de cuero de lobo marino, quizás lo más característico del pueblo Chango.
Ante mi mirada de incredulidad, ambos nos hicimos inmediatamente la pregunta: ¿será que existen changos vivos en Chile? En ese año, 2005, habíamos concluido, con el equipo que lideraba Raúl Molina, el estudio del reconocimiento del pueblo diaguita y la cuestión de la reemergencia indígena o etnogénesis aparecía como una forma novedosa, aunque incipiente, para entender ciertas dinámicas interétnicas que se comenzaban a apreciar en ese entonces en Chile[2]. El tiempo ha pasado y por fin, el día 8 de septiembre de 2020, los changos han sido reconocidos. ¿Quiénes son estos hombres y mujeres? ¿Cuál es el nexo que une a los changos del S. XXI con sus antepasados? ¿Por qué insisten en mantener su vinculo con una identidad presumiblemente perdida? ¿Por qué se aferran a su tradición? ¿Cuáles son sus aspiraciones y sus esperanzas?
Esta historia se remonta a mediados de la década de los 50 cuando el arqueólogo Hans Niemayer visitó la caleta Chañaral de Aceituno. Para llegar allá se debe avanzar desde La Serena o bajar hacia el sur desde Vallenar hasta Domeyko y adentrarse cerca de 75 kilómetros para arribar a la caleta donde habitan hoy, entre otros residentes, los y las descendientes del Chango Robert, el pescador que sorprendió a Niemayer construyendo la balsa[3]. Lo había aprendido de su padre y este a su vez del suyo, en una cadena de traspasos culturales que llevaba directamente hacia la existencia de un pueblo que en ese entonces era considerado como desaparecido, un pueblo fantasma.
Hace dos años estuvimos allá comiendo un exquisito salpicón de lapas, empanadas de mariscos y viendo las ballenas que, gigantes, levantan sus aletas saludando a las lanchas, cruzando voluptuosas por debajo de las embarcaciones. También nos acercamos a la pequeña isla en donde antes había un corral de cabras y que hoy es propiedad de cientos de pájaros, pingüinos y de lobos marinos. Ese día hubo una reunión presidida por Oriel Álvarez, destacado historiador, uno de los hijos del Chango Robert, quién nunca abandonó la región, a pesar de no haberse dedicado a las artes marinas. Hoy avecindado en Freirina y haciendo clases en el liceo local, se ha transformado en el principal cronista de la gran epopeya que han vivido los changos en los últimos años.
La hermana mayor de Oriel, Estermila, nos contó, emocionada, cómo, cuando era sólo una niña, le decían changa, india, despectivamente, por sus largas trenzas y por provenir de la caleta. En el pueblo de Carrizalillo estaba la escuela en donde debía educarse en esos tiempos de discriminación que se han visto superados por el trabajo organizado que, desde el año 2003, vienen desarrollando sus hermanos, hijas, hijos y nietos, los que conformaron la primera organización changa en el país: Agrupación Cultural Changos Descendientes del Último Constructor de Balsas. Felipe Marín, uno de sus dirigentes, no ha dejado de participar de todo el trámite legislativo, presentando informes ante el Congreso, contactando especialistas, escribiendo libros y llevando a cabo investigaciones que rescatan el patrimonio cultural del pueblo chango.
Más al norte, en enero de 2020, en Taltal, hubo una gran reunión en donde se juntaron los principales líderes de asociaciones de changos. Ese día emitieron la declaración de Taltal y se constituyeron como Consejo del Pueblo Chango. Desde que se presentó el primer proyecto de ley de reconocimiento en el año 2007 más y más personas se habían sumado a la idea de reivindicarse como changos. Muchos de ellos estuvieron presentes ese día cuando se redactó, además, una carta a las autoridades para que agilizaran su reconocimiento. Y no fue casual que ese hito de la historia nacional de Chile se desarrollara en Taltal, ya que fue en esa ciudad en donde aparecieron las primeras demandas que, a inicios de 1980, presentara la familia Gutiérrez, los que nunca habían dejado de ser vistos ni de sentirse como changos. La respuesta de las autoridades fue tajante: los changos no existen. Tiempo después crearon un programa radial que hablaba de la identidad changa y en conjunto con el Museo Capdeville y ante la mirada nuevamente incrédula de los interlocutores de turno, desde el municipio solicitaron la declaración de un Área de Desarrollo Indígena (ADI). Hacían referencia al espectacular sitio de arte rupestre El Médano y sus pinturas de antiguos changos cazando ballenas, a la continuidad de prácticas productivas vinculadas a la explotación de recursos del mar y a la permanencia de apellidos que en los censos bolivianos eran identificados como changos. Se pensaba así que se podía avanzar más fácilmente hacia el reconocimiento. La respuesta fue clara y contundente: no podía haber un ADI ya que los changos no existían. No obstante, en enero de 2020, con la ágil dirección de una pequeña gran mujer llamada Brenda Gutiérrez y con decenas de dirigentes desde Paposo hasta Los Vilos y ya con el proyecto de ley avanzando, el pueblo fantasma volvía a mostrar su porfiada presencia.
Un poco más al sur están las playas de Pan de Azúcar, convertidas hace rato en Parque Nacional, donde viven hoy decenas de familias de pescadores que también dicen pertenecer al pueblo fantasma. En el año 2018 se declararon portadores de una herencia y custodios de un valioso patrimonio cultural y natural el cual manejan hoy en conjunto con la Conaf. Todo esto puede ser visto en el video llamado Somos Changos, facilitado por Aranza Fuenzalida, que da cuenta de las bases históricas que desde el S. XIX identificaba a sus habitantes como changos. Al igual que en otras localidades, si bien estaban especializados en la vida marina, también desarrollaron prácticas vinculadas a la minería, la agricultura y la ganadería mostrando una integración con un territorio que, aunque agreste, les aportaba lo necesario para su supervivencia. Durante años fueron instalando sus ranchos de totora y se quedaban ahí mientras duraba la temporada de extracción, para luego cambiarse de caleta hasta que un día, ya cansados de tanta movilidad, se asentaban y echaban raíces. Cuando comenzaron a llegar los primeros turistas, las antiguas ramadas de totora se transformaron rápidamente en cocinerías y luego en restaurantes, como el Changuito, donde trabaja doña Rufina y que vende lo mejor de los productos del mar convertidos en fina cocina de playa.
“Fue el impacto de estos proyectos extractivistas lo que detonó la demanda identitaria. Ante la amenaza de tener que cambiar radicalmente sus estilos de vida se comenzaron a preguntar por su ancestralidad, siendo identificados por otros actores del movimiento ecologista como perfectos aliados en la lucha contra las fuerzas del capital”.
El mismo proceso tuvieron que vivir los pescadores de la caleta Torres del Inca, ubicada al sur de Chañaral, cuando fueron a la Conadi regional para manifestar su deseo de ser reconocidos como changos. La respuesta fue nuevamente negativa, aunque esta vez les abrió un camino que no dudaron en tomar. Les dijeron que, si bien los changos no existían y por lo tanto no podía ser inscritos como tales en los registros de Conadi, su apellido sí era considerado indígena y podían aceptar su solicitud siempre y cuando se reconocieran…como Diaguitas.
La historia de esa caleta apunta a casi cincuenta años atrás cuando el jefe de la familia se asentó en la zona luego de transitar, según ellos, al más puro estilo chango, por varias localidades de la costa, luego de haber bajado del interior de Ovalle, siguiendo antiguas rutas de intercambio que se daban y se siguen dando entre la costa y las tierras más altas. Todavía se pueden ver las antiguas ristras de mariscos que se están secando en los toldos construidos para que con la salada brisa marina se vayan secando y puedan así soportar el viaje hacia el interior. También se llevaba pescado, aceite de lobo marino y se regresaba con quesos, cabras, arrope, vino generoso y otros productos que daban pie a un intercambio justo que estrechaba los vínculos entre los pobladores de la costa y los del interior, al punto que de tanto ir y venir muchos se quedaban viviendo en las montañas y otros partían a cambiar su vida convirtiéndose en pescadores. Este movimiento vertical, hacia las alturas y horizontal por las distintas caletas a lo largo de la costa del norte de Chile, fue fundamental para que se generaran relaciones de parentesco y se homogenizara una forma cultural de ocupación costera, asociada a la explotación marítima que se mantiene hasta la actualidad. La familia Chacana de Torres del Inca siempre lo entendió de esa manera y nunca dudaron en ir en procura del reconocimiento y dejar así de ser un pueblo fantasma.
En Torres de Inca fueron tomando conocimiento lentamente de su situación y de sus deseos de ser reconocidos como indígenas, aspecto a lo menos conflictivo si se considera que durante años tanto la palabra indígena como el etnónimo chango habían sido usados de manera despectiva, hiriente y discriminadora.
Uno de los gatiillantes de su proceso identitario se vio asociado, al igual que otros sectores de más al sur como Punta de Choros y La Higuera, por una serie de proyectos extractivistas que se comenzaron a planificar y a desarrollar en la costa desde las regiones de Coquimbo hasta Antofagasta. De un día para otro los habitantes del mar se vieron amenazados por la construcción de termoeléctricas, vertederos de desechos de minería, puertos de embarque del mineral y otras iniciativas que restringían no sólo su posibilidad de vivir en los espacios costeros, sino también de ver golpeada de manera irreparable su principal fuente de vida vinculada a una zona ecológica única en el planeta, estrechamente relacionada con la Corriente de Humboldt.
Y al igual que en muchos otros casos de reemergencia indígena, fue el impacto de estos proyectos extractivistas lo que detonó la demanda identitaria. Ante la amenaza de tener que cambiar radicalmente sus estilos de vida se comenzaron a preguntar por su ancestralidad, por el tiempo que llevaban viviendo en esos lugares, siendo identificados por otros actores del movimiento ecologista como perfectos aliados en la lucha contra las fuerzas del capital.
Si había un actor social que representaba el contacto y el respeto a la naturaleza, sin duda eran los changos, recibiendo, por lo tanto, un fuerte impulso desde otras organizaciones sociales para consolidarse como colectivos. Y fue en ese momento en que muchos antiguos dirigentes de sindicatos de pescadores, transportistas, los nuevos changos, dejaron de ser fantasmas y pasaron a ser un pueblo vivo del país, constituyéndose a costa de ellos mismos, en un trabajo realizado con seriedad, en sujetos de derecho reconocidos por fin por el Estado de Chile. Y todo por el incansable esfuerzo de dirigentes que sin duda no eran espectros y que fueron posicionado a los changos en la arena nacional. Felipe Marín, desde Chañaral de Aceituno, Oriel Álvarez desde Freirina, Brenda Gutiérrez en Taltal, Elena Marín en Totoral, Doña María y Pedro Chacana de Torres del Inca y muchos otros dirigentes y dirigentas que no han cesado en todos estos años en su demanda por ser reconocidos.
La aparición de un fantasma siempre genera inquietud en los que estamos vivos. Son los viejos recuerdos y los vestigios que han quedado los que se nos van presentando, con sus presencias indecorosas y nos van haciendo recordar que ellos están ahí por alguna razón. Los changos, el pueblo fantasma, más allá de las críticas de los escépticos y del asesinato histórico al que fueron sistemáticamente sometidos, han regresado para demostrar que todas aquellas imágenes, desplegadas a lo largo del tiempo, desde los mismos inicios de su pretendida desaparición, eran los testimonios de un pueblo que, a su manera, escondidos en sus rucos, camuflándose de pescadores modernos con lanchas con motor, haciendo ecoturismo, escribiendo libros y estudiando en las universidades, nos recordaban a cada minuto su existencia.
[1] MANDEL, A. Los changos de Chañaral de Aceituno. Dimensiones de una categoría histórica. Tesis para optar al grado y título de Antropología, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, 2008.
[2] MOLINA, R.; CAMPOS, L.; YÁÑEZ, N.; CORREA, M.; SINCLAIRE, C.; CABELLO, G.; CAMPOS, P.; PIZARRO, I. y ABALLAY, M. Diagnóstico Sociocultural de la Etnia Diaguita en el III Región de Atacama; Informe Síntesis. Copiapó: Grupo de Investigación TEPU – Informe SERPLAC, Atacama, 2005.
[3] NIEMEYER, H. Una balsa de cueros de lobo de la caleta de Chañaral de Aceitunas. (Provincia de Atacama, Chile). Revista Universitaria (Universidad Católica de Chile), Año L-LI, Fascículo II, 1965-1966.
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