COLUMNA DE OPINIÓN
La gran transformación de Chile
22.08.2020
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COLUMNA DE OPINIÓN
22.08.2020
La autora revisa el pensamiento de Friedrich Hayek, “que pareciera mantenerse vigente en el discurso de la elite chilena” y lo contrasta con Rawls, Polanyi, y con Eucken, quien mostró el peligro permanente del lobby de los grupos de poder para obtener seguridad y no tener que competir, ni innovar. Más de fondo, lo contrasta con un mundo en crisis donde la economía excesivamente concentrada erosiona a las democracias. “Un sistema político estable y democrático requeriría más bien una economía basada en una clase media numerosa”, advierte la autora.
Un globo aerostático se ha desviado del curso y se desorienta sobre montañas y valles, cuenta una anécdota. Al fin, los pilotos del globo ven a una persona en el fondo. «¿Dónde estamos?», le gritan desde la altura. «Ustedes están en un globo!» es la respuesta. A lo que un piloto le dice al otro: «La respuesta es precisa, formalmente correcta y absolutamente inútil. El hombre debe ser un economista”.
Pocas profesiones son tan citadas en los medios de comunicación, o tan influyentes en las políticas públicas como la de los economistas. Pero efectivamente, cada cierto tiempo, aparecen cuestionamientos importantes sobre la disciplina. “What is wrong with economics?” se preguntó -entre otros- el economista y filósofo Benjamín Ward en 1972, a través de un libro del mismo título. La ciencia económica enmudeció acerca de sus externalidades negativas frente al medioambiente o las desigualdades persistentes. Un silencio incómodo, que al menos históricamente podrá ser consecuencia de una disciplina poco preocupada de su falta de diversidad, o de currículos y empleos excesivamente alejados de la práctica.
Ello nos recuerda las palabras de Sallust (86-35 a. C.): un economista nunca sería un buen economista, dijo el historiador romano, si solo es economista. Menos aún, cuando entiende poco del mundo práctico o no tiene suficiente autonomía para decir lo que piensa, se podría agregar. El conflicto principal: “claramente hay más oportunidades para economistas que se adaptan a los intereses empresariales”, puntualizó el economista de la Universidad Chicago, Luigi Zingales.
Durante los últimos cincuenta años, generaciones de economistas consideraron a los mercados como sistemas prácticamente separados de la sociedad. Sin embargo, no es factible regular de forma adecuada a los mercados sin considerar de forma sistémica cómo estos influyen en la sociedad y el medioambiente. Esa fue una de las principales consideraciones del filósofo Karl Polanyi (1944).
Justo en estos días, y tal como pasa cada vez cuando las economías entran en crisis, vale recordar a este pensador y su obra maestra “La Gran Transformación”. Polanyi tenía la convicción de que, con excesivos niveles de autonomía, los mercados tienden a tratar a las personas y la naturaleza como factores de producción, y finalmente, a la sociedad entera como anexo al mundo económico. Ello provocaría crisis económicas, sociales y políticas, con el riesgo del surgimiento de regímenes autoritarios.
“La gran transformación” es una obra que se construye sobre el pensamiento de Aristóteles. Más de dos mil años atrás, quien hoy consideramos padre de la filosofía occidental, ya había advertido que una economía en la cual “unos tienen mucho en exceso y otros nada” conduce a una democracia radical, a una oligarquía o una tiranía, “motivada por ambos excesos” (Política, Libro IV, 1296a). En otras palabras, la economía necesariamente encontrará su expresión en el ámbito político. Una economía excesivamente concentrada no se ajusta a una democracia equilibrada. Por el contrario, un sistema político estable y democrático, requeriría más bien una economía basada en una clase media numerosa.
Por ello, las economías no solo deberían buscar justicia económica con mecanismos redistributivos de forma posterior sino, ante todo, impulsar una economía más justa en sí misma y menos concentrada. Esto proponía también el filósofo John Rawls, uno de los más importantes pensadores acerca de la justicia en las sociedades. Su ideal era una economía basada en el libre mercado, en la cual un máximo de personas sea accionista o inversionista, es decir, co-propietario del capital de la sociedad (property owning democracy).
En su obra “Justice as Fairness: A Restatement” (2002), Rawls profundizó este concepto. Mayor desigualdad a nivel del patrimonio, aumentaría la influencia política de algunos, lo que socavaría las democracias, como ya indicó Aristóteles. Si los sistemas económicos no enfrentan sus desigualdades de forma sistémica, finalmente son -así decía Rawls- capitalismos de bienestar (“Wellfare State Capitalism”), caracterizados por un foco principal en la redistribución.
Esos sistemas aceptarían una excesiva concentración económica, sin regularla sistémicamente, y actuando sólo a través de impuestos ex post. En consecuencia, el capital se sostendrá en pocos manos -como también es el caso de Chile-, con máximas libertades políticas para unos pocos – y menos libertades políticas para las mayorías, según Rawls.
Crecientemente, el editor económico jefe del Financial Times, Martin Wolf, ha observado la conexión entre las economías y las democracias. En concreto, hace poco, llamó a regular mejor los mercados, con el fin de evitar un “colapso” político. Mercados concentrados y poco sostenibles no son compatibles con democracias pluralistas y estables. ¿Su recomendación? Menos Hayek -padre del neoliberalismo- y más Polanyi. La libertad debería ser alcanzable para todos, y no solo para unos pocos.
Lo cierto es que el neoliberalismo aparece como principal responsable de la actual crisis económica estructural, a nivel internacional. Como concepto, hoy se relaciona con mercados que se extienden, sin mesura, a toda la sociedad, política y naturaleza, con un objetivo principal: hacer las empresas que ya son grandes, aún más grandes. Así, la palabra “neoliberal» se ha convertido en un adjetivo negativo y a la vez, una reliquia del siglo pasado, si no fuera que todavía se mantiene en el aire, pegajosa como la contaminación de Santiago.
En su origen teórico desde 1938, el neoliberalismo supuso ser una evolución frente al laissez-faire del liberalismo clásico. Exigía un orden y una regulación mínima para el funcionamiento de la economía, con foco en la libre competencia y la justicia del mercado mismo.
Varios de los representantes más influyentes del neoliberalismo han tenido una cierta relación con Chile, como Friedrich von Hayek. Este economista, filósofo y premio Nobel destaca por sus dos visitas a nuestro país (1977 y 1981) y por haber sido nombrado presidente honorario del Centro de Estudios Públicos (CEP). Frente a la economía, dijo Hayek, lo más relevante sería crear reglas para que los procesos sean justos, sin fijarse excesivamente en los resultados, ni en la igualdad de oportunidades.
Contrario a Adam Smith en su Wealth of Nations, Hayek consideró que aspectos como la justicia social o la desigualdad no deberían concitar una atención especial, ni tampoco ser motivo de políticas re-distributivas. La igualdad de oportunidades (“Startgerechtigkeit” según Hayek) sería positiva, sin duda, pero tratar de lograrla parece un ideal “ilusorio” que solo produciría pesadillas y más injusticias, indicó en “Law, Legislation and Liberty, II”. Su propuesta: aumentar las oportunidades para todos, aunque produzca mayores desigualdades finales (lo que equivale al llamado actual “que la torta crezca para todos”).
Ejemplos de desconcentración en Alemania: 'el dueño de una farmacia debe ser farmacéutico y poseer un máximo de tres filiales'.
Hayek consideró que la sociedad entera se beneficia cuando cada miembro comienza con un máximo de ventajas posibles – principio aplicable también a la justicia entre generaciones, es decir, las herencias. Las desigualdades económicas serían dolorosas, pero finalmente, también una ventaja para la economía, dijo Hayek. Dado que los más ricos estarían más avanzados en su “fase de evolución” proporcionarían información valiosa para aprender de sus modelos exitosos, indicó.
Ver la vida de los más acomodados incentivaría un mayor desarrollo económico, dado que los pobres tratarían de imitar este estilo de vida más avanzado, por lo que el costo de producir estos bienes bajaría. Así, los menos acomodados de hoy deberían su relativo bienestar material a los resultados de la desigualdad pasada, según Hayek. Por supuesto que la desigualdad también dará lugar a problemas de envidia. Por ello, Hayek mencionó que el concepto de la «justicia social» se habría convertido en un eslogan de grupos cuyo estatus tendería a declinar.
Es relevante repasar el pensamiento de Hayek, dado que pareciera en parte mantenerse vigente en el discurso de la elite – en Chile, y a nivel internacional. Tampoco puede omitirse otra realidad: los únicos datos y cifras que aparecen en los escritos de Hayek, son notas de pies y números de páginas – como comentó una vez el profesor de innovación, Nickolas Laport. Quizás ha sido el estándar de escritura de su época, pero este estilo, sumado a la línea de argumentación poco clara y coherente de Hayek, no deja de asombrar.
¿En qué medida se inflaron estos pensamientos, dado que atendían los intereses de personas de patrimonio e intereses influyentes – y en qué medida se “desinflaron” pensamientos de filósofos como Polanyi y Rawls? Al menos es una pregunta que debe dejarse planteada frente a la historia, igual como quién financia a los economistas, quién decide sobre sus premios, sus columnas, su ascenso y su fama.
Además de que la filosofía de Hayek no entrega soluciones frente a las desigualdades estructurales o las externalidades negativas de la actividad económica, uno de sus principales desaciertos es la apuesta por un mercado competitivo, sin abordar en profundidad -ni imaginar- el riesgo de la concentración económica, o de actividades de lobby que distorsionan la libertad de los mercados. Hayek recomendaba una regulación de los mercados, pero solo con vaguedad. En vez de empoderar a una autoridad estatal pro-competencia sobre los monopolios, le parecía mejor poner como “watchdog” al propio sector privado. Fue su colega neoliberal Milton Friedman quien recordó, que los mayores enemigos de los mercados y de la meritocracia serían los propios empresarios, dado que hablan de libertad y competencia, pero al final solo buscan subsidios o posiciones dominantes. Pero tampoco Friedman se animó a proponer una regulación más detallada en estas materias.
Quienes sí pensaron de forma más estructural en la regulación de los mercados durante el siglo pasado, fueron los representantes del ordoliberalismo, una variante del neoliberalismo, de origen alemán. Entre sus representantes, destacó Walter Eucken, quien hoy es considerado como pensador principal de la economía social de mercado en Alemania.
A inicios de los años treinta del siglo pasado, Eucken recalcó el peligro permanente de la actividad de lobby de los grupos de poder económico, dado que actuarían con el fin de lograr seguridad y continuidad en sus negocios, en vez de competencia e innovación. Emprendedores innovadores y dinámicos, en cambio, actuarían al revés: aceptarían la competencia y tendrán poca influencia en la política. ¿Una realidad conocida? Según Eucken, como resultado del lobby, el Estado se limitaría generalmente a coordinar y aplicar las demandas de los grupos de poder; rara vez sería capaz de hacer valer el interés puro del Estado, destacó en su obra “Cambios estructurales y crisis del capitalismo” ya casi 90 años atrás.
La propuesta de Eucken: regular mejor los mercados y hacerlo según los intereses de los consumidores. Así, la competencia no se entiende como una lucha persona-contra-persona, sino como un proceso que corre en paralelo, para buscar mayor innovación para el consumidor. Competencia plena, entonces, no es la competencia-de-destruir-al-otro (“Schädigungswettbewerb”), sino la competencia de destacar-por-ser-mejor (“Leistungswettbewerb”). Para mantener esta competencia, se requiere de políticas públicas que evitan excesivas concentraciones de poder, como resultado, y que fomentan la competencia pro-consumidor. Políticas sociales que buscan mayor equidad en la sociedad son muy importantes, pero aún más relevante sería una política efectiva pro-competencia, porque de esta manera, habría que remediar menos de forma posterior, subrayó Eucken.
En el caso de Chile, el cuidado del buen funcionamiento del mercado no ha sido foco de preocupación de los empresarios, como el propio Friedman predijo. Para partir, falta transparencia. ¿Cuántas concentraciones existen, con cuál comportamiento de precios?; o ¿cuáles empresas no innovan ni permiten a otros innovar?. Esas son preguntas que no obtienen respuestas fáciles sin estudios complejos. A esta opacidad, en la era de la data, se debe agregar que a la economía en Chile, no solo le falta más sostenibilidad, sino ante todo, potenciar más la competencia, la innovación y movilidad social.
Hoy, nuestro mercado se caracteriza por la existencia de “fuertes oligopolios” y elevadas barreras de entrada en múltiples sectores de la economía. Para constatarlo, dijo el economista chileno Jorge Ahumada en 1958, “no tiene más que mirar a su alrededor: hay monopolio u oligopolio en las siguientes actividades: papeles y cartones, vidrios planos, envases de vidrio, cemento, hierro, maderas, gas, molinos de trigo, hilados de algodón y de rayón, cigarrillos, fósforos, calzado y cerveza”. Hoy la concentración se produce efectivamente en múltiples ámbitos de la actividad económica, como muestran también los investigadores Rodrigo Bravo, Cristian Briones, Sebastián Faúndez, y otros, en su libro “Chile Concentrado” (2016).
Esto, efectivamente, no es una característica solo de Chile, sino un riesgo inherente de cada país pequeño, donde la pequeña elite económica puede tender a cuidarse mutuamente, según la literatura. En Chile, los grupos familiares más influyentes en la economía se re-encuentran regularmente en situación de oligopolio en varios sectores, donde compiten poco, en términos prácticos[1]. ¿Cuál es la recomendación, en consecuencia? Países de tamaño pequeño requieren mayores o mejores regulaciones para mantener sus mercados como mercado, indica la Fiscalía Nacional Económica.
Además del desafío de la regulación de los mercados en economías pequeñas, un problema estructural que hoy enfrentan prácticamente todos los países, es su tendencia “natural” hacia la concentración, combinado con márgenes excesivos, y menores niveles de innovación, según el FMI. En materia de competencia, a ello se agrega hoy -en el marco de la IV Revolución Industrial- la preocupación por las empresas “superestrella”. Entre las empresas más grandes del mundo, las utilidades se distribuyen crecientemente de forma desigual, con el 10 por ciento de las empresas más grandes capturando el 80 por ciento de la ganancia económica (“economic profit”, es decir, utilidad menos costo de capital), indica McKinsey.
Es más, según esta consultora, las empresas internacionales más exitosas de hoy, las “superestrellas”, demostrarían 1,6 veces más utilidad que veinte años atrás. En concreto, se observa que cinco empresas (Apple, Microsoft, Amazon, Google, Facebook) en conjunto conforman alrededor del 22% del índice S&P 500, lo que ya ha suscitado preocupaciones en Wall Street sobre la concentración de mercado.
Alineado con estas preocupaciones, la Unión Europea está analizando una serie de regulaciones sobre estas empresas. En nuestro país, ello parece todavía lejos. Aunque destaca -de forma positiva- que el ex fiscal económico de Chile, Felipe Irarrázaval, ha compartido recién en una columna una recomendación para analizar una mejor regulación de la competencia al mundo digital, también en nuestro país.
Es evidente que la economía chilena se caracteriza por la existencia de 'fuertes oligopolios' y elevadas barreras de entrada en múltiples sectores de la economía. No es una característica solo de Chile, sino un riesgo inherente de cada país pequeño.
Ante la evidencia internacional y nacional, uno de los objetivos de las necesarias reformas económicas en Chile debe ser introducir más “mercado” e innovación, y así, menos concentración económica. Tomar la agenda pro-competencia en serio, implicaría necesariamente regular más allá de la agenda anti-colusiones, y buscar aumentar en todos los sectores económicos la apertura, y competencia, según interés de los consumidores – como dijo Eucken.
Una economía política renovada para Chile podría inspirarse en el paquete de reformas pro-competencia impulsadas en Israel desde 2013, que justo apuntaron a reducir el tamaño de los grandes grupos empresariales existentes y crear una economía más dinámica – es decir, un mercado de verdad. Entre otros, implicaba separar holdings financieros de holdings productivos – dado que la conexión entre ambos evidentemente produce conflictos de interés permanentes, sensibles e incompatibles con la libre competencia. Recién, el 19 de agosto 2020, el periodista y economista Guy Rolnik, profesor en la Universidad de Chicago, presentó en Chile las reformas impulsadas en su país natal, invitado por el Diario Financiero y Andrés Meirovich, Presidente de la Asociación Chilena de Venture Capital.
Lo cierto es que Israel es un ejemplo interesante a analizar, porque sus reformas efectivamente lograron aumentar la competencia en varios sectores económicos, como mostró Rolnik en su pasada virtual por Chile. Asimismo, se logró mejorar el acceso a financiamiento para empresas pequeñas y medianas, y reducir considerablemente los precios para los consumidores. En otros palabras, Israel logró impulsar una reforma de la cual todos se beneficiaron – menos los grupos que habían bloqueado la competencia o el crecimiento de otros emprendimientos.
Para inspirar una nueva política pública frente al mercado, también hay otros ejemplos internacionales interesantes, a nivel sectorial. En Alemania, por ejemplo, destaca la regulación de las farmacias. Sus dueños deben ser farmacéuticos, y no pueden poseer más de tres sucursales. El resultado: un mercado desconcentrado, con oferta amplia y diversificada, y un servicio personalizado para el consumidor. Lo contrario de lo que ocurre en Chile.
Frente a los distintos ejemplos inspiradores en el ámbito internacional, y los evidentes desafíos en materia competencia en Chile, los gremios empresariales todavía no han tomado el guante de proponer una regulación moderna en materia pro-competencia, ni tampoco en materia pro-sostenibilidad o pro-movilidad social. Hasta la fecha, principalmente se han preocupado de comunicar la importancia de estas materias, o de proponer incluso la necesidad de introducir una mayor competencia o un “reseteo” a la economía, sin comprometer cambios estructurales necesarios que sean medibles. Recientemente, eso sí, en el encuentro empresarial ENEO, organizado por la corporación Pro O´Higgins, el Presidente de la SOFOFA, Bernardo Larraín, indicó que le encantaría replicar las políticas pro-innovación de Israel. Es de esperar que ello sea una palabra en firme, que podrá ser inicio de reformas que benefician a amplias partes de la sociedad chilena.
La historia, en cambio, ha mostrado una imagen menos optimista. Cada vez que en el ámbito público han aparecido propuestas concretas en búsqueda de una mayor justicia económica y sostenibilidad, desde el empresariado pareciera ser una costumbre dedicarse a criticarlas, sin el cuidado de proponer herramientas alternativas como se muestra en los ejemplos siguientes.
Así, vale recordar que en octubre 2019 -justo antes del estallido social- la SOFOFA había identificado 23 proyectos en el Congreso que incomodan por su impacto negativo sobre el crecimiento. El listado incluía iniciativas de ley que, según el gremio, tenían objetivos “loables”, como la protección de glaciares o de humedales, pero que en sus contenidos representarían un serio obstáculo al crecimiento.
La inconsistencia se presenta cuando un gremio como SOFOFA, con miembros que en conjunto englobarán al 30% del PIB chileno, indica estar a favor de objetivos sostenibles, pero en contra de las iniciativas, sin proponer políticas públicas alternativas. En esta misma línea, destacó -entre otros- también una columna reciente de Francisco Pérez Mackenna, Gerente General de un holding empresarial. Enumeró diversas razones en contra de un impuesto único al patrimonio, propuesto recientemente en el marco de la crisis económica y social. Junto con ello, indicó que será “loable” el objetivo de dicho impuesto, de generar alivio financiero en el corto plazo, pero omitió proponer alternativas acerca de las desigualdades estructurales e insostenibles de nuestra economía, aspectos que son los desafíos que el proyecto de ley trata de abordar.
Menos aún, Pérez Mackenna hizo referencia al hecho de que justo algunos días antes, el presidente de su propio conglomerado económico, había indicado públicamente -de forma constructiva- de no oponerse a ninguna idea que se discutiría en forma seria, acerca de nuevos impuestos a los más acomodados.
Frente a los distintos ejemplos inspiradores en el ámbito internacional, y los evidentes desafíos en materia competencia en Chile, los gremios empresariales todavía no han tomado el guante de proponer una regulación moderna en materia pro-competencia, ni tampoco en materia pro-sostenibilidad o pro-movilidad social.
Es cierto que, en medio de una crisis económica, suena complejo pagar mayores impuestos. Pero vale recordar también el caso de Alemania, posterior a la segunda guerra mundial, que fue el momento preciso cuando este país se propuso instalar un nuevo modelo económico, más social y con mayores regulaciones, mientras que todavía estuvo económicamente y moralmente destruido como sociedad.
¿Qué pueden y deben hacer los gremios, voceros y presidentes de empresas grandes, en el Chile de hoy? Hay dos opciones: esperar a ser regulados o impulsar ellos mismos la necesaria modernización, de forma proactiva y positiva para mejorar la competencia, complejidad y sostenibilidad de la economía frente a las próximas generaciones.
En caso de que los gremios empresariales quisieran ser parte de la solución, la recomendación principal sería mirar más a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE. Su objetivo es justo facilitar la coordinación y el aprendizaje entre pares. La entrada de Chile a la OCDE, en este sentido, no era un trofeo final, sino el inicio de un compromiso para evolucionar.
En consecuencia, los gremios empresariales darían una señal positiva importante, al comprometer avanzar según las recomendaciones de la OCDE. Acerca de esta institución, destaca que en Septiembre 2019, su secretariado general emitió un Informe de su grupo de asesores sobre la nueva narrativa de crecimiento. Según ello, en muchos países, un gran número de personas denunciarían una sensación de mayores injusticias económicas. Para la mayoría, el aumento del PIB ya no sería una medida suficiente para medir progreso. Eso no significa que el crecimiento económico deba abandonarse como objetivo. Más bien, implica que no basta con que el PIB esté aumentando, si este crecimiento está causando daños significativos al mismo tiempo – que solo se remedian de forma posterior e insuficiente.
Lo que recomienda el documento estratégico de la OCDE es impulsar mayor innovación y productividad en la economía, junto con considerar que no es adecuado solo apuntar a crecimiento, si no se considera también, de forma medible: (i) la sostenibilidad ambiental (ii) el bienestar de las personas (iii) la caída de la desigualdad, entre ingresos y patrimonio de los grupos más y menos acomodados de la sociedad, y (iv) una mayor resiliencia, entendida como la capacidad de la economía para resistir los shocks financieros, ambientales u otros.
En el siglo pasado, el modelo «neoliberal» desarrollado por economistas como Milton Friedman y Friedrich Hayek parecía adecuado, afirma el documento de la OCDE. Pero, más de una década después de la crisis financiera mundial, con la economía global y muchos países miembros de la OCDE enfrentando múltiples crisis, ha llegado el momento de hacer otro cambio de paradigma, y avanzar de forma medible hacia una economía más innovadora, más móvil y menos concentrada.
Lo cierto es que lo que era considerado legitimo en el pasado, ya no lo es. Necesitamos un cambio menos incremental y más profundo, propone el grupo de asesores de la OCDE acerca de la nueva estrategia de crecimiento para los países. El objetivo final: “un camino de desarrollo que satisfaga las necesidades tanto de las personas como del planeta”, como indica el documento del organismo multilateral. En corto: más Polanyi, menos Hayek. O: más OCDE para Chile de lo que existe en la actualidad.
La invitación en Chile para los empresarios: si el gobierno no avanza en estos temas, que los gremios mismos pongan metas medibles y una hoja de ruta para los próximos diez o veinte años, pensando en cómo transformar el mercado en uno moderno, diverso y competitivo para las próximas generaciones, junto con cuidar mejor sus externalidades negativas sobre el medioambiente y la sociedad. Sería “la gran transformación” que necesitamos hoy.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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